La jornada de caza resultó fructífera, una hembra de bóvido salvaje y varias crías han sido abatidas. El grupo carga con las piezas y se dirige al refugio de Mendandia. A menos de un kilómetro se ubica el abrigo al que la comunidad regresa cada año, siempre en la misma temporada. La estancia mide 15 por 4 metros con visera lo suficientemente amplia como para acoger a unas quince personas, además de una amplia terraza exterior. Antes de que los cazadores regresen otros miembros habrán amontonado madera de pino, ligeramente verde: hay en las cercanías árboles más adecuados para un buen fuego, pero no pretenden encender una verdadera hoguera.
Llegan los cazadores, abandonan las piezas cobradas y se toman un respiro mientras manos diestras, ayudadas de cuchillos de sílex, despellejan a los animales: de las pieles y tendones harán buenos usos como ropas y cordajes. Al descuartizar van seleccionando las partes: las menos provechosas, como la cabeza y las extremidades, se consumirán en el abrigo, las de mayor aporte cárnico se trasladarán, cuando marchen de Mendandia, a otros campamentos donde pasarán el duro y húmedo invierno.
Aspecto de la terraza donde se asienta Mendandia. |
Es el momento de prender los fuegos: los leños húmedos y verdes apenas ofrecen llamas, pero sí en cambio abundante humo con el que secar y ahumar los alimentos. El sistema les garantiza provisiones para cuando llegue la estación fría y la caza escasee: consumirán también los frutos del bosque que recolecten en otoño.
Transcurren las horas lentamente entre trabajo, charla y sesteo, dejan para mañana la reparación del armamento: los arcos están en buen estado, los correajes se tensarán, pero escasean los proyectiles.
Al día siguiente los más hábiles en la talla del sílex comienzan su tarea. A Mendandia vinieron, en previsión, con un cargamento de “la piedra del rayo”: a una decena de kilómetros son abundantes los filones de sílex y saben arrancar los bloques necesarios. Para aligerar el peso en la propia cantera retiraron de los nódulos la capa superficial, el córtex rugoso e inservible para el formateo de instrumentos, y comprobaron la calidad del material elegido. Llevaron al abrigo unos núcleos preconfigurados que ahora se disponen a tallar. Primero extraen con medidos golpes láminas de unos diez centímetros de longitud, finas y cortantes, después, con retoques menudos y presiones, transforman aquellas láminas en verdaderos útiles: cuchillos, raspadores, perforadores, muescas –con las que acondicionar los astiles de los venablos-, proyectiles. Estos son pequeños objetos de entre uno y dos centímetros, muy finos, con formas triangulares y trapeciales la mayoría de las veces. Los encajan alternativamente en delgadas varillas confeccionando así unas saetas de agudos filos y dientes sobresalientes que, como los arpones, impiden que el proyectil se caiga una vez herido el animal.
Ya están preparados para una nueva jornada de caza. Podrían descender por el cauce del río hacia el valle donde seguramente encontrarán caballos y ciervos pastando, o penetrar en el denso bosque de quecus, hayas y arces, donde se esconden los huidizos corzos, o ascender a los roquedos donde ramonean cabras y sarrios. Pero eso será mañana, a las primeras luces del alba.
El río Ayuda bajo la plataforma de Mendandia. |
La estampa narrada del vivir prehistórico en el yacimiento de Mendandia se ajusta, sin excesos, a lo deducido del análisis riguroso de los datos arqueológicos: prehistoriadores, paleontólogos, palinólogos, antracólogos, geólogos y físicos han aunado sus esfuerzos en la reconstrucción del significado de los residuos dejados por el hombre, y quedan reunidos en el volumen reseñado. Más de 70.000 fragmentos óseos –de hecho Mendandia ofrece la mejor colección faunística peninsular para la época tratada-, unos 18.000 restos líticos –instrumentos propiamente dichos y restos de talla-, más de 1.000 elementos cerámicos –con una antigüedad tal que abre un interesante debate entre los científicos-, conchas marinas de origen atlántico y ¡Mediterráneo!, usadas como elementos de adorno...
Se eligió como morada provisional un abrigo abierto en el desfiladero Oquina-Saseta, en el corazón de la Montaña Alavesa”, bien orientado al este, a los pies del Ayuda, sobre un punto altamente estratégico: con acceso rápido a biotopos de valle, ladera y altura, combinando praderíos, bosques de mayor o menor espesor, y roquedos. Uro, ciervo, corzo, caballo, sarrio, cabra y jabalí (además de mamíferos de menor talla como zorro, lobo o gato montés) fueron común objeto de caza dentro de una economía de amplio espectro. La dentadura y el tamaño de los huesos nos informa del abatimiento frecuente de individuos jóvenes, o dicho de otra manera, se acampaba en el lugar a finales de la primavera y principios del verano, al poco del nacimiento de las crías.
La estrategia del “nomadismo recurrente” conecta a Mendandia con otros enclaves que le son contemporáneos y muy próximos –se accede a ellos en caminatas de media jornada-: Atxoste, Kanpanoste, La Peña, Fuente Hoz...
Las partes anatómicas halladas en el yacimiento indican que trasladaban a los campamentos base, previo ahumado con madera de pino verde, según confirman los estudios de los carbones.
Puntas para armar en serie en los proyectiles. |
El sílex era la materia prima exclusiva para la confección del instrumental duro: prácticamente el noventa por ciento proviene de los afloramientos de Treviño y de Loza, distantes ambos una quincena de kilómetros. Pero, tal vez como intercambios con otros grupos o tras esporádicas visitas, disponían de sílex de Urbasa –a treinta kilómetros-, la costa cantábrica –la variedad de flysch a un centenar de kilómetros- y evaporítico del Ebro –quizá del área de Tudela-. Las tareas primarias las realizaban en las inmediaciones de las canteras, los trabajos finos en el asentamiento.
La estratigrafía de Mendandia, la evolución industrial y las mediciones de carbono 14 marcan dos grandes estadios culturales. El primero se dice Mesolítico, que corresponde a los últimos cazadores y recolectores, y es subdividible, en el campamento, en tres episodios: laminar el más antiguo, del 8500 bp (before present, antes del presente); de muescas y denticulados el intermedio, fijado hacia el 7800; y geométrico el último, en el 7600. Las diferencias estriban en las técnicas de elaboración y composición de sus elementos industriales, y no en sus actitudes generales que se rigen por lo descrito anteriormente.
El segundo es Neolítico, cuando ya el hombre conoce la agricultura, la ganadería –hechos no documentados en Mendandia por su especialización cinegética- y la cerámica. El C14 sitúa el Neolítico del asentamiento entre el 7200 y el 6400 –son varios los niveles-, datos que sorprenden por su gran antigüedad, pues de hecho constituye la primera alfarería de la Península. El director de los trabajos ha argumentado sólidamente, partiendo de informaciones internas y externas al propio yacimiento, la veracidad de los documentos. Se abre así un debate intenso que no sólo cuestiona la supuesta marginalidad del área vasca en la formación del Neolítico ibérico, idea muy extendida, sino también las bases que cimientan el discurso de la neolitización peninsular y sus modelos.
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