Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
Timo es aquel tipo de robo que viene a ser el engaño llevado a cabo excitando la codicia del engañado. Este procedimiento de hurto basado en la picaresca o caradura de quien lo comete y en la ingenuidad del que lo sufre, ha sido siempre objeto de la curiosidad popular. La literatura de todos los tiempos ha tenido una inclinación especial por reflejar la naturaleza de timadores y timados, a la par que las noticias sobre este tipo de patrañas se divulgaban a través de los más diversos canales de comunicación. Los cantares de ciego, fantaseaban sobre fabulosas historias en las que no faltaban bribones y primos. La prensa escrita no hizo sino recoger este testigo, eso sí, con un afán moralizador que por tenor a los resultados, poco o escaso eco tenía entre aquellos incautos susceptibles de ser presa de cualquier desalmado.
Amparados en una imagen impecable, con un trato agradable del que no se podía recelar, los timadores hacían de las suyas. En 1879 desde El Noticiero Bilbaíno se advertía a las señoras tenderas de Bilbao recelasen que cuando se les presentasen pidiendo cambio de monedas de oro algunos caballeros particulares que habían venido a veranear por esta tierra del candor y de la sencillez, y a buscar primos con los que emparentar por medio de algún triste recuerdo que les dejasen. En este mismo año también se reseñaba el fallido intento de timo del que fue objeto un forastero. Los timadores en cuestión, como garantía de sus ofertas de duros a pesetas, entregaron al forastero para que les guardase una cartera cerrada con llave, diciéndole que contenía onzas de oro y otros valores. Según el procedimiento habitual de este tipo de timos, la víctima debía de introducir en la misma cartera una cantidad de dinero como garantía de que su contenido no iba a volar mientras los depositarios iban a recoger una cantidad de dinero mucho mayor. Cuando éstos volviesen, se repartirían entre todos el capital, tanto lo de la cartera, como lo que habían ido a buscar. En este caso que nos ocupa, el presunto timado apercibido de que los citados sujetos debían de ser pájaros de cuenta, procedió a la apertura de la cartera, en la que no había más que 39 reales y 50 céntimos en perros chicos, además de la cantidad que él aportó. Los timadores, tal vez alertados de que habían sido descubiertos, no volvieron para cerrar el negocio.
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Mercado de San Antón (Bilbao) en 1860. |
Este tipo de estafas menudeaban cada vez más en Bilbao y con un elevado fin de instrucción y moralizador, El Noticiero Bilbaíno reflejaba esta situación. Partía de la base de que los que a la vez eran tontos y codiciosos algún castigo merecían, por alusión a las víctimas de estos robos, sino por su tontería, sí por su codicia no exenta de mala fe. No faltaban noticias de incautos que daban cien reales por un objeto que no valía ni veinte, creyéndolo de oro, y teniendo plena conciencia de que lo que se le vendía había sido adquirido por medios ilícitos. Ahora bien, se preguntaban los redactores de este periódico, con tanta publicidad que se daba a este tipo de timos, cómo era posible que todavía hubiese incautos que no se enterasen de su existencia. La única explicación que encontraban era que estas gentes vivían en la más completa ignorancia de lo que era el timo y de que los timadores abundaban en todas las partes. Aún así no servía como disculpa que no leyeran la prensa, puesto que el carácter de este tipo de crímenes, más o menos ingeniosos, hacía que corriesen de boca en boca, llegando al conocimiento de todo el mundo. Por lo tanto, a los gacetilleros de El Noticiero les parecía que los timos, a la par que fruto de la perversidad humana, eran el castigo providencial a la tontería acompañada de la codicia y, la mayor parte de las veces, de la mala fe de sus víctimas. Aún así no cejarían en seguir dando la voz de alarma contra la multitud de timadores, tomadores y demás canalla, dedicada a quebrantar el séptimo mandamiento y que pululaba por Bilbao y puertos inmediatos, y que pululaban en mucho mayor número, en cuanto comenzaban la época de fiestas.
Los llamamientos de la prensa bilbaína a la atención de sus paisanos para no sucumbir a la tan temida industria del timo parecían caer en saco roto. Eran continuas las noticias sobre distintos tipos de estafas, unas no exentas de ingenio y otras no tanto, de los que eran presa fácil los bilbaínos y también los que se acercaban a Bilbao. Para ejemplo, lo que le ocurrió en 1881 a un aldeano que bajó a la capital vizcaína con algún dinero. Dos desconocidos, uno de ellos fingiéndose portugués o italiano, se hicieron los encontradizos con él. Le contaron una serie de patrañas que le hicieron concebir la idea de que iba a multiplicar el dinero que llevaba, poniendo de este modo a prueba además de su tontura, su codicia. Le propusieron dar una vuelta por el campo y en el camino, uno de los timadores dijo que llevaba una gran cantidad de oro y que no le parecía prudente ir con tal riqueza al campo. Después de mostrarle al tonto las monedas de oro que encabezaban los supuestos cartuchos que de éstas llevaba, las enterró en presencia de sus acompañantes. Más adelante, arrepintiéndose de haber escondido el dinero, decidió volver a por ello, pero de repente fingió un gran malestar que se le impedía moverse y como tan sólo su amigo entendía su mal, necesitaba que éste se quedase asistiéndolo. Los timadores pidieron a su víctima que fuese a por el dinero, pero como era un desconocido para ellos, le suplicaron con mucha delicadeza que les dejara en prenda el dinero que llevaba, además del reloj y cualquier otra prenda de valor que poseyera. Volvió el aldeano con los cartuchos de oro y no encontrando a sus nuevos amigos donde los dejó, empezó a sospechar del timo del que había sido víctima. Examinó los cartuchos que deberían de estar llenos de monedas de oro y cual no fue su sorpresa al comprobar que lo que contenían eran perros grandes o chicos, eso si, relucientes como el oro.
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Emisión del Banco de Bilbao en 1873. |
Casos como éstos de farsas tan estereotipadas se repetían de continuo, a pesar de ser de manual de principiantes en el hampa y de suponerse que eran del dominio público. Otro tipo de timos eran aquellos que se basaban en cartas que se escribían con la esperanza de encontrar a simples y codiciosos a los que estafar, cuando menos, algunos cientos de reales. Este tipo de cartas estaban cortadas por el mismo patrón. Para muestra, la que en 1882 recibió un vecino de Portugalete proveniente del penal de Valladolid, firmada por un tal Manuel de Navas. Éste comenzaba la carta diciéndole al destinatario, al que desde luego que no conocía de nada, que le iba a revelar un secreto de sumo interés, rogándole que guardase el mayor sigilo pues de él dependía el porvenir de ambos. El firmante contaba que era comandante del ejército y que pocos días antes de terminar la guerra carlista, sus amigos políticos le aconsejaron que pasara a las filas del pretendiente. Desertó al ejército carlista llevándose treinta mil duros procedentes de la caja de su Regimiento. Una vez en las filas de D. Carlos, éste en persona, le comisionó para que pasara a Vizcaya a secundar el movimiento carlista, y le añadió otros treinta mil duros al dinero que ya traía sustraído al ejercito liberal. Por lo tanto, el firmante de la carta estaba autorizado para gastar un total de sesenta mil duros además de en la compra de armas y municiones, también en reclutar a gente.
Cuando se disponía a realizar su cometido, tuvo noticias de que algunos generales carlistas le habían delatado y de que el gobierno pretendía prenderle, por lo que decidió poner a salvo su vida y los intereses que llevaba. Al pasar por las inmediaciones de Portugalete buscó un sitio seguro y solitario, donde enterró su maleta con todo el dinero que llevaba, un total de sesenta mil duros. Huyó al extranjero donde permaneció hasta tiempo relativamente reciente, pero al desembarcar en España fue detenido y trasladado a prisión. Se encontraba enfermo y muy vigilado, por lo que había decidido recuperar el dinero que había enterrado. Para ello necesitaba un hombre que conociese bien las cercanías de Portugalete, que fuese honrado y de responsabilidad. Ahora bien, era condición precisa que el rescate del dinero, fuese presenciado por una sobrina que tenía en un colegio que le entregaría el consiguiente plano e instrucciones. Por sus servicios, se vería recompensado con una tercera parte del capital enterrado, con las condiciones de no revelar a nadie el secreto y de adelantar lo necesario para los gastos de viaje de su querida sobrina, de quien le indicaba la dirección y con la que debería ponerse en contacto. Por su puesto, que la tal sobrina no existía y que la dirección no correspondía con nadie de tal nombre. La contestación se perdería en algún punto del camino entre Portugalete y Valladolid, a través de algún contacto por cuyo conducto esperaba el estafador recibir la cantidad adelantada por el incauto timado.
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Recluta de voluntarios para el ejército carlista. 1873. |
Antonio Echevarría o Alejandro Bilbao, un caballero de industria Pero para tomadura de pelo colosal, la que organizó un bilbaíno en Vitoria en 1883. En mayo de ese año, llegó a la capital alavesa procedente de Bilbao un caballero de industria. Éste era un joven vizcaíno que bajo el nombre de Antonio Echevarría se instaló nada más llegar en el Hotel de France, uno de los más lujosos y cómodos de Vitoria. Se dio a conocer como un opulento indiano proveniente de Méjico, donde había explotado en compañía de otros socios una inagotable vena de oro. Bien pronto se grajeó la amistad de personas acomodadas, de algunos ricos y emprendedores industriales, de agentes comerciales y de infinitos amigos, en quienes buscaba remotas y escolares amistades. El bilbaíno no dudaba en exhibir sus finas y ricas pepitas de oro; sus letras sobre Londres y Liverpool contra importantes y conocidas compañías y empresas navieras por miles de libras esterlinas; valores recibido en barras de oro y plata; y, también, resguardos a cambio de letras sobre París y Madrid por muchos miles de francos y pesetas. Con toda naturalidad narraba sus hazañas en Méjico, y sus propósitos de afincarse en Vitoria o en Bilbao, invirtiendo una gran parte de su colosal fortuna, que él calculaba en 11.000.000 de pesos. Además, manifestaba su deseo y firme propósito de tomar parte en todas las empresas de grandes obras que se trataban de ejecutar en la capital alavesa para dotarla de abundantes aguas, e incluso, de cruzar el territorio de la provincia con dos líneas más de ferrocarril. Refería, también, el ostentoso recibimiento que preparaba a su joven señora que debía de llegar en breves días de Méjico, de quien era escolta el que fue segundo del tristemente célebre cura Santa Cruz. En definitiva, que el bilbaíno forjaba planes tan colosales y asombrosos que ni siquiera en Las mil y una noches se podían encontrar tamaños cuentos. Planeó comprar varias fincas para construir en las afueras de Vitoria un barrio entero que llevaría el nombre de Laurak-bat, para lo que invitó a un banquete a 27 industriales vitorianos con el propósito de interesarles en el negocio. Llegó el momento de formalizarse los contratos de las cuantiosas inversiones y de firmar las escrituras, pero la mujer del promotor, a pesar del inmenso gentío que había salido por la carretera de Bilbao a recibirla como su fortuna lo merecía, no llegaba con el dinero necesario para cerrar la operación. Los telegramas expedidos por banqueros y corredores a Londres, para cerciorarse de la aceptación de las letras emitidas por el bilbaíno, no habían sido contestados satisfactoriamente. Además, se habían recibido noticias de Bilbao que hubieran hecho recelar hasta del mismísimo Rostchild y que no tardaron en propagarse, aunque sotto voce, por todo Vitoria. Antonio Echevarria, en cuya cédula personal contaba el nombre de Alejandro Bilbao Gardeazabal, no tardó en darse cuenta de se estaba poniendo a descubierto su falsa posición. Aún así, aseguraba más que nunca sus fabulosos relatos y llegó a concertar la carrera de una jaca con el mejor de sus caballos. Solicitó al dueño de este animal que le permitiese probarla dando un paseo con ella, justo el mismo día designado para firmar las escrituras de su negocio inmobiliario. Ese día, los testigos y vendedores se hallaban en las notarías, con la esperada expectación por el desenlace del asunto, donde poco antes había estado el Antonio Echevarría o Alejandro Bilbao, como se prefiera, diciendo que a la media hora volvería con el dinero. El paseo en jaca se prolongó, y ni que decir tiene que dejó a los vendedores con un palmo de narices. No volvió al hotel, donde por todo equipaje tenía una pobre maleta, que allí se quedó, al igual que la cuenta sin pagar. El dueño del hotel puso el caso en conocimiento de la Guardia Civil. A los tres días, el comandante de la Guardia Civil de Álava puso en conocimiento del gobernador civil de la provincia, que Alejandro Bilbao, tal era su verdadero nombre, había sido detenido a las dos de la madrugada en Orozco (Vizcaya), por habérsele encontrado, entre otros documentos de dudosa procedencia y legitimidad, una carta, fechada en la anteiglesia de Abando el 29 de abril, en la que su mujer le comunicaba que el gobernador civil de Vizcaya había dado orden de proceder a su prisión, y que se le andaba buscando por San Sebastián e Irún. Cuando se le detuvo, se le ocuparon al bilbaíno un revolver, balas, la cédula de Madrid y las letras y documentos representativos de valores con los que había desatado el entusiasmo de los vitorianos, consistiendo todo su capital en una peseta… falsa. Los antecedentes de este estafador no tienen desperdicio. Casado, nació en la anteiglesia de Abando, en el barrio de Olaveaga, siendo hijo de una honradísima familia, a la que consiguió poco menos que arruinar. Trabajó como dependiente en una acreditada casa de comercio de Bilbao, en la que no dejó muy buenos recuerdos, viéndose obligado a marcha a América. Recorrió varios países sudamericanos, llegando a adquirir el grado de oficial en el ejército de alguna de estas repúblicas. Después de algunos años de vida aventurera, regresó a principios de 1883 a Bilbao, dándose a conocer en los principales círculos y casas de comercio como un gran capitalista que había conseguido realizar una inmensa fortuna en la explotación de minas y otros negocios, llegando a hacer efectiva una letra al descubierto de 30.000 reales. Estando a punto de negociar otra letra por la misma cuantía, no pudo llevar a efecto el fraude gracias a la perspicacia de algunos corredores la Bolsa. Al mismo tiempo, Alejandro Bilbao, se dedicaba a visitar a los principales cosecheros de las cercanías de la capital vizcaína, con quienes tenía ajustadas fuertes partidas de txakolí, además de tenerles prometidas las pipas para el envase del vino concertado. Viéndose descubierto en Bilbao, puso pies en polvorosa, marchado primero a Madrid y luego a Vitoria, donde protagonizó el sucedido anteriormente relatado. |
Los timos y estafas menudeaban y se generalizaban en Bilbao y no había día en el que los periódicos de la villa no reflejasen una fechoría de este tipo. Estas noticias se repetían y se comentaban en los mercados, en los muelles, en las tiendas, en todas las partes y hasta llegaban a todas las aldeas, a las que pertenecía un buen número de los timados. A pesar de esto y de que los estafadores siempre empleaban los mismos procedimientos, no faltaba un incauto al que trucar el dinero por unos cartuchos rellenos de perdigones. A mediados de 1884 eran frecuentes los casos, como el que a continuación se narra, basado en el cambiazo de la cartera. Sintetizando, A. se reúne con B. en un paseo o una vía pública: traba conversación, aunque no se conocen, porque A. dice que es forastero y B. se complace en explicarle lo que ignora; pasean juntos; A. se inclina al suelo y recoge una cartera que alguien ha perdido; se apresura a decir a B. antes de abrirla que lo que contenga ha de ser para los dos, pues yendo juntos la han encontrado y esa es la ley en tales casos; abierta la cartera, ven que contiene joyas o documentos de mucho valor; A. se muestra tan generoso con B. que le brinda la totalidad del hallazgo por una cantidad en metálico infinitamente menor de lo que vale la parte que le cede; B. acepta el negocio y entrega a A. El dinero que lleva en el bolsillo a cambio de la cartera con todo su contenido; se separan los nuevos amigos y cuando B. va a dar cuenta del contenido de la cartera, se encuentra con que no contiene más que unas piedrecillas y papeles de estraza, porque el bribón de A. al poner la cartera en las inocentes manos de B. dio un cambio de carteras.
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Duro acuñado en Oñate en 1875. |
No todas las veces los timadores consumaban sus engaños, tal y como le ocurrió a un vecino de Elgueta (Guipúzcoa). Acababa de venir este hombre a Bilbao de ultramar y estaba tomando café en el Suizo, cuando se le acercaron dos individuos, extranjeros al parecer. Entablaron conversación con el guipuzcoano y le dijeron que en Portugal se habían encargado de repartir para limosnas y misas unos dos mil duros procedentes de un sacerdote, ya difunto, y que era natural de Elgueta. Ambos timadores le dijeron a su supuesta víctima que se encontraban en viaje hacia Eibar con objeto de comprar armas por un valor de dos mil duros que llevaban en billetes guardados en una cartera, y que no dudaron en enseñárselos al de Elgueta. Le prometieron a éste diez duros diarios sí, como conocedor del país, les acompañaba hasta Eibar para ayudarles en el negocio que pensaban hacer en la villa armera. En un principio, el guipuzcoano se mostró conforme con esta proposición, pero al exigirle que metiera su dinero en la cartera donde al parecer estaban los diez mil duros, el hombre se escamó, tal vez advertido por noticias de timos parecidos, y dio largas a los dos industriales.
Como se ha podido apreciar, a lo largo de las postrimerías del siglo XIX se fueron acentuando los casos de timos habidos en Bilbao y la prensa de la villa como adalid de la paz ciudadana, no cesaba de clamar contra este tipo de robos ni en contra de aquellos que los sufrían. Una y otra vez se repetía que la tontería unida de la avaricia convergían en la figura de las víctimas, que más que víctimas dignas de compasión eran merecedoras de todos los reproches. Incluso, se llegó a afirmar que cuando veían el gran número de bribones que se dedicaban a estafar a los tontos avaros, pensaban sí los primeros no serían instrumentos de Dios para castigar a los segundos. En este estado de cosas se dio paso al siglo XX, donde a la vieja escuela del timo, se unió el refinamiento y la creación de distintas sociedades dedicadas a esta al parecer tan rentable industria.
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