Bodas en Bilbao, tradición y nuevos gustos sociales (1875-1912)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco

Las bodas, al igual que los bautizos, han sido siempre dos de las ceremonias que mejor reflejan la tradición y los nuevos gustos surgidos por los cambios inherentes a toda sociedad. Bilbao no pudo sustraerse de estas transformaciones y buena prueba de ello son las novedades que se fueron introduciendo en una ceremonia a la vez, tan sujeta a ritos atávicos, como susceptible de aquellas innovaciones sociales que marcan la modernidad de los tiempos. Al mismo tiempo, las bodas constituían un claro ejemplo de reafirmación social de los contrayentes y de sus familias. No era lo mismo, la francachela de las bodas, podríamos llamar populares, que la pomposidad y boato de los enlaces protagonizados por la buena sociedad.

Cuando el 25 de abril de 1875 contrajeron sagrado matrimonio en la anteiglesia de Deusto la simpática señorita de Ibarrondo con el joven y apreciable procurador Sr. Gárate, todavía se podía apreciar en este evento social las pautas que la tradición marcaba. Contrayentes, familias y demás invitados se reunieron en el templo donde iba a tener lugar el enlace. Finalizada la ceremonia, la numerosa comitiva, compuesta por cerca de cien invitados, se acercó en varios carruajes hasta la fonda de Aguirre Sarasúa para dar buena cuenta de una suculenta comida que se complementó con una no menos exquisita cena. Durante todo este periplo gastronómico-festivo, reinó una diversión y una algazara sin límites, lo que no era de extrañar, conocida la buena pasta, según decían, de los contrayentes y de los invitados.

Dos años más tarde, en febrero de 1877, se anunciaba el acuerdo entre dos empresarios hosteleros de Bilbao para ofrecer un esmerado servicio para la celebración de bodas y bautizos. Efectivamente, en este Bilbao que comenzaba a despuntar hacia nuevos cambios sociales, se echaba en falta y hasta se hacía necesario, un establecimiento que, reuniendo en sí todas las condiciones que debía reunir un restaurante, al mismo tiempo que las de una pastelería, se encargase de servir con prontitud y economía los convites con los que siempre se festejaban los dos actos más solemnes de la vida: los casamientos y los bautizos. En la publicidad de este nuevo servicio se decía que este vacío lo habían venido a llenar el dueño del acreditado establecimiento de Las Delicias enclavado en la calle del Víctor, señor Echave, y el de la fonda denominada de Bernardino, emplazada en Bidebarrieta. Ambos hombres de negocios habían llegado a un convenio para servir, con buena vajilla, cuantos encargos se le confiriese para celebraciones de bodas y bautizos, por un precio módico y con gran prontitud, no solo al rico propietario y acaudalado capitalista, sino también al modesto trabajador cuyos recursos le señalaban un límite para tales actos.

Pero el convite era un paso más de un proceso del que no eran solamente partícipes los novios, familias y convidados. Como muestra, valga el relato que el corresponsal de El Noticiero Bilbaíno en Baracaldo hizo en el año 1880 de una boda que tuvo lugar en un barrio de este pueblo y que no se diferenciaría mucho de las que tenían lugar en los barrios bilbaínos. Por esta época, las bodas estaban circunscritas a un periodo del año determinado, que coincidía con la conjunción del otoño con el invierno. Aún así, los rigores del clima no disminuían el jolgorio, sobre todo el de las mujeres, para animar estas celebraciones. Las bodas generalmente se celebraban en sábado, aunque la víspera se daba conocimiento del evento al vecindario del barrio de la novia mediante cohetes y chupinazos. Al día siguiente, jornada de la boda, se lanzaban de madrugada nuevos chupinazos para recordar a los vecinos que la ceremonia estaba pronta a celebrarse. Durante toda la mañana se repetían las detonaciones, hasta que dos testigos se presentaban en la casa de la novia, acompañados por bandurrias y guitarras. De este modo, la novia era escoltada hasta la iglesia, seguida de música y ruido de cohetes que alborotaban al vecindario. Los gritos de los chiquillos, de las mozas y de otras que ya no lo eran, hacían de coro a este espectáculo.

Tal era la expectación que estos acontecimientos prendían entre las mujeres, que dejaban todo lo que estaban haciendo en sus hogares y se lanzaban a la calle, hasta que los invitados salían para la iglesia a eso de las diez de la mañana. Por supuesto, que las mujeres también se acercaban hasta el templo, ampliando de este modo la comitiva nupcial. Mientras éstas esperaban afuera de la iglesia a que la ceremonia finalizase, daba tiempo al comadreo, y cuando los novios y convidados salían, regresaban todos juntos al barrio a eso de las once o doce de la mañana. A su llegada, de nuevo más cohetes para celebrar los esponsorios y se hacía círculo en torno a los contrayentes, donde todos, sobre todo las mujeres, se animaban a bailar, dejando olvidados su quehaceres caseros. El baile duraba en torno a una hora, momento llegado para que novios y allegados se retirasen a festejar la ceremonia con el correspondiente convite.

Como contrapunto a este tipo de celebraciones populares, las bodas también eran un modo de hacer ostentación de un cierto estatus social. Era costumbre, cuando los contrayentes pertenecían a una familia adinerada, mostrar a sus amigos, convecinos y allegados, los regalos que recibían con motivo de su enlace. Muestra de que esta costumbre estaba ampliamente arraigada en la sociedad vizcaína, fue la exposición de los regalos que en 1893 recibió la hija de un rico propietario y descendiente de una de las familias de más ilustre abolengo de Vizcaya, Mercedes Arriola, con motivo de su enlace con Manolo Urrecha, acaudalado propietarios del balneario de Castillo de Elejabeitia. Según las noticias de la época, fue la madre de la futura desposada la que accedió a mostrar en su palacio de Emilianea, situado en Ceánuri, las innumerables joyas y otros objetos de extraordinario valor con los que habían sido obsequiados los futuros contrayentes, ante las continuas peticiones de sus convecinos y personas de otros pueblos. La visión de semejante dispendio de abigarrada pedrería y de metales preciosos deslumbraba, hasta llegar a la estupefacción, a los muchos que se acercaban a observar el espectáculo, que más parecía que se encontraban ante los escaparates de las tiendas más elegantes de París, que en un caserón de la recóndita Vizcaya.

La burguesía bilbaína de finales del siglo XIX también siguió estas pautas de ostentación, eso si, acomodadas a las nuevas modas. Cuando el caballero vizcaíno Juan Careaga contrajo matrimonio en 1895 en la basílica de Begoña, más de diez mil personas concurrieron a las cercanías y hasta el mismo Santuario, con la esperanza de hacerse con la limosna de medio duro que se decía que los contrayentes iban a dar a cada persona que se acercarse hasta el lugar del enlace. Esta noticia resultó ser una engañifa, pero no por ello dejaba de revelar que aún perduraba en el subconsciente de la gente la costumbre de que aquellos contrayentes de cierta solvencia económica hiciesen, con motivo de sus esponsales, un donativo a los más necesitados de la localidad donde se realizaba la ceremonia. Pero, realmente no fue este bulo el que caldeó los ánimos de más de uno como consecuencia de la boda del señor Careaga. Lo que se le criticó duramente a este aristócrata fue el despilfarro de más de diez mil pesetas en adornar el templo con flores y otros aditamentos, amén de su extravagancia por ir disfrazado de gentil-hombre, en solapada alusión al estridente uniforme militar que exhibió para la ceremonia. Estos reproches también alcanzaron al clero de Begoña por aceptar este dispendio, cuando había gastos más importantes a los que hacer frente, como el de reponer la torre de la iglesia.

Se dio comienzo al siglo XX y, con los nuevos tiempos, las bodas no se libraron de novedades. De este modo, la irrupción del ferrocarril propició algunos de estos cambios, como aquellos que afectaron al clásico viaje de novios. Aunque en un principio, estos viajes en tren eran patrimonio de unos pocos, con el tiempo fueron generalizándose. Iniciada esta centuria, y con eso de que desde Bilbao se podía llegar en ferrocarril hasta San Sebastián y Biarritz, importantes centros de veraneo, se pusieron de moda estos destinos como luna de miel para los recién casados. Tampoco faltaban aquellos que, desde la ciudad balnearia francesa, se acercaban hasta París e, incluso, hasta otras capitales europeas, en un periplo que podía durar varios meses.

Para ejemplo, y como manifestación de una boda en el seno de la burguesía bilbaína de principios del siglo XX, el enlace que tuvo lugar en 1902 entre Manola Landecho y el joven y rico propietario José de Escauriaza en el chalet que el padre de la novia, Don Fernando, poseía en Deusto. Con tal motivo, se construyó una pequeña capilla bajo la advocación de la Purísima y el día indicado para la ceremonia, a las once de la mañana, allí estaban los novios postrados de rodillas. El párroco de Santiago, Ramón Prada, ofició la celebración, auxiliado por dos familiares de los contrayentes y, además, por una tropa de siete monaguillos, hijos de algunos de los presentes en el convite. A este cuadro, había que añadir una cohorte de distinguidas señoras, preciosas muchachas y monísimas niñas, cuyas alegres toilettes1 destacaban sobre las levitas de los caballeros. El ambiente musical lo ponía un armonium con sus melodiosos acordes.

Finalizada la ceremonia, se dio paso al comedor del mismo chalet de los Landecho, donde las mesas se hallaban cubiertas de flores. La mesa principal se encontraba en el comedor y en ella se situaban los novios, padres, padrinos y personas más allegadas a las familias de los contrayentes. En el sérre del comedor se había instalado una mesa en herradura, en la que se sentaban la mayoría de los convidados, mientras que la juventud fue acomodada en unas mesitas independientes situadas en el vestíbulo inmediato al comedor. Por último, los niños comían en otra habitación anexa. Broche final a este almuerzo lo puso el café que se sirvió en el jardín de esta residencia. Acto seguido, el baile, con un verdadero derroche de valses y rigodones, terminando con un pás a quatre, aurresku y jota, además de güajiras y coplas baturras. Las señoras hicieron un auténtico alarde de elegancia y de buen gusto con sus trajes y joyas, y en un ambiente amable y distinguido, la fiesta terminó a las ocho y media de la tarde. Momentos antes de abandonar los convidados las mesas del almuerzo, los recién casados ya se habían despedido, puesto que marchaban a la estación de ferrocarril de Achuri, desde donde saldrían en dirección hacia París, Italia y Bélgica, en un viaje que calculaban que duraría, aproximadamente, unos dos meses.

La prensa de Bilbao se dedicó a reseñar detalladamente los regalos que los protagonistas de esta boda habían recibido con motivo de su reciente matrimonio. No entraremos en detalles, tan solo señalar, que el novio, además de las correspondientes joyas de pedida, también regaló a su prometida el traje de boda y un vestido para baile. Aquel de tono blanco, de raso liberty, adornado con lirios de gasa y ricos encajes y confeccionado en la casa Masson Templier de París. El segundo, era de encaje blanco con caídas de tul negro desde la cintura, estilo Imperio y fabricado por la casa Laferrié. Además, la madre de la novia le regaló a su hija, dos vestidos de calle, otro para baile, dos para visitas y otros dos de corte sastre de las casas más renombradas de París y de Biarritz, a lo que también hubo que añadir, dos abrigos de piel y otros dos de paño, amén de doce sombreros, todo ello también de factura parisina. Complemento para andar por casa, dos batas de seda y terciopelo, además de dos matinées. También corrió a cargo de la madre de la novia la ropa blanca, es decir, el ajuar de la futura casa de los contrayentes, confeccionado por la maison Thibout de París y por la casa Luis Guezala de Bilbao.

En alhajas, el nuevo matrimonio recibió un verdadero capital, al que se añadió el valor de un sinfín de presentes elaborados en plata y oro, complementos imprescindibles para su nueva residencia. Servicios de plata, para el café, para el tocador, para las comidas… Saleros, tarjeteros, relojes, floreros, fruteros, todo ello también de plata etc., etc., etc.. De hecho, el chalet de los Landecho se convirtió en un riquísimo bazar repleto de valiosos objetos, y así lo comprendieron algunos amigos de lo ajeno, que pretendieron entrar en esta residencia, siendo preciso poner guardia para vigilarla.

El número de matrimonios fue incrementándose en Bilbao, hasta tal punto que en agosto de 1907 se hablaba de gripe matrimonial. No sin cierta sorna se decía que en esta villa no quedaba una soltera ni para un remedio y que nunca habían menudeado tanto los anónimos enviados por almas despechadas tanto a novias como a novios, sacando a relucir más bien lo que no hubo que lo que hubo. Era tal la cantidad de bodas en ciernes, que el Club Marítimo del Abra y el restaurante El Amparo no daban abasto para servir banquetes de despedida de solteros. Modistas y costureras activaban velozmente la confección de trouseaux2. Anduíza, García, Au monde elegant, Lasheras y otros comerciantes, se ponían las botas despachando regalos a cada cual más espléndido. Cuando antes en Bilbao no había más que dos o tres matrimonios de postín por año, donde había que esperar a que comenzaran los paseos del Arenal para ver las nuevas parejitas, cuando cada anuncio de boda originaba comentario para tres meses, ahora todo había cambiado. Las secciones de la prensa local destinadas a los ecos de sociedad no daban abasto para comunicar a sus lectores las próximas bodas y las despedidas de solteros, además de dar reseña detallada de aquellos enlaces que tenían lugar.

Esta masificación de los matrimonios, trajo consigo la estandarización de las celebraciones, y el Hotel Vizcaya se convirtió en una referencia inexcusable de cualquier boda que quisiera hacer alarde del buen gusto para con sus convidados. En los salones de este establecimiento se reunía lo más granado de la sociedad bilbaína para celebrar los ágapes nupciales. Sirva como referencia, el menú que se ofreció en dicho establecimiento en 1910 con motivo del enlace entre María Rodrigo y Manuel Castellón y MacMahon:

Sin duda alguna, todo un alarde exquisitez y profusión de elegancia muy acorde con los gustos culinarios de la época.

En 1912, la industria de las bodas en Bilbao se había convertido en todo un negocio, y la prensa local había desarrollado todo un rito en cuanto a la información de aquellos enlaces de más relumbrón. Para comenzar, aparecían en la sección correspondiente a los ecos de sociedad acertijos con las iniciales de ella, engarzadas en media docena de piropos, y las iniciales de él, acompañadas de cuatro adjetivos lisonjeros, con algunas vagas indicaciones sobre las fortunas y bienandanzas de los futuros contrayentes, es decir, las de sus progenitores. Ahí va como ejemplo una de estas charadas, a la que tan aficionada era la prensa del momento: “Se anuncia para muy en breve el matrimonial enlace de una bellísima señorita de nuestra villa, cuyo apellido recuerda un hecho de armas glorioso, con un distinguido sportman, hijo de un acaudalado propietario que veranea en una playa vecina.”

Un segundo ejemplo: “¿Hace falta decir más para que todos sepan de que se trata? Pues de una muy bella y gentil señorita, cuyo nombre lleva una de las playas más frecuentadas del Norte y sus apellidos figuran con relieve en la república de las letras, llevados por su hermano, un querido amigo nuestro y compañero en la Prensa, y que para otoño unirá sus destinos con un particular y estimado amigo nuestro, residente en Bilbao, en donde tiene la representación de una república americana. ¿Nombres? Ya comprenderán ustedes que para decírselo me habría ahorrado el trabajo de dar los datos para hallar la fácil solución.”

Y, por último, para rizar el rizo, nada mejor que contar en plan acertijo una conversación muy interesante que el reporter oyó al salir del Club Marítimo acerca de una boda en puertas: “Se decía que la novia es una muchacha bilbaína, muy linda, por cierto, de ojos grandes y azules, de esbelta figura, muy rubia. El apellido me pareció oír que empezaba con la novena letra del alfabeto y que se compone de tres sílabas solamente. De él dijeron que es un muchacho muy conocido y que estudió su carrera en el extranjero. Su apellido es muy corriente en Bilbao; con las dos primeras sílabas se forma el nombre de una actriz eminente. Qué adivinaras pronto quién es la feliz pareja, no lo dudo, pues los datos no fallan”.

Después de levantar la liebre con este tipo de adivinanzas acerca de los futuros contrayentes, la prensa ya publicaba los nombres y los apellidos de los novios, con todas sus letras, acompañando la noticia un almibarado discurso del mutuo amor que la pareja se profesaba. El siguiente paso, era informar sobre la pedida de mano de la novia por parte de los padres del novio, la fecha probable del matrimonio, además, no se dudaba que este enlace sería el acontecimiento aristocrático de la temporada en Bilbao. Tampoco se omitía la noticia de la partida de la madre de la futura desposada hacia París para comprar el trousseau, es decir, el ajuar de ropa blanca para la residencia de del nuevo matrimonio.

Acto seguido, la prensa se hacía eco de la noticia del regreso de la madre, de la fijación exacta de la fecha de la boda, sin olvidar de publicar, claro está, la lista completa de los regalos recibidos por los futuros cónyuges, con todo lujo de detalles tanto de los obsequios como de los obsequiantes. Como colofón final, la acostumbrada noticia de los esponsales, del banquete, del baile y de la salida de los novios con destino hacia cualquier capital europea, eso si, ahora viajaban en automóvil, símbolo indiscutible de los nuevos tiempos.

Entre los contrayentes, había quienes realizaban un lunch en el Hotel Inglaterra, u ofrecían un almuerzo servido por el Club Marítimo. También estaban aquellos que, por cualquier percance familiar, celebraban los esponsales en familia y los que más, echaban la casa por la ventana. No faltaban tampoco hombres de negocios generosos que en el día de la boda de su hija obsequiaban a los obreros de sus fábricas con una buena merienda. Sea como fuese, el negocio de las bodas se estaba encarrilando y, a no mucho tardar, este tipo de celebraciones se fueron generalizando por toda la sociedad bilbaína.

1 Vestidos.

2El ajuar de ropa blanca para la casa.

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