Bilbao bajo la ley seca: el cierre de las tabernas los domingos (1907-1910)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco

Pocos se podían imaginar, cuando el gobierno conservador presidido por Antonio Maura aprobó el 19 de abril de 1905 el Reglamento para la aplicación del descanso dominical, las consecuencias que esta normativa tendría para el sector tabernero. Maura, al frente del intento regeneracionista que siguió al desastre de 1898 y siendo Presidente del Consejo de Ministros, proyectó un vasto programa de reformas. Con esta nueva legislación se buscaba un acercamiento de la España oficial a la real y de ella surgió la mencionada ley sobre el descanso dominical. Este reglamento, en su artículo 7º, recogía el cierre de las tabernas los domingos, para que sus trabajadores pudieran gozar de su derecho constitucional al descanso semanal. En Vizcaya nada se dijo sobre la aplicación de esta ley en el momento de su promulgación, hasta que el 3 de octubre de 1907, pasados dos años largos desde el anuncio del reglamento, apareció en el Boletín Oficial de la provincia una Real Orden dictada por el ministro de la Gobernación respecto al cierre de las tabernas los domingos.

Según establecía esta Real Orden, no se debía de tolerar bajo ningún pretexto que permaneciesen los domingos abiertas las tabernas en ninguna población, salvo las excepciones indicadas por el reglamento, y tanto las autoridades municipales y gubernativas como los inspectores del trabajo y los nombrados para ejercer la inspección por las Juntas de Reformas sociales locales y provinciales deberían velar por el estricto cumplimiento del precepto anterior. Es mas, no se debía de consentir en modo alguno que las casas de comidas, registradas como fondas o restaurantes, a las que sí se les permitía abrir los domingos, realizaran el mismo tráfico que se les prohibía a las tabernas. Para hacer valer esta normativa, el mismo día de su publicación en el Boletín Oficial de la provincia, la alcaldía de Bilbao facilitó en las oficinas de la Guardia Municipal una nota en la que se decía textualmente: Los domingos, bajo ningún pretexto, permanecerán abiertas las tabernas. Los dueños de estos establecimientos que infringiesen esta disposición serían requeridos para que los cerrasen inmediatamente, y en caso de no obedecer, serían denunciados. No les serviría de disculpa, para mantener abiertos sus locales, la de expender artículos de comer o comidas condimentadas (elaboradas) mientras sus establecimientos estuvieran registrados como tabernas.

Al domingo siguiente las tabernas se cerraron, tal y como el gremio de taberneros había acordado con el alcalde de Bilbao y con el gobernador de Vizcaya, en un intento de evitar incidentes que malograsen cualquier acuerdo. A pesar de que las tabernas estuvieron cerradas, en Bilbao se bebió de lo lindo, aún más de lo ordinario. En los llamados barrios altos, las tiendas de ultramarinos hicieron negocio ese día, despachando vino en botellas. A los que llevaban casco se las vendían por diez o quince céntimos. Ni que decir tiene que las kurdas menudearon por Bilbao y en especial por los barrios anteriormente citados. Por las calles de Miravilla, Cantarranas y otras se podían ver cuadrillas de obreros, la mayoría de los cuales llevaba su correspondiente botella bajo el brazo. En la Casilla, a la espera del baile dominical, también se vio a muchas personas provistas del consabido morapio. A falta de local donde entretenerse este primer domingo de cierre de las tabernas, muchos obreros pasaron la tarde en el Paseo de los Caños, la plaza de Zabálburu y puente de Cantalojas, viendo circular los trenes.

Lo paradójico era que, según la normativa que establecía el cierre de las tabernas los domingos, este cierre sólo afectaba a las poblaciones con más de 10.000 habitantes. Sin embargo, las tabernas de los pueblos con un menor número de habitantes podían abrir sin ningún problema, por lo que el cierre dominical de las tabernas de Bilbao, que superaba con creces las 10.000 almas, suponía un pingüe negocio para los taberneros de las anteiglesias vecinas, en particular para las de Begoña y Deusto. El primer domingo de cierre de las tabernas bilbaínas estuvieron a reventar los establecimientos de este tipo de estas dos anteiglesias vecinas.

Formando un frente común, la Sociedad de Vinateros se alió con la Sociedad de Taberneros. Ambas sociedades nombraron una comisión para que gestionase con las autoridades competentes la resolución del conflicto. El principal argumento que esgrimían estas sociedades para oponerse al cierre dominical de las tabernas, era el de considerar los domingos en Bilbao como días feriados. Según las excepciones que recogía el reglamento sobre el cierre de las tabernas, éstas podían estar abiertas los días de feria y en esta villa los domingos podían considerarse como tales. Las razones eran sencillas, a Bilbao afluía los domingos la población minera de Vizcaya a hacer sus compras, así como los trabajadores de la zona fabril y un inmenso número de gente de las aldeas a vender los productos de sus huertas. Todos ellos eran de tan modesta posición, que no se podían permitir acudir a una fonda a comer y sí a las tabernas, por lo que éstas podían conceptuarse como casas de comidas económicas. Además, para los taberneros y los vinateros, de continuarse con la medida del cierre dominical, sería un hecho la ruina de unos sectores tan importantes no tan solo para la economía bilbaína, sino también para la de Vizcaya.

Los comisionados de los taberneros y almacenistas de vinos visitaron al alcalde y al gobernador civil. El primero les manifestó que comprendía perfectamente los perjuicios que se ocasionaba a los taberneros obligándoles al cierre dominical. Reconoció, también, la anomalía de que permaneciesen abiertos los establecimientos de bebidas de Begoña y Deusto, mientras se obligaba en Bilbao al cierre. Les aconsejó que esperaran el resultado de la consulta que el gobernador había elevado a la superioridad sobre el asunto y les prometió su apoyo, siempre y cuando no se saliesen de las vías legales. El gobernador les habló en los mismos términos, aseverándoles que por encima de cualquier impresión personal estaba el cumplimiento de la ley.

El siguiente paso de los taberneros y vinateros fue la convocatoria de un mitin. Después de que los comisionados dieran cuenta de sus gestiones con las autoridades se dio paso a distintos oradores. Sin duda alguna, los intereses de los almacenistas de vinos y de los taberneros eran los mismos, y la ley sobre el cierre de las tabernas los domingos lesionaba los intereses de ambos colectivos. Se pedía cautela ante cualquier medida enérgica, dada la buena acogida que les dispensaron las autoridades. Es más, se trataba de aplicar una ley que apenas promulgada cayó en desuso entre millares de protestas y que fue imposible de llevar a la práctica. No se comprendía porqué esta ley no recogía el cierre los domingos de los cafés, lugares donde se reunían los señoritos, y sí el de las tabernas, locales de concurrencia obrera. Además, los domingos era el día de mayor afluencia de la semana a las tabernas. Se calculaba que en torno a unos seis a ocho mil vecinos de los pueblos inmediatos acudían a Bilbao los domingos y que éstos hacían un importante consumo en las tabernas. También había que tener en cuenta que el cierre de estos locales limitaba el consumo de bebidas alcohólicas y eso perjudicaba al erario municipal, que grababa una serie de impuestos sobre estos productos. Por último, por aquello de quien hizo la ley hizo la trampa, aunque las Ordenanzas Municipales no reconociesen la categoría de casas de comidas, se consignaba que el 90 por 100 de las tabernas bilbaínas estaban registradas dentro de distintas categorías de locales que podían servir comidas y que, por lo tanto, podían ser incluidas en las excepciones que la ley reconocía para la apertura de ciertos establecimientos los domingos.

Las tabernas continuaban cerradas y el 19 de octubre el gobernador civil recibió un telegrama del ministro de la Gobernación en el que se le comunicaba instrucciones para el exacto cumplimiento de la Real Orden sobre el cierre de estos locales. El gobernador recomendó a los representantes de los taberneros que aconsejaran a sus representados el cierre de sus establecimientos, ya que de lo contrario se les impondría la multa correspondiente. Ante las órdenes dadas por el gobernador, el alcalde indicó a los taberneros que haría cumplir con todo rigor las órdenes recibidas por esta autoridad y que hicieran correr la voz para que al día siguiente, domingo, no abrieran las tabernas. La Guardia Municipal tenía orden de comenzar a las cinco de la mañana a obligar el cierre a los taberneros.

Por segundo domingo consecutivo las tabernas de Bilbao se cerraron, y volvieron a repetirse los tristes espectáculos del domingo anterior, especialmente en los barrios altos. Nunca se había visto en Bilbao tanto borracho. Los grupos de obreros deambulaban por las calles con la bota o la botella en la mano. Quedaba demostrado que el cierre de las tabernas no traía el recelo hacia las bebidas alcohólicas, sino todo lo contrario. La primera taberna en ser clausurada por la Guardia Municipal fue la del presidente del gremio de taberneros, situada en la planta baja del edificio de la estación del ferrocarril de Las Arenas. Ante la presencia de los guardias, se llamó a un notario que levantó acta del cierre del local. La inmensa mayoría de las tabernas se abrieron a la hora de costumbre, tan solo algunas de ellas permanecieron cerradas. A medida que los agentes de la autoridad llegaban para proceder a su cierre, taberneros y parroquianos aunaban sus protestas. Hubo taberneros que no cerraron, el gobernador se entrevistó con ellos y el alcalde recorrió la población invitando al cierre. Para las diez de la mañana el cierre era un hecho. A pesar de la prohibición de la alcaldía, en varias tiendas de ultramarinos de los barrios altos se expendió el vino por cuartillos. Las casas de lenocinio de Miravilla y Cantarranas fueron las tabernas obligadas de numerosos obreros.

El sábado 26 de octubre de 1907 tuvo lugar una reunión de los taberneros a la que también asistió el delegado del gobernador civil. Consideraban los primeros que las tabernas debían seguir cerrándose los domingos para que las autoridades continuasen prestándoles su apoyo. De todos modos, si en la Asamblea General que tendría lugar en Madrid el 4 de noviembre no se conseguían sus aspiraciones, los comisionados presentes en la citada asamblea deberían votar el cierre indefinido de las tabernas. Además, lo taberneros pensaban que la Diputación y el Ayuntamiento harían frente común con ellos para evitar el déficit de sus presupuestos ante la reducción de los ingresos por los impuestos sobre los productos que se expendían en las tabernas. Tras establecer las pautas de actuación a seguir, al finalizar esta reunión los representantes de los taberneros aconsejaron a sus socios que se abstuviesen, para evitar hablillas, de expender vino por las puertas falsas de sus establecimientos.

Al día siguiente los taberneros bilbaínos no abrieron sus establecimientos, cumpliendo los acuerdos de la citada reunión. Solo fueron denunciados por los guardias municipales el chacolí Bachichu de Iturribide y el de Sarasola, en el Cristo. Los restaurantes de la calle Bailén, excluidos del cierre dominical, estuvieron concurridísimos, con el consiguiente buen negocio por parte de sus propietarios.

Los días 4, 5 y 6 de noviembre tuvo lugar en Madrid la Asamblea Nacional de Taberneros y Vinateros. En primer lugar se acordó proponer al Gobierno y a las Cortes que se modificaran los artículos 7º y 20º del Reglamento del Descanso Dominical, en el cual se hablaba de la diferencia entre tabernas y casas de comidas, para la aplicación del cierre, haciendo figurar en la excepción del descanso dominical las tiendas donde se expendían artículos de comer, beber y arder. Se explicó la diferencia que concurría en las Provincias Vascongadas respecto a la clasificación de las casas de comidas, que no existía en aquella región, donde sólo había tabernas de primera y segunda clase, que eran las únicas casas de comidas que había para los obreros. Por último, se dijo que debía tenderse a la supresión del cierre dominical, porque se dañaba una importante fuente de riqueza para el país, además, si el vino hacía daño, lo mismo podía hacerlo en domingo que en cualquier otro día de la semana. No se consideraba justo que se cerrase el café del pobre, es decir, la taberna, mientras que estaba abierto el café del rico.

Cuando el representante del gremio de taberneros de Bilbao regresó de Madrid, participó a sus compañeros que traía buenas impresiones sobre la resolución del conflicto. Los taberneros confiaban en que el Gobierno les haría alguna concesión y que el conflicto quedaría zanjado. El mismo día, una comisión de los taberneros y almacenistas de vinos se entrevistó con el alcalde para que intercediera con el gobernador con el propósito de que declarasen el domingo siguiente como día feriado, ya que como anteriormente se ha indicado, los días de feria eran la excepción para el cierre de las tabernas. Las cofradías de pescadores vizcaínos habían convocado para esa jornada un mitin con el propósito de conseguir una legislación que les defendiese contra la pesca de arrastre. La preocupación de los taberneros era que el ingente número de pescadores que se preveía llegase a Bilbao no tuviera donde comer. El gobernador no accedió a esta solicitud y los taberneros anunciaron que no acataban esta orden y que abrirían el domingo sus establecimientos. El gobernador, al tener noticias de esta actitud de rebeldía, se entrevistó con los taberneros y les hizo ver que esta postura podría perjudicarles y desbaratar las buenas impresiones que se recibían de Madrid. También les indicó el gobernador que sería conveniente que una comisión de los taberneros se trasladase a Madrid con el objetivo de conseguir para Vizcaya algunas ventajas más que las que se concederían a las demás provincias en el asunto del cierre dominical de las tabernas. Así las cosas, los representantes de los taberneros prometieron al gobernador que aconsejarían a sus asociados que no abrieran el domingo.

Mientras tanto, la Junta de Reformas Sociales estudiaba el asunto de que en las poblaciones vecinas de Bilbao se mantuviesen abiertas las tabernas los domingos. Se trató del cierre de las tabernas estos días en las poblaciones de menos de 10.000 habitantes, distantes menos de cinco kilómetros de las de más población. El gobernador civil era del criterio que estas tabernas debían cerrarse todo el día. A pesar de ello, se acordó autorizar a las mencionadas poblaciones para que abriesen las tabernas los domingos, desde las diez de la mañana a una de la tarde y de tres de la tarde a siete de la noche. También se aprobó que en las poblaciones de menos de 1.500 habitantes se cerrasen las tabernas los domingos a las siete de la noche y en las de 1.500 a 10.000 a las ocho y media también de la noche, sea cual fuese la distancia a la que se encontrasen de las poblaciones de más de 10.000 habitantes. Por lo tanto, las tabernas de las anteiglesias cercanas a Bilbao seguirían haciendo su agosto con el cierre de las tabernas de la villa.

Mientras tanto, pasaban los días sin que el Gobierno diese una solución al problema. Los taberneros hartos ya esperar se resistían al cumplimiento de una ley que tanto les perjudicaba. Para principios de diciembre a nadie se le ocultaba que a la chita callando y por las puertas falsas que daban acceso a las tabernas, se admitía los domingos a todo aquel que quisiera beber vino. Como era habitual, en los barrios altos de Bilbao tenían lugar escenas poco edificantes, que las autoridades no podían o no querían controlar. Las tabernas de aquellos barrios estaban durante todo el domingo llenas de parroquianos. Por la tarde, puede que los guardias municipales se acercaran y desalojaran algunos locales, pero tan pronto como doblaban la esquina o entraban en otro establecimiento, la clientela volvía a su garito. Ante el temor de la llegada de los guardias, la gente bebía precipitadamente, con lo que las consabidas borracheras aparecían antes que de costumbre y con una mayor asiduidad. A primera hora de la noche, se decía, los borrachos recorrían las calles de los barrios altos por docenas. En los calabozos de la comisaría de Marzana fueron a parar muchos de los más peligrosos. Las bofetadas se generalizaban, aunque no hubo que lamentar males mayores. A pesar de las denuncias continuas de estos establecimientos, sus propietarios no cedían ante la prohibición de abrir las tabernas los domingos.

El 14 de diciembre se reunió el gremio de taberneros, en vista de que la Junta local de Reformas Sociales obligase a cerrar a todos los comerciantes e industriales el siguiente domingo. Los taberneros acordaron cerrar sus establecimientos ese mismo día de la reunión, en señal de protesta. Además, se nombró una comisión para que se avistase con el alcalde para comunicarle que, considerando el Gobierno periodo feriado desde el 18 de diciembre hasta el 6 de enero, el siguiente domingo abrirían las tabernas, amparándose en esta ley.

Los taberneros no consiguieron sus propósitos y el cierre de las tabernas bilbaínas los domingos se mantuvo hasta que en julio de 1910 se publicó en el Boletín Oficial de Vizcaya un pacto entre el Gremio de Taberneros, compuesto de 202 asociados, con el Gremio de Dependientes internos de vinos, constituido por tan solo 21 miembros. El objetivo de este acuerdo era que se abriesen los domingos las tabernas de Bilbao, en vista de que el cierre había causado y continuaba causando la ruina de muchos patronos y, como consecuencia, la privación de medios de vida para sus dependientes. Los representantes de ambos gremios se obligaban a sustituir el descanso dominical por el de un día completo, no interrumpido, por semana y con todo el jornal. Este pacto solo autorizaba la venta al copeo los domingos, no permitiéndose la llamada venta al por mayor desde una botella en adelante, así como tampoco el reparto a domicilio. Los conflictos que se originasen por este convenio serían resueltos por una comisión mixta de patronos y obreros del gremio de vinos, y en caso de disconformidad por la Junta local de Reformas Sociales.

Ante este convenio no faltaron voces contrarias a la reapertura de las tabernas los domingos, en particular desde el seno de la Junta local de Reformas Sociales. Se argumentaba que según un estudio que solicitó el alcalde de Bilbao sobre las detenciones realizadas por la Guardia Municipal los días de observancia de la ley seca y los demás días festivos en que no regía, en los domingos de cierre de las tabernas no se había registrado detención alguna. Es más, según las informaciones de los Juzgados, desde el cierre dominical de las tabernas, decrecían los delitos y las faltas los domingos, aumentando en aquellas festividades en las que la ley no imponía el cierre. Además, no había duda alguna de que abrir las tabernas los domingos era incitar a frecuentarlas y fomentar los gastos en vicios en detrimento de las necesidades naturales, como la alimentación, vestido, vivienda, cultura y ahorro.

Desde el punto de vista laboral, según los críticos, un pacto establecido entre 202 patronos y 21 dependientes no podía obligar a los demás empleados de los establecimientos de bebidas, cuya opinión era indudablemente contraria a este convenio. Daba la casualidad de que el número mínimo de asociados que se requería para constituir una agrupación era el de 21, justamente el mismo que el de los inscriptos en la Sociedad de Dependientes internos de vinos. De aquí surgía la presunción de que esta asociación se creó exclusivamente para dinamitar la observancia de la Ley del Descanso con la reapertura de las tabernas los domingos.

Por el momento las tabernas de Bilbao se volvieron a abrir los domingos, a pesar de la vigencia de las leyes gubernamentales que dictaban su cierre, bajo la aquiescencia de las autoridades locales y provinciales. Todos salían ganando, los taberneros abrían el día de la semana que mayor consumo se hacía, ayuntamiento y diputación verían aumentados sus ingresos por los impuestos sobre los géneros alcohólicos que se expenderían de una forma legal esos días, y los parroquianos volverían a entrar a las tabernas los domingos por la puerta principal.

GAIAK
 Aurreko Aleetan
Bilatu Euskonewsen
2004/12/17-24