Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
Dentro de las afirmaciones populares sobre los bilbaínos está el aserto de que éstos festejan con banquetes todo aquello que sea digno de celebración. En efecto, en cierto modo no les falta razón a los que dicen esto, puesto que a la tradicional fama que también se les atribuye a los habitantes de Bilbao sobre su gusto y tendencia a deleitarse con los manjares culinarios, éstos encontraban en los banquetes un modo de aunar esta predisposición con el deseo de celebrar cualquier acontecimiento. Desde luego, ni que decir tiene que en Bilbao se podía comer bien dentro de un amplio espectro de locales más o menos refinados y más o menos populares. A las fondas, restaurantes y hoteles de cierta categoría, se unían chacolíes y tabernas que ofrecían unos menús más asequibles. Dentro de gustos más distinguidos, las distintas sociedades recreativas de la villa podían ofrecer sus salones para organizar banquetes servidos por los mejores cocineros. Sin duda alguna, los banquetes eran una muestra de los anhelos de una sociedad que estaba sufriendo profundos cambios en su seno. Por lo tanto, la rex culinaria no podía sustraerse de estas transformaciones y llegó a conjugar las inquietudes de los diferentes agentes que componían el marco social del Bilbao de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Banquete organizado por la colonia aragonesa en Bilbao, en homenaje al Tío Marcs, el aragones más veterano en Bizkaia. |
Los rotativos bilbaínos solían hacerse eco de aquellos banquetes en los que se homenajeaba a ilustres personajes, tuviesen lugar o no en la capital vizcaína, y en particular, si los participantes eran egregios hijos de esta villa. Cuando en noviembre de 1883 se celebró en Madrid un banquete en honor a la Sociedad Geográfica, con la presencia de Evaristo Churruca, los periódicos bilbaínos no se anduvieron parcos en palabras. No es que el señor Churruca se dedicase a la exploración de nuevos ámbitos geográficos, pero sí su cuñado, el viajero José María de Murga, fallecido hacía poco tiempo, y que abrió junto a Joaquín Castell el camino de las exploraciones en Marruecos, mientras que otro vasco, Manuel Iradier, se encontraba buscando nuevas rutas comerciales por el río Muni.
Hay que hacer hincapié que, independientemente de los suculentos menús que conformaban estos banquetes, los brindis que se realizaban al final de la comida, contaban con un especial protagonismo. Repletos de buenas intenciones, los oradores brindaban por los homenajeados y deseaban toda clase de parabienes. Podía llegar a ocurrir, que estas laudatorias se convirtiesen en auténticos discursos, con cicerones que no escatimaban ni en retórica ni en tiempo sus actuaciones, por lo que la sobremesa se podía dilatar hasta las tantas, sin que hubiese voces discordantes mientras durasen los aditamentos etílicos.
Dentro de esta dinámica de banquetes-brindis-discursos hay que encuadrar los tan criticados banquetes que los republicanos de Bilbao organizaban. Aquellos que desde un plano político no comulgaban con ellos, les achacaban su desmedido gusto por celebrar cualquier hecho que considerasen significativo para la causa republicana, por muy nimio que fuese, con el consiguiente banquete acompañado de los interminables brindis de rigor por parte de toda la ejecutiva del partido y militantes más significativos. Sin duda alguna, era un buen modo de exponer las ideas políticas en un ambiente relajado y en un momento que el partido republicano se veía inmerso en profundas discusiones internas. La prensa liberal bilbaína recogía estos banquetes que podemos denominar políticos, cuyas connotaciones eran más propias de un mitin que de una celebración lúdico festiva. Cuando en septiembre de 1890 en el Hotel Ventura de Portugalete se homenajeó con el correspondiente banquete al curtido militante republicano Rafael Cervera, nada se dijo del ágape en sí mismo, centrándose los periodistas en toda la carga de posicionamiento político que se podía filtrar de los interminables discursos que conformaron los brindis, reproduciendo letra a letra los más significativos. Los periódicos más radicales se tomaban a chanza estos habituales devaneos gastronómico-políticos de los republicanos, que a todo esto, venían a salir a cinco pesetas el cubierto, un auténtico dispendio cuando el jornal medio de trabajador era de 3,5 pesetas diarias.
Vista de Bilbao (1900-1922). |
Comenzado el siglo XX, esta dinámica de los banquetes-mítines siguió dándose, y para ejemplo, el banquete liberal que tuvo lugar en mayo de 1902 en la Sociedad El Sitio, dentro de los distintos festejos que se organizaron con motivo del aniversario de la liberación de Bilbao en 1874. Entre liberales bilbaínos y representantes de otras formaciones del mismo signo procedentes de diversas poblaciones vascas, el número de comensales se acercó a las trescientas personas. El Gobernador militar de Bilbao, el comandante de marina de la plaza, diputados, alcalde de Bilbao, y representantes de la Diputación, completaban este elenco. El banquete dio principio a las nueve y media de la noche, y fue servido por el Restaurante Torrontegui, con sujeción al siguiente menú:
Durante la comida, un numeroso público se agolpó en la galería del salón donde se estaba dando el banquete, deseoso de oír los discursos que tendrían lugar al finalizar el mismo. También se situó en este lugar un sexteto que interpretó durante el refrigerio diferentes himnos liberales, entre ellos La Marsellesa y el Himno de Riego. La banda del regimiento de Garellano, que dio una serenata frente a la puerta de El Sitio, subió, antes de retirarse, al salón donde estaba transcurriendo el banquete, e interpretó con mucha maestría un airoso pasodoble. Al descorcharse el champagne se iniciaron los brindis, hasta once discursos se pronunciaron, entre ellos el de Pablo Alzola, que resumió la esencia de este acto haciendo un llamamiento a favor del progreso y de las libertades. Finalizados los discursos, se dio paso a la lectura de las adhesiones recibidas por los organizadores de este banquete, que tendría su continuación el 2 de junio en Hernani, aniversario de la liberación de esta villa del asedio carlista.
Pero no todos los banquetes que se celebraban en Bilbao tenían este matiz de reafirmación política. En agosto de 1907, el Orfeón Euskeria celebró con el correspondiente banquete el brillante triunfo que obtuvo en el certamen de coros celebrados en San Sebastián. El ágape tuvo lugar en el restaurante El Amparo, entre los más de cien asistentes, reinó una fraternidad verdadera y un amor desinteresado por el arte, y bajo la frondosa parra de este establecimiento comenzaron a pensar en nuevas lides en las que seguir cosechando triunfos. Al finalizar el banquete, que fue magníficamente servido, nada de brindis ni de discursos que apelmazaran la fiesta y se pasó directamente a entonar el Goizeko Izarra y el Gora ta gora. A continuación, la mayoría de los comensales comenzaron a desfilar hacia el Frontón Euskalduna, donde se estaba celebrando el festival vasco. El coñac que se degustó en la comida, un magnífico Hermesay de treinta años, fue un regalo de Ramón de la Sota.
Parece que la sociedad bilbaína iba sacándole el gusto a eso de los banquetes y hasta elementos que se podían considerar tan poco dados a la ortodoxia social, como eran los estudiantes, sucumbieron ante el encanto de un fraternal banquete. Como ejemplo, el celebrado en noviembre de 1907 por la Asociación General de Estudiantes de Bilbao, la excusa, el brillantísimo éxito alcanzado con la matinée teatral que había tenido lugar el día de Todos los Santos. La cena, nada de comida, por aquello del yantar nocheriego, tuvo lugar donde Torrontegui, con toda la plana mayor de la asociación estudiantil. A la sazón, Rufino Torrontegui sirvió un suculento menú que pocos visos tenía de economías escolares: Aperitivos variados; Ostras; Paella a la valenciana; angulas de la Isla; Perdiz a la cazadora; Roatsbeef a la inglesa; Ensalada; Postres, vinos, café, licores y cigarros. A los postres, los brindis y agradecimientos justos y necesarios, que dieron paso a una animadísima sesión de guitarreo y canturreo, con lo que se puso fin a esta fiesta.
Durante la primera década del siglo XX, los banquetes de habían generalizado de tal manera en Bilbao, que el columnista Manuel Aranaz Castellanos, en uno de sus sainetes satíricos, entre bromas y requiebros ponía en solfa este tipo de celebraciones. Por lo que se refiere a la distribución de los comensales, este crítico social indicaba que se tenía un esmerado cuidado en cuanto a la moralidad de los asistentes, todos hombres, nada de asistencia femenina a estos eventos. A estos comensales se les dividía por mesas entre solteros y casados, más que nada, por aquello de un mayor apartamiento por lo que tocaba a las conversaciones propias de cada estado. Claro, que al final de los banquetes ambos bandos se juntaban en fraternal conversación. Otro matiz importante de los banquetes era la naturaleza de la música que los amenizaba, sones ricos en consignas políticas, de los que Aranaz Castellanos hacía la siguiente clasificación: la Marcha de San Ignacio para los neos, la Marsellesa para los republicanos, el Gernikako arbola para los bizkaitarras, la Internacional para los socialistas, la Marcha de Cádiz para los liberales, el Boga-boga para los que se emborrachaban en vasco, Marina para los que lo hiciesen en castellano… y la Matchincha para todos sin excepción. Lo del menú no es que fuese lo de menos, al contrario, pero lo de los tres o cuatro platos de entremeses, los dos primeros platos de verduras o legumbres, a los que seguían de cuatro a siete segundos platos entre carnes, pescado y caza, y el broche final con fruta del tiempo, postres y… bicarbonato, era un buen baremo a tener en cuenta.
Mercado de Bilbao (1900-1922). |
No es de extrañar que ante estas procacidades gastronómicas la prensa bilbaína recogiese en 1910 la noticia del banquete que la Sociedad Vegetariana Española dio en Madrid. No entraremos a detallar el menú que se nos asemeja deslavado en comparación de los reseñados con anterioridad, tan sólo indicar, que a juicio del reportero, los inexcusables brindis no fueron ni fogosos ni entusiastas, puesto que los estómagos no estaban para discursitos, ya que con excepción de las frutas, todos los demás platos volvieron a la cocina como salieron de ella, sin haberse dado cuenta de ellos.
Pasados los dos primeros lustros del siglo XX, esta cultura de los banquetes se había apoderado de tal manera de la sociedad bilbaína que no se podía concebir celebración alguna sin el consiguiente banquete. Sirva a modo de ejemplo algunos de estos tipos de eventos que se organizaron en Bilbao durante el año 1912. Entre los banquetes que podríamos denominar de carácter político, uno de los más sonados fue aquel que los liberales organizaron en honor de Canuto Azkue, fundador de la Sociedad El Sitio. Esta celebración tuvo lugar en el salón de fiestas de esta sociedad, y aunque nada se dijo sobre el menú que se degustó, sí que se reseñó con todo lujo de detalles los entusiastas brindis, es decir, los discursos, que tuvieron lugar al final de la comida, coreados de efusivos vítores y ovaciones. Toda esta celebración estuvo enmarcada, entre otras piezas musicales, por los sones de algunos de los Aires del Sitio de Bilbao, ejecutados por el sexteto de la referida Sociedad.
Los monárquicos tampoco se quedaron a la zaga en la organización de banquetes reivindicativos, y en enero de 1912, con motivo de la onomástica del rey, se reunieron en el Club Náutico en fraternal banquete cerca de sesenta comensales. La banda del regimiento de Garellano amenizaba desde la plaza del Arriaga esta celebración, por lo que el alcalde, para dar mayor boato a esta fiesta, autorizó el baile. Sin embargo, de las costureras que de ordinario formaban el paseo en el Arenal, fueron pocas las que se marcaron algún pasodoble con sus admiradores, con lo que este evento quedó bastante deslucido. Hay que añadir, también que mientras se estaba celebrando el banquete hubo algún que otro incidente, que se saldó con la detención por parte de la guardia municipal de algunos muchachos que prorrumpieron a pedradas contra la terraza donde estaban reunidos los comensales. Al final de la fiesta, no faltaron los brindis-discursos entusiastas, que se vieron reafirmados con los sones y vivas de la banda de Garellano al rey, al ejército y sus compañeros de armas que estaban luchando en Melilla.
Por su parte, los republicanos no habían perdido la costumbre adquirida de sus banquetes-mítines, y dentro de los festejos que el Casino Republicano tenía preparados para marzo de 1912, se anunció un banquete, del que sí bien no se indicaba el menú, sí que se hizo público los nombres de los oradores que harían uso de la palabra dentro de los tradicionales discursos que cerraban estos actos.
Pero para rizar el rizo sobre estos banquetes de clara implicación política, el banquete conciliatorio que durante los meses de junio y julio de 1912 se quiso celebrar en honor al tres veces dimisionario alcalde liberal de Bilbao, sr. Moyúa. Hasta tres veces se aplazó este banquete, aventurándose por parte de la prensa bilbaína los más descabellados motivos que movieron a ello, sin que al final, ni el mencionado banquete ni la deseada conciliación se llevasen a efecto.
Vista de Bilbao (1940-1950). |
Dentro de otra esfera conmemorativa, las asociaciones gremiales también dieron el paso para establecer los banquetes como un elemento de su reafirmación como entidades corporativas. Cuando en agosto de 1912 se constituyó la Asociación de la Prensa Bilbaína, se organizó un banquete conmemorativo que se repetiría con posterioridad todos los años. Al banquete que hacemos referencia, que tuvo lugar en el Hotel Arana, asistieron además de representantes de la prensa diaria de Bilbao, sus colegas de la prensa madrileña. No se dijo cuál fue el menú que degustaron estos periodistas, pero sí que es significativo que al final del banquete, sacadas las fotografías de rigor para los periódicos ilustrados, se pasara directamente a la lectura de las adhesiones a la naciente asociación, sin que se terciaran los extensos brindis-discursos que caracterizaban a otro tipo de banquetes anteriormente aludidos. Mención a parte merece que los periodistas fueron agasajados por diferentes hombres de negocios bilbaínos con el coñac, licores y vinos que se sirvieron durante esta comida.
Tampoco las entidades deportivas se vieron ajenas al gusto de celebrar bajo las más diversas razones los correspondientes banquetes conmemorativos. En el caso del Athletic de Bilbao, los socios de este club agasajaron en abril de 1912 a los miembros del equipo inglés Civil Service, con los que habían jugado un partido amistoso. Los socios del club bilbaíno obsequiaron a los ingleses con un espléndido banquete en la Sociedad Bilbaína. Desconocemos quién sirvió esta cena, pero se reseña que durante la misma, reinó la mayor alegría, y que lejos de almibarados discursos, se pronunciaron varios brindis por los dos clubes y por el deporte en general.
Dentro de esta tónica, en noviembre del mismo año 1912, los socios del Athletic decidieron agasajar con el consecuente y merecido banquete a los miembros del primer equipo del club, puesto que consideraban que todo se lo merecían estos bravos muchachos, que con su portentoso juego habían sabido colocar el pabellón de su club a la cabeza de las Sociedades españolas. Para inscribirse a la cena, los aficionados, tanto los que eran socios del club, como los que no lo eran, debían de apuntarse en la sede del mismo. El banquete se celebró en el Hotel Torrontegui, con un total de sesenta comensales. Después de un espléndido menú, acorde con la fama del local y la ocasión que se festejaba, se brindó, cómo no, por la prosperidad del Club y de sus jugadores.
Al comenzar la década de los años veinte, la celebración de los banquetes era algo habitual dentro de la sociedad bilbaína. Los había más o menos íntimos, con brindis y adhesiones incluidos, a los que se podían añadir reivindicaciones políticas, laborales o deportivas. Dentro de un ámbito popular, el Hotel Arana y el Casino de Archanda eran los lugares preferidos para este tipo de reivindicaciones gastronómicas. Si se quería algo más refinado, el exquisito servicio del Palace Hotel no desmerecería a los paladares más exigentes y almas más distinguidas. Por el contrario, si se quería algo más informal, en el Restaurante de Arteta en Begoña, los tamborileros y el chirene Tintín, amenizarían de buena gana cualquier celebración. En el Casino de Archada había días que no daban abasto para atender este tipo de celebraciones, dándose el caso de la confluencia en este establecimiento de convivencias y coincidencias difíciles de observar en otros ámbitos de la capital vizcaína. Como ejemplo de lo dicho, cuando en julio de 1921 se celebraron el mismo día en este casino sendos banquetes organizados respectivamente por el Club Deportivo y por la Sección de Hacienda del Ayuntamiento de Bilbao, bajo toda la parafernalia de banderas francesas y españolas que había presidido el día anterior la cena de la colonia francesa. Era tanto el trabajo que tenían los del Casino, que no les había dado tiempo a recoger los adornos de la cena, sin tener en cuenta las connotaciones ideológicas de los banquetes que tendrían lugar al día siguiente. Lejos quedaban aquellos banquetes organizados con esmerado mimo hasta el último detalle, se estaba dando paso a una sociedad de consumo en la que la estandarización también había llegando hasta uno de los ejemplos más claros de sibaritismo culinario y de adhesiones personales.
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