Un escritor desconcertado. Apuntes sobre la primera edición de “Aguafuertes vascas”, de Roberto ArltEscuchar artículo - Artikulua entzun

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“Ab uno discent omnes”

Pocas semanas atrás ha visto la luz en Buenos Aires1 la primera edición de una obra hasta el momento apenas conocida, del famoso periodista porteño, escritor costumbrista y de ficción, Roberto Godofredo Arlt2. Gracias al dedicado trabajo de investigación de la doctora Sylvia Saítta, especializada en la producción arltiana, una serie de notas de viaje escritas por ese autor entre los años 1.935 y 1.936 con el objeto de ser publicadas por el ya desaparecido diario “El Mundo” de la capital argentina, para el cual viajaba Arlt como corresponsal, se presenta por primera vez como libro independiente, tras haber transcurrido sesenta y tres años desde la muerte del autor. Debemos lamentar la corta tirada de la publicación, de apenas mil ejemplares, pero la situación económica y social de La Argentina no permite por el momento mayores esfuerzos editoriales. Asimismo, el pequeño estudio introductorio que trata de adentrar al lector en las características históricas de la sociedad vasca, presenta algunas máculas, errores en datos, ya tiempo atrás superadas por la investigación, mas por otra parte bastante extendidas entre quienes no se encuentran en contacto cercano con la larga y asendereada existencia de Euskal Herria. Pero sin lugar a dudas y pese a esto, es superior y muy digno de mérito el esfuerzo realizado por poner en circulación un material hasta el momento reservado tan sólo a un pequeño grupo de investigadores. Para los vascos de hoy, el ver cómo interpretaba y trataba de comprender a la Euskadi del ’30 un escritor de la esfera cultural castellana y completamente ajeno al país, puede resultar un interesante y algo doloroso ejercicio de introspección, en todo caso siempre una experiencia valiosa.

La visión de Arlt sobre la Euskadi inmediatamente anterior a la Guerra Civil es muy particular; como lo señala la misma especialista3. Lo que prima en todos los artículos del observador argentino es una sensación de total desconcierto ante la realidad vasca del momento, aunada a un gran espíritu observador4, pero incapaz de acceder a conclusiones valederas en la mayoría de los casos. Para aclarar esto, se hace necesario señalar la profunda implicación del escritor con el ambiente político-social de La Argentina de su época, y su adhesión a una especie de anarquismo desilusionado, teñido de posturas de izquierda y escapes hacia lo fantástico, muy propio de aquellos desencantados con los gravísimos problemas que por aquel entonces vivía su país5. Es dentro de ese marco de concepciones que Arlt se enfrenta de pronto a una realidad, la vasca, que amalgama elementos para él, desde su experiencia argentina, absolutamente antagónicos (“Las ilusiones políticas de esta masa que grita simultáneamente: ‘¡Viva la religión; abajo el fascismo!’, desconciertan al observador más cínicamente frío”6). Naturalmente, la carencia de conocimientos previos sobre la situación de Euskal Herria -inclusive el euskera resulta una bestia incognita para Arlt, quien en muchos casos se ve obligado a apelar a los buenos oficios de sus amigos como traductores e incurre en divertidos errores al transcribir términos y frases, algunos de los cuales no han sido corregidos en la edición-, y last but not least el arribar al país luego de haber recorrido España, como él mismo lo señala: “Al comienzo de mi estadía me hablaban en un tal lenguaje de España, que tuve que rogarles a las personas que tenían la gentileza de ilustrarme sobre los problemas vascos, que no me hablaran en ese tono de España pues yo, personalmente, no tenía esos puntos de vista, estaba alejado de sus sentimientos y, por otra parte, en España sólo había recibido atenciones que no podía olvidar en el País Vasco. Y creo que, desde entonces, mis acompañantes me han estimado más.”7, impiden a Arlt llegar a realizar lo que seguramente podría haber considerado en sus términos una síntesis superadora de esas impresiones que sacuden tan hondamente sus concepciones previas.

Por otra parte, es perceptible asimismo que Arlt, malgrado la postura extremadamente iconoclasta que caracterizó toda su vida y obra, ha debido dejar en el tintero muchas cosas que vio y oyó, por temor a suscitar irritación entre sus lectores argentinos8, quienes, como él mismo aclara, ignorando los sucesos y los sentimientos del pueblo vasco, no llegarían a comprender, o al menos a recibir con amplitud de criterio los datos que él pudo conocer de boca de los mismos habitantes del país: “La llamada fiesta es aquí, en Baskonia, un acto de nacionalismo. Los cantos ensartan temas patrióticos. Me entregaron traducciones, no las publicaré, porque son violentas de leer para los españoles residentes en América, y alejados por completo de estos problemas.”9

De tal manera, la corta estadía del escritor y periodista viajero, ha dejado, tanto en él cuanto en quienes leemos tras tanto tiempo sus impresiones, un aire de incomprensión y de incompletitud que se hace más complejo cuando consideramos que el país de origen de Arlt era ya por ese tiempo uno de los destinos favoritos de la emigración vasca y que los pobladores de esa nacionalidad conformaban parte imprescindible de la sociedad argentina en todos sus niveles10. Tal vez tenga algo que sumar a éllo el hecho de que el mismo Arlt era un argentino de primera generación, hijo del matrimonio conformado por un alemán y una triestina de orígenes asimismo alemanes.

De la serie de artículos publicados por Arlt, hay sin embargo dos que parecen por muchas razones haber sido escritos desde el corazón, más allá del frío aire de observador profesional que nuestro periodista se esfuerza por mantener en otras impresiones. En ellos el autor se encuentra a punto de una verdadera catarsis, confrontado con unas normas de vida que para él eran hasta el momento algo cuasi mítico y, en todo caso, merecedoras del desprecio de un hombre moderno. Se trata de los llamados “El caserío vasco. Viviendas en señorial aislamiento. Interiores severos y sombríos” y “El mayorazgo”, publicados en Buenos Aires consecutivamente el 26 y el 27 de Diciembre de 1.935. La imagen que abre el primero es una buena muestra de la capacidad descriptiva de su pluma sin pretensiones y a la vez, de su fino sentido de percepción, cuando no se deja guiar por preconceptos: “Tome usted un tapete verde, arrúguelo y sobre sus amontonados pliegues, derrame los dados de un cubilete, y tendrá la más acabada visión del caserío vasco, en las faldas y valles de los Pirineos. Los caminos, perfectamente asfaltados, retrepan las cumbres y acornisan los montes. Es decir, un paisaje totalmente distinto del que nos ofrece el poblado montañés gallego. Mientras en Galicia las viviendas campesinas se aprietan unas contra otras […], el caserío vasco, desperdigando constantemente en las colinas sus cubos de piedra, afirma con este aislamiento individual una jerarquía de personalismo que no se satisface si no abarca con una mirada todo lo suyo, de la mañana a la noche. En Galicia, el campesino casi siempre vive separado de la tierra […] En los Pirineos, la casa está clavada en el centro de la tierra.”11

En “El mayorazgo”, y pese a repetir una serie de conceptos comunes acerca del ideal pasado vasco, más específicamente el medieval, tal como lo veían y representaban en aquella época y por claras razones de activismo político las personas y textos que suministraron la información a Arlt, aparecen igualmente puntos destacados en cuanto a lo que pudo interpretar en esa aproximación al corazón rural vasco. Citaremos apenas el final del artículo, de por sí interesante: “…y si cada vasco es un individualista y soberbio, aunque esta soberbia nos resulte pueril y regocijante, no podemos menos de reconocer que es legítima, pues él, en una época en que el mundo antiguo inclina respetuosamente la cabeza y la rodilla, levanta la suya y exclama rudamente: ‘Yo soy el señor de mi casa y de mi tierra’. Y lo extraordinario es que dice la verdad.”12

El periodista argentino hace hincapié en el conocido aislacionismo vasco, pero no llega en ningún momento a contrapesarlo con el desarrollo del sentimiento de identidad comunitaria que era sin dudas muy fácil de percibir en aquel entonces en Euskadi. Quizás la amalgama de los opuestos, para hablar en términos agradables a Arlt, se hubiera encontrado más allá de sus posibilidades; en cualquier caso, merece destacarse el punto, especialmente cuando se tienen en consideración sus escritos en la serie de artículos acerca de las masas ciudadanas de Bilbo y las vistas en las reuniones políticas del PNV o en las fiestas populares a las cuales tuvo oportunidad de asistir.

Arlt intenta con su análisis por lo visto penetrar en el centro mismo de la vida vasca, buscando esa explicación que se le hace inasequible, del mismo modo en que había ya confesado que, pese al desprecio que en general le inspiran los partidos políticos, las a su juicio peculiaridades del accionar del PNV le llevan a participar en sus reuniones y visitar muchos batzokis. Tampoco tendrá mucho éxito, a lo sumo obtendrá un regusto amargo de una vida que, en el fondo anhela pero que a la vez rechaza por imposible, como él le llama, un “paraíso severo”13 y por esa misma “severidad” inadecuado a sus gustos. Llega a expresiones como la siguiente: “Por dentro, la casona vasca es terrible. En cuanto se traspone la puerta de la cocina, se tiene la sensación de haber entrado a un convento. No he visto interiores más severos ni sombríos que los de las casas vascas”14, que indican muy a las claras su desadaptación y su incredulidad ante lo que ve, por muy curioso que resulte esto desde el momento en que está asistiendo a éllo. Pero tal es sin duda una de las particularidades de su peculiar carácter de eterno disconforme. Si ahondamos en las razones de lo que más choca a nuestro visitante, hemos de descubrir que para él el problema pasa por la libertad y un marcado diríamos temor a lo que tenga que ver con la religión: “De pronto, se comprende que aquí no se puede vivir fatalmente sino de determinado modo, y que ese modo no puede ser otro que una vida consagrada a primitivos deberes religiosos.”15 Como cierre de todo esto, sin embargo, escapan de la pluma de Arlt unas frases que sintetizan todo su ¿disgusto…?, en especial en las líneas finales, con su inequívoco aroma, precisamente religioso, a réprobo arrepentido: “El alma se encoge despavorida en presencia de estas vidas rectas16, vividas en grandes habitaciones desmanteladas de superfluidades. Mujeres de saya azulenca, de peinado liso, de perfil recto y pupilas deslucidas como el ojo de los peces, hospitalarias os sirven un vaso de chacoló [sic], y al cuarto de hora de estar en una de estas habitaciones con el codo apoyado en una mesa de tablas, mirando estos techos cruzados de vigas de roble, os entran ganas de apoyar la cara en las dos manos y llorar dulcemente. Se piensa que hay que retornar a la civilización y acude tal congoja al alma...” 17

En suma, nuestro visitante se aleja de Euskal Herria sabiéndose incapaz de abarcar su complejidad, una complejidad por lo demás a la cual no preveía para nada enfrentarse. Baste para sintetizar su posición, una pequeña frase escrita bajo la impresión que le dejara asistir a una reunión del PNV: “Y yo ignoro si estoy en Portugalete o en la luna.”18 Sin duda los vascos y su país han servido como piedra de toque para la imagen del mundo que Arlt se había formulado desde su temprana juventud. Lamentablemente, la temprana muerte del autor, apenas seis años después de su viaje por la eterna novia del Pirineo, no nos posibilita conocer si esas nuevas impresiones llegaron a cuajar en su ideario. Sí estamos seguros de que la sensación de desconcierto ha debido durar mucho en el espíritu del observador porteño. “Habitar un tiempo entre esta gente de la montaña, es darse un baño de vida honesta, higienizarse el alma de toda la basura que amontonó en el continente ese torvo trapero que se denomina civilización”19 “Se respira en una atmósfera donde la decencia es el plano donde se mueve la conducta humana.”20“…y usted, engranado en esta atmósfera casi patriarcal, limpia y honesta, respira con dulce comodidad. Ha entrado a otro mundo, observa a esa gente, diciéndose ‘Y ellos no saben que habitan en otro mundo’, y de pronto se experimenta la tentación de decirles un montón de cosas que posiblemente les parecerían extrañas. ¿Para qué dibujarles ese mundo nuevo…? 21

Con las palabras que cierran su último artículo desde Euskal Herria, nos aprestamos a dejar esta corta reseña. Veremos de nuevo cómo surge la incapacidad de Arlt para comprender el problema vasco, condicionada por su posición política propia, en un período en el cual las fuerzas se decantaban con claridad en la imparable marcha hacia la crisis del 18-VII: “Sin embargo, la religión no ha modificado la altiva naturaleza vasca. Dificulto que se encuentre en toda la Península gente más satisfecha de sí misma, más ingenuamente admiradora de sus propias instituciones. Por lo tanto, la repetición de esta actitud ingenua acaba por agobiar al forastero. El vasco supera al sevillano en el apasionamiento por las cosas de su tierra. Con una diferencia: lo que hace tolerable el regionalismo del andaluz22 es la gracia con que se expresa, los giros inesperados, las metáforas originales. El vasco, careciendo de la gracia del andaluz, no atina a ensalzar las excelencias de su región, sino espontáneamente menoscaba las virtudes de otras regiones. El forastero que no tiene ningún motivo de malquerencia para las diversas zonas de la Península, acaba por sentirse molesto ante esta insistencia del nativo que se obstina en complicarle en juicios parciales. Esta actitud es general en el vasco de la clase media que no ha salido de la región vascongada… fuera de las filas del Partido Nacionalista, el intelectual vasco, actualmente no tiene ningún porvenir, y dada la situación creada por el partido, lo único que apasiona en el presente momento es la exaltación de la nacionalidad vascongada, poco tema se puede apreciar, para desenvolver una obra que interese a los que no son vascos.”23

Estos dichos algo hirientes, de una persona que al par confiesa con honradez no haber podido comprender en lo más mínimo a los vascos y su país24, pueden, para finalizar, ser puestos en parangón con otros, de los cuales el mismo Arlt, con pequeñas variaciones, nos habla en dos impresiones de la serie. Nos referimos a aquellos con los que era alegremente saludado a su paso por el país: “Si uno cruza los campos, aldeanos y campesinos lo saludan con ‘¡Abur! ¡Viva Euskaria libre!’ ”25

1 “Aguafuertes Vascas”, prólogo, compilación y notas de Sylvia Saítta, Simurg, Buenos Aires, Abril de 2.005.

2 Buenos Aires, 26-IV-1900/26-VII-1942. “Tuvo la convicción de que la vida del hombre es miserable, fea, impura, pero angélica su substancia profunda”, según de él decía su compatriota y contemporáneo, el autor modernista Cayetano Córdova Iturburu.

3 “Estupefacto, desencajado, desconcertado… Como en ninguna de las aguafuertes que Arlt escribe en otras regiones de España, estos son los adjetivos que predominan en las crónicas que envía desde el País Vasco cuando se refiere a sí mismo. Arlt se siente incómodo durante los dos meses de su estadía…” Sylvia Saítta, “Roberto Arlt en Euskadi, patria de los vascos” estudio introductorio a “Aguafuertes Vascas”, p. 12.

4 Sus artículos acerca de la pobreza obrera y la decadencia de la industria metalúrgica vizcaína (“Las traperas de Bilbao”, “Altos hornos de Baracaldo”), son una excelente muestra de éllo.

5 La Argentina en la época de Arlt sufría los embates más serios de la crisis ocasionada por el quebrantamiento del modelo de dependencia económica y política absoluta del Imperio Británico como productora de materias primas rurales, tras la reconversión mundial posterior al crack de 1929, en un marco de aumento de población y consiguientemente de exigencias que no podían ser cubiertas por la política tradicional, y desembocarían pocos años después en el surgimiento del gran movimiento de masas populares acaudillado por el general Juan Perón. El descontento de la población con la situación vivida llevó a la popularización por ese entonces del nombre de “Década Infame”, aplicado al período que se cierra con la elección de Perón como presidente en 1.946.

6 “Aguafuertes…”, p. 88, en referencia a un mitin del PNV al cual asistió Arlt, publicado en la serie de tres artículos sobre el movimiento nacionalista vasco.

7 “Aguafuertes…”, p. 84.

8 No podemos olvidar al respecto, el marcado apoyo al “Alzamiento” de Francisco Franco en la alta sociedad argentina y gran parte de la colonia española, como asimismo en grupos importantes de los vascos y sus descendientes, apoyo que llevaría más adelante a serios problemas internos en la diáspora vasca en el momento de adoptar una actitud con respecto a la guerra y a la subsiguiente emigración forzada.

9 “Aguafuertes…”, p. 84.

10 Por supuesto, el contraste entre la imagen rural generalizada en La Argentina del inmigrante vasco como quedó inmortalizada en los versos de 1.910 de la “Oda a los ganados y a las mieses”, en donde Lugones habla del “…alegre vasco matinal, que hacía / con su jamelgo hirsuto y con su boina, / la entrada del suburbio adormecido, / bajo la aguda escarcha de la aurora!: / Repicaba en los tarros abollados / su eglógico pregón de leche gorda, / y con su rizo de humo iba la pipa, / temprana, bailoteándole en la boca, / mezclada a la quejumbre del zorzico / que gemía una ausencia de zampoñas. / Su cuarta liberal tenía yapa*, / y su mano leal y generosa, / prorrogaba la cuenta de los pobres / marcando tarjas en sus puertas toscas”, y la realidad de una sociedad completa y adaptada a todas las corrientes del siglo que tan agitado se presentaba, han tenido asimismo que ver en la confusión de Arlt. (* “Yapa”: del idioma quechua, en ciertos países de Sudamérica: agregado, adehala.)

11 “Aguafuertes…”, p. 121.

12 “Aguafuertes…”, p. 128.

13 “Aguafuertes…”, p. 124.

14 “Aguafuertes…”, p. 123.

15 Ídem.

16 En otro artículo hablará de los “…insanos goces espirituales.” del recogimiento y la oración.

17 “Aguafuertes…”, pp. 123/4.

18 “Aguafuertes…”, p. 88.

19 “Aguafuertes…”, p. 45.

20 “Aguafuertes…”, p. 98.

21 “Aguafuertes…”, p. 100. Probablemente sea este el primer caso en que un autor hispanoamericano deja claramente plasmada su impresión de extrañeza y disminución ante las normas prevalecientes en Europa y la degradación de algunas costumbres, ya usual en su tierra. La honestidad de Arlt deja con ello una bella impronta.

22 En este punto se hace claro otro aspecto del problema en la interpretación de Arlt y de tantos otros antes y después de él; regionalismo es una cosa, y nacionalismo otra muy distinta, si se quiere aún más especialmente en aquel momento. Sin embargo, tal vez fruto de la manera de ser tan reacia a la disciplina que siempre caracterizó a Arlt, poco más adelante, en el artículo referido a su ida de las Provincias, hace mención a la interpelación en Cortes del 5-XII-35, cuando Calvo Sotelo calificara a los jelkides como “nacionalistas” y como tales antirregionalistas…, con lo cual parece desprenderse que, finalmente, al menos vió con mayor claridad lo que venía ocurriendo.

23 “Aguafuertes…”, pp. 185/6.

24 En las palabras de la prologuista, “Arlt se siente incómodo durante los dos meses de su estadía; en esa incomodidad radica la particularidad y el encanto de estas notas, ya que en ellas conviven la fascinación y el desconcierto, el deslumbramiento y la desazón frente a una sociedad que es, al mismo tiempo, católica y antifascista, una comunidad que respeta los preceptos cristianos, pero que conserva sus ritos paganos; la cosmovisión de un mundo en el cual los mitos y las creencias, los deportes y el trabajo, la política y la religión, la lengua y las danzas, son constitutivos de una identidad y marcas de una diferencia.” Hasta aquí Saítta. Justamente en ese punto reside el defecto de apreciación en las “Aguafuertes vascas”. Arlt se negaba más o menos voluntariamente a aceptar esa diferencia que hoy, tras décadas de trabajo por parte de los intelectuales vascos, puede señalar Saítta, y allí radica la base de la incomodidad, la incomprensión y la estupefacción del autor en su recorrida por Euskal Herria.

25 “Aguafuertes…”, pp. 84, 86.

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