Txomin Badiola

Escultor

"Pienso que el arte, en la medida en que satisface una necesidad, tiene una finalidad"Escuchar artículo - Artikulua entzun

Unai BREA
Fotografía: Unai BREA
Traducción: Koro GARMENDIA YARZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

Nos citamos con Txomin Badiola en su oficina, en una angosta y oscura calle de Bilbao repleta de talleres de reparación de automóviles. "¿Cómo quiere que le presentemos? ¿Como escultor?", le preguntamos. “Sí, mejor así, como escultor”, responde tras una breve vacilación. Y explica: “Puede dar la impresión de que la palabra escultura marca una línea divisoria, pero, al mismo tiempo, comprende muchísimos aspectos. Hoy en día nadie sabe qué es exactamente la escultura. De modo que sí, pongamos que soy escultor”. Y es que hace tiempo que Badiola combina la escultura tradicional -por llamarla de algún modo- con otras expresiones artísticas como la fotografía o el vídeo. Escultor o no, Txomin Badiola lleva casi un año sin producir obras de arte, por la sencilla razón de que otra actividad le está robando prácticamente todo su tiempo. Se trata de la exposición que el Museo Guggenheim dedicará a Oteiza, y que se podrá visitar desde el 7 de octubre hasta finales de enero. Sin embargo, Badiola, que está realizando las labores de comisario en la fase de preparación de la citada exposición, prefiere no profundizar demasiado en el tema. En cualquier caso, Jorge Oteiza es la figura que más ha influido en él, bien en su faceta artística, bien en su carácter personal.

Txomin Badiola.¿No le parece que las fronteras entre las distintas expresiones artísticas, antes tan rígidas, se han ido difuminando?

Desde luego. Y especialmente en el caso de la escultura, que tiene muchísimas expresiones. La pintura, por ejemplo, ha tenido algún que otro contacto con la fotografía, pero sigue siendo pintura, y los pintores siguen considerándose a sí mismos pintores. La escultura, sin embargo, a partir de los años 60 vivió una fase de desintegración, aunque posteriormente volvió a integrarse. En un momento dado parecía que los objetos habían perdido su sentido, pero esa misma disolución permitió que otras expresiones artísticas, como la fotografía, el vídeo o la danza, se fundieran con la escultura. Yo estoy siguiendo ese mismo proceso. A finales de los años 70 empecé con el arte conceptual y el minimalismo, luego mi obra se volvió más escultórica, y ahora vuelvo a involucrar otros elementos.

¿Qué es exactamente lo que hace en estos momentos? ¿Cómo lo definiría?

Cualquier lo sabe... Hacia finales de los años 80, mi objetivo era crear obras de arte o estructuras que reflejaran todos los aspectos de mi vida: mi experiencia artística, mi experiencia personal, mis ideas políticas, mis sentimientos, etc. Durante años seguí un proceso que culminó con una retrospectiva que expuse primero en Barcelona y luego en Bilbao, en la que se podía contemplar mi trayectoria de los últimos quince años. Presenté la retrospectiva como si de una gran obra se tratara, y cada uno de sus elementos como parte de una obra todavía más grande.

En estos momentos está preparando la exposición sobre Oteiza que albergará el Museo Guggenheim. ¿Tiene algún otro proyecto entre manos?

No, nada más. Creo que con este trabajo ya tengo bastante. Presenté mi última exposición en el mes de marzo, en Madrid, aunque en realidad se trataba de un trabajo que realicé en octubre. Desde entonces no he preparado nada más. Puede que parezca una tontería, pero no se pueden ni imaginar lo complicado que resulta organizar una exposición sobre Oteiza. Yo no quería verme envuelto en ese proyecto, pero, finalmente, aquí estoy. Prefiero no hablar demasiado sobre el tema. El comisario tenía que haber sido otra persona, y yo un simple ayudante, pero, dadas las circunstancias, al final he terminado haciendo las veces de comisario. Me han solicitado tantas entrevistas, que hemos llegado a un acuerdo: las entrevistas que estén directamente relacionadas con la exposición sobre Oteiza las va a conceder el propio museo, para que también participe esa otra persona.

Txomin Badiola.Ha sido usted tanto estudiante como profesor de Bellas Artes. ¿Hasta qué punto resulta necesario para un artista estudiar la carrera?

Trabajé seis años como profesor de Bellas Artes, y, aunque prometí no volver a la universidad -y no he vuelto-, creo es necesario cursar la carrera, a pesar de que presente deficiencias y esté mal organizada. Aunque sólo sea para conocer a otras personas e inculcar unas nociones básicas a los que andan desorientados. Teniendo en cuenta cuán complejo es el panorama actual, no me parece que los autodidactas tengan muchas posibilidades de prosperar, y, si lo hacen, será como consecuencia de un esfuerzo baldío, porque con una pequeña formación progresarían mucho más. Cualquier persona interesada en el arte debería pasar por la Facultad. Y lo digo pese a no tener mucha fe en la enseñanza. La cuestión es enseñar el arte conforme a unas reglas.

En cualquier caso, el arte es muy personal...

Desde luego, pero aun así se puede enseñar. Tras mi experiencia como profesor en la Facultad de Bellas Artes, impartí dos cursos en Arteleku, uno de cuatro meses y otro de cinco. Es un tipo de enseñanza que me agrada. Los alumnos suelen ser estudiantes que ya han finalizado la carrera, por lo que si asisten a estos cursos es porque para entonces han tomado una decisión. Es un tipo de enseñanza muy interesante que no tiene nada que ver con las rígidas normas de la universidad. De hecho, los principales artistas vascos de la actualidad han pasado por estos cursos. Enseñar el arte tiene su importancia.

Ha vivido varios años en Londres y en Nueva York. ¿Impulsado por motivos profesionales?

En parte sí, en parte no. La verdad es que me fui porque acababa de organizar una exposición retrospectiva sobre Oteiza para La Caixa, en 1988, y sentía la necesidad de romper con todo y cambiar de vida. Y eso es lo que hice. Estuve viviendo fuera diez años.

Txomin Badiola.

¿Se ve el artista obligado a marcharse a estas ciudades para encontrar mejores oportunidades y sentirse más cómodo?

Sin lugar a dudas. Bilbao es una ciudad demasiado estrecha, como cualquier otra de por aquí. Ni Bilbao, ni Madrid, ni Barcelona reúnen las condiciones que uno encuentra en ciudades como Nueva York. Son ciudades muy peculiares, y no sólo por la actividad artística que desarrollan, sino por su propia naturaleza: las costumbres diarias, el tipo de gente, etc. Y, claro, todas esas circunstancias contribuyen a que la gente abra su mente, y su trabajo se vuelve más productivo. No es que en esas ciudades se congreguen los mejores artistas o las galerías de arte más importantes; todo lo contrario. Están ahí por el ambiente que se respira. Mi marcha fue una especie de huída, porque estaba hasta la coronilla con la exposición sobre Oteiza y otra serie de cosas. Y me sentí tan contento, que en lugar de pasar un año, como en un principio pensaba, pasé diez.

¿Por qué razón regresó?

Porque es muy fácil quedarse enganchado a Nueva York, quizás por inercia. Es una ciudad tan dinámica que se diría que el mero movimiento da sentido a la vida. Y muchos se quedan enganchados a esa vida. Algunos de mis amigos llevan muchísimo tiempo en esa ciudad. “Si ya llevas diez años viviendo aquí, ¿por qué no veinte? Y si llevas veinte años, ¿por qué no toda la vida?”. Yo llevaba diez años viviendo fuera, de ellos más de ocho en Nueva York, y empecé a preguntarme qué es lo que realmente quería, si quedarme allí o regresar. No quería actuar por inercia, sino adoptar una decisión meditada. Decidí regresar por varios motivos (no compartía su ideología, tenía aquí a toda mi familia, la ama no andaba muy bien de salud...). En cualquier caso, la decisión la tomé yo mismo, como la de marcharme.

Txomin Badiola.

¿Encontró a Euskadi muy cambiada?

De vez en cuando venía para impartir clases en Arteleku, por lo que ya tenía un contacto, pero sí que la encontré cambiada. Cuando me fui a Londres dejé atrás un Bilbao industrialmente decadente, oscuro, triste y violento. Al acudir a la universidad, a dar clases, en el puente de Deusto siempre me encontraba con una barricada del astillero Euskalduna: a la ida la estaban poniendo, y a la vuelta quemando. Así era el Bilbao que yo dejé. Y a mi regreso me encuentro con el Bilbao del Museo Guggenheim, del Palacio Euskalduna... Parecía que lo hubieran derruido y reconstruido. Donde antes había un astillero en el que los trabajadores peleaban contra la policía, me encuentro con un palacio de congresos. Daba la sensación de que Bilbao caminaba hacia la postmodernidad. Y me quedé perplejo, sobre todo porque cuando me fui a Londres me encontré precisamente con ese mismo panorama: una sociedad postmoderna repleta de medios de comunicación para masas, algo que aquí estaba dando sus primeros pasos. Me acuerdo perfectamente de los primeros talk shows que vi en Londres, al estilo de El Diario de Patricia. Me decía que aquí jamás prosperaría un programa de esas características, en los que la gente empieza a contar sus problemas. Pensé que sería una peculiaridad de la cultura anglosajona. Y resulta que, para cuando volví, aquí ya se estaban emitiendo.

Está claro que Oteiza le ha influido. No sé si el que más...

Sí, pero no tanto en lo concerniente al arte, porque en ese aspecto me han influido otros muchos autores. La influencia de Oteiza la he notado en la vida en general. Fuimos como padre e hijo. Durante diez años tuvimos una relación muy estrecha. Viví con él en su casa de Altzuza.

Txomin Badiola.

Comentaba que ahora mismo está preparando una exposición sobre su figura en el Museo Guggenheim.

La gente tiene que entender que la obra de Oteiza es reducida, en el sentido de que no se pueden organizar dos grandes exposiciones sobre su obra y pretender que las dos sean distintas. De ser grandes, serán parecidas. Las obras que ahora expondremos se parecen a las expuestas en el año 88. La diferencia radica en el modo de exponerlas. Y es obvio que el Guggenheim dispone de más recursos.

Precisamente quería que nos hablara sobre el Museo, a cuyo alrededor giraba la ciudad de Bilbao a su regreso de Nueva York. ¿Qué cree que le ha aportado al arte vasco¿ ¿Y qué le ha podido arrebatar?

Yo siempre me he mostrado crítico con respecto al Guggenheim. Cuando acepté participar en la exposición de Oteiza, lo primero que le dije al director es que aceptaba el trabajo por hacerle un favor a Oteiza, pero que mi decisión no cambiaba en absoluto la opinión que mantenía sobre el Museo. Es evidente que el Museo es muy importante para esta ciudad, sobre todo en lo tocante al urbanismo y al turismo. Se quiere proyectar la imagen de que Bilbao puede acoger a cualquier visitante. En ese sentido, el Museo ha cumplido con su misión, pero creo que depende demasiado de su estructura. Con el tiempo tendrá que luchar para alcanzar su autonomía en la producción, en la relación con el entorno... Cuenta con un equipo fabuloso, capaz de sacar adelante cualquier proyecto, y dispone de recursos humanos y económicos. Pero por el momento no es más que una delegación, de modo que casi todos los proyectos le vienen ya definidos. Cada dos años organiza una exposición sobre artistas vascos, y poco más. Ya que cuenta con recursos, me parece que debería empezar a desarrollar sus propios proyectos. En lo que a las relaciones con el entorno respecta, creo que debería prestar más atención a los acontecimientos, porque, hoy por hoy, lo veo muy aislado.

Txomin Badiola.

Oteiza y Chillida han sido los dos grandes escultores vascos. Pero, además, en los medios de comunicación gozan de un protagonismo absoluto. ¿No cree que se ha dejado a los demás artistas en la penumbra?

No. Oteiza y Chillida son escultores de los años 50 y 60. Pertenecen a una generación que nada tiene que ver con la nuestra. Puede que hayan hecho sombra a los demás escultores de su misma generación, pero no a los de la nuestra. Cierto que en los medios de comunicación de Euskadi han sido los protagonistas absolutos, y, de hecho, lo siguen siendo. Incluso habiendo fallecido, siguen llenando páginas y más páginas, sobre todo Oteiza. La mayoría de los artistas de mi generación tuvimos que buscarnos la vida y desarrollar nuestra carrera en otras ciudades: Madrid, Barcelona, Nueva York, etc. En los años 80, en Euskadi, la idea de que entender el mundo artístico resultaba muy fácil estaba muy extendida. En primer lugar estaban Oteiza y Chillida; les seguían Basterretxea, Mendiburu, Sistiaga... Había una especie de jerarquía en la que cada cual tenía que esperar su turno. Así es como estaba organizado. Pero la gente trabaja con autonomía, y, al final, cada cual encuentra su camino. En ese sentido, yo no creo que nadie me haya hecho sombra, ni tan siquiera los de mi generación: Pello Irazu, Darío Urzay... Puede que los artistas que se han quedado en Euskadi hayan sufrido más ese olvido, pero no es mi caso.

Ha declarado que, ante una obra, el que tiene que interpretar es el espectador, no el artista. ¿No desea usted transmitir nada cuando realiza una obra?

En todo proceso en el que interviene la comunicación, ésta no se produce porque la obra quiera expresar algo, sino porque surge, sin más. Cuando me preguntan qué es lo que quiero expresar, suelo responder empleando una frase de Godard: yo no quiero comunicar algo, lo que quiero es comunicar con alguien. Mi trabajo es una herramienta que posibilita la comunicación. No se trata de lo que yo quiera decir, sino de lo que yo quiero crear para que la gente se comunique.

Txomin Badiola.El arte, ¿debe tener un fin?

Pienso que, en la medida en que satisface una necesidad, el arte tiene un fin. El arte lleva miles de años en este planeta y se ha expresado de un montón de formas. Los artistas han trabajado para los reyes, para los museos, para defenderse de las fieras que les atacaban, para sí mismos, etc. Pero hay algo que perdura en el tiempo, algo que llamamos arte, algo muy profundo que sirve para cubrir una necesidad del ser humano. De modo que ya tiene un fin: responder a esa necesidad. Creo que tiene mucho que ver con el hecho de que los seres humanos, con mucha frecuencia, tengamos que vivir situaciones que nos disgustan. Sentimos la necesidad de cambiar la realidad. Y, para ello, lo primero que hay que hacer es cambiar los símbolos de la realidad. Yo construyo mi propia realidad.

¿Considera necesario dominar la técnica para llegar a ser un artista?

Sí, pero primero hay que concretar qué se entiendo por técnica. Si se trata de dominar la técnica del óleo o de la talla de madera, entonces le diré que no. Si se trata de saber adaptar los deseos personales, los medios de los que uno dispone y los resultados, entonces le diré que sí. Pero no una técnica vinculada a una especialidad. Yo he pasado veinte años tratando de huir de esa técnica ligada a las especialidades. Empecé pintando, estudié pintura en la Escuela de Bellas Artes, pero luego no me dediqué a la pintura, sino a la escultura. Cuando empecé a impartir clases, era profesor de escultura, pero lo que yo hacía era otra cosa. Siempre he estado huyendo. En cuanto empezaron a catalogarme como miembro de la Nueva Escultura Vasca, me pasé a la fotografía, al vídeo... Lo cual no significa que yo no tenga que desarrollar mi propia técnica. Mi técnica está relacionada con mis metas y con los medios de los que dispongo para alcanzarlas.

Pero habrá que tener alguna destreza...

Muy poca, la justa. Decía Orson Welles que apostaba a cualquiera que era capaz de enseñar todos los conocimientos técnicos necesarios para realizar una película en tres cuartos de hora. Yo creo al cien por cien en esas palabras. Yo no creo en las técnicas; yo creo en la técnica, en la de uno mismo. Da la impresión de que la técnica de especialista en arte se basa en la capacidad del artista, en su habilidad, pero la técnica que yo reivindico deriva de la falta incapacidad. Me refiero a que si yo quiero hacer una fotografía, voy a desarrollar mi propia manera, y esa manera será la técnica que yo necesite, no la que me señalan como técnica de la fotografía. Durante toda mi trayectoria he actuado de ese modo. Yo aprendí a soldar porque quería pegar un pedazo de hierro a otro. No me dije "ya que voy a hacer escultura soldada, voy a hacer un curso de soldadura". Jamás.

"Recent family plot", 1992.Ha aludido a la Nueva Escultura Vasca. ¿De dónde proviene esta etiqueta?

En Madrid, en los años 80, los escultores vascos vivíamos muy cerca los unos de los otros. El arte estaba en pleno apogeo y la gente nos visitaba con mucha frecuencia. Nos llamaban "los escultores vascos". "¡Pero si los escultores vascos son Oteiza, Chillida, Basterretxea, etc.!", decían unos. "Pues, entonces, éstos serán los nuevos escultores vascos", dedujo alguien finalmente. Como siempre andábamos juntos, surgió una visión de grupo. Así pasamos cerca de dos años. Luego cada cual siguió por su lado, y ahí se quedó la cosa.

Me comentaba que no sabe cómo denominar lo que usted hace. ¿Qué opinión le merece el hecho de que la gente en general, y los periodistas en particular, nos empeñemos en poner siempre etiquetas a todo?

Lo comprendo. En la comunicación se busca la claridad. Pero yo creo que esa claridad no es real. “Quiero aclarar las cosas para que no haya confusiones”, dice la gente. Pero es posible que, al explicarlas, se eche a perder la verdadera comprensión, porque hay cosas que no se pueden explicar con palabras. Para eso está el arte, para que lo aprovechemos para comunicarnos. Si tú necesitas que yo te explique cómo debes entender una cosa, qué debes entender por ella, te estoy impidiendo que lo comprendas por ti mismo.

Da la impresión de que el arte sólo interesa a unos pocos. El ciudadano medio apenas le presta atención.

Siempre ha sido así, salvo cuando el arte tenía otras connotaciones. En la Edad Media la sociedad era analfabeta, y los conocimientos se transmitían a través de las imágenes de los catedrales. Hoy en día, esa comunicación se produce en otros lugares. Ahora ese trabajo lo realizan los medios de comunicación, por lo que se puede pensar que el arte se dirige exclusivamente a un determinado sector de la sociedad. Pero eso no significa que haya dejado de ser necesario. Yo siento la necesidad de crear arte –no sólo porque es mi medio de vida, sino porque es así como yo entiendo la realidad-, y mientras haya alguien dispuesto a participar, el arte tendrá una razón de ser.

Txomin Badiola Mazariegos. (Bilbao, 1957)

Estudió Pintura en la Escuela de Bellas Artes y allí mismo ejerció la docencia entre 1983 y 1989. A principios de la década de los 80 fundó, junto con otros compañeros, la Asociación de Artistas Vascos, en una época "políticamente muy dura en la que los artistas también teníamos nuestras propias reivindicaciones culturales”, explica. La agrupación tuvo una vida muy corta, pero llegó a protagonizar un impresionante episodio en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, al sustraer la obra Homenaje a Malevich de Oteiza y depositarla en el ayuntamiento, en un acto de protesta contra la actividad del museo.

En 1986 obtuvo el Premio Icaro al artista joven más sobresaliente de España. En 1988 organizó una gran exposición sobre Oteiza para La Caixa, a cuyo término se marchó a Londres, y desde allí a Nueva York. Pese a que ocasionalmente volvía a Bilbao para impartir clases en Arteleku, su regreso definitivo se produjo al cabo de diez años, en 1998. En la actualidad reside en Bilbao y comparte su taller, situado en el barrio de Irala, con el artista andoaindarra Pello Irazu.

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2004/10/08-15