Nekane
JAUSORO, UPV-EHU
Andrés
DAVILA, UPV-EHU
Ana
HERNÁNDEZ, Socióloga
Itzulpena euskaraz
Introducción: Alejadas del estereotipo
Hoy en día, en cualquier país de Europa occidental, nuevas expectativas de la población hacia los territorios rurales se conjugan con una cada vez mayor falta de consideración hacia las actividades agropecuarias y quienes las realizan. De este modo, la emergencia de “nuevas ruralidades”, fruto de una acusada interacción rural-urbano, se acompaña de una visión estereotipada, más o menos manifiesta, del medio rural. Contribuyen a su construcción tanto como a su mantenimiento distintos agentes sociales, entre los que se cuentan los medios de comunicación, caso de las campañas publicitarias, por ejemplo. De hecho, las mujeres participantes en el estudio empírico cualitativo que presentamos, mencionan explícitamente la pervivencia del estereotipo de “mujer rural” (ligada a la vejez, al atraso cultural y a la actividad agraria) a través de determinadas campañas donde se hace alarde de presentar a “la típica señora de pueblo”. Alejadas de esta imagen estereotipada que de ellas se presenta, las mujeres que actualmente viven en el medio rural vasco señalan que ni las mujeres que habitan en un medio rural o urbano son diferentes (pues, si bien lo son sus circunstancias no así su condición) ni puede hablarse de “una” mujer rural (dado que hoy coexisten distintos tipos, atendiendo a los elementos centrales en la construcción de su identidad).
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Foto: Michael Connors. (http://www.mconnors.com) |
Una identidad que se construye a partir de dos elementos de identificación básicos: identificación con la actividad agraria e identificación con el “vivir” en núcleo rural, subrayando la socialidad específica del pueblo. Estos dos elementos pueden ir unidos o separados; es decir, para algunas mujeres, el ser mujer agraria conlleva automáticamente ser mujer rural y, en este caso, el segundo elemento de identificación queda en un segundo plano; otras mujeres, en cambio, construyen su ser rural fuera de lo agrario: son rurales pero no agrarias. En este caso, se subraya el vivir (en) lo rural con su socialidad específica: calidad de vida en términos de tranquilidad, naturaleza; un reconocimiento y una historia en común (familiar y vecinal) que conlleva relaciones intensas “para lo bueno y lo malo” (se hace hincapié en la dimensión positiva de las relaciones vecinales con referencia, sobre todo, a la mutua ayuda y a la protección de la infancia); una relación de comunidad con muchos elementos, todavía, del compartir comunitario (trabajos comunitarios, comidas populares, organización de fiestas…).
Asimismo, entre algunas mujeres urbanas que han elegido vivir en medio rural se subraya el ser rural “por opción”: proceden de un entorno urbano, conocen otras formas de vida previas y, en este sentido, conceden gran importancia al hecho de haber optado. Esta elección es muy satisfactoria (por ser una opción de vida más tranquila, cercana a la naturaleza, con mejor calidad de vida) aunque en un inicio tuvieran que pasar por un proceso de integración que es considerado complicado por el mutuo desconocimiento y los prejuicios recíprocos.
Vivir (en) lo rural: movilidad generacional
En la vida cotidiana de estas mujeres, la movilidad es el aspecto en común que destaca sobre todos los demás. Se trata de una movilidad permanente en una cercanía relativa; característica en el día a día tanto de quienes viven en un caserío como en un pueblo y que apunta una diferencia fundamental entre mujeres pertenecientes a distintas generaciones. El uso del coche, omnipresente, se revela así un aspecto central en la cotidianidad de las mujeres de la generación joven e intermedia, ya que por una parte les dota de una autonomía personal y por otra les permite hacer frente a muy diversas actividades (re)productivas asumidas por ellas.
La generación mayor se caracteriza por una movilidad dependiente, debido no exclusivamente a su edad o estado de salud sino también a las prácticas cotidianas en que las mujeres de esta generación han sido socializadas y entre las que no se contaba el conducir. Una dura vida, la suya, en que ellas no sólo se encargaban de la casa y de los hijos sino que además trabajaban en el campo tanto como los hombres o más, siendo sin embargo socialmente opaco este trabajo productivo (sin cotización, sin remuneración…), lo que ha acrecentado en el tiempo su dependencia tanto económica como personal. En este sentido, la generación intermedia se caracteriza por una movilidad generalizada dado que la vida cotidiana de estas mujeres, tanto agrarias como no agrarias, está marcada por una jornada ya no “doble” sino “múltiple” –en un ir y venir continuo donde se mezclan las exigencias laborales con las domésticas y familiares, atendiendo tanto a antecesores y antecesoras como a hijas e hijos-. Por su parte, la generación joven se caracteriza por una movilidad específica en razón de tres ámbitos concretos: estudios, ocio-tiempo libre y trabajo.
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Foto: Drilon Iberdemaj |
Mujeres agrarias: una identidad profesional emergente
La mujer agraria se percibe y es percibida como mujer rural per se, pero ello no quiere decir que al hablar de ella nos encontremos con un único perfil. El trabajo agrario de las mujeres de la generación mayor ha sido oscurecido (es socialmente opaco), muchas veces, por el carácter familiar de la explotación, donde desde fuera sobresalía la función de ama de casa (función incluida dentro de una clara posición de género femenina) incluyendo todo el ámbito de los cuidados familiares y, en cambio, su trabajo en la explotación familiar era considerado como un complemento o ayuda. En la actualidad, en cambio, aparece una identidad profesional agraria asumida por estas mujeres que trabajan y viven de lo agrario bien sea con su pareja, en cooperativa, en sociedad o solas. Un nuevo perfil en que, frente a la dilución de la frontera entre las tareas de la casa y la actividad, ésta se plantea exclusivamente como una actividad laboral con una organización y una gestión que busca compatibilizar el trabajo y el tiempo personal (sueldo, tiempo libre, vacaciones…). No en vano, desde el punto de vista de estas mujeres, la imagen social de la actividad agraria no tiene un reconocimiento o un prestigio; más bien al contrario, es una imagen dotada de más aspectos negativos que positivos que no ayudan al futuro de la actividad (con vistas a la generación joven, por ejemplo), reclamándose por ello una mayor implicación de las instituciones para consolidar no sólo el presente sino también el futuro de la actividad.
Mujeres no agrarias: socialidades diferenciales
Fuera de la dimensión agraria se reconoce una identidad rural, no agraria, cuyo eje central es la socialidad específica del pueblo, el vivir en el mismo, donde la calle toma el lugar del caserío. Reconocido como ámbito cotidiano de la co-presencia (marcada por las situaciones cara a cara de la vecindad), el pueblo se presenta como un entorno de convivencia en contigüidad. Un entorno largamente elaborado en una continuidad generacional, dotado así de coherencia y estabilidad.
Por otra parte, la creciente incorporación desde el medio urbano de nuevos habitantes al medio rural desplaza dicha socialidad vecinal hacia una mera función residencial del pueblo. Entre estas mujeres ruralizadas hay tanto quienes tienden a participar en la vida rural como quienes evitan hacerlo, explícitándose por ello algunos problemas de integración.
En este sentido, solemos olvidar con demasiada frecuencia que la riqueza de un lugar no es sólo material sino también relacional. Las mujeres participantes en este estudio han puesto de manifiesto, en repetidas ocasiones, este aspecto del lugar como generador de solidaridades, conflictos e interdependencias.
Este artículo está escrito en base a los resultados del proyecto de investigación “Las mujeres en el medio rural vasco. 2004”. Dicho proyecto combinó metodologías cualitativas (a cargo del Departamento de Sociología 2 de la UPV/EHU) y cuantitativas (a cargo de IKT).
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