La casa de EladioEscuchar artículo - Artikulua entzun

Olga LARRAZABAL SAITUA

E
  Eladio Yarza Abalia.
Eladio Yarza Abalia.
n Chile se ha dicho siempre de los vascos que son trabajadores, tesoneros, parcos, ahorrativos,adustos y con poca imaginación. Yo no creo que eso sea cierto. Me da la impresión de que al haber vivido en un país pequeño, de geografía poco favorable y clima complicado, tuvieron que ponerse parcos a la fuerza. Lo más probable es que no se sentían cómodos hablando lenguas tan diferentes aprendidas de adulto, lo que dio la impresión a los extranjeros de que eran callados, quizás la sociedad tuvo que ser rígida para permitir la supervivencia… No sé. Lo que sí sé, es que cuando vinieron a América cambiaron bastante y como en toda sociedad hay de todo, los que tenían que desbordarse se desbordaron con entusiasmo mostrando personalidades notables.

Por eso, antes de que se pierda la memoria, quiero contar la historia de un oñatiarra que siempre me ha fascinado.

Había una vez una familia Yarza Abalia que vivía en Oñate. Fieles a las circunstancias del país en aquellos tiempos, emigraron a América. Julián se fue a México, Eladio a Chile, y Simón a Uruguay, donde con el tiempo sus hermanos lo trajeron a Chile, un poco a la fuerza. Esto debe haber sido entre 1913 y 1920.

Eladio se instaló en la ciudad de Talca, al centro del país y con mucho trabajo y buena fortuna llegó a ser dueño de una Fábrica de Calzado llamada La Bota Verde.

Eladio era un hombre apasionado y grandioso y con mucho estilo, cosa que se manifestó públicamente cuando hizo fortuna. Entraba a los restaurantes más famosos de Santiago, y la orquesta se detenía para tocar solemnemente el Aurresku en su honor. Era elegantísimo, ternos de color claro, abrigos de lana de vicuña sobre los hombros, sombrero y bastón de puño de plata. Repartía propinas entre orquesta y mozos y todo empezaba a girar en torno a su figura porque con su llegada comenzaba la fiesta.

Pero el mayor amor de Eladio era su patria. Admirador de Sabino Arana había absorbido toda la ideología del nacionalismo vasco con fervor y no hacía concesiones en este tema. La mayoría de sus colaboradores eran compatriotas y amigos. Su hermano Simón, Victor Gardeazabal, apodado Palmera por su tamaño y bailarín del Centro Vasco, varios Aguirres y Urcelayes también de Oñate. Errasquin del Baztan y otros que después tuvieron sus propias fábricas y tiendas de calzado a través de Chile. Pero, porque todo tiene un pero, su felicidad no estaba completa porque no tenía esposa. Así fue como Eladio, cuando ya se alboreaba la crisis económica entre 1928 y1929, parte a Euskalerria en busca de una esposa que llenara sus ideales románticos y nacionalistas.

Paseando por San Sebastián un día, divisa una joven bellísima que espera el tranvía. Flechado, la sigue a su casa. Me lo imagino tarareando eso de “Ume eder bat ikusi nuen, Donostiako kalean” y averiguando con vecinos y con todo Pasajes acerca de ella y de su familia. La investigación da resultados y decide que es la mujer indicada para ser su esposa. Así pues Eladio fue a visitarla para presentarse, conocerla y rendirse a sus pies. Un buen partido como ese y en malos tiempos, no era para echarlo por la borda, de modo que al poco tiempo, casi sin conocerse se comprometieron en matrimonio.

Eladio viajó a Chile para hacer los preparativos de matrimonio y terminar la casa de sus sueños y ella se quedó en Pasajes terminando de bordar el ajuar de novia.

La casa de Eladio estaba en Talca al lado de la Fábrica de Calzado. Era muy alta, estilo Art Decò, de color oro viejo, con una cúpula metálica majestuosa en la esquina, no me acuerdo si en tonos plateados o cobrizos. Tenía salones de invierno y galerías de verano, un comedor en desnivel a mayor altura que la planta, y unas habitaciones enormes. Pero lo más notable era su decoración llena de motivos vascos.

Julian, Eladio y Simon Yarza  
De izquierda a derecha: Julian, Eladio y Simon Yarza.
Debajo de la cúpula había una Sala de Baño que debe haber tenido unos cincuenta metros cuadrados de extensión y unos ocho metros de altura en la parte de la cúpula central. Dentro del recinto se podía ver un sillon de barbería, un baño a vapor, sillas para hacerse la manicura, tinas con duchas, lavatorios y otros adminículos propios de una sala de baño, separados estos púdicamente por biombos. Las paredes estaban decoradas con frescos gigantescos representando escenas pastoriles de la vida vasca. Lamiñas y pastores, dantzaris e hilanderas y creo que hasta el Basajaun, bailaban felices junto con el cura del pueblo y custodiaban el lugar. Estos frescos seguían en la galería de verano decorada con muebles de mimbre festoneados en rojo y verde, mosaicos de suelo en rojo, blanco y verde hechos especialmente para la casa y al centro una gran lámpara creada especialmente para Eladio, en forma y colorido de una ikurriña.

Los muebles del salón eran de nogal y felpa burdeos, profusamente tallados con símbolos mitológicos solares y lunares, y al fondo un arcón hermosísimo lleno de danzantes que, por entre medio de lauburus y rosetas, observaban la entrada al dormitorio nupcial.

Huelga decir que durante la II Guerra hubo que dar todo tipo de explicaciones por los pequeños lauburus que aparecían en las paredes, en los ceniceros y en otros lugares más exóticos.

El dormitorio tenía pintado en su techo una inmensa ikurriña que a modo de dosel cubría dos camas en que se veían los escudos de Yarza y Elizondo, que era el linaje de la novia.

La biblioteca contenía las obras de Sabino Arana, de donde años después se buscarían los nombres para bautizar a algunos de mis primos, y todas las publicaciones de las actividades del nacionalismo de los años 30 con esa gráfica tan peculiar y figuras idealizadas del folklore.

El matrimonio se hizo por poder y un soleado día de 1929, los habitantes de Talca vieron algo insólito. Por la calle 2 Sur, que parte al frente de la Estación de Trenes, llegó un tren especial, fuera de horario, del que descendieron jóvenes vestidos de blanco, con boinas, cinturones rojos y cascabeles en las piernas, portando una bandera desconocida para ellos, semejante a la inglesa, pero que no era la inglesa, y cantando y bailando comenzaron a avanzar por la avenida hacia la plaza donde estaba la Catedral. Los seguía una multitud en trajes de fiesta en taxis y coches a caballo y un montón de niños nativos de la ciudad con algún perro callejero, de esos que nunca faltan en los desfiles.

Era Eladio que con su habitual imaginación y grandeza había contratado un tren para trasladar a toda la colonia vasca de Santiago, y me figuro que de todas las estaciones intermedias, al coro y al conjunto de danzas de la colectividad.

Los novios fueron saludados por los aurreskularis a su llegada a la puerta de la Catedral donde entraron bajo los arcos de los bailarines al son de “Gora ta Gora Euzkadi...”.

Tanta impresión causó en los talquinos este evento, que años después la señora del Ministro de Economía de Salvador Allende, que por casualidad me tocó al lado en una cena, me contó que ella era de Talca y al saber que yo estaba relacionada con la Fábrica de Calzados Yarza, me preguntó tímidamente de que se trataba todo este festejo ya que ella vivía en esa calle cuando pequeña, lo vio pasar y nunca lo olvidó. Le expliqué lo del matrimonio de Eladio y espero que le haya hecho gracia como a mí, y que no lo haya atribuido a la decadencia de la burguesía.

Desgraciadamente, el matrimonio no tuvo un final feliz porque la imaginación suele ser mejor que la realidad. Los cónyuges no se entendieron. Los sonrientes danzantes de las paredes fruncieron el ceño al ser testigos del fracaso de la pareja, la posterior enfermedad de Eladio acabó con sus risas, y todo concluyó. Este murió a poco andar y la viuda se casó rápidamente con uno de los colaboradores de la fábrica. Pero el Basajaun, del que Eladio debe haber sido hijo predilecto, se encargó de que este nuevo matrimonio también naufragara. Ella entonces volvió a Pasajes y se perdió en el anonimato.

Un manto de silencio y olvido fue cayendo sobre la casa, hasta que en 1943, Julián el hermano de Eladio llegó de Mexico para hacerse cargo de la fábrica. Soltero (birrocho, como decían mis tías) y encantador conoció a mi tía Asunción Larrazabal, refugiada de la Guerra Civil y aunque tenían muchos años de diferencia, le propuso matrimonio. Esta vez los genios tutelares fueron más generosos y el matrimonio resultó. Julián invitó a la familia de su esposa a colaborar en la fábrica, y la Casa de Eladio se llenó de una nueva tribu, esta vez de vizcaínos, que siguieron llenando de curiosidad a los talquinos. Por la casa circularon personajes como Nicanor Zabaleta, el gran arpista que dormía en la pieza de mi abuela, pintores como Cabanas Oteiza, escritores como Tellegorri que venía de Buenos Aires. Así transcurrió nuestra infancia, entre interminables discusiones políticas, Fiestas de San Ignacio, Días de la Patria y los viejos discos de Eladio esos del Orfeón Donostiarra de los años 30 y de José Luis de la Rica, gran cantante de Zortzicos y así fuimos conociendo a Eladio a través de sus sueños.

Asunción Larrazabal y Julian Yarza
Asunción Larrazabal Saitua de Algorta y su marido Julian Yarza Abalia de Oñati.

Nunca nos dimos cuenta, durante nuestra infancia, que todo en esa casa era distinto al resto de la gente, especialmente la decoración que causaba tantas conjeturas entre los talquinos. Sólo ahora puedo apreciar la tremenda personalidad de este hombre, que no sólo ganó dinero sino que se lo gozó como un gran señor y vivió según sus convicciones sin hacer mucho caso a las presiones de lo convencional.

Desde el más allá Eladio fue una figura presente e influyente a través de su casa de encanto. Las chicas del servicio, que eran muy supersticiosas, veían su silueta elegante entrar a la alcoba matrimonial. Yo, que era pequeña y sensible, me dejaba atrapar por ese mundo idílico de pastores y lamiñas, de dantzaris y lauburus y como era la única de la familia que no vivía con toda la tribu, aunque pasaba el día entero allá, lloraba a mares todas las tardes cuando tenía que abandonar este mundo encantado.

Por extraña casualidad los discos de Eladio llegaron a mis manos y los puedo tocar en un aparato multifacético de los años 70. No creo en las casualidades, yo creo que él no quiere desaparecer, y quiere que su nombre vuelva a ser mencionado, y que los que lean esta historia conozcan algo de su alma romántica y su amor por su tierra.

La influencia de esta casa hizo que, cuando muriera mi padre hace algunos años, yo le grabara en su lápida un lauburu. Sólo así sentí que quedaba protegido; no fuera a ser que los espíritus de los antepasados no lo pudieran encontrar en esta tierra lejana para llevarlo, como corresponde, al caserío de la familia en Gambe o a la casa de mis bisabuelos en el Puerto Viejo de Algorta.

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