La virtud frente al consumoEscuchar artículo - Artikulua entzun

Demetrio LOPERENA ROTA, Catedrático de Derecho Administrativo

Hace muchos años que acostumbro a preguntar a mis alumnos el por qué de cada cosa que estudiamos. Generalmente una respuesta lleva a otro por qué, hilvanando una cadena que, tratándose de Ciencias sociales, concluye en una convención social de carácter valorativo, vinculada con frecuencia a los Derechos humanos o a criterios técnicos de organización. Todas las culturas han tenido en esta pregunta el camino del conocimiento, y éste, a su vez, se pone al servicio de los fines que en cada momento se consideranadecuados.

Recuerdo estas obviedades porque tengo para mí que estamos en un momento de inflexión o debilitamiento en cuanto a contestarnos los porqué últimos. Podríamos simplificar diciendo que somos expertos en el cómo y a ello destinamos todas nuestras energías y capacidad intelectual. En el ejemplo de los escasos recursos económicos destinados a I+D+I casi todos ellos van destinados a ciencias experimentales o aplicadas. Muy poco a estudiar el por qué necesitamos de esos conocimientos o tecnologías y, mucho menos, las consecuencias globales o de su aplicación masiva. La persona, individual o socialmente considerada, ha dejado de ser objeto principal de nuestras investigaciones. Y este distanciamiento entre el conocimiento del ser humano y la ciencia y la tecnología puede tener efectos desastrosos para nuestra civilización.

En el área del desarrollo sostenible, la protección ambiental resulta la pieza clave para obtener los objetivos sociales de justicia que se persigue y sobre todo para garantizar la vida digna a las futuras generaciones. Tranquilizamos nuestras conciencias mostrando cómo cada vez es mayor el cumplimiento de la legislación ambiental, ignorando probablemente que el cumplimiento in integrum de la legislación ambiental no salva el Planeta. Ello no basta. La legislación ambiental se orienta a la prevención y control de la contaminación, fundamentalmente. Pero no ataca sus causas últimas. Nos hemos acostumbrado a echar la culpa a los empresarios sin escrúpulos que por un beneficio mayor sacrifican el medio ambiente. Y esa no es más que una parte pequeña de la verdad. Los empresarios producen porque consumimos y precisamente los objetos que demandamos. Es evidente, pues, que la política ambiental ha de orientarse al cambio de los modos de consumo, más incluso que a los modos de producción. Esta evidencia pone en cuestión dos problemas de difícil solución política, pero de necesario afrontamiento con la mayor urgencia.

Argazkia
Foto: http://sxc.hu/browse.phtml?f=profile&l=andrejcek

El primero es que los responsables últimos del deterioro ambiental somos nosotros individualmente. Y no puede aceptarse democráticamente que el consumo se produce por la manipulación a que se somete a unos cerebros presuntamente inferiores a los cuales los superiores inmunes a la manipulación disculpan volviendo las iras sobre los empresarios manipuladores. Nadie ha otorgado a ninguna vanguardia esclarecida semejante privilegio. El axioma-jurídico político y creo que las ciencias médicas también dicen que todos somos iguales; y ello impide considerar limitado en su ámbito de voluntad a quien no hace lo que nosotros propugnamos desde una aparente superioridad intelectual.

El segundo es que el sistema económico está montado sobre el consumo. Los estudios demuestran que el modo de vida americano sólo lo pueden llevar dos mil millones de personas utilizando todos los recursos naturales del Planeta. Y, para albergar los once mil millones en que la ONU vaticina la estabilización de la población mundial, necesitamos adoptar el austero modo de vida hindú.

¿Por qué consumimos tanto? ¿Necesitamos tantas cosas para mantener nuestra calidad de vida? Si repasamos serenamente nuestros hábitos de consumo apreciaremos que nos sobra mucho y que prescindir de algunas cosas no perjudicaría nuestra calidad de vida. ¿Por qué lo hacemos, entonces?

Argazkia
Foto: http://sxc.hu/browse.phtml?f=profile&l=rossbr

Creo que todo ser humano aspira a una cuota de triunfo en su vida. Y ese triunfo lo hemos vinculado erróneamente al tener, no al ser. Esto es, la manifestación de nuestro éxito personal acostumbra a venir unida a unas expresiones externas, algo infantiles, de consumo abundante y caro. Los iconos del éxito en nuestra cultura, deportistas y cantantes, por ejemplo, dan testimonio de esta vinculación entre éxito y consumo desproporcionado. No hay que desconsiderar, a este respecto, los modelos de vida de los altos ejecutivos multimillonarios en ingresos y, por supuesto, la mayoría del cine norteamericano que nos presenta exhibiciones de éxito profesional cuya emulación generalizada nos llevaría al agotamiento de los recursos del Planeta en muy poco tiempo.

La pregunta es si existe alguna fórmula para escaparnos de esta espiral infernal de consumo creciente en que nos hemos metido y que nos lleva a la autodestrucción como especie y al mantenimiento de la mayor parte de la población humana en condiciones de vida notoriamente indignas.

Parece evidente que podemos mantener nuestra calidad de vida con menor consumo de cosas y sustituir las groseras manifestaciones de éxito personal o profesional por las más refinadas ya practicadas en nuestra cultura en periodos históricos pretéritos. Me refiero a que la admiración por el éxito y sus manifestaciones externas sean trasladadas desde las cosas materiales a las espirituales. Conocimiento y virtud son las alternativas al consumo desbocado. Consumir cultura y competir en virtud son los únicos caminos posibles hacia el imprescindible desarrollo sostenible.

GAIAK
 Aurreko Aleetan
Bilatu Euskonewsen
2005/05/20-27