Pilar
Belzunce Chillida-Leku |
Beñat
Doxandabaratz
Jatorrizko bertsioa euskaraz
A las faldas del Monte Igeldo, Intza-Enea, la casa de los Chillida se erige unos metros por encima del Peine del Viento, la obra y el lugar más emblemático de Eduardo, a donde él y Pilar, venían de novios, tal era la fuerza con la que se fundían el viento, las rocas y el empuje del mar Cantábrico. Tras cruzar un cuidado jardín rebosante de hortensias, la matriarca de los Chillida nos recibe sonriente. De maneras dulces y delicadas, esta mujer de apariencia frágil luce un espectacular medallón realizado por Eduardo. Una de las preciosas joyas que creó sólo para la familia. Recorremos el salón de la casa, un espectacular mirador con vistas a la Bahía de la Concha, penden cuadros de Miró, Chagall y Braque, intercalados por esculturas del propio Chillida, entre las que destaca la primera que realizó, un torso al que llamaba “el culete”, explica entre risas Pilar, sintiendo que el espíritu de Eduardo esta ahí, junto a ella.
En plena posguerra, Eduardo, hijo de militar y de una cantante, se enamoró perdidamente de usted, una jovencita de 15 años...
Eduardo, aunque reflexivo, también era un torbellino. Ya al poco de conocernos le gustaba dar volteretas en plena calle. Pero entre paseo y paseo yo le dije que no quería ser su novia hasta que tuviera 18.
Pilar ante la primera escultura de Chillida. |
¿Qué pensaba su padre de su novio?
Me decía: “Pili, este chico no es normal. Va a ser o una gran cosa o un gran desastre”. Además, tuvieron un inicio horroroso. Eduardo jugaba muy bien a la pelota vasca, y mi padre era muy aficionado; además de ser amigo de pelotaris como Paquito Sagarna pasaba mucho tiempo en el frontón apostando. Un día Eduardo y mi padre quedaron para jugar. Al acabar Eduardo me llamó todo preocupado: “Ay, Dios. No te puedes imaginar lo que ha pasado. Al poco de empezar le he dado un pelotazo a tu padre.... que lo ha dejado K.O”. Yo me temí que mi padre al llegar a casa me diría que se acabó el noviazgo. Pero no. Me dijo: “Menudo golpe me ha dado. Pero tiene mucha fuerza y juega estupendamente”. Respiré aliviada.
¿Y cuando le dijo que iba a abandonar los estudios de arquitectura?
Me sorprendió, pero más aún cuando me comentó que si yo estaba dispuesta a seguirle, se dedicaría a la escultura. Sin embargo, estaba muy tranquila porque estaba segura de que cualquier cosa en que se metiese Eduardo iba a salir bien. “Tú eres un caballito ganador”, le solía decir. “Dedícate a lo que quieras que yo te sigo”.
¿Una frase de Eduardo de aquella época?
Antes de casarnos me dijo: “Pili, nunca dejes que yo ponga en el mismo lugar el dinero y el arte. No tienen nada que ver el uno con el otro. Pero claro, empiezas a tener uno, dos, tres, cuatro y hasta ocho hijos, teníamos que vivir...
Usted fue especialista en quitarle preocupaciones a Eduardo....
Uy, absolutamente, sobre todo en las cosas relacionadas con el dinero. Cuando éramos novios, al llegar a la taquilla del cine me preguntaba: “¿Llevas dinero?” Y yo: “Sí, por?”. “Porque yo no llevo nada”. Me quedaba alucinada. Ahora igual será más normal, pero en aquella época era muy raro que el chico no pagara.
Tengo entendido que usted se encargaba de recuperar los dibujos que él tiraba a la papelera....
(Asiente). Siempre lo hice. Eduardo tuvo la suerte de que Aimé Maeght, que tenía la mejor galería de París (llevaba a Braque, a Miró, a Chagall, a Giacometi, a Madame Kandinsky), le llamaba “mon petit” a Eduardo. Maeght me enseñó que no había que tirar nunca ningún dibujo. “Los artistas buscan la perfección”. Así que rescataba todo lo que Eduardo tiraba a la papelera, por mucho que dijera que lo bueno es enemigo de lo óptimo. Toda la obra es válida para entender la trayectoria de un artista.
¿Recuerda la primera vez que Eduardo expuso en la galería Maeght?
Desde luego. Maeght nos vino todo contento diciéndonos que el propio Georges Braque se había entusiasmado con una de las esculturas de Eduardo. Y quería comprarla. Pero lo excepcional era que Braque nunca compraba nada. Cuando Braque se enteró por medio de Maeght que Eduardo le quería regalar esa escultura, llamó a Eduardo y le invitó a su estudio. Allí le propuso un intercambio, algo que ruborizó a mi marido, pues consideraba que la suya y la obra de Braque, al que consideraba un genio, no eran comparables. Pero al final, se produjo el intercambio. Y mira (señalando una estancia del gran salón), ahí está el cuadro de Braque.
Maeght, sin embargo, no entendió que Eduardo dejara París, al inicio de una prometedora carrera...
No lo hizo; pero tampoco entendía otras cosas. Por ejemplo, estaba acostumbrado a negociar el precio de las obras con los propios artistas. Aunque yo le avisé de cómo era Eduardo, lo intentó. Pero al ver que era imposible, acepto hacer las cuentas conmigo.
De entonces datan las únicas copias que ha hecho de sus esculturas. ¿Cómo fue aquello?
Maeght planteó a Eduardo que tenía que hacer copias, que todo el mundo las hacía. Eduardo accedió a hacer tres copias en bronce de unas siete esculturas. Cuando las vio todas juntas, aquello le pareció una zapatería. Para la siguiente exposición, en el año 61, Maeght le volvió a hablar de lo mismo, pero Eduardo se negó a hacer más copias; y eso que todas las piezas estaban vendidas. “¿Sin copias, cómo quiere que mueva su obra por el mundo?”, le espetó Maeght. Pero a Eduardo no le parecía ético y no lo hizo nunca más.
¿El hijo o hija más parecido a Eduardo?
Dos de ellos han heredado sus dotes para el dibujo: Pedro y Eduardo, el pequeño. Eso sí, tal y como les aconsejó su padre, han encontrado su propio estilo. Luego está Susana, que escribe muy bien y ha realizado el documental “Chillida. El arte y los sueños”
¿Personalidades que le hayan impresionado?
(Sin pensarlo dos veces) Por un lado, el Rey de España. Siempre ha sido muy cariñoso con nosotros. Siempre nos invita a su cumpleaños. Mira (alcanzando un sobre de una esquina de la mesa), el otro día recibimos una felicitación suya. Y por otro, el canciller alemán Gerard Schröder, que me adora. He ido a Alemania en numerosas ocasiones, ya que, además de que la obra de Eduardo es muy apreciada allí, el gobierno alemán le encargó el monumento del Bundestag, en Berlín. Recuerdo que Eduardo una vez le preguntó a Schröder por qué le habían elegido a él. Y el canciller respondió: “Porque soy un gran admirador de su obra”.
La transformación de Zabalaga en Chillida-Leku, cual calabaza convertida en carruaje...
(Mira hacia el jardín, con un halo de nostalgia). El lugar lo diseñamos y arreglamos entre nosotros dos durante 17 años. El caserío Zabalaga estaba muy deteriorado. Y los prados del lugar servían de pasto para los caballos de la yeguada militar, así como para los rebaños de ovejas.
Chillida-Leku es desde el inicio un museo enteramente privado. ¿Va a seguir siéndolo?
Tras morir Eduardo ha habido un cambio sustancial en Chillida-Leku. El museo sigue siendo enteramente de la familia pero a partir de ahora vamos a necesitar ayudas de las instituciones.
Mientras tanto...
Seguiremos tratando de que sea un museo dinámico, con actividades paralelas y exposiciones temporales, sobre todo de dibujos suyos desconocidos.
¿Y el proyecto de la montaña mágica de Tindaya?
Parece que va para adelante, pero muy poco a poco. Eduardo y el ingeniero José Antonio Ordóñez se llevaban unos berrinches tremendos. “Cómo es posible que la gente diga que nos vamos a lucrar cuando es algo que vamos a hacer para todos”, se decían. Tras esa polémica a Ordóñez le sobrevino una enfermedad, de la que murió. A Eduardo la polémica sobre Tindaya le minó su salud. Aun así, Eduardo no pensaba nunca mal de la gente. Era su forma de ser.
Pilar
Belzunce
Eduardo amaba zambullirse en sus cálidas aguas turquesa; tal es el
color de ojos de Pilar Belzunce. Nacida en Filipinas en 1932 (su padre tenía
negocios allí), “Pili” fue la compañera inseparable
de Eduardo
Chillida (1924-2000) durante 60 años –52 de matrimonio-,
en los que ha edificado una casa de ocho hijos y 27 nietos. Al inicio de su
carrera le siguió ciegamente a París. Allí, permanecieron
unos años, hasta que, ya casados, volvieron en 1952 al País
Vasco, donde una tía de Eduardo les dejó una casa en Hernani.
La fascinante obra de Eduardo Chillida, que en 1999 recibió el Premio
Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral de Humanidades, Cultura, Artes y Ciencias Sociales,
no sería tal sin Pilar. “Fuimos una sola persona”, dice
emocionada, antes de recurrir al humor: “Tan sólo hay una cosa
que sentí dejar: el baile, porque me encantaba bailar y tenía
un éxito enorme. Pero a él no”.
Aurreko Aleetan |