La peste en Gipuzkoa, 1597-1600Escuchar artículo - Artikulua entzun

José Ramón CRUZ MUNDET, Universidad Carlos III de Madrid

Si alguien nos hablara de un lugar y un momento en la historia, caracterizados por una profunda crisis económica estructural, en abierta guerra con las potencias vecinas, asediado por los corsarios, donde la máxima autoridad militar, que está poniendo en pie la primera red estable de espionaje, mantiene un fuerte pulso político con las autoridades locales; donde el Estado ha construido en los últimos cuatro años y en un solo astillero 29 galeones para recuperar los efectivos de la Armada, cuyo importe se debe en buena parte a proveedores y trabajadores, y además se están fabricando otros seis más. Si alguien nos dijera que en este contexto aparece la epidemia de peste más mortífera de su historia que, además de sembrar la muerte y el infortunio, quiebra el statu quo y los cauces formales por donde hasta entonces habían discurrido las tensiones sociales. Nos estaría hablando de Gipuzkoa en los últimos años del siglo XVI (1597-1600).

En aquellos momentos, la economía se encuentra en pleno proceso de desaceleración, la monarquía está en guerra con Francia, Inglaterra y las Provincias Rebeldes y los corsarios juegan al gato y al ratón con los navíos guipuzcoanos. El Capitán General es un personaje controvertido, Juan Velásquez, quien está inmerso en un largo enfrentamiento político con la Provincia, al paso que prepara las bases de lo que será su próximo destino, dirigir las Inteligencias Secretas. En Lezo se han construido 29 galeones en los últimos años, dejando un reguero de impagados, y en 1597 se comienzan otros seis, teniendo pronto como vecino a uno de los principales focos de la peste, Pasajes de San Juan, lo que pondrá en serio peligro y hará muy difícil el desarrollo de las obras. Las villas, a su vez, vienen arrastrando una fuerte tensión a varias bandas por hacerse con la hegemonía local… y en ese contexto irrumpe la epidemia en sucesivas oleadas: 1597, 1598, 1599.

Lo primero que cabe destacar de la epidemia es su comportamiento aparentemente caprichoso, pues mientras afectó de manera brutal a algunas poblaciones, apenas tocó a otras. Donde más se cebó fue en las localidades costeras con mayor actividad mercantil, que recibieron el contagio por la vía marítima, más rápida de propagarse y más difícil de resistir. En concreto San Sebastián y Pasajes de San Juan perdieron la mitad de sus efectivos en lo que constituyó la mayor catástrofe demográfica de su historia. Y entre las víctimas abundaron las mujeres y los niños, expuestas las primeras a desempeñar los trabajos más penosos en el cuidado de los enfermos, más débiles nutricional y constitutivamente los segundos frente a la acción de la enfermedad. Una epidemia que se combatió de acuerdo con los protocolos sanitarios propios de la época, consistentes en poner en práctica antes de nada el adagio latino de “Huir pronto y lejos y regresar tarde”. Asimismo, la escasa capacidad de la farmacopea y de los remedios curativos conocidos obligaban a poner en práctica el aislamiento como primera medida. Las localidades afectadas eran aisladas mediante férreos cordones sanitarios que procuraban incomunicar dichas poblaciones, lo que no lograba evitar que el propio territorio guipuzcoano encontrara serias dificultades para obtener trato de los circunvecinos, siempre sobre la base de presentar cartas de sanidad que demostraran la total salud de las demás localidades. Un aislamiento que llegaba a los propios enfermos, recluidos unas veces en sus viviendas, tras sellar puertas y ventanas, expulsados otras a ermitas y caserías aisladas, donde quedaban en cuarentena bajo vigilancia armada, encerrados en el mejor de los casos en hospitales, de donde pocos salían recuperados tras ser sometidos a tratamientos de tanta dureza como escasa efectividad.

El tratamiento de la enfermedad partía de una constatación cierta: más mataba el hambre que la peste, por lo que lo primero que se procuraba era garantizar una cierta dieta a base de pan, carnero y vino, más algunos bebedizos de hierbas, que posteriormente se ha comprobado poseían altos contenidos en vitaminas. Con ser éste el mejor remedio, también fue el más escaso, dada la carestía de alimentos de la época y las dificultades para vencer el aislamiento. Hubo veces en que sólo fue posible por la fuerza, como cuando en 1597 varios vecinos de San Juan al mando del bachiller Villaviciosa llegaron en una chalupa al muelle de Hondarribia, cabeza del concejo, amenazando con salirse todo el pueblo y expandir la peste si no eran socorridos de inmediato. Después de la alimentación, de poco servían los remedios de cirugía y medicina, más cercanos a la tortura que a las pretensiones de Hipócrates. Sangrías, cauterización de bubones y pústulas a fuego vivo, ventosas y purgas que inducían en muchos casos al debilitamiento de los enfermos, cuando no a la muerte. Bebidas cordiales, sudorativas, pomas aromáticas, aspersiones de vinagre, hogueras con maderas olorosas y el fuego purificador por doquier.

En este escenario de horror, las pasiones y las diatribas políticas se agudizan, teniendo al estamento militar como uno de los protagonistas principales. En estos momentos la Capitanía General de Gipuzkoa la ostenta un personaje controvertido, Juan Velázquez, con el que la Provincia y San Sebastián señaladamente sostiene un pulso por lograr su relevo y aún la agregación del cargo al virreinato de Navarra, por las interferencias en la vida local que ponen en serio peligro el status quo basado en el entramado foral. En plena guerra con Francia y con la Armada maltrecha, tras una década de esfuerzos navales, así en hombres como en construcción de naves, la actividad de los grandes astilleros que se montan en Lezo a tiro de piedra de uno de los grandes focos de contagio, dará ocasión a un nuevo frente encarnado aquí por la figura del general Urquiola, responsable de la fábrica. En ambos casos se trata de personajes contrarios a los intereses locales, ya que la capacidad organizativa del primero y su celo en el servicio real hicieron de su mandato uno de los más eficaces en la lucha contra el contrabando y la fuga de metales preciosos. Además, el hecho de que la fortaleza hondarribitarra fuera el centro neurálgico del espionaje español en el Mar del Norte, suponía concentrar demasiada atención en un territorio que, como el guipuzcoano, basaba una parte importante de su prosperidad en la vista gorda del tráfico transfronterizo. Por su parte, los astilleros también contrariaban los usos de la tierra, pues el Estado en bancarrota era un pésimo pagador, y su voracidad naval introducía serias distorsiones en el sector, monopolizando prácticamente la producción de la construcción de barcos a cambio de precios y condiciones poco atractivos.

Asimismo, es llamativo comprobar el efecto distorsionante de la peste sobre los comportamientos sociales, o al menos permite descubrir modos de pensar y actuaciones, tanto individuales como colectivas que, en condiciones normales, los documentos históricos no revelan. De entre todos, el más llamativo es la consideración de la mujer, muy lejos de lo que el estereotipo matriarcal nos induciría a pensar. Una y otra vez, las mujeres saltan a la palestra como víctimas de la violencia y de los malos tratos, se les reservan los destinos más arriesgados, aun y en la condición de prisioneras de los hospitales, de los que pocas salían con vida.

En la misma línea de comportamientos poco frecuentes, asistimos al secuestro e intento de linchamiento del corregidor en San Sebastián, algo inaudito siquiera en episodios como la Matxinada que han pasado a los grandes titulares de nuestra historia. Ello sin olvidar episodios como la excomunión de los munícipes hondarribitarras acusados de herejes luteranos…Situaciones y protagonistas que, si no fuera por la mediación de la peste, difícilmente hubieran visto sus nombres en negro sobre blanco.

"El mal que al presente corre" Gipuzkoa y la peste (1597-1600)

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2005/04/15-22