Pedro María PÉREZ CASTROVIEJO, Departamento de Historia e Instituciones Económicas. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad del País Vasco
Uno de los mayores retos de las ciencias sociales y de los historiadores en particular, durante los últimos tiempos, ha sido el estudio de las consecuencias sociales de la industrialización. Indicadores como los salarios reales, el consumo, la mortalidad o la esperanza de vida, entre otros, se han considerado en distinta proporción para tratar de evaluar el grado de bienestar de las poblaciones.*
Los inconvenientes derivados de la escasez o inexistencia de series históricas sobre calidad de vida han llevado a ciertos investigadores a utilizar registros históricos de la estatura en el controvertido tema del nivel de vida durante las primeras fases de la industrialización.
Industrialización. Fábrica de hierro de Barakaldo (Bizkaia) en 1864. |
La talla media de una población refleja la interacción de las influencias ambientales y genéticas durante la etapa de crecimiento, constituyendo un excelente indicador del estado nutricional y de la calidad de vida. Las investigaciones biomédicas han demostrado que la altura alcanzada al final de la etapa de crecimiento (18-20 años) reflejaría el estado nutricional neto, siendo el resultado de los nutrientes ingeridos y del desgaste energético producido por la enfermedad, el trabajo y el medio ambiente a lo largo de ese periodo vital.
La relación renta-altura fue destacada tempranamente por Steckel (1983), quien junto a otros investigadores trató de comprobar el grado de correlación entre indicadores del nivel de vida biológico y del bienestar económico. Trabajos posteriores han llegado a determinar claras divergencias en periodos concretos del siglo XIX y de transición a economías modernas. Y es que, como se ha demostrado, las mejoras del poder adquisitivo no siempre vinieron acompañadas de otras conquistas de los niveles de vida. El cuestionamiento de esta relación destaca aún más si cabe, el hecho de que la talla sea, ante todo, una función de la salud y del medio ambiente, tal y como se desprende de la correspondencia directa entre el incremento de la altura y los progresos en la salud pública y los equipamientos urbanos.
Los estudios antropométricos en las investigaciones de historia económica fueron progresando a lo largo de la década de 1980. Sin embargo, los resultados más relevantes llegaron durante el siguiente decenio, de la mano de equipos de investigación coordinados por R. Steckel, R. Floud y J. Komlos. La concesión en 1993 del Nóbel de Economía a R. W. Fogel –pionero de la antropometría- y la celebración del XII Congreso de la Asociación Internacional de Historia Económica (Madrid, 1998), que dedicó una sesión al tema, coordinada por J. Komlos y S. Coll, dieron carta de naturaleza a los indicadores antropométricos en la determinación del grado de bienestar y del nivel de vida de la población.
En España, y desde finales de los años 1990, se conformaron dos grupos de trabajo que con planteamientos diferentes han ido obteniendo resultados satisfactorios. Las investigaciones llevadas a cabo por de S. Coll y G. Quiroga (2000) utilizando las Hojas de Filiación del Archivo General Militar de Guadalajara, han permitido elaborar una serie nacional de estatura desde 1893 a 1954 a partir de una muestra de reclutas españoles. Igualmente han procedido a contrastar la evolución de la altura con la renta, al objeto de comprobar el grado de concordancia entre ambos indicadores del bienestar. Por su parte, los trabajos de J. M. Martínez Carrión y de su equipo han conducido a la construcción de series de talla más largas y referidas a distintas zonas del país, para lo que se ha utilizado una documentación municipal (sección Quintas y Reemplazos). El objetivo general ha consistido en analizar el comportamiento de la altura en los comienzos de la industrialización y durante las primeras fases de la modernización económica, y en comprobar la existencia de ciclos a lo largo de los siglos XIX y XX. Se está examinando la altura en contextos geográficos y sociales diversos. En mi caso, y como miembro del equipo, he comenzado con el análisis de la zona minera de Vizcaya, eligiendo para ello un municipio representativo: San Salvador del Valle (Trapagaran), en cuya jurisdicción se sitúa el barrio de La Arboleda, centro neurálgico de la antigua explotación minera del hierro.
La Arboleda, Valle de Trápaga-Trapagaran (Bizkaia). Casa minera construida con madera. Foto: Garikoitz Estornés Zubizarreta, 1999. |
La base documental la han constituido los Expedientes de reclutamiento y reemplazo de los mozos correspondientes que se encuentran en el Archivo Municipal. La fuente proporciona el nombre del mozo, residencia, lugar y fecha de nacimiento, profesión, grado de alfabetización, situación familiar (estado de pobreza o de orfandad) y por supuesto la talla, el peso –en ocasiones- más algunos rasgos del estado de salud que eran tenidos en cuenta por el equipo médico a la hora de determinar la exclusión o definitiva incorporación a filas.
Con estos mimbres se ha construido una serie de la estatura media anual de los mozos de la localidad, y luego se ha procedido a la distribución de frecuencias en periodos quinquenales. El resultado aparece recogido en el gráfico número 1.
Gráfico nº 1. Evolución de la estatura media de los mozos nacidos en San Salvador del Valle entre 1858-1935. Medias quinquenales (cm).
Fuente: Expedientes generales de quintas, AMSSV. |
La altura de los mozos de San Salvador del Valle, trabajadores mineros en su gran mayoría, experimenta una ganancia de casi 5 centímetros entre los nacidos a mediados del XIX y los que lo hicieron poco antes de comenzar la Guerra Civil Española. Pero como se aprecia en el gráfico, el crecimiento no fue continuo, observándose ciclos que concretaron también épocas de caída o estancamiento de la altura.
Un buen número de individuos de las dos primeras cohortes de nacimiento (1858-1860 y 1861-1865) fueron medidos con 20 años antes de la ebullición del proceso industrial, o vivieron tan sólo su adolescencia durante el mismo, padeciendo mínimamente, antes de alistarse en el ejército, las incomodidades que seguro experimentaron en fases sucesivas de su vida.
La talla alcanzada por esos mozos, cercana a los 162 centímetros y medio, se precipitó posteriormente desde 1866, con pérdidas de más de un centímetro, manteniendo esa tendencia durante cierto tiempo hasta recuperar los valores anteriores con las generaciones nacidas entre 1881 y 1885, que se tallaron a principios del siglo XX. La explicación de este ciclo de tallas bajas tiene que ver, en primer lugar, con el cambio legislativo que adelantó en doce meses la edad de incorporación a filas; pero su persistencia y mayor deterioro (cohorte de 1871-75) habría que relacionarlos con la coyuntura regional, justo en el momento, después de la Segunda Guerra Carlista, que la industria y sobre todo la minería vizcaínas inician su verdadero desarrollo. Es seguro que influyó también el destacado movimiento inmigratorio que atrajo hacia la zona gentes de la misma provincia y de las limítrofes, castellanos sobre todo, que matizaron la estatura a la baja. El fuerte crecimiento de la población como consecuencia de las necesidades laborales concretó unos parámetros de crecimiento fisiológico de los residentes, durante los dos últimos decenios, muy determinados por factores medioambientales poco propicios, malas condiciones de trabajo, deficiente dieta, y unos niveles de morbilidad y mortalidad elevados. A los factores señalados se le añade, para precipitar la situación, una grave pérdida del poder adquisitivo de las familias trabajadoras en los años 1880. La recuperación posterior del salario real durante la década final de siglo no pudo por sí sola modificar la tendencia de la estatura, lo que redunda en esa ocasional correspondencia –ya señalada- con los indicadores crematísticos, e incide en otras explicaciones no menos determinantes referidas a la salud y al equipamiento urbano.
Superado el bache, y como se aprecia en el gráfico, se inicia la fase de mayor aumento de la talla, con una ganancia neta de 3,6 centímetros, en el marco de nuevos cambios legislativos que modificaron sucesivamente la edad de incorporación a filas. En 1901, la operación de talla se realizó a los 20 años, y desde 1907, a los 21. Las generaciones nacidas durante la última década del siglo XIX y la primera del XX vivieron la etapa finisecular y buena parte de las dos primeras décadas del nuevo siglo. La progresiva recuperación de la talla media de los mozos del distrito minero es ya un hecho con los nacidos desde finales de los ochenta hasta mediados de los noventa, y cuyas experiencias vitales, en buena medida, concurren con una evolución positiva del salario real. Ese crecimiento presenta una ligera inflexión, que significó una pérdida de medio centímetro en la cohorte de nacidos entre 1896 y 1900 que se tallaron iniciada la Primera Guerra Mundial y durante la inmediata posguerra, y cuyas causas casi seguro aparecen relacionadas con la fase más crítica de la evolución del salario real y con los efectos de la epidemia de gripe que sorprendieron a estos mozos poco antes de ser medidos, en el momento del último estirón.
La Arbolada, Valle de Trápaga-Trapagaran (Bizkaia). Plaza central e iglesia de Santa María Magdalena. Foto: Garikoitz Estornés Zubizarreta, 1999. |
La subida posterior de las tallas de los nacidos durante la primera década de siglo no concuerda –ahora- con la progresión de los ingresos reales, pues en alguno de los periodos de ese crecimiento de la estatura se hizo patente la pérdida de capacidad adquisitiva y los esfuerzos laborales en forma de horas extras, al objeto de acceder a unas subsistencias excesivamente caras. Globalmente considerado, este ciclo de la estatura de los mozos del distrito minero, cuya experiencia vital discurría como una marea que dejaba entrever logros significativos en un mar de carencias notables, estuvo influido por una relativa mejora de los niveles de nutrición (incorporación paulatina a la dieta cotidiana de pescado fresco, leche y huevos), de las condiciones laborales (reducciones de jornada, leyes de descanso dominical, trabajo de mujeres y niños, y de accidentes de trabajo) y del medio ambiente (abastecimiento de aguas y redes de saneamiento) que contribuyeron a una mayor salud pública, a la remisión de ciertas enfermedades epidémicas, y al repliegue de la mortalidad.
Un nuevo ciclo de altura se advierte con los nacidos entre 1911 y 1930, caracterizado por la estabilidad, en torno a los valores alcanzados, de aproximadamente 166 centímetros, con leves oscilaciones durante todo ese largo periodo. Los efectos de la Primera Guerra Mundial es muy probable que maticen la estatura de la primera y segunda cohortes de esta fase (1911-15 y 1916-20), afectándoles en el primer tirón de su desarrollo vital. Los mozos nacidos durante la década de 1920 vivieron los efectos de la depresión de 1929 a edades tempranas, pero sobre todo el incierto periodo de la República y Guerra Civil, e incluso, algunos, los duros años de posguerra, cuando experimentaban el definitivo estirón previo a su incorporación a filas. La positiva evolución del salario real, sin pérdidas significativas durante buena parte de los años 1920 e incluso primeros 1930, no se corresponde con esa fase de estabilidad de la altura. De nuevo es preciso acudir a otras explicaciones relacionadas con la salud y las condiciones de vida y trabajo, en un periodo de grandes transformaciones políticas que condujeron a la Guerra Civil.
Finalmente se aprecia en el gráfico la salida de la larga etapa de estancamiento con una rápida recuperación de hasta 1,28 centímetros favorable a los nacidos en vísperas de la Guerra Civil (1931-35), que si bien vivieron momentos críticos durante las primeras etapas de su vida, se tallaron en 1952-56, alcanzando una altura media de 167 centímetros, habiendo superado ya la fase de extremas dificultades materiales que representaron los años 1940.
Otra de las posibilidades que nos permite la documentación es la de poder valorar los efectos de la migración sobre la altura. Se trata de comprobar si los inmigrantes tenían el mismo estado nutricional que el de la población autóctona, y evidenciar si las tallas de los inmigrantes vascos eran algo diferentes a las de los inmigrantes de otras zonas. Los resultados revelan una mayor altura de los mozos del distrito minero vizcaíno comparada con la de otras cuencas españolas. La desagregación de la procedencia vizcaína descubre que los mozos oriundos del Gran Bilbao y Encartaciones presentan una evolución más favorable. En general, los inmigrantes vascos en la zona eran más altos que otros inmigrantes, y hasta superaban en altura a los mozos autóctonos de San Salvador entre 1858 y 1890. Las disparidades de altura entre los inmigrantes vizcaínos y el resto, castellanos principalmente, son muy significativas y siempre favorables a los primeros, llegándose a alcanzar en algún momento (1871-75) diferencias de hasta 6 centímetros. Esta circunstancia pone de manifiesto que existían fuertes desigualdades en el estado nutricional entre vascos y castellanos. Con todo, en el largo plazo, el proceso de industrialización vasco mejoró el nivel de vida biológico de los más desfavorecidos frente a los que ya disponían de dichas mejoras en periodos previos.
BIBLIOGRAFÍA
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PEREZ CASTROVIEJO, P.M. (2005): “Niveles de bienestar de la población minera vizcaína. Factores que contribuyeron al descenso de la mortalidad, 1876-1936”, Revista de Demografía Histórica, XXIII, I, pp. 71-105.
STECKEL, R. H. (1983): “Height and per capita income”, Historical Methods, 16, pp. 1-7.
* Este trabajo ha sido financiado por el MCYT, Proyecto BEC2002-03927, “El impacto de los procesos socioeconómicos sobre el bienestar biológico y la salud. Estatura física, nutrición, trabajo y mortalidad en España, 1840-1960”.
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