Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
A principios de siglo XX Bilbao era un hervidero de gente en el que la delincuencia encontraba camino libre para campar a sus anchas. Era incesante el cúmulo de actos criminales de los que se tenían noticias por lo que se hacía necesario atajar tan grave mal. La delincuencia no era fruto en Bilbao de la falta de educación de los delincuentes, puesto que la mayor parte de los detenidos por delitos contra la propiedad sabían leer y escribir. Además, el que quería trabajar encontraba trabajo, eso sí, la mayoría de las veces con un jornal escaso y en condiciones sociales y de higiene que dejaban bastante que desear. A pesar de todo esto, no se podía explicar el ingente aumento de la delincuencia en Bilbao y se hablaba de las ideas que se les inculcaba a los adolescentes, altamente influenciables, sobre el inmediato beneficio que por medios ilícitos podían alcanzar. Golfos, rateros y ladrones configuraban en Bilbao una golfería ambulante abandonada en el cenagal del vicio y con predisposición al delito. Así se hablaba desde El Noticiero Bilbaíno en 1902, cuando se reclamaba que se creara en la villa una casa de salud, más que de corrección, donde instruir a los jóvenes contra la vagancia. Pero estas ideas, de nada sirvieron y los timos y estafas fueron in crescendo a todos los niveles de sofisticación y afectando en su conjunto a la sociedad bilbaína.
Estación de Abando fines del s. XIX lienzo de Adolfo Guiard Cazadores en la estación de Abando. |
Con la mejora de los transportes, y en particular del ferrocarril estacion, los timadores encontraron nuevas perspectivas para sus negocios. De este modo, estos estafadores pudieron ampliaron su área de actuación a otros pueblos de Vizcaya. Este fue el caso que ocurrió en 1902 con dos carteristas que hicieron de las suyas en la estación de Amorebieta y después abusaron de la bondad del jefe de la misma. Los hechos se desarrollaron del siguiente modo. En un coche de segunda clase del Ferrocarril Central montaron en el tren de las dos y media de la tarde cuatro individuos vestidos con elegancia y todas las apariencias de ser personas distinguidísimas. Casualidad, fueron a sentarse en el mismo departamento donde iba un sacerdote que se dirigía a Guernica. Hasta la estación de Amorebieta todo marchaba sin novedad y, cuando llegaron a este término, los cuatro hombres anteriormente citados se apearon del tren. Pero, nada más salir el tren de la estación en dirección a Durango, se presentaron al jefe los cuatro sujetos, mostrándose altamente sorprendidos de que hubiera partido el tren mientras se estaban despidiendo de un íntimo amigo que se dirigía a Guernica. Acto seguido, suplicaron al jefe de estación que les autorizase para viajar en el próximo tren hasta Durango sin necesidad de comprar nuevos billetes, puesto que les urgía llegar hasta este pueblo. El jefe aceptó su petición y los viajeros continuaron su viaje.
Una hora después, el sacerdote que había sido compañero de viaje de estos cuatro individuos, se lamentaba de haber sido víctima de un robo, pues acababa de notar que le faltaba una cartera que contenía una respetable cantidad de dinero. El jefe de estación sospechó en seguida de que pudieran ser estos sujetos los autores del hurto. Preguntó inmediatamente al interventor del tren en el que aquellos viajaban acerca de su paradero y cual no fue su sorpresa cuando le dijeron que estos pájaros volaban dirección a San Sebastián, después de haberse provisto del consiguiente billete para esta ciudad y de haber cenado opíparamente, sin duda alguna a costa del dinero del señor cura. Esa misma noche la policía de San Sebastián detuvo a un individuo que acababa de llegar a esta ciudad proveniente de Bilbao en el tren correo, y al que se le ocupó una regular cantidad de dinero. Sin ninguna documentación que acreditara su identidad, fue encerrado en la inspección municipal y puesto a disposición del gobernador civil. Se sospechaba que formaba parte del grupo que hizo de las suyas en el Ferrocarril Central.
Amorebieta. |
Los timos seguían siendo algo habitual en Bilbao y el ingenio de algunos de ellos motivaba cuando menos la sonrisa. Para ejemplo, el timo del queso del que fue víctima un comerciante bilbaíno en 1902. En un establecimiento de ultramarinos situado en la Gran Vía de Bilbao, entró un hombre, que no tenía mala apariencia, y que pidió seis latas de sardinas en conserva, dos de melocotón en almíbar y una botella de Jerez barato. En total, el gasto suponía poco más de siete pesetas. Solicitó que le llevaran todo esto a su domicilio, donde lo pagaría, puesto que no llevaba en ese momento dinero encima, eso sí, requirió que el recadista llevara cambio de un billete de cinco duros. Al momento, una joven dependiente del establecimiento llevó a la dirección indicada el pedido. Cuando el cliente lo tuvo en su poder, así como la vuelta en metálico del billete, exclamó contrariado que se le había olvidado lo mejor… un queso de bola. Le pidió a la recadista que volviera a la tienda a por el queso y que después harían cuentas, pero para cuando la muchacha volvió con el género requerido, el parroquiano había desaparecido. La dependienta no se amilanó y fue, queso en mano, a la búsqueda del timador. No tardó en encontrarlo en el Arenal, por donde deambulaba alegre, tal vez pensando en el festín que se iba a dar. Denunciado al sereno, fue detenido y conducido a la prevención, donde declaró que se hallaba en Bilbao de tránsito. Además, le fue ocupada una factura de un conocido establecimiento bilbaíno, donde se supone que hizo de las suyas. Quedó en los calabozos a disposición del Juzgado.
Frente a estos estafadores de tres al cuarto, fueron organizándose sociedades de timadores que además de tener conexiones con el hampa internacional, contaban con ramificaciones en otras ciudades. A primeros de enero de 1912 el alcalde de Bilbao recibió una carta de Tilermouth (Bélgica) en la que se le denunciaba la constitución en la capital vizcaína de una sociedad de timadores. El firmante de esta carta le comunicaba que le habían querido timar por le burdo procedimiento del entierro. El alcalde puso en antecedentes de lo que ocurría al jefe de la Guardia municipal, que a su vez ordenó las debidas diligencias para el esclarecimiento de los hechos. Mientras se realizaban estas pesquisas, se presentó en la Audiencia un súbdito francés preguntando si un certificado de condena que llevaba era legal o falso. Como el documento era falso, el ciudadano francés fue conducido a las oficinas de la Guardia municipal para que declarase acerca del caso.
Se identificó como Jacobo Antonio Dapelo, natural de Córcega. Llegó a Bilbao ese mismo día con la intención de certificar la autenticidad de un certificado de condena que estaba expedido por la audiencia de esta villa a nombre de León Ramos, banquero que había quebrado en Canarias, por lo que fue condenado a tres años de prisión. El documento era totalmente falso y el francés entregó a las autoridades una carta, a la que acompañaba el falso certificado penal, que no era otra cosa que un timo por el procedimiento del entierro. Esta carta estaba destinada a su suegro, Juan Bautista Leca, hombre de negocios francés y el remitente era el supuesto banquero canario a nombre de quien estaba el ficticio certificado. En ella, el banquero le contaba cómo después de la quiebra tuvo que huir al extranjero, pero que había tomado la precaución de cambiar el dinero que llevaba por billetes del Banco de Francia por un valor de 800 a 1.000 francos cada uno. Escondió los billetes en el doble fondo de una maleta y marchó a Barcelona. En esta ciudad facturó la maleta para una estación francesa y después se dirigió a la frontera. Allí fue reconocido y capturado. En el momento de su detención llevaba consigo la maleta con el dinero, que en un departamento secreto contenía, además de los 800.000 francos citados anteriormente, un cheque de 35.000 francos pagadero al portador en el Banco de Lyon. El detenido fue trasladado a Madrid, con su maleta, pero sin que nadie se hubiera percatado del dinero que contenía, para pasar posteriormente a ser conducido a Bilbao, a cuyo Juzgado le correspondía atender la causa. Según el pretendido banquero fue condenado a tres años de prisión.
Pero, había un problema, las maletas se hallaban en el almacén de la prisión bilbaína y serían vendidas en el plazo de treinta días si no se pagan los gastos y costes del juicio. Para evitar que esto sucediera, el firmante de la carta proponía a quien iba dirigida, que recogiera la maleta, para lo que le bastaría entregar 6.997, 40 pesetas en concepto de la multa y tasación de las maletas. A cambio le prometía entregarle 267.000 francos de los 800.000 que estaban ocultos en la maleta. Terminaba la carta dándole instrucciones concisas para el éxito del plan, le pidió que fuese informando durante su viaje de su llegada exacta a Bilbao mediante dos telegramas que expediría en Marsella y Burdeos a nombre de un tal Antonio Casal, domiciliado en Bilbao.
El hombre de negocios francés al que iba dirigida la carta, temiendo ser víctima de una estafa, encargó a su hijo político que comprobara el certificado de condena que acompañaba esta misiva. La policía, informada sobre el caso, en combinación con el director de Telégrafos, envió desde Burdeos un telegrama falso en el que se anunciaba la llegada del francés. Éste, que montó en el tren en una estación próxima a Bilbao, cuando se bajó en Abando, no había nadie esperándole. Se intentaron otros medios para localizar al supuesto enlace del timador en Bilbao, pero éste no dio señales de vida. Por fin, lograron averiguar que Antonio Casal iba a diario a un café, donde fue detenido, al igual que el dueño de la casa donde residía. El tercer socio era un súbdito francés que había desaparecido. Antonio Casal, que se llamaba realmente Antonio Casado, natural de Méjico y comerciante de ciruelas, negó su participación en la estafa. Según las pesquisas realizadas por la policía, la sociedad dirigida por Casal, tenía ramificaciones en Madrid, a cuyo jefe de policía se le puso sobre aviso. Además de los dos detenidos, fueron puestas a disposición de las autoridades cuatro mujeres que estaban implicadas en el hecho, una de ellas, la amante de Casal.
Un tipo de víctimas muy codiciadas por los timadores que trabajaban en Bilbao eran aquellos forasteros que se acercaban por diferentes motivos a esta villa, generalmente con el objetivo de hacer negocios. Tampoco es que se esforzaran mucho estos estafadores en buscar un método sofisticado para embaucar a sus víctimas. El más denunciado era el harto conocido sistema del cambiazo de la cartera. Ejemplo de lo que le ocurrió a un forastero en 1912, que llegó a Bilbao con intención de hacer un giro de cierta cantidad de dinero a otra provincia para un pariente suyo. Al llegar este señor a la calle de Colón de Larreategui se le acercó un desconocido que le preguntó si sabía donde estaba el Giro Mutuo. Casualidad era que este forastero se dirigiese al mismo lugar, por lo que le contestó que podían acercarse juntos hasta estas oficinas. En el trayecto, cerca de los jardines de Albia, pasó un tercero, que dejó caer un sobre, que fue recogido por el compañero del forastero. Cuando estaban abriendo el sobre, se presentó el sujeto al que se le había caído, diciéndoles que el sobre en cuestión contenía 1.500 pesetas. Al ver que faltaban, comenzó a increparles, asegurando que iba a llamar a un guardia. Entonces, el que había recogido el sobre le ofreció su cartera para la registrara e invitó al forastero para que hiciese otro tanto de lo mismo. La cartera del primero fue revisada y devuelta a su dueño, mientras que la del forastero fue mirada con mayor detenimiento tornándosela al parecer intacta. El forastero y su acompañante se despidieron amigablemente, marchado cada uno por su lado.
El forastero llegó al Giro Mutuo, se acercó a la ventanilla, y cuando sacó la cartera y la abrió, cual no fue su sorpresa al comprobar que le habían quitado las 675 pesetas que llevaba. Inmediatamente se dirigió a las oficinas de la Guardia municipal donde presentó la correspondiente denuncia. Al día siguiente, la víctima del robo requirió los servicios de dos guardias municipales, para que detuvieran a dos hermanos que reconoció como autores de la estafa. Después de ser detenidos, ambos hermanos fueron conducidos a la Inspección de Policía, donde fueron puestos a disposición del Juzgado de instrucción del Ensanche.
Otras de las víctimas más codiciadas por los timadores eran las mujeres mayores que vivían solas. En el caso que vamos a citar a continuación se valieron de la supuesta relación que el hijo de la víctima tenía con el timador. A finales de 1912 se le presentó en casa un individuo a una señora que tenía un hijo estudiando en Barcelona. Le contó con todo lujo de detalles donde y cómo conoció a su hijo y que éste le mandaba una máquina de escribir, pero que necesitaba para sacarla del almacén del ferrocarril 80 pesetas. Por supuesto, que se las pidió a la señora en cuestión. Ésta mandó a la portera con dicha cantidad para que acompañase al individuo a la estación del Norte para que le entregaran la máquina. Llegaron al almacén y el sujeto le indicó a la mujer una de las cajas diciéndole que era esa la que contenía la máquina de escribir. Le pidió las 80 pesetas para pagar en la ventanilla, cantidad que le fue entregada y, además, acordó con la portera que le esperara cerca de la caja hasta que éste regresara con un carrito de mano para llevarla a casa de la señora. Por supuesto que el sujeto no volvió a aparecer, ante lo que la víctima del timo presentó la correspondiente denuncia.
Sin embargo, el grupo que recibía un mayor número de intentonas de robos por el método del timo eran los labradores y aldeanos que bajaban a Bilbao. No se calentaban mucho la cabeza los estafadores pensando en que métodos utilizar para embaucar a esta gente. Diversas variantes del timo del sobre, el procedimiento de las misas, el cambiazo de carteras o cajitas eran procedimientos que estaban al orden del día. Lo lamentable del caso es que a pesar de ser conocidas este tipo de estafas y de estar en boca de todo el mundo, la mayor de las veces como consecuencia de la inocencia de la que pecaban las víctimas, siempre había algún incauto que caía. Ejemplo del procedimiento del sobre y variante del reseñado anteriormente. Labrador de un pueblo de Burgos que llegó a Bilbao en diciembre de 1912 con hijo para adquirir para éste un pasaje con destino a América. Después de adquirir el pasaje en la casa consignataria, decidieron acercarse a la plaza del Mercado antiguo donde se celebraba la feria de Santo Tomás. Al llegar padre e hijo a la Ribera, se les acercó un desconocido que después de preguntarles sí eran forasteros, entabló conversación con ellos. Según iban caminando el individuo se agachó a recoger un sobre que guardó con mucho misterio. Al poco, se les acercó otro individuo, quien todo azorado les preguntó si habían encontrado un sobre que acababa de perder y que contenía 500 pesetas. Ante la negativa del sujeto que se guardó el sobre, el supuesto dueño del sobre les pidió a los tres que le enseñasen el dinero que llevaban encima. El burgalés accedió en primer lugar, y le mostró al desconocido los 15 duros que llevaba. Este último dijo que ese no era el dinero que se le había perdido, aunque cogió los billetes del burgalés, los envolvió en un pañuelo que llevaba en la mano, y se los metió a éste en un bolsillo del chaleco, recomendándole que tomase esa precaución para que no le sucediera lo mismo que a él. Seguidamente, el dueño del sobre desapareció y, pocos pasos después, el otro individuo que les acompañaba también. Padre e hijo llegaron a la Plaza, donde poco más tarde se dieron cuenta de que en el pañuelo no había más que pedazos de papel.
En la década de los veinte continuaban los timos de los que seguían siendo víctimas preferidas los aldeanos que llegaban a Bilbao. Se hablaba de que sobre esta villa había caído una banda de timadores, que eran seguidos muy de cerca por la policía. A mediados de 1921, el 6 de agosto, se tuvo constancia de dos timos que tuvieron como víctimas a sendos aldeanos, uno proveniente de Lanestosa y el otro de Baracaldo. El primero pudo frustrar el intento de los estafadores, pero el segundo cayó de lleno en la encerrona que le prepararon. El de Lanestosa, denunció a un vecino de Zaragoza, sin domicilio fijo en Bilbao, porque éste, en unión de otros dos individuos, trató de engañarle por el procedimiento de las misas. El objeto de este timo era despojarle de cinco mil pesetas, a cambio de las cuales le entregaría en depósito cincuenta mil pesetas destinadas a los Asilos de Bilbao para que se las guardara. Detenido el maño, se le encontraron 155 pesetas, alhajas, un billete falso de mil pesetas, otro de cincuenta falso también, además de una cartera. Lo más curioso del caso es que el detenido declaró que tenía como cómplice a un empleado de la Oficina de Teléfonos de Bilbao que también fue puesto a disposición judicial.
La otra víctima del día fue un vecino de Baracaldo, que tuvo necesidad de ir a Bilbao. Paseando por la Gran Vía se encontró con un sujeto decentemente vestido le dijo que acababa de llegar de la Argentina. Éste le contó al baracaldés que un hombre que había fallecido en las Américas había dejado cuarenta mil pesetas a un imaginario doctor de Bilbao para repartirlas entre los pobres de la villa. El finado le había encargado a él de hacérselas llegar, pero cuando llegó a la villa se encontró con la desagradable desgracia de que el citado doctor había fallecido. Por lo tanto, y ante la necesidad encargarse de realizar diferentes gestiones para que el dinero que portaba fuese repartido entre los pobres, necesitaba dejárselo en depósito durante dos días a una persona honrada que prestase alguna garantía. Total, una cantidad muy pequeña, 36.000 pesetas, que serían depositadas en la misma caja donde se guardaban las 40.000 pesetas destinadas al finado doctor. Quedaron al día siguiente para cerrar el trato, el vecino de Baracaldo llegó con las 36.000 pesetas que depositó en la caja. Cuando estaban realizando la operación, acudió otro sujeto que intervino en la conversación y les ayudó a que los billetes quedasen bien acomodados en la caja. Ésta se cerró y el baracaldés marchó con la caja de marras. Pasaron los dos días y como los forasteros no llegaban, el de Baracaldo, sospechando que había sido víctima de un timo, abrió la caja y solo encontró recortes de periódicos locales, ante lo que puso la correspondiente denuncia. No dejó de llamar la atención que la policía negase estos hechos a los reporteros que en la prevención se encontraban cubriendo otra noticia.
También había otro tipo de estafas que no dejaban cuanto menos de ser curiosas. Como la de aquel vecino de Bilbao que con pocas ganas de trabajar ideó un procedimiento que ya había sido reseñado en representaciones teatrales y en sainetes. Corría el año 1921 y este bilbaíno se acercaba a un templo, se santiguaba y se ponía cerca del grupo más numeroso de feligresas. Cuando mayor era la devoción con que rezaban, Narciso Petite, que era como se llamaba este estafador de poca monta, se dejaba caer desmayado. Las devotas corrían en su auxilio, y siempre caían algunas pesetillas. El negocio le marchaba bien, hasta que un día llegó a la iglesia de las monjas Reparadoras de Zabalburu, se dejó caer y nadie le socorría. Por fin una mano se tendió hacia él, se dejó guiar hasta la callé y allí se dio cuenta de que se hallaba en los brazos de un guardia municipal. Ni que decir tiene que el pobre Narciso pasó a prisión.
Los timos, aunque con menor intensidad, pervivieron en Bilbao durante la década de los treinta. Siempre había algún incauto que caía en el cambiazo de carteras o pañuelos, se les estafaba con el timo de la estampita o entregaba su dinero con el cuento de las limosnas y de las misas. No había duda, a tenor de lo que los redactores de los periódicos bilbaínos recalcaban una y otra vez, de que cuando la avaricia de las víctimas iba unida a su poca cabeza, nada se podía hacer.
Aurreko Aleetan |