El arpista donostiarra Nicanor Zabaleta en México
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Edmundo Ricardo CAMACHO JURADO

E
  Nicanor Zabaleta
Nicanor Zabaleta.
n enero de 1936, con 29 años recién cumplidos, Nicanor Zabaleta llegó por primera vez a México.

Buscando un sitio adecuado para iniciar su carrera profesional, hacía dos años que había arribado a Nueva York, donde, debido a la Gran Depresión, se topó con una pared, pues el interés que despertó en el público no fue suficiente para romper con la mentalidad adversa al arpa de unos empresarios desconfiados y duramente golpeados por la recesión del 29. Empeñado en impulsar su carrera de solista, a finales de 1935 había ofrecido, a invitación de dos cubanos que conoció en la “urbe de hierro”, un par de recitales “muy bien pagados” en La Habana, Cuba, lo que le permitió trasladarse a México.

No obstante su debut neoyorquino (1934) y sus presentaciones en París (1926-1929) y Madrid (1931-1933), recitales con las cuales inició su carrera como solista, la primera visita de Zabaleta a México tiene un especial significado, pues “realmente, [su] carrera profesional se inició en México y en Cuba” ya que fue en estos dos países, y sobre todo en México, donde los contratos como solista y proposiciones para llevar a cabo giras comenzaron a llegar, emprendiendo así 18 años de conciertos y recitales por Latinoamérica, en los que se daría a conocer como concertista de primer nivel, estableciendo una estrecha relación con los círculos musicales latinoamericanos.

El joven arpista iniciaba así una carrera profesional de aproximadamente 56 años (1936-1992) que lo llevaría por casi todo el mundo difundiendo su arte y dando a conocer su intrumento.

A su llegada a la Ciudad de México, el arpista vasco –de quien y a quien el público mexicano jamás había escuchado- buscó familiarizarse con el medio musical capitalino, asistiendo a las salas de conciertos, donde observaba discretamente la vida musical de la metrópoli. Un concierto en el que se le vio fue en uno de los ofrecidos por la virtuosa pianista mexicana Esperanza Cruz, probablemente el del 29 de enero, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. En este concierto Zabaleta le fue presentado a algunos críticos y cronistas musicales, entre los que se encontraba el musicólogo Gerónimo Baqueiro Foster. Hubo intercambio de opiniones relacionadas con la música, específicamente la música mexicana, durante el cual se advirtieron su “discreción y su nobleza, además de lo pudoroso de sus juicios” y, coincidiendo con Víctor Manuel Guillermo, de La Prensa, Baqueiro se asombró de que Zabaleta poseía “una rara virtud”: jamás se le oyó hablar de sí mismo “en ningún sentido”, y sólo al final manifestó que tocaría en la sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes y que si el auditorio ocupaba media sala se sentiría muy satisfecho. Nadie imaginó entonces que trataban con un “artista excepcional”.

  Diario capitalino Excélsior
Anuncio aparecido en el diario capitalino Excélsior del 4 de abril de 1936.
Invitado por Julian Uceda y Ernesto de Quesada, fundador de la Asociación Musical Daniel (1906), el arpista comenzó su primera serie de conciertos en México con un recital el 1 de febrero de 1936 en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes, gira que concluiría el 19 de mayo del mismo año.

Anteriormente el público de la capital ya había escuchado a muchos otros músicos renombrados, traídos a México a partir de 1933 precisamente por la Asociación Daniel, entre los cuales estaban Claudio Arrau, Andrés Segovia, José Iturbi y el Cuarteto de Laúdes de los hermanos Aguilar. También el violonchelista catalán Pablo Casals desde hacía tiempo solía presentarse en México.

Para ubicar y valorar mejor la trascendencia de la presencia de Zabaleta en el desarrollo de la mentalidad y del gusto del público mexicano por el arpa, hay que recordar que en este país la cátedra de arpa se impartía desde 1883 en el Conservatorio Nacional de Música (CNM) y había recitales de música de cámara en que las arpistas, que por lo general limitaban sus presentaciones al ámbito orquestal, tomaban parte. Entre éstos destacaban los organizados por el Cuarteto Saloma, el cual contaba ya con alrededor de tres décadas de impulsar la ejecución y la formación de un público de la música de cámara, actividades en las cuales tocaban arpistas locales, como Eustolia Guzmán. En los programas de estos conciertos se incluían una o dos piezas con arpa.

Nicanor Zabaleta se encontró así en un medio donde obras como Introducción y Allegro de Ravel, la Sonata para flauta, viola y arpa de Debussy y la Fantasía para arpa y violín de Saint-Saëns ya habían sido estrenadas, y si bien el arpa de pedales no era un instrumento desconocido en las salas de concierto mexicanas, en las mentes de la época no tenía cabida un concierto cuyo programa estuviera compuesto solamente por obras para arpa.

Afortunadamente, el encuentro de Zabaleta con Ernesto de Quesada le abrió al arpista un resquicio a través del cual pudo dar a conocer su propuesta musical y su alta calidad interpretativa, logrando gran éxito desde su primer concierto en la Ciudad de México.

Casi cuatro meses duró la paciente y ardua labor que llevó a cabo Zabaleta para que las puertas de los principales recintos musicales capitalinos le fueran abiertos al arpa de pedales como instrumento solista, con lo cual comenzó a cambiar la mentalidad conservadora del público, promotores musicales y autoridades culturales, convenciéndolos de que el arpa era un instrumento con una amplia gama de recursos que lo ponían al nivel de otros instrumentos más conocidos y aceptados, como el violín o el piano.

El primer concierto en México

A las 9 de la noche del 1 de febrero de 1936 Nicanor Zabaleta ofreció su primer recital en México, el cual se efectuó en la Sala de Conferencias –también conocida como “la sala chica”- del Palacio de Bellas Artes. La difusión extremadamente modesta que se había hecho de este concierto en la prensa capitalina se reducía a cuatro breves y pequeños anuncios aparecidos el 30 de enero en El Nacional, y al día siguiente dos más en Excélsior y uno en El Universal. Ni en estos anuncios ni en el programa de mano se mencionaba a la empresa organizadora que presentaba a Zabaleta y, ante la duda de si el público mexicano asistiría a un concierto exclusivamente de arpa y si éste gustaría, se anuncio solamente un concierto.

Programa de mano
Programa de mano del primer recital que Zabaleta ofreció en México, el primero de febrero de 1936.

Hasta su primera presentación, salvo los promotores y personas muy ligadas a estos, la crítica y el público mexicanos no conocían, “ni de nombre”, a Nicanor Zabaleta y mucho menos sabían de las enormes posibilidades de su instrumento. Incluso en dos de las cuatro inserciones, entre ellas la primera inserción de Zabaleta aparecida en la prensa mexicana, el apellido de éste aparecía con “v” labiodental: “Zavaleta”.

No obstante lo anterior, en el recital de presentación del vasco, el público capitalino asistió en buen número, quizás por curiosidad, sobrepasando las previsiones del propio músico.

El arpa de Zabaleta era una Erard “de líneas sobrias”, con la cual interpretó un programa dividido en tres partes, conformadas por obras barrocas y clásicas, españolas y francesas, respectivamente. En la primera figuraban obras de Mateo Albéniz, Corelli, Haydn, Mehul y J. S. Bach; en la segunda inició con el Scherzino mexicano de Manuel M. Ponce, continuando con obras de Enrique Granados, el padre Donostia y Manuel de Falla; la tercera parte la integraban trabajos recientes de compositores franceses, entre los que estaban Rousseau, Roussel y Tournier, además de una obra de Prokofieff.

La alta calidad interpretativa y el “estilo fino y elegante” del joven Zabaleta, su sólida técnica aunada a su manejo de las nuevas técnicas de ejecución, junto a lo original y ecléctico de su repertorio, entusiasmaron de tal forma al público que no sólo el aplauso fue “cálido y desbordante” y los pedidos de un extra después de cada intermedio fueron de una insistencia increíble, sino que después “del segundo intermedio, el auditorio en masa fue a felicitar al artista para conocerle de cerca, hablarle, estrechar su mano o abrazarle”. Tanto le había gustado al público la actuación del arpista, que se le pidió que tocase más”, a lo que él correspondió ofreciendo “muchas otras composiciones tocadas de manera alucinante” luego de lo cual “poco faltó para que se le sacara en hombros”.

Programa de mano
Programa de mano del concierto que Nicanor Zabaleta ofreció como
solista de la Orquesta Sinfónica Nacional el 19 de mayo de 1936, con el cuál finalizó su primera gira por México. Las correcciones a mano del programa fueron hechas por el musicólogo mexicano Gerónimo Baqueiro
Foster.

Al día siguiente “todo el medio musical” mexicano “festejaba el acontecimiento” y comenzó a aumentar el interés por escucharlo.” De esto dieron cuenta las crónicas y artículos aparecidos en la prensa capitalina, en donde se escribió acerca del “rotundo éxito” alcanzado por Zabaleta en su primer encuentro con el público mexicano, a la vez que la crítica musical, “que no pecaba de blanda”, lo comparaba con otros grandes artistas ibéricos como Casals, Segovia, Iturbi y la bailarina Antonia Mercé “Argentina”, y le pedía al artista y a las autoridades culturales que éste volviera a tocar. Incluso Manuel Barajas, de El Nacional, no sólo se unía a la petición de volver “a gozar del privilegio de escucharlo siquiera unos tres conciertos más”, sino que fue el primero en pedir públicamente a los encargados culturales el Teatro del Palacio de Bellas Artes para “este artista supremo”, pues era “necesario que México entero” lo conociera.

Después de ese primer recital, Nicanor Zabaleta ofreció 4 recitales más en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes, el sábado 22 de febrero, los sábados 14 y 21 de marzo y el domingo 22 de ese mismo mes.

En su segundo concierto, efectuado la noche del 22 de febrero de 1936, Zabaleta estaba por concluir la última pieza del programa en una Sala de Conferencias que se llenó de nuevo “de bote a bote”. El público acababa de escuchar embelesado dos obras de Debussy y otra de Caplet. Al terminar cada ejecución del arpista, el público había aplaudido frenéticamente las Sonatas de Scarlatti o el Concierto en Do de Vivaldi-Bach que la Danza de la Pastora de Ernesto Halffter, el Romancillo de Adolfo Salazar y Asturias de Isaac Albéniz. De pronto, “visiblemente contrariado”, el arpista interrumpió la ejecución de la Sonatina de Tournier: un bebé había comenzado a lloriquear. Los padres del pequeño salieron seguidos las miradas iracundas del público... Una vez que hubieron abandonado la sala, el arpista repitió la obra interrumpida y, ante la ovación de los asistentes, tocó Jazz-Band de Tournier.

En este segundo concierto, el cual contó con una mayor difusión que el primero y sobre el que se publicaron cuando menos 4 críticas en la prensa de la capital, Nicanor Zabaleta reafirmó su alta calidad artística y sirvió para fortalecer la inmejorable opinión que de él se tenía, ya desde su primer concierto, en el medio musical de la Ciudad de México. El “merecido éxito” que obtuvo el músico fue, según la crítica, mayor que en el primer recital.

Las piezas de este programa, distinto en su totalidad del ofrecido en el concierto precedente, resultaron atractivas y novedosas para los asistentes, y sólo en los encores Zabaleta repitió obras que ya había tocado en la presentación pasada.

La semana en que Zabaleta ofreció este recital también se efectuaron en el Palacio de Bellas Artes otros “acontecimientos artísticos” de importancia, como la presentación de la pianista rusa Xenia Prochorowa, pero en opinión del cronista del popular diario La Prensa, “la nota de arte más importantes méritos artísticos” fue el recital del donostiarra.

Así, después de este segundo recital ya se hablaba de que el interés de los admiradores mexicanos de Nicanor Zabaleta- “que ahora son legión”- por escucharlo había aumentado y los críticos musicales, convertidos en “portavoces” de los asistentes a estos conciertos, ya no sólo le pedían al arpista que ofreciera más presentaciones, sino que se preguntaban por qué todavía no se le habían dado todas las facilidades al joven músico –“ya reconocido unánimemente como uno de los más grandes exponentes de su instrumento”- para presentarse en la Sala de Espectáculos del Palacio de Bellas Artes, es decir, en la “sala grande” de dicho recinto. Esto, en opinión de los críticos de música, debió haber sucedido después del “merecido éxito” obtenido por Nicanor Zabaleta en su primer concierto.

En este sentido Manuel Barajas, de El Nacional, iba más lejos: “ojalá y Zabaleta logre vencer algunos escollos que entorpecen la posibilidad de ofrecernos un número mayos de conciertos”, y pronosticaba que “si esto se logra, el medio musical nuestro podrá estar de pláceme, ya que personalidades como la de este joven músico resultan de tal manera excepcionales, que nada difícil será que andando el tiempo su paso por México marque, como el paso de Iturbi, una etapa de gran significación...”.

El arpista donostiarra Nicanor Zabaleta en México (II de II)

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