Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
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Antonio Trueba. |
El cronista Antonio Trueba indicaba que a principios del siglo XIX ya había cafés en Bilbao, generalmente regentados por italianos ó suizos. Un francés de origen italiano, apellidado Rovina, abrió uno de estos establecimientos antes de la Guerra de la Independencia en la calle del Correo. En 1814 le traspasó el local a un suizo de apellido Bélti que, a su vez, se lo traspasó al año siguiente a dos compatriotas suyos, llamados Francisco Matossi y Pedro Franconi. Estos dos últimos, aparecieron en Bilbao en 1813 y se contaba, no sin cierta exageración, que habían hecho el viaje desde Suiza hasta Bilbao a pié, alimentándose casi exclusivamente con la leche de una cabra que traían consigo que, a su vez, se sustentaba con el pasto que encontraba en el camino. Lo cierto es que cuidaron con mimo y esmero del animal hasta el final de sus días.
Franconi tenía fama de excelente pastelero, y pronto alcanzó gran estima en Bilbao, en particular, por unos pasteles especiales que elaboraba y vendía personalmente en las romerías. Matossi, de edad más avanzada y educación más esmerada, pronto se granjeó la estima de la comunidad de comerciantes extranjeros de Bilbao y el respeto de los naturales de la villa. Por iniciativa de Matossi, éste tomó el traspaso del café de Bélti y se asoció en la empresa con su paisano Franconi, sin que este último dejara de acudir a las romerías a vender sus pasteles. Ambos socios decidieron dar el nombre de Café Suizo a su local. Tal era el nombre que se recogía en el tablón que se colocó en la puerta del establecimiento y que rezaba lo siguiente: Café Suizo de Matossi y Compañía. Fábrica de licores de todas clases, y se venden vinos generosos españoles y extranjeros.
Gran Vía de Bilbao en el año 1926. |
Cuando en torno a 1830 se construyó la Plaza Nueva, se le dio al Café Suizo una nueva entrada por ella, quedando la entrada correspondiente a la calle Correo destinada sólo al servicio de pastelería. Trueba describía el interior del local de la siguiente manera: en un aparador o mostrador situado a la izquierda se ven pasteles de diferentes clases y un templete de dulce, y en otro aparador de la parte opuesta se ven sorbetes y otros helados y licores. Dos mozos atendían a la clientela del local. Ante este cuadro no podemos evitar buscar en este establecimiento el origen de las actuales degustaciones bilbaínas, nombre que reciben aquellos locales en los que confluyen los servicios de pastelería y cafetería, tan del gusto de los vecinos y visitantes de la villa.
El Café Suizo de Bilbao fue el germen de un importante emporio comercial. El local de la Ribera tuvo tal éxito que el mismo Pedro Franconi decidió abrir una sucursal en Burgos y de aquí dio el salto a otras capitales españolas. Lo paradójico fue que a medida que esta compañía multiplicaba los cafés suizos por España, el de Bilbao fue entrando en un lento declive, propiciado por el cambio de gustos y costumbres. Tanto Matossi como Franconi se ganaron las simpatías generales de sus convecinos y, también, fama de hombres honrados e incansables en el trabajo. Sus descendientes continuaron con la tradición familiar y no dudaron en realizar aquellas innovaciones necesarias para mayor lucimiento de la villa. En el verano de 1879, a ejemplo de lo que estaba sucediendo en los boulevares de las principales capitales europeas, los propietarios del Café Suizo colocaron varios veladores o mesas redondas en la acera del paseo del Arenal, conocida desde hacía años por el boulevard bilbaíno. Los clientes se refrescaban al aire libre y de noche coloquiaban a la luz de los faroles que se habían instalado en la parte exterior del Café. Se alababa el buen gusto de las reformas citadas, que contribuían a embellecer el Arenal de Bilbao.
En Bilbao, también florecieron otro tipo de establecimientos que recibían el nombre de cafés concierto. De la relajada semblanza de los locales tipo Café Suizo, donde la tertulia amable en torno a la taza de café, pasteles y licores era lo habitual, se pasaba a otros locales, que recogiendo la herencia de los cafés vieneses, deleitaban a su clientela con revistas y zarzuelas. En 1877, en el establecimiento llamado Café Concierto, instalado en la calle de la Ribera, se representaban revistas musicales, muchas de ellas compuestas por convecinos de la villa, como aquella revista lírico-cómica escrita por Salvador González, autor del Bombardeo de Bilbao, y que llevaba por título Sumario del año 76 y principio del reinado del 77. Las zarzuelas bufas y burlescas, también formaban parte del repertorio. Se hacía especial hincapié en el dispendio de los dueños de este local por comprar trajes y decoraciones nuevas para dotar a las representaciones de la mayor brillantez posible. El entusiasmo del público que llenaba el local durante las representaciones era una prueba de la buena acogida que este tipo de espectáculos tenía entre los bilbaínos y sirvió de acicate para que otros empresarios apostaran por este tipo de espectáculos. En abril de 1879 se abrió el Café Cantante de la Victoria en la calle de los Fueros. En la publicidad de dicho establecimiento se aseguraba que el público, al mismo tiempo que sería servido con excelente café y licores, que podían competir en calidad y precios con los que se expendían en cualquier otro establecimiento de la villa, hallaría una agradable distracción.
El Arenal y la Ría. Bilbao año 1874. |
Fue a partir de la segunda mitad de la década de 1880 cuando comenzaron a generalizarse por Bilbao una clase de locales con una dotación artística más sencilla que la del tipo anteriormente citado. Las revistas y zarzuelas fueron sustituidas por orquestinas de bandurrias y guitarras. En junio de 1885 se inauguró el café de El Aragonés. Con tal motivo, a la dotación de bandurrias y guitarras se sumó la de una banda de música, que a los sones de diversas piezas de baile, amenizó la jornada. Por esta época también abrió sus puertas el Café de la Marina, que todas las noches de 8:30 a 11 horas ofrecía un amplio repertorio de piezas ejecutado también a guitarra y bandurria por dos conocidos profesores de música de la plaza. Otro tanto de lo mismo brindaba el Café del Brillante, con la salvedad de que la intérprete de la bandurria era una señorita, con una dulzura y una maestría, que se separaba completamente de todo lo vulgar.
En 1890 el cosmopolitismo de Bilbao había alcanzado tal envergadura que dentro de la variedad de locales que recibían el sobrenombre de café, se le buscó una nueva vuelta y se dio paso a la apertura de los llamados café-restaurant, dotados de las comodidades y adelantos que los nuevos tiempos exigían. Para ejemplo, la apertura del Café-restaurant de Méndez Núñez. Establecido en la calle de la Estación, donde estuvo instalado del Club Náutico, el dueño del local celebró su apertura con un banquete al que invitó los representantes de varios periódicos de la villa. Los comentarios de estos convidados no dejaban lugar a dudas sobre la excelencia del nuevo establecimiento. El salón, alumbrado con luz eléctrica, estaba decorado con un gusto y una elegancia desconocidos en Bilbao en esta clase de establecimientos y las paredes ostentaban grandes y hermosas lunas venecianas. A este local dotado de todo lujo y comodidades, se añadía la inmejorable calidad de los artículos que se ofrecían al público.
Tanta variedad de cafés llevaba implícita la complejidad social que se estaba gestado en el Bilbao de finales del siglo XIX. Mientras que a los cafés de opereta y sainete se les acusaba de ser locales donde se jugaba a los prohibidos, a los café de tertulia se les tildaba de aristocráticos por ejercer su derecho de admisión denegando la entrada a obreros. Dentro esta pugna social, los representantes de cafés y restaurantes de Bilbao se quejaron en repetidas ocasiones al alcalde de la villa por lo que consideraban la desigual competencia de las tabernas-restaurantes. Estos últimos locales, además de ofrecer sus servicios más baratos, mantenían las puertas abiertas hasta la una de la madrugada. Para los cafeteros y restauradores estos establecimientos eran un foco de vicio y corrupción, al que acudían muchos obreros y de los que habían salido riñas y pendencias que había dado origen a no pocas causas criminales.
Orquesta Sinfónica de Bilbao con su director Armand Marsick. |
Y volviendo al artículo que daba nombre a estos locales, el café, como producto de uso tan común y generalizado, se fue convirtiendo en el objeto del estudio de los científicos, al igual que los locales donde se expendía. Se investigaba la acción del café sobre el organismo y aquí surgió la controversia. Para unos, el consumo del café era perjudicial para la tensión arterial y movimientos del corazón. Para otros, estimulaba la circulación sanguínea y facilitaba la secreción de la mucosa gástrica, además de ser un magnífico preventivo contra enfermedades infecciosas como el cólera. Se experimentaba con la cafeína y se llegó a la conclusión de que el azúcar contrarrestaba los efectos perniciosos del café, por lo que se recomendaba tomar el café claro y bien azucarado. Ignoramos la influencia de estos estudios en los habituales clientes de los cafés. Sin embargo, otro tipo de estudios sí que se centraban en estos parroquianos. Entre la clase médica de la época eran evidentes los perniciosos efectos de los cafés, como locales, para la salud. Al aserto de la insalubridad de la atmósfera de los cafés, no faltaban higienistas que aseguraban que el café era el enemigo del hogar. La mala ventilación de estos locales y la falta de higiene en las cocinas y retretes ante el nulo control sanitario por parte de las autoridades, originaron las voces airadas de los galenos para poner freno a esta situación. Solicitaban que se creara una organización sanitaria, lo suficientemente solvente, que asegurara y garantizara la salubridad de estos establecimientos.
Con el cambio del siglo, los extremos en los que se desenvolvían los cafés bilbaínos se fueron acentuando. Dentro de los cafés-restaurant, el Lion d´or se convirtió en un establecimiento modelo. Situado en la Gran Vía bilbaína, su repostería y café había alcanzado para 1907 gran fama. Su propietario decidió por estas fechas ampliarlo con una elegancia y comodidades sin igual en Bilbao, y a fe de sus clientes que lo consiguió. Se derrochó lujo y confort, haciendo de este establecimiento el mejor de su clase no tan sólo de cuantos había en la Gran Vía, sino también de Bilbao y de las capitales vecinas. El gusto artístico de su decoración, los valiosos empanelados de caoba, los cuadros que adornaban los paneles, la espejería, los veladores y mesas, las sillas y divanes, las cocinas y el water-closet, las bodegas, el finísimo y rico servicio, a lo que había que añadir la marquesina del exterior y los numerosos y potentes focos eléctricos del exterior, completaban sus atractivos. Si de por si el Lion d´or ya contaba con una clientela distinguidísima, estas reformas inducían a pensar que llegaría a congregar a todo lo mejor de Bilbao.
Eloy Garay Macua. |
En el otro lado de la balanza se situaba el Café de las Columnas, templo de referencia ineludible del género de las varietés y lugar de consagración para muchos artistas, incluso a nivel internacional. Popular centro de recreo, sito en la calle de Miravilla, una nueva empresa se hizo cargo de su gestión en 1912. Lo primero que hizo esta empresa fue acometer la reforma total del local. Se hablaba de la completa metamorfosis del establecimiento, y ante la gran expectativa creada por estas obras entre sus clientela, la empresa anticipó su reapertura sin que éstas estuviesen aún finalizadas. Tan solo faltaban algunos detalles de la decoración de la sala, pero la mejora había sido radical. El antiguo escenario, mezquino y feo, había sido derribado y sustituido por otro amplio y hermoso, dotado de todos los elementos de la más moderna maquinaria teatral. El telón estaba constituido por un cortinón que al abrirse, se plegaba artísticamente a ambos lados. En la noche de la reapertura, se estrenaba una decoración realizada por el artista bilbaíno Eloy Garay. Se trataba de un patio sevillano lleno de luz y de colorido, muy a propósito para el carácter alegre del espectáculo de varietés que se proponía dar la empresa. El salón, pasillo y palcos, habían sido pintados en blanco, se había decorado el techo con mucho gusto y se había entablado de nuevo todo el pavimento. En otro orden de cosas, se había saneado todo el local, realizando en los pozos sépticos una importante obra y, también, se había construido una cocina magnífica, urinarios, water-close y tocadores para señoras, montados hasta con lujo. El artífice de estas reformas fue el prestigioso arquitecto Pedro Guimón, también bilbaíno, que contaba con una acreditada fama de buen gusto en este tipo de trabajos.
Además de la calidad del recinto, los nuevos empresarios ofrecían la exquisita calidad de todos los géneros que se expedían y un buen programa de variedades selecto, con el que conseguir atraer al público y hacer de este establecimiento el más concurrido de Bilbao. La reapertura del Café de las Columnas fue un éxito formidable. El público se quedó asombrado del vuelco que se le había dado a ese local en no más de un mes, convirtiéndolo en una sala de espectáculos limpia y lujosa. Los parroquianos aplaudieron a rabiar a las cupletistas y canzonetistas que actuaron, elenco artístico que en breve sería ampliado por Las Bergasses, célebre bailarinas procedentes de Lisboa y Oporto. La empresa en su empeño de dar al espectáculo la mayor variedad posible anunció el próximo debut de la notable canzonetista Pura García, que llegó la noche anterior procedente de Madrid. Entre los espectáculos contratados destacó el debut colosal de la emperatriz de la psicalisis, Paquita Ubici. Esta artista, con sus danzas orientales, provocó las encendidas críticas de los curas bilbaínos desde sus púlpitos. La policía se hizo eco de las quejas eclesiásticas y exigieron a la artista que fuera más comedida en sus movimientos.
Pedro Guimón. |
En los años veinte y en la primera mitad de la década de los treinta, hasta el estallido de Guerra Civil Española en 1936, los cafés bilbaínos, en cualquiera de sus vertientes, fueron siguiendo las pautas marcadas por sus antecesores. Tertulias y espectáculos de mayor o menor tono encontraron en estos locales un marco de actuación natural, canalizándose de este modo un variado espectro de entretenimiento para los bilbaínos.
Aurreko Aleetan |