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Leticia MALDONADO

  Juana Azurduy.
Juana Azurduy.
F ue intrépida, valiente, audaz, libérrima, bravía, desafiante, heroína. Se dice que enterró a cuatro de sus cinco hijos. Se llamó Juana Azurduy y el Gral. Belgrano la nombró Teniente Coronel del Ejercito del Norte.

Cuando Matías Azurduy y Eulalia Bermúdez soñaron el futuro de Juana, su primera hija mujer, con seguridad no imaginaron lo que resultaría posteriormente.

Corría 1780, el mundo Colonial de la América del Sur se estaba derrumbando, en el Cuzco se estaban produciendo los alzamientos de los aborígenes liderados por el Cacique Túpac Amaru y en el Alto Perú por Julián Apaza y los hermanos Catari. En ese mundo convulsionado, más precisamente en Chuquisaca, el 12 de julio nacía Juana.

Era hija de un acaudalado señor, dueño de estancias y una mestiza de piel cobriza, que muere cuando Juana tenía apenas 7 años. Hasta ese momento su vida había transcurrido de manera apacible entre la casa del campo (Toroca) y Chuquisaca.

Desde muy pequeña, montada a caballo, recorría la hacienda junto a su padre. Allí jugaba con los hijos de los nativos que trabajaban para Don Matías.

Esto le permitió aprender, no sólo a hablar el quechua y el aymará, sino también las relaciones de género de los aborígenes, muy diferentes a las occidentales, por cierto. También fue testigo de los malos tratos a que eran sometidos los nativos por parte de las autoridades coloniales.

Cuando muere su padre queda, junto a su hermana Rosalía, bajo la tutela de sus tíos Petrona Azurduy y Francisco Díaz Valle. Su tía no comprendía el carácter díscolo de la adolescente por lo que decidió internarla en el Convento de Santa Teresa. Esto le permitió acceder a la biblioteca donde, pudo leer la vida de los santos guerreros (San Luis el Cruzado, Santa Juana de Arco, San Ignacio de Loyola), y viejos manuscritos entre los que encontró el relato de la vida y muerte de José Condorcanqui (Túpac Amaru).

República de Bolivia  
República de Bolivia (el Alto Perú era un poco más extenso - tenía salida al Océano Pacífico).
Este cacique había sido educado por los jesuitas en el concepto de que, ante Dios, somos todos iguales. Por liderar los alzamientos de los aborígenes contra la corona en el siglo XVIII le habían cortado la lengua, lo habían decapitado y su cuerpo había sido despedazado y sus partes expuestas en distintos sitios para escarmiento de todos... Juana no podía comprender tanta crueldad.

En el convento sólo duró siete meses, al cabo de los cuales volvió a sus tierras que seguían siendo administradas por sus tíos.

Según dice la tradición, Juana compraba telas y otros artículos en el negocio de Nicolás Navarro quien le dio un ejemplar de “El Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau, así fue como empezó a abrevar en las ideas liberales.

Manuel Padilla se había transformado en un joven alto, musculoso, de hombros anchos. Tenia amigos que estudiaban en la Universidad de San Francisco Xavier (en Chuquisaca). Por ellos había conocido los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Los Azurduy y los Padilla tenían sus propiedades vecinas. Es más, para poder llegar a su finca los Padilla tenían que pasar por la de los Azurduy. Por eso Juana y Manuel se conocían desde chicos.

Juana Azurduy y Manuel Asencio Padilla no sólo descubrieron el amor entre ellos sino una coincidencia en los principios e ideales que los llevaría a participar en la lucha por la Independencia americana de manera absolutamente heroica.

El 8 de marzo de 1805 contraen matrimonio y se radican en el distrito de La Laguna. De esa manera, Juana retornaba a los lugares de su infancia, recuperaba el trato con los lugareños quienes le comentarán sus desdichas, las vejaciones que padecen, los excesivos impuestos que tienen que pagar a la Corona... Los Padilla iban tomando conciencia de que las cosas, en su tierra, no cambiarían si no tomaban parte activa en la revolución que se estaba gestando. En ese sitio nacerán sus hijos Manuel (h), Mariano, Juliana y Mercedes.

Después del alzamiento de los alumnos y profesores de la Universidad de San Francisco Xavier y el posterior estallido contra el colonialismo en La Paz, Manuel toma la decisión de lanzarse a la lucha directa. Se incorpora al Ejercito de Belgrano y forma un batallón de indios, llegó a tener 2000 hombres bajo su mando. A partir de ese momento Juana queda al frente de la hacienda reemplazando a su esposo. Esas tierras tenían que seguir produciendo para el sostenimiento de las familias que vivían allí y de las tropas de la 1ª Expedición al Alto Perú.

La familia pasa a ser perseguida encarnizadamente por los realistas ante lo cual el matrimonio Padilla decide que Juana y los chicos se escondan en los pantanos de Segura, en sitios señalados por los indios. Incluso uno de ellos es el que se encarga de llevarles los víveres. Salvo estos esporádicos encuentros Juana y sus hijos viven solos. Pero los pequeños contraen disentería y paludismo... Uno a uno irán muriendo... Y uno a uno Juana los irá enterrando.

Con el corazón deshecho de dolor y el alma llena de venganza se unirá a la lucha armada de su esposo y a los Caciques Cumbay, Umaña, Calisaya.

En un verdadero desafío a los mandatos sociales de la época Juana combatió contra los realistas en el Alto Perú. En aquel entonces la mujer era considerada ciudadana de segunda. No tenía acceso al mundo intelectual o político, muchísimo menos al militar. Sin embargo, Juana recorre la zona aledaña a Chuquisaca conversando con mestizas e indias a las que va organizando para la lucha. En Tarabuco recluta aymaras sin distinción de sexo. Selecciona, organiza, adiestra y termina liderando un batallón de aborígenes al que pone por nombre: Leales.

Peleaban en varios frentes simultáneamente y, basándose en el conocimiento que tenían del terreno, atacaban sorpresivamente. Utilizaban hogueras en las montañas para entrar en calor y como medio de comunicación entre los distintos grupos. Como armas contaban con piedras, lanzas, flechas, macanas y las armas que le quitaban a los españoles.

En 1815, en medio de los combates, nace su hija Luisa. Juana en un acto más de generosidad la deja al cuidado de su hermana Rosalía y vuelve a la lucha.

En testimonio de la gran satisfacción que han merecido de nuestro Supremo Gobierno las acciones heroicas nada comunes a su sexo, con que Ud. ha probado su adhesión a la santa causa que defendemos, le dirige por mi conducto el Despacho de Teniente Coronel: doy a Ud. por mi parte los plácemes más sinceros y espero que serán un nuevo estímulo para que redoblando sus esfuerzos sirva Ud. de un modelo enérgico a cuantos militan bajo los estandartes de la Nación.
Dios guarde a Ud. muchos años.
Tucumán, 23 de octubre de 1816
Manuel Belgrano
Señora Teniente Coronel Doña Juana Azurduy
Nombramiento de Teniente Coronel por el Gral. M. BELGRANO

Juana tenía apenas 36 años cuando Padilla muere degollado a manos del mestizo Mariano Obando. Los realistas clavan la cabeza en una pica en la Plaza de La Laguna para escarmiento de los patriotas. Ella, en una acto de arrojo y valentía, la rescata.

En 1817, disconforme con la Conducción del Ejército, decide unirse al Gral. Güemes. Recorre los valles de sus montañas hacia el sur. Y llega a la Puna: esa planicie que Dios puso a más de 3.000 m. sobre el nivel del mar. Donde falta todo, solo hay nada. Hasta el oxígeno es escaso. Recorre más de 1000 Km a lomo de mula hasta llegar al Cuartel General de las milicias de M. Güemes. Junto a él lucha hasta la muerte del General en 1821.

Por ese entonces Salta era una pequeña población empobrecida por la guerra. Sin embargo, allí se instaló, allí pudo tener noticias de su tierra, allí vivó pobremente.

Con la derrota del Virrey La Serna en Ayacucho, en Juana renacieron las esperanzas de volver al Alto Perú. Pero tendría que esperar aun más: tenía que producirse la batalla de Tusmala y la muerte del Gral. realista Olañeta para que el camino del regreso quedara liberado.

Tan pobre había quedado que fue necesario que el Gobierno salteño le entregara cuatro mulas y cincuenta pesos para que pudiera volver.

Cuando llegó a Chuquisaca, Bolivar la homenajeó declarándola “heroína” y disponiendo una pensión vitalicia de sesenta pesos. Sin embargo, cuando Sucre es destituido y el Presidente boliviano ejecutado, pierde su pensión. Se va a vivir con su hija, quien se casa en 1839. Desde ese momento queda viviendo con un niño: Indalecio Sandi hasta el día de su muerte, el 25 de mayo de 1868.

Perdió todo: cuatro hijos, un marido, fortuna, por la Independencia de América. Poco hemos hecho los americanos por poner a esta mujer en el sitial de honor que bien merecido tiene.

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