Arantzan zu? Bai, baina Corrienteseko arantza batekin. Tú en el espino? Sí, pero en un espino de CorrientesEscuchar artículo - Artikulua entzun

Martha Gonzalez Zaldua

Hay situaciones que se parecen a los cuentos y que merecen comenzar con la antigua fórmula: “behin batean...había una vez”...

En Diciembre de 1999 recibí un sorprendente llamado telefónico de un amigo, Luis María Astarloa. Con su entusiasmo habitual y como la cosa más natural del mundo, me comentó que había hecho una serie de trámites en la Basílica de Luján para entronizar una imagen de la Virgen de Arantzazu, en la cripta dedicada a las advocaciones marianas más conocidas del mundo.

  La imagen llegando a la Basílica
La imagen llegando a la Basílica.
“Imagínate (fue su argumento) no puede ser que falte una Virgen vasca.” "Tenemos que traerla”. Así, sin más. Más tarde me enteré que ésta era una vieja ilusión de sus padres, José María y María Clara, que un tiempo antes habían visitado la cripta observando esta ausencia.

La orden de los vicentinos tiene a su cargo el lugar. Los padres de Luis María se entrevistaron con ellos en dos ocasiones haciéndoles llegar su inquietud. En una primera visita observaron poco interés en el proyecto y en un segundo intento, les señalaron que la cripta sólo albergaba imágenes nacionales. Sin embargo, el matrimonio Astarloa recordó que a las imágenes nacionales acompañaban por ejemplo la Virgen del Pilar y la de Covadonga entre otras.

El sacerdote que los atendía conmovido por su interés les respondió con afecto: “Vayan tranquilos señores, que si la Virgen de los vascos quiere venir, va a venir”. Un año después, la Ntra. Sra. de Arantzazu ocupaba el lugar que le había sido destinado.

Aquel “tenemos que traerla” de Luis María, significaba establecer las conexiones para la compra de la imagen en Euskal Herría, acondicionar el lugar donde iba a quedar expuesta y organizar los actos de entronización. Todo ello en un corto tiempo, porque se había convenido con los responsables de la Basílica una fecha tope para llevar a cabo la ceremonia: el 4 de junio del año jubilar de 2000.

Nos pareció una tarea difícil de cumplir. Con más de ilusión que de realidad. Eran muchos los factores que debían coincidir para hacerla posible, pero a medida que íbamos madurando la idea, crecía nuestra confianza.

  Con el Padre Larrea en Arantzazu
Con el Padre Larrea en Arantzazu.
Con buena disposición, alegría y el inquebrantable optimismo del generador del proyecto formamos un pequeño equipo de trabajo integrado por Belén, la esposa de Luis María, Leticia Madonado Arruti (que en su calidad de arquitecta, se encargaría de las modificaciones del espacio asignado a la Virgen) y yo que debía transportar la imagen desde Arantzazu.

En Marzo inspeccionamos el lugar. Lo que en la época de la colonia se dio en llamar “la villa de Luján”, nos recibió con un sol espléndido y la imponencia de su Basílica, ubicada al final de una gran avenida.

El sitio es desde antiguo meta de peregrinos. La tradición nos dice que en el año 1630 un convoy de carretas que cruzaba el río Luján por el vado de Arbol Solo, hizo noche a orillas de la Cañada de la Cruz. El sitio era posta necesaria en el Camino Real que en esos tiempos llevaba a Córdoba y Tucumán.

Entre otros efectos, trasladaba dos imágenes de la Virgen, una de la Purísima y otra de la Consolación, hechas en humilde arcilla cocida. Ambas iban camino a Sumampa, Santiago del Estero. Habían sido encargadas a los imagineros de San Pablo (Brasil) por un súbdito portugués de apellido Farías, que deseaba entronizarlas en aquellos parajes del norte.

Al reemprender el viaje, el carretón que llevaba las imágenes no pudo continuar su marcha. Intrigados, los arrieros bajaron el cajón que contenía la imagen de la Purísima y el vehículo pudo salir de su difícil situación. Con asombro y deseosos de confirmar lo que observaban, repitieron varias veces la prueba obteniendo los mismos resultados.

Bendición de la imagen
Bendición de la imagen.

Finalmente, en su sencillez entendieron que la Virgen manifestaba un deseo: quedarse en ese paraje desolado de pajonales y desierto. A este hecho singular se lo llamó el “afincamiento”.

Don Rosendo de Oramas, rico vecino de la zona y dueño de los campos donde las carretas habían pasado la noche, construyó un humilde oratorio para albergar la pequeña imagen.

Con el tiempo algunos “ranchos” (viviendas humildes hechas de barro y paja) surgieron a su alrededor. El lugar se fue poblando a medida que los prodigios de la Virgen se difundían y la villa fue creciendo en la oración y en el silencio de esa amplia llanura recorrida solo por indios y arrieros.

Sucesivas capillas se levantaron en el lugar hasta que un vizcaíno, el alférez real don Juan de Lezica y Torrezuri1 agradecido por la recuperación de su salud, comenzó la construcción de un nuevo santuario el 24 de Agosto de 1754. La obra se inauguró el 8 de Diciembre de 1763 y Lezica y Torrezuri fue designado” Fundador, bienhechor y síndico del Santuario de Nuestra Señora de Luján”.

Inicio de la procesión  
Inicio de la procesión.
El tiempo y la devoción hicieron de Luján el espacio de encuentro mariano que es hoy. En este ámbito cargado de tradición y fe, debíamos crear el marco adecuado para la imagen de la Virgen vasca, que peregrinaría desde los montes guipuzcoanos a la llanura bonaerense.

Ante nuestro propio asombro, las etapas del proyecto se iban cumpliendo sin dificultades.

Mientras aquí se ultimaban los detalles para adecuar el lugar físico que albergaría a la imagen, Arantzazu me recibía en un abril lluvioso como pocos.

Desde Argentina habíamos tomado contacto con el Padre Larrea del convento franciscano, a quien ya conocíamos y que se había hecho cargo de infinidad de detalles.

Debidamente acondicionada en una caja, la pequeña estatua de piedra me esperaba. Antes de partir fue bendecida por el Padre Larrea que me entregó una enorme rama de espino para que la acompañara en su viaje. Rama que dado su tamaño y características no pudo acceder al avión. Otro sería el espino sobre el que se apoyaría la imagen.

Temerosa de posibles roturas y negándome a la posibilidad de que la Virgen viajara con el resto del equipaje, la alojé confortablemente en mi bolso de mano y emprendimos el regreso.

En el aeropuerto de Ezeiza nos aguardaba un inusual comité de recepción.

Prácticamente en la puerta del avión esperaban Luis María y Belén. Con premura, sacamos la imagen de su refugio y la colocamos sobre un soporte de madera que había sido construido al efecto, cubierto por un blanco mantel bordado.

Dantzaris llevando la imagen
Dantzaris llevando la imagen.

Los que habían compartido con nosotros su vuelo desde Europa, espontáneamente se encolumnaron tras la imagen de tan inesperada compañera de viaje. Precedidos por la ikurriña y custodiados por las azafatas del avión, ingresamos en el hall central del aeropuerto. Quienes colmaban el lugar, aplaudían a nuestro paso sin saber muy bien qué estaba ocurriendo. Fue un momento particularmente alegre y significativo.

En un principio la imagen fue llevada a casa de los Astarloa y hasta tanto se completaran las obras en la cripta, fue recibida como huésped en la Parroquia de Arantzazu de San Fernando, localidad cercana a Buenos Aires.

Y llegó el 4 de Junio. Por la amplia avenida que lleva a la Basílica, integrantes de distintos Centros Vascos y un público cada vez más numeroso nos acompañaron en este andar.

Dantzaris de los Centros Vascos de Chacabuco, Arrecifes, La Plata, Bs. As. Gral Rodriguez y Luján portaron la imagen por turnos. Un enorme cartel que decía “Arantzazu” nos precedía.

Llegados a la entrada de la Basílica, se bailó un aurresku y se participó de la misa. Al finalizar, se entregaron recordatorios como medallas, estampas y una publicación especial elaborada para la ocasión.

Exterior de la Basílica de Luján  
Exterior de la Basílica de Luján.
En la cripta que ocupa el subsuelo de la Basílica, todo estaba dispuesto. Nos esperaba un recinto brillantemente iluminado, alfombrado de un verde que llevaba nuestro pensamiento a los verdes montes de Guipúzcoa. En uno de los laterales de la bóveda de entrada, en euskera y castellano, se ubicó un gran panel con la historia de Rodrigo de Balzategui, el joven pastor que encontrara la pequeña estatua de piedra en 1469.

Entendimos la importancia de señalar de algún modo la unión de nuestros pueblos. Y no sólo en la fe. Por ello y para servir de base a la imagen se eligió un fuerte espino bellamente trabajado, traído especialmente para tal fin desde de Provincia de Corrientes. Apoyada sólidamente en él, la Señora de Arantzazu representa a todos aquellos vascos que un día cruzaron el mar para asentarse como ella, en esta tierra.

Espino e imagen son sencillos. Ambos provienen de un noble material que en ocasiones sobrevive al tiempo. Esta feliz conjunción de piedra y madera nos muestra que desde el esfuerzo y la esperanza todo es posible.

Enmarcada por nuestra bandera y por una bella ikurriña que nos fuera entregada en nombre del Gobierno Vasco por la entonces Consejera de Cultura, Mari Karmen Garmendia Lasa, Nuestra Señora de Arantzazu bien puede responder de este modo a la antigua pregunta:

Arantzan zu? Bai, baina Corrienteseko arantza batekin.
Tú en el espino? Sí pero en un espino de Corrientes.

1 Lezica y Torrezuri, natural de Kortezubi formaba parte de las familias vascas llegadas al Plata en el siglo XVIII junto con las de Anchorena, Beláustegui Alzaga y Azcuénaga. Había sido enviado a América para dirigir la reparación del Fuerte del Callao (Perú). Radicado en La Paz, se casó con Elena de Alquiza y en 1748 se afincó en Buenos Aires, dando origen a una familia que tuvo activa participación en los asuntos de la colonia. De hecho formaba parte del grupo de funcionarios y comerciantes que constituían la elite dirigente de la época. A su generosidad se debe también la construcción del Convento de Santo Domingo de Buenos Aires, en una de cuyas bóvedas descansan sus restos y los de su esposa.

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2004/07/23-30