Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
Nada más intrínseco a la naturaleza humana que demostrar y hacer alarde de las habilidades propias, más aún, si se hace en sana competencia con otros que aspiran a conseguir el liderazgo en cuestiones en las que se pone en juego la fuerza o la maña, sin olvidar, claro está, el amor propio. Si a estas premisas se añade la cuestión crematística que solía acompañar a los diferentes retos, no exentos tampoco de componentes de grupo, ya fuese por la pertenencia de los litigantes a determinados colectivos laborales, peñas deportivas o diferentes adscripciones de índole poblacional, el espectáculo que se ofrecía movilizaba el entusiasmo de un gran número de aficionados y curiosos. En este artículo abordaremos aquellos retos y desafíos que esporádicamente surgían del sentir popular, lejos de las apuestas establecidas en otros tipos de desafíos institucionalizados, como bien podían ser la pelota o las traineras.
Regatas de traineras en la Concha donostiarra el 7 de septiembre de 1890. Abajo, a la izquierda, el patrón Luis Carril y los nombres de su tripulación. |
Los retos que a continuación tratamos eran, en su mayoría, el fruto del desafío a quien le interesase de un particular, en lides tan diversas como el levantamiento de peso, barrenar piedra o cortar troncos, además de ver quien hacía en un tiempo determinado cierto recorrido andando, o quien salía vencedor de una carrera pedestre o ciclista. En mayor o menor medida, se trataba de una vana demostración de fuerza o de resistencia física, cuyos principales alicientes eran, además de salir vencedor de la prueba, conseguir unos ingresos extras a través de las apuestas que era habitual cruzarse en estos eventos.
Levantamiento de peso, cortadores de troncos y barrenadores
Feliciano Echeverría campeón de Bizkaia en velocidad el a?o 1910. |
Una vez lanzado el reto se esperaba la aceptación del mismo, bien bajo las condiciones establecidas por el desafiador, o en el caso de que los que accediesen a participar en el mismo propusiesen una variación de estos requisitos, se entraría en negociaciones para llegar a un acuerdo. Como complemento a esta parafernalia, se encontraban los partidarios de aquellos que habían lanzado el desafío y de aquellos que lo aceptaban, que además de dar ánimos a sus campeones, cruzaban apuestas nada desdeñables a favor de uno u otro participante. Una vez finalizado el desafío, seguido generalmente además de por los acólitos de los litigantes, por una importante concurrencia, se daba publicidad al resultado del mismo, ya fuese por el boca a boca o por la prensa local, con todo lujo de detalles.
Las noticias en la prensa local guipuzcoana y vizcaína sobre diferentes desafíos de levantamiento de carga eran constantes. Cuando no se publicaban los retos que se lanzaban, se recogían las reseñas que aparecían sobre este particular en otros periódicos. Ejemplo de todo esto fue cuando en marzo de 1885 El Noticiero Bilbaíno recogía la noticia que aparecía en El Eco de San Sebastián sobre el reto que tuvo lugar en Ermua entre los dos mejores jugadores que en tal competición se conocían, un joven de Iciar y otro de Elgueta. La particularidad de esta prueba estribaba en que la carga a levantar era de piedra en vez de trigo, que era lo que se acostumbraba, y a condición expresa de que la piedra solo tuviese dos pies y medio de largo.
Número del 10 de agosto de 1879 de El Noticiero Bilbaíno. |
Este reto hacía tiempo que había sido concertado, y el entusiasmo que había suscitado era tal, particularmente entre la gente del campo, que concurrieron a presenciarlo un inmenso gentío de todos los pueblos y caseríos cercanos, al mismo tiempo que se cruzaron muchísimas y considerables apuestas entre los partidarios de ambos litigantes. Como ejemplo de la expectación que ocasionó este evento, cabe decir que en la plaza de Ermua se preparó un cercado para que unas 1.200 personas pudiesen presenciar la prueba.
El juego dio comienzo a las doce del mediodía, después de haberse decidido a suerte a quien de los dos litigantes le correspondía dar inicio al desafío y que recayó sobre el de Iciar. Éste tomó una de sus piedras preparadas de anteman, que pesaba la friolera de 15 arrobas y 12 libras, la levantó al hombro y la sostuvo según estaba concertado. Los aplausos de sus partidarios no amilanaron al de Elgueta, que aumentó en 8 libras la piedra que tenía preparada, con lo que ésta alcanzaba un peso de 15 arrobas y 20 libras. Levantó al hombro la piedra y la sostuvo aún mejor y con mayor facilidad que el de Iciar. No había duda de que el de Elgueta saldría vencedor de la prueba y sus partidarios no se cansaban de aplaudirle y vitorearle. Aún así, el de Iciar, intentó levantar de nuevo la piedra, aumentando su peso en 4 libras, con lo que alcanzaba un total de 15 arrobas y 24 libras. Sin embargo, este hombre fue incapaz de levantar la piedra, puesto que carecía de fuerzas, por lo que fue declarado vencedor el de Elgueta, para quien se decía que no había ya enemigo que se conociese, al menos con carga de piedra.
Para ejemplo de cómo se solían concertar este tipo de retos, sirva el desafío lanzado por Miguel de Echevarría, natural de Hernarni, en 1890. En marzo de de este año, en El Noticiero Bilbaíno se recogía el anuncio tomado del periódico La Libertad de San Sebastián. En este rotativo donostiarra, se hacía eco del reto que lanzaba Miguel Echevarría, de Hernani, que desafiaba a levantar un hierro de cuatro arrobas aproximadamente de peso y de 18 a 20 pulgadas de largo, con una argolla en el medio. Para levantar esta carga se marcaría en el suelo un metro cuadrado. La apuesta consistiría en dos pruebas, una primera en la que se levantaría la carga con una mano y a pulso y, la otra, en la que se alzaría con las dos manos, ambas sin tocar el cuerpo. La cantidad que se apostaba era de 5.000 pesetas por cada litigante. El desafío iba dirigido a cualquiera de la provincia de Vizcaya o de la de Guipúzcoa y se sostenía el reto 20 días. Si alguien aceptaba el desafío, debía de ponerse en contacto con el rotativo La Libertad de San Sebastián. La validez de la prueba estaría avalada por los jueces nombrados ex profeso para la misma.
A principios de abril se tenía la noticia de que Marcelino Torregaray, natural de Múgica aceptaba este reto, pero con la condición de que después se debían verificar otras tres pruebas más. La primera consistiría en levantar un hierro de cuatro arrobas; la segunda en averiguar quién de los dos contrincantes se echaba mayor peso al hombro, y la tercera, en ver cuál de ellos llevaba más peso en media hora de camino. Torregaray proponía que el desafío se realizase donde el retador, Miguel Echevarría, lo desease, además de que los jueces deberían de ser tres de cada parte.
Pasaban los días y ante la falta de noticias del retador, Marcelino Torregaray se puso en contacto con El Noticiero Bilbaíno, anunciando que si el Sr. Echevarría había desistido de llevar a efecto el reto lanzado, proponía por su parte uno nuevo que consistiría en levantar a pulso un hierro de cuatro arrobas y, también, en ver quién se echaba más peso al hombro.
No se tuvieron más noticias de Miguel Echevarría con respecto a este asunto, hasta que en septiembre de ese mismo año 1890, lanzaba un nuevo reto a través de los periódicos y que fue también recogido por El Noticiero Bilbaíno. Esta vez, el de Hernani, retaba a cualquiera de Guipúzcoa o de Vizcaya a jugar de diez a veinte mil reales en la forma siguiente: a quien levantase con las dos manos y a pulso mayor peso, siendo la largura de la pieza de 20 pulgadas como máximo; segundo, a quien levantase más peso con una mano y a pulso, con arreglo a la antigua usanza, o sea, metiendo la mano por debajo de la pieza; y tercero, a quien levantase más peso con pesos usuales en las academias de gimnasia. ¡Ahí es nada! Las viejas costumbres se daban la mano con los recién nacidos gimnasios en todo un alarde de modernidad. Además, el Echevarría concedía ocho libras de ventaja a sus contrincantes y establecía un término de ocho días para tratar las condiciones del desafío. No apareció nadie que aceptase este reto.
Juán José Narvaiza “Luxia” antes de empezar. |
Por su parte, los desafíos a barrenar piedra, eran más propios de la zona minera vizcaína, aunque barrenadores de otras zonas no le hacían de menos a un buen reto. En Gallarta era famoso por sus desafíos un barrenador, llamado Pedro Zabala y conocido por el sobrenombre de Elorrio. Este hombre lanzaba y aceptaba retos a barrenar piedra, ya fuese tanto dentro de Vizcaya como fuera de la provincia, puesto que era conocedor de que tenía buenos competidores en ambos territorios. En 1883 desafió a cualquiera de estas dos provincias para probar quién taladraba más piedra en una hora, en iguales condiciones, en plaza neutral y con sus respectivas herramientas. No se tiene constancia de que se desarrollase este reto, pero encontramos de nuevo a Pedro Zabala en ese mismo año 1883, junto con más barrenadores de Gallarta, en un desafío que se anunció para el 15 de julio contra los también no menos famosos barrenadores de Berriatua.
La fama de los barrenadores era algo intrínseco al devenir de la zona minera vizcaína, y se anunciaban con exacta puntualidad los diferentes retos que se tenían concertados. Así, el 6 de agosto 1885 se convocaba a los seguidores de estos retos para que acudiesen a la prueba de barreno que tendría lugar el domingo siguiente, entre las ocho y nueve de la mañana, en Ortuella con la participación de los afamados barrenadores Francisco Urbarreta y Santiago Leceta.
Pero no todo era barrenar piedra, también había barrenadores que se desafiaban a barrenar madera. Estas pruebas tampoco estaban exentas de la curiosidad del público, como aquella que se verificó en Portugalete en febrero de 1890 y que no suscitó poca polémica en cuanto al resultado, por las solapadas acusaciones del vencido ante las mañas de su contrincante.
También eran constantes las noticias de los retos que entre los barrenadores de las canteras tenían lugar. Una de las pruebas que mayor expectación levantó fue la que tuvo lugar en agosto de 1890 en la cantera del monte de San Cristóbal (Pamplona). Esta apuesta se basaba en quién de entre dos barrenadores, barrenaba más durante una hora. Los contrincantes eran José Lasa (guipuzcoano) y Tiburcio Nain (navarro) pertenecientes cada uno a sendas brigadas que trabajaban en la citada cantera. Los interesados apostaban 1.000 reales y las demás traviesas entre capataces y trabajadores del tajo ascendían a más de 8.000 reales. José Lasa barrenó en el tiempo establecido 2 metros y 55 centímetros, y Tiburcio Nain, 2 metros y 23 centímetros. Por lo tanto, los partidarios de Lasa fueron los vencedores.
Andarines y carreras
Los había también que en cuestiones de desafíos retaban a ver quien resistía más que ellos andando o llegaban antes corriendo. Dentro de los andarines, cabe una mención especial para un joven carpintero, del que desconocemos su nombre, natural de Elgoibar y residente en Ortuella. Este hombre llegó a protagonizar en 1894 hasta tres desafíos y en el corto espacio de tiempo de tres días. El primer tuvo lugar el 26 de abril del citado año, y tenía como objetivo salir de Ortuella a pie, llegar a Bilbao y regresar en tres horas y quince minutos. El problema estuvo en que en Basurto se le estropearon los pies al andarín en cuestión, donde para redimirse de su flojera dio buena cuenta de una libra de merluza con su buena ración de vino.
El día siguiente, 27 de abril, el referido sujeto, algo indispuesto filoxéricamente, sostuvo a eso de las diez de la noche otra apuesta con un albañil y cuyo objetivo no estuvo muy claro, tan sólo que como premisa previa para iniciar la prueba tenían que beber cada uno tres cuartillos de vino. Tan sólo se tiene constancia de que retador y retado, después de haberse metido al buche la correspondiente cantidad de vino, salieron de Ortuella en dirección a Gallarta. Claro está, es de pensar que con el combustible previo que tomaron antes salir a oscuras por la carretera de Gallarta, iban bastantes alumbrados, pero es que aquí ambos contrincantes pusieron en juego su malicia. El albañil solicitó reservadamente a la hora de servirle el vino que lo mezclaran con agua, y el carpintero, en vez de beber, parte del vino lo tiraba por el cuello de la camisa, saliéndole por el castillo de popa. Reinando gran broma entre los participantes y los asistentes, y con algunos trompazos dio comienzo esta prueba sin que se supiese cómo terminó.
La tercera propuesta del carpintero afincado en Ortuella la realizó el día 28 de abril. Proponía jugar de mil a dos mil reales a quien en tres horas y quince minutos saliese del depósito de máquinas de Ortuella, llegase a Bilbao y regresase a dicho depósito. Nada se supo de la verifación de este reto. El cronista que seguía las cuitas de estos andarines, se preguntaba si esta gente era de bronce o de acero, puesto que después de bien alumbrada, con el vino se entiende, sin faroles ni luces, se atrevían a tales apuestas por carreteras completamente a oscuras. Afirmaba este reportero, no sin sorna, que todo podía ser efecto de la atmósfera ferruginosa que se respiraba en esta zona minera.
Otra noticia sobre apuestas de andarines nos viene de 1890, en la que dos caseros de Orio, uno de 41 años y el otro de 30, debían de recorrer la distancia de ida y vuelta desde este punto hasta Zarauz, dándole el primero al segundo una ventaja de 500 metros. Previo disparo de escopeta, salieron los corredores a las tres de la tarde, alcanzado el primero a segundo a la mitad del camino y haciendo el recorrido en 61 minutos. Nada se comentaba sobre sí se apostó cantidad alguna en esta prueba ni la cuantía que pudieron alcanzar estas traviesas.
Ni siquiera lo más selecto de la sociedad bilbaína se veía exento de la tentación de retarse en estos duelos de andarines. En 1912, un conocido sportman de Bilbao apostó 1.000 pesetas contra otro no menos conocido sportman de la villa, en que era capaz de hacer el viaje a pie desde Bilbao a San Sebastián, en una sola etapa, en el tiempo máximo de veinticuatro horas. Eran 117 kilómetros de recorrido y el retador salió a las once de la noche de la capital vizcaína, acompañado de otro conocidísimo sportman también bilbaíno, que sin apuesta alguna intentaba la prueba, tan sólo por el gusto de hacer el viaje. Aún así, desconocemos si estos dos andarines llegaron a su meta en el tiempo estipulado y si de este modo ganaron el desafío concertado.
Dentro de estas apuestas deportivas, nos encontramos en 1907 con los retos que planteó Vicente Echevarría, campeón de la Tertulia El Azar de Bilbao. Retaba el citado Echevarría, por una parte, al vencedor de la copa de El Liberal y demás socios de la Tertulia La Sirena que participaron en la carrera de resistencia de la plaza Elíptica y en la copa de El Liberal y, por otra parte también, al conocido entrenador Sr. Michel, a una carrera pedestre. La cantidad que se ponía en juego podía ser de 100 a 500 pesetas y el itinerario era de Bilbao a Las Arenas, ida y vuelta. Echevarría proponía variaciones a este recorrido, y por si a los retados se les hacía largo, incluso indicaba que ellos mismos podían señalar el itinerario que creyesen más conveniente, siempre que fuese mayor de diez kilómetros.
Los de la Tertulia La Sirena aceptaron el reto, pero entendieron en un principio que se trataba de una prueba ciclista y no pedestre. Consultaron a Vicente Echevarría, y éste no dudó en, además de realizar el desafío propuesto en un principio, llevar a efecto también la citada carrera ciclista. Este último reto estaría condimentado con una apuesta de 250 pesetas y tendría un recorrido de Bilbao a Plencia, ida y vuelta. Nada se habló ni de fechas para realizar sendos desafíos y en la prensa tampoco apareció noticia de ellos.
Pero dentro de estos retos, uno de los que más llamó la atención de los bilbaínos fue el que tuvo lugar en 1921, entre un caballo, un grupo de ciclistas y un corredor. El objetivo de la apuesta, a ver quien llegaba antes desde el muelle de Uribitarte hasta la cima del monte Archanda. Durante varios días se habían oído rumores sobre este desafío, hasta que un día todos los trabajos de los muelles quedaron paralizados y todo los ojos estaban pendientes de un caballo blanco montado por un jinete en mangas de camisa que atravesaba a galope tendido el puente de Isabel II y la Sendeja y enfilaba por la cuesta del Cristo. Detrás varios ciclistas, a los que alentaban palmas amigas, y a continuación, otro obrero que corría sin cesar tomando la falda del monte Archanda y al que también le animaban sus partidarios diciéndole ¡Anda, aprieta, que le ganas! La gente desde lo alto de las mercancías apiladas en el muelle, o desde la plaza de Quintana seguía los vaivenes de los contendientes por la subida a Archanda, hasta el momento en que los ojos no alcanzaban a ver nada. Había que esperar a que llegasen noticias de la meta sobre quién había sido el ganador, y este no resultó ser otro que el caballo blanco. Nada pudo hacer la resistencia humana, ya fuese en su estado puro, corriendo, o utilizando artilugios que la potenciasen, como las bicicletas, para superar al invicto equino.
En esta breve semblanza de retos y desafíos se ha apreciado que este tipo de pruebas no eran algo privativo ni de un grupo social determinado, ni de una colectividad laboral específica. Estas pruebas surgían de lo que el medio más inmediato ofrecía, en un entorno laboral o lúdico, dentro del continuo afán de superación que caracteriza al ser humano. También tenían estos desafíos su parte oscura, en todo lo referente a las apuestas que se cruzaban con motivo de estos retos y que eran fuente de no pocas desgracias y descalabros familiares. Las autoridades intentaron frenar estos desatinos, pero el gusto por el riesgo y el deseo de fortuna rápida son algo difícil de erradicar en la esencia de las personas. Los desafíos fueron cambiando con el tiempo y nuevas formas de apostar surgieron para satisfacción de unos y vilipendio de otros.
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