Bilbao y la Guerra de Cuba (1895-1898)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco

Primero fue la insurrección cubana, a ésta se añadió el alzamiento en Filipinas, y, como puntilla final, el conflicto con Estados Unidos por el control de éstas y otras colonias españolas en ultramar. Todas estas contiendas pusieron en un brete a las distintas fuerzas que confluían en el modelo de gobierno que había imperado en España, basado en un proteccionismo a ultranza y que utilizaba a su ejército como guardián de este status quo. Bilbao no fue en modo alguno ajena al devenir de estos acontecimientos, puesto que al ser uno de los principales bastiones de la industrialización española, al mismo tiempo que aportaba el sentir de la clase empresarial proteccionista y el de los tenedores de renta del Estado, era también una fuente de aquella carne de cañón compuesta por cientos de soldados que perecieron o minaron su salud en el sumidero de las Antillas y Filipinas.

La participación de los bilbaínos en el control de las insurrecciones cubanas no fue algo nuevo con el alzamiento de 1895. En efecto, un elevado número de bilbaínos componía parte de los batallones de voluntarios vascongados que marcharon a Cuba para sofocar la rebelión de 1869. La mayor parte de estos voluntarios perecieron heridos por las balas o enfermos por el cólera u otras enfermedades. Como consecuencia de esto, muchas viudas, huérfanos y padres sin hijos quedaron en Bilbao como testigo de aquellos dramáticos acontecimientos.

Restos del crucero Oquendo tras la batalla de Santiago de Cuba
Restos del crucero Oquendo tras la batalla de Santiago de Cuba. Año 1898.

Cuando en marzo de 1895 llegaron las noticias de que en toda Cuba se habían levantado partidas de insurrectos, se intuía el inminente envío de tropas con destino a esta colonia. Los primeros en salir fueron los soldados correspondientes al Batallón de Garellano establecido en Bilbao. La prensa bilbaína se deshizo en loas y parabienes para estas tropas, todo ello aderezado con tal furor patriótico y guerrero que pareciese que los reporteros mismos se iban a ofrecer voluntarios para ir a la manigua. Pero, pudo más el instinto de supervivencia y su beligerancia no pasó de llamar desde sus columnas a los insurrectos cubanos, facinerosos y bandidos, mientras que les decían a los soldados que esperaban verlos volver cargados de laureles.

Con el estallido del conflicto, el engranaje bélico y, dentro de éste, la asistencia a los heridos, se puso en marcha. De este modo, la Asociación de la Cruz Roja de Bilbao dirigió a principios de agosto de 1895 una circular al pueblo bilbaíno solicitando su concurso con donativos para los soldados destinados en la perla de las Antillas. Según recogía esta circular, las noticias que se recibían del frente eran descorazonadoras, puesto que el ejército no sólo era víctima de las balas del enemigo, sino que también lo era de las múltiples enfermedades que por efecto del clima padecían los soldados. Por lo tanto, esta asociación de la Cruz Roja se veía en la necesidad de acudir a la caridad de los bilbaínos para socorrer tanto sufrimiento y aliviar, en la medida de lo posible, a aquellos que caían en los campos de Cuba, víctimas de las fiebres o de las heridas recibidas en campaña. A pesar de la previsión del Gobierno, no estaba de más en unas circunstancias tan difíciles los auxilios de la caridad, necesarios para socorrer a los heridos y a los enfermos. Esta asociación de la Cruz Roja se veía en la obligación de recordar a la ciudadanía que terminadas las curas de los soldados, y ya en periodo de convalecencia, éstos necesitaban que se les alimentase convenientemente y que se les regalase con algo que les ayudase a recobrar en breve tiempo las fuerzas perdidas. La Cruz Roja excitaba el celo de sus convecinos para que contribuyesen con su ayuda y, de este modo, demostrar lo mucho que estimaban la vida de sus soldados. Es más, desde los diferentes rotativos bilbaínos se estaba en la creencia de que el generoso pueblo de Bilbao respondería brillantemente a este caritativo llamamiento, tanto con valiosos socorros en especie como en metálico.

Estas altas miras de caridad para con los soldados destinados en Cuba se vieron enturbiadas por las continuas noticias de patriotas que se daban de baja en el ejército por no ir a Cuba o que pagaban para eximir a sus hijos del servicio de armas. Patriotas que, en última instancia, no dudaban en hacer pingües negocios a costa de este conflicto bélico. Al mismo tiempo, las despedidas de los soldados en las estaciones de ferrocarril, almibaradas con las marchas y pasodoble que tocaban las bandas de música, se sucedían en una mezcla de tristeza e impotencia ante una juventud que tenía un aciago futuro en Cuba. A los escándalos por varios capitanes que se dieron de baja del ejército por no ir a la guerra, se unieron las críticas a una mal entendida caridad a favor de las tropas, cuyo principal objetivo era organizar actos lúdicos a los que acudía la burguesía bilbaína en pleno. Bailes, carreras de caballos y kermeses fueron para muchos una excusa para el divertimento de la gente bien de Bilbao, sin que estos actos benéficos aportasen tantos fondos como cabía esperar de una clase social tan solvente.

En septiembre de 1895 la Asociación de la Cruz Roja de Bilbao convocó a la prensa para hacerles saber que iban a iniciar una campaña para recaudar fondos destinados a la Guerra de Cuba. Reconocía esta asociación que el retraso de estos trabajos se debía a la confluencia de las Fiestas de Bilbao y de la tómbola que había organizado a favor del Colegio de niños sordomudos y ciegos, circunstancias en las que consideraba que la ciudadanía no estaría muy dispuesta a aportar su óbolo para otra causa benéfica. Dentro de esta campaña recaudatoria, la Cruz Roja visitó a distintas autoridades y envió circulares a respetables personas de Bilbao con el objetivo de abrir una suscripción pública para recaudar fondos con destino a la guerra. El primero en aportar su ayuda fue el señor Zabálburu, que encabezó esta suscripción con la cantidad de diez mil pesetas. Además, una comisión formada por miembros de la Cruz Roja se proponía seguir visitando a distinguidas personalidades de la villa, para dar impulso a esta suscripción, al mismo tiempo que se pensaba en organizar una misa de campaña, diversos partidos de pelota en el frontón Euskalduna y un gran festival en los Jardines del Olimpo, todo ello destinado a recaudar más fondos.

En noviembre de 1895 empezaban a llegar las noticias de los soldados bilbaínos destinados en el frente de Cuba. Un joven de esta villa contaba en una misiva, que se habían apoderado de un hospital donde estaban curándose algunos de los cabecillas de los insurrectos, quienes huyeron en cuanto oyeron dos o tres tiros, lo que a juicio de este bilbaíno era un signo de su inequívoca cobardía. Este soldado también narraba que muchos de los bilbaínos residentes en Cuba se estaban integrando en los batallones de voluntarios que se estaban organizando en la isla. En cuanto al calor y a las temidas enfermedades, el bilbaíno decía que el primero no era tanto, y que las segundas eran evitables mientras uno no hiciese excesos. De lo que sí se quejaba era de los mosquitos, que los había a montones, de que el agua que tenían que beber fuese de lluvia y de que cuando podían dormir, lo tenían que hacer en hamacas. A pesar de todo, este soldado decía que estamos todos muy contentos, y que por allí se aseguraba que la guerra acabaría para Navidad. Para finalizar, este joven soldado indicaba que con 22 días de operaciones seguidos, llenos de calamidades, muchos de los bilbaínos compañeros de tropa y él mismo, se encomendaron a la Virgen de Begoña para que les sacara con bien, y que sus rogativas fueron oídas porque no sufrieron percance alguno.

Estas noticias contrastaban con otras que llegaban sobre la mala situación de los soldados, que carecían de lo más básico, desde calzado, hasta una alimentación mínimamente digna. Se acusaba solapadamente a los abastecedores del ejército de ponerse las botas haciendo negocios fraudulentos con los géneros destinados a las tropas. A esto había que añadir la incertidumbre e intranquilidad que azotaba a la población por el envío masivo de soldados y de material bélico a Cuba, sin que hubiese una política clara por parte del Gobierno en cuanto a las directrices que había que seguirse en esta contienda.

En febrero de 1896 la necesidad de tropas en Cuba era tan acuciante que se ordenó la salida de una nueva tanda de soldados pertenecientes al Batallón de Garellano. Este batallón había sido instalado en Bilbao por la autoridad militar con el propósito de reprimir los movimientos huelguísticos de las fábricas y de las minas vizcaínas. Aún así, este batallón se había granjeado las simpatías de los bilbaínos. Los actos de despedida del Batallón de Garellano no estuvieron exentos de toda la parafernalia que la ocasión requería. El domingo se llevó a estos soldados a oír misa a Begoña, y se repartieron escapularios entre ellos para que les protegieran de las balas enemigas y de las enfermedades de la manigua. De vuelta en el cuartel, aguantaron los discursos del Gobernador civil, del presidente de la Diputación y del alcalde de Bilbao. El lunes, precedido de un batallón infantil, el batallón recorrió en formación las calles de Bilbao, llenas de un inmenso gentío que presenciaba el desfile. Pocas colgaduras patrióticas se vieron, no se escuchó ninguno. A pesar del entusiasmo que se describió en algunos periódicos de Bilbao, la tristeza era la tónica general durante esta despedida. Los soldados embarcaron en el tren de Portugalete, donde un protestante les repartía Evangelios. Era Carnaval, y por la tarde, a pesar de la tristeza de la mañana, los Campos Elíseos estaban bulliciosos de bilbaínos con ganas de juerga, entre ellos, el mismo alcalde de la villa.

El bastión de los patriotas bilbaínos era el Café del Arriaga. Allí se reunían para proferir sus gritos contra los insurrectos cubanos y contra los yanquis que les apoyaban. El delirio llegaba en cuanto la orquesta comenzaba a tocar el pasodoble de Cádiz, santo y seña de los constitucionalistas. Dentro de esta onda de patriotismo, en mayo de 1896, tuvo lugar una rogativa a la Virgen de Begoña, con una procesión encabezada por los concejales del Ayuntamiento de Bilbao. Se pedía a la Virgen una pronta terminación del conflicto y el regreso con bien de las tropas a casa.

La salida de soldados para Cuba no cesaba, y a falta de los 6.000 reales (2.000 pesetas) necesarios para su exención, eran muchos los que se veían obligados a marchar al frente. Ya no había lugar para patrioterismos ni para demostraciones vanas de clamor popular. Los soldados eran custodiados en las estaciones por la Guardia Civil para evitar deserciones y también para evitar que se acercasen las familias. Era innegable que el tema de la guerra no estuviese presente en la sociedad bilbaína. Aún así, en la segunda quincena de agosto de 1896 los bilbaínos estaban más pendientes de las corridas de toros que se estaban celebrando en la villa que del devenir del conflicto cubano.

En septiembre de este año, las deserciones a Francia ante los nuevos llamamientos a filas estaban a la orden del día, a lo que había que añadir el comienzo de la insurrección en Filipinas. En este mismo mes se dio despedida a otra remesa de soldados pertenecientes al Batallón de Garellano. La indignación entre las mujeres y hombres de Bilbao por esta marcha era sentida, puesto que veían cómo estos jóvenes eran llevados al matadero de Cuba. Soldados, cabos y sargentos del ejército estaban obligados a ir a la guerra, mientras que los jefes y oficiales iban como voluntarios en loor de ascensos en su carrera militar, y esto prendía en la opinión que los bilbaínos tenían de la guerra.

En este mes de septiembre también comenzaron a regresar los soldados inválidos y enfermos procedentes de Cuba. Frente a las primeras despedidas multitudinarias, contrastaba que nadie fuese a recibirles a la estación. Estos soldados contaban auténticas calamidades sobre la guerra. En los hospitales de Cuba había cerca de 15.000 militares enfermos y heridos, a lo que había que añadir que el Ejército llevaba tres meses sin cobrar la paga. Se criticaba la falsa moral de las autoridades que evitaban por todos los medios el triste espectáculo que los soldados medio moribundos ofrecían por las calles de la villa. Se dio el caso, que ante la falta de alimento que recibían en los cuarteles de Bilbao, algunos de estos soldados salieron a la calle implorando la caridad pública tan sólo para comer.

Que Bilbao estaba a la vuelta de la Guerra de Cuba era un hecho. Cuando en otros lugares echaron las campanas al vuelo al conocer la noticia de la muerte de Maceo, cabecilla de los insurrectos, en esta villa no hubo reacción alguna. Las noticias que llegaban de Cuba no eran nada halagüeñas, buques que regresaban atestados de soldados medios muertos, tropas que pasaban hambre en el frente por las irregularidades de la intendencia, falsas noticias sobre victorias y pacificaciones que no eran tales… Se hablaba de Juan Soldado, sabedor de que iba a morir sin saber porqué ni para qué.

En marzo de 1897 se cumplían dos años de guerra, se oían voces a favor de la paz, cuando el coste en víctimas y dinero amenazaba la estabilidad del Gobierno. Voces críticas decían que si se quería la paz era porque ya se había hecho el negocio de la guerra, con la emisión de bonos del Estado a un elevado interés, y que fueron acaparados por los rentistas y especuladores de siempre. Es más, no se vislumbraba el fin de la guerra. Dentro de un gesto que le honró, el Ayuntamiento de Bilbao acordó dar diez pesetas a cada soldado herido o enfermo que desembarcase en esta villa, propuesta promovida por el concejal socialista Facundo Perezagua.

Transcurría el año 1897 sin novedad alguna en el frente cuando, en octubre de ese año, el Gobierno decretó un nuevo arancel para el comercio entre España y Cuba. Los intereses de los industriales vizcaínos, liderados por la Liga Vizcaína de Productores se vieron lesionados, puesto que el nuevo arancel perjudicaba sobre todo a las industrias siderúrgicas, al recargar este tipo de exportaciones. Los propietarios cubanos que residían en Bilbao apoyaron las quejas de los empresarios bilbaínos. En noviembre se decretó la autonomía arancelaria para las Antillas, con lo que el mercado caribeño quedó abierto, sin traba alguna, a las producciones norteamericanas en detrimento de las vizcaínas.

El año 1898 comenzó con la movilización a favor del servicio militar obligatorio, para que los hijos de los ricos también fuesen a la guerra. Los abusos en los expedientes en la exención de las quintas en Bilbao y en Vizcaya eran bien conocidos. El coste por evitar ir al servicio militar ascendía a un total de 150 pesetas, según el municipio.

En marzo de 1898 se llegaba a los tres años del inicio de la guerra y, lejos de vislumbrar su término, la grave situación a la que este conflicto había sumido a la sociedad española le hacía tener una mayor repercusión aún si cabe. Es más, Estados Unidos amenazaba con declarar una guerra que sería desastrosa a todas luces para España. Esta amenaza hacía resurgir el sentimiento patriótico en algunos sectores de la población bilbaína. A la sazón, José Martínez de las Rivas ofreció cinco millones de pesetas al Gobierno si le permitía reanudar los trabajos en los Astilleros del Nervión, cuyo cierre había afectado duramente a los obreros de la margen izquierda de la Ría; la Sociedad El Sitio de Bilbao acordó crear una suscripción con destino a los soldados de Cuba; y, por último, el Ayuntamiento de Bilbao aceptó levantar un empréstito para construir barcos de guerra. Como de costumbre, los patriotas bilbaínos se reunían en el Café del Arriaga para vociferar contra los Estados Unidos, mientras que las autoridades trasladaban con todo el sigilo a los soldados que llegaban enfermos de Cuba hasta el sanatorio destinado a mejorar su pertrecha salud.

Cuando en abril de 1898 estalló la guerra hispano-americana, no se disimuló el júbilo por parte de ciertos grupos políticos bilbaínos. Se organizaron dos manifestaciones de distinto signo y bajo distintos lemas de actuación. Mientras los socialistas gritaban a favor del servicio militar obligatorio, el otro grupo de manifestantes, después de atacar a pedradas la sede de la sociedad Euskalerria y la casa de Sabino Arana, por sus posturas contrarias al conflicto con los americanos, se acercaron hasta el cuartel de Garellano. Llegados a aquel punto, estos exaltados pidieron a la banda de este cuartel que tocase el citado pasodoble Cádiz, emblema de los constitucionalistas. El capitán del regimiento se negó a esta solicitud, no sin antes haber invitado a estos valientes, a que si alguno de ellos quería ir voluntario a Cuba, entrase para enrolarse. Ninguno de éstos lo hizo.

Las consecuencias de la guerra estaban siendo nefastas para Bilbao: los capitales huían a Francia, puesto que los valores del tesoro franceses ofrecían mayores ganancias que los españoles; el precio de los artículos de primera necesidad se desmandaba, en particular el del pan que en junio llegó a costar 60 céntimos el kilo; y las dificultades para encontrar trabajo eran cada vez mayores. Tanto la prensa afín al conflicto en Cuba, como los curas y los frailes se despachaban a gusto contra los americanos, ofreciendo una visión de esta contienda que nada tenía que ver con la realidad.

Dentro de todo este estado tan calamitoso de las cosas, se tenían noticias de que para la siguiente legislatura se iba a presentar el proyecto de ley sobre el servicio militar obligatorio. Se clamaba por la paz, mientras que aquellos patriotas belicosos de barrera propugnaban por la continuación de la guerra, puesto que a su juicio tal era el sentir de los cuadros del ejército. Las victorias de los yanquis llegaban a las redacciones de aquellos periódicos que antes les habían vilipendiado desde sus columnas llamándoles cobardes. A principios de agosto el final de guerra estaba cantado, y el Gobierno español mandó que todos los deportados cubanos fuesen encarcelados para evitar enojosos incidentes y así lo hicieron las autoridades bilbaínas.

Efectivamente, en agosto llegó la paz con el cese de las hostilidades. La vuelta de los repatriados a Bilbao coincidió con las Fiestas de la villa. La descripción del regreso de los soldados no podía ser más lacerante. Con paso débil, flacos y amarillos por las fiebres, vestidos con el tosco traje de rayadillo y tocados con un sucio y mugriento sombrerito de paja, contaban verdaderos horrores de su estancia en Cuba. Pero con su vuelta no habían hecho más que comenzar sus penalidades, en la búsqueda de un remedio para su quebrantada salud. Mientras tanto, Bilbao estaba inmersa en la vorágine de las fiestas. Toros, bailes y demás diversiones no daban tregua a la tristeza de aquellos que volvían del infierno de Cuba.

Zure iritzia / Su opinión
euskonews@euskonews.com
Bilaketa

Bilaketa aurreratua

Parte hartu!
 

Euskonewsen parte hartu nahi duzu? Bidali hurrengo elkarrizketetarako galderak!

Artetsu Saria 2005
 
Eusko Ikaskuntza

Arbaso Elkarteak Eusko Ikaskuntzari 2005eko Artetsu sarietako bat eman dio Euskonewseko Artisautza atalarengatik

Buber Saria 2003
 
Euskonews & Media

On line komunikabide onenari Buber Saria 2003

Argia Saria 1999
 
Euskonews & Media

Astekari elektronikoari Merezimenduzko Saria

GAIAK
 Aurreko Aleetan
Bilatu Euskonewsen
2005/09-30/10-07