Mi abuelo Francisco- natural del caserío de Etxeberri en el barrio de Zañartu en Oñati- y la abuela Teresa - del caserío de Garagaltza, del mismo pueblo- llegaron a Chile en los últimos años del siglo XIX (1881 y 1899). Francisco tenía una tienda en la calle Alameda en Santiago, por lo que continuamente viajaban en barco a Europa para traer productos para su tienda. Por esta razón, algunos de sus hijos nacieron en Oñati y otros en Chile. A mi padre le tocó venir al mundo en la capital chilena, sin embargo estudió en el País Vasco en los Maristas, quienes por aquellos años tenían un colegio en Oñati. Esta experiencia le dejó marcas imborrables. Se trajo algunas también en el cuerpo. Su hermana Teresa siempre le llamaba cariñosamente “el Chato”, pues también se dejó allí los huesos de su nariz al caer por la escala de piedra del caserío de Garagaltza.
De izquierda a derecha: 1-Teresa Oyanguren A. 2-Francisco Oyanguren A. 3-Elvira Oyanguren A. 4-Teresa Arcauz Erostegi (la abuela). 5-Francisco Oyanguren Moyua (el abuelo). 6-Pedro Oyanguren A.(mi padre). 7-Luisa Oyanguren A. 8-Juan Oyanguren A.1 |
La tienda del abuelo duró hasta la gran crisis del 30 y mi padre comenzó a trabajar con unos vascos que tenían una gran fábrica de zapatos en la ciudad sureña de Talca: Calzados Yarza. El mercado que cubría esta fábrica era fundamentalmente el sur de Chile. Mi padre se desempeñó en ella como vendedor viajero, por lo que tuvo que crear en muchos pueblos del Sur, las tiendas de los Yarza. Todas aquellas zapaterías tenían el mismo nombre: “La Bota Verde”. La última que le tocó abrir fue en Punta Arenas, en la zona de Magallanes, en lo más austral de Chile. La única forma de llegar a estos confines en aquella época desde el centro del país, era en barco. También hacía viajes al interior, donde estaban las grandes estancias ovejeras. Tal era la incomunicación de la época que los estancieros tenían sus propias pulperías para abastecer a su personal.
Cuando viajaba a estos lugares anunciaba previamente su llegada y frecuentemente era recibido en el puerto hasta con banda de músicos. Los estancieros también lo esperaban con avidez, incluso se lo “peleaban” unos a otros, con el fin único de que el viajero les relatara las últimas noticias de la capital y del mundo.
Había algunos aún más aislados, los puesteros. Ellos pastoreaban los rebaños de ovejas y sólo llegaban a las casas de las estancias un par de veces al año.
Varias de estas enormes extensiones de tierras pertenecían a vascos y fue allí donde mi padre escuchó hablar el euskera, tanto a los patrones como al personal. Seguramente debido a las condiciones de aislamiento, los larguísimos inviernos con sus fuertes vientos, el aburrimiento y el empeño que pondrían aquellos empecinados vascos en enseñar su antigua lengua a los que estaban con ellos, para así sentirse más cerca de su lejana tierra.
Con el pasar del tiempo-quizás por la reforma agraria en la década de los 60- aquella gente se disgregó. Es posible que una persona de Punta Arenas, con la que me comuniqué por teléfono el año 1991, fuese alguna de ellas o su descendiente, por que había escrito un libro con la traducción de las Tablas Parlantes de la Isla de Pascua, utilizando el euskera2.
Como le comenté a Henrike Knörr, de la Academia de la Lengua Vasca esta semana en Santiago, luego de contarle esta historia: “La lingüística parece que permite sacar hasta las más increíbles conclusiones”.
(Quien quiera conocer aquel mágico mundo de Magallanes, debe leer las narraciones del escritor chileno Francisco Coloane)3.
1 Francisco Oyanguren Moyua, Teresa Arcauz Erostegi y sus hijos en 1928.
2 Kite - Erua. Los Baskos en América Precolombina. Juan N. Doray.
3 Coloane- Cuentos Completos.- Edit. Alfaguara.
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