José Enrique CAMPILLO ÁLVAREZ, Catedrático de Fisiología. Facultad de Medicina. Universidad de Extremadura. Badajoz
Ejercicio físico y salud
El practicar algún deporte y el desarrollar habitualmente un cierto grado de actividad física son medidas muy eficaces para la prevención y el tratamiento de numerosas enfermedades. Si al estilo de vida físicamente activo, sumamos un plan de alimentación correcto, entonces dispondremos, bajo el control de nuestra voluntad, de los dos factores más potentes para influenciar nuestra salud y para tratar numerosas enfermedades.
Entre las cuestiones que suscita la relación entre sedentarismo y salud están: ¿Cómo es posible que una vida activa, no sedentaria frene el desarrollo de tantas enfermedades? O por el contrario, ¿a través de qué mecanismos el sedentarismo pueden causar enfermedad? Vamos a analizar estas cuestiones y para ello recurriremos al punto de vista y a la metodología de una moderna y pujante rama de la ciencia médica: la Medicina Darwiniana o Medicina Evolucionista.
La medicina evolucionista o Darviniana
La Medicina Darwiniana o Evolucionista estudia la enfermedad en el contexto de la evolución biológica. Considera que muchas de las enfermedades que hoy nos afligen son consecuencia de la incompatibilidad entre el diseño evolutivo de nuestro organismo, que se ha ido moldeando a lo largo de millones de años de evolución, y las condiciones de vida a las que hoy lo sometemos.
Veamos un ejemplo relacionado con el tema que nos ocupa. La comida no es gratis para nadie. Existe una ley universal que establece que todo animal ha de pagar un precio de trabajo muscular para conseguir las kilocalorías de los alimentos. Ya sea un escarabajo, un pez, una oveja, un leopardo o un señor de Cáceres, su diseño evolutivo exige el gastar kilocalorías como actividad física para obtener la energía de la comida. El diseño evolutivo del animal humano requiere, por tanto, el gasto energético muscular para conseguir la energía de los alimentos. Es lo que en la Biblia se expresa en forma de maldición: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.
A lo largo de los millones de años de evolución de la especie humana la obtención y el gasto de energía han estado balanceados. Pero el desarrollo económico y la industrialización de los últimos siglos han alterado esta relación natural. Hoy el ser humano que habita los países desarrollados se ha convertido en el único animal capaz de ingerir enormes cantidades de kilocalorías en forma de alimentos, sin gastar ni una sola kilocaloría muscular para conseguirlas. Desde la visión de la medicina evolucionista, el ejercicio que algunas personas hacen cada tarde en el gimnasio o trotando por las calles, es la forma aplazada de saldar la deuda energética muscular contraída por los alimentos ingeridos a lo largo del día.
Ejercicio en los antecesores paleolíticos
Las condiciones de vida de nuestros ancestros implicaban periodos de abundancia intercalados con épocas de escasez y un gran esfuerzo físico para conseguir el alimento.
Las necesidades de adaptación a estas condiciones permitió que la evolución dotase a nuestros ancestros de genes que respondían a la actividad o a la inactividad física controlando la expresión de proteínas musculares; y al hambre y a la abundancia modificando la actividad de enzimas y de transportadores, que orientaban el metabolismo en el sentido ahorrador.
Este “genotipo ahorrador” permitía una ganancia rápida de grasa durante las épocas de abundancia de alimento y así proporciona ventajas de supervivencia y reproducción en épocas de escasez, también permitía una mayor eficiencia en la contracción muscular durante los periodos de hambre para permitir la búsqueda de alimentos. Los que desarrollaban estas características se reproducían más y transmitían a sus descendientes los genes responsables de estas ventajas metabólicas.
El sedentarismo como enfermedad carencial
En todos los estudios siempre se ha considerado al sedentarismo como la condición basal, de control y al ejercicio físico como la condición experimental, la adaptación. Sin embargo, si tenemos en cuenta las propuestas de la Medicina Darviniana, la condición basal natural de la especie humana sería la actividad física continua y de una cierta intensidad; bajo estas condiciones los sistemas enzimáticos y transportadores funcionarían a pleno rendimiento. En este sentido, el sedentarismo seria un proceso carencial, de deficiencia, promotor de enfermedad. Un ejemplo que nos puede ayudar a asimilar este cambio radical en nuestra forma de pensar nos lo proporciona la hipertrofia cardiaca.
La hipertrofia cardiaca fisiológica, la que se logra mediante el entrenamiento deportivo, mejora el funcionamiento del corazón: aumenta el retorno venoso, el tiempo de llenado y el volumen minuto, la contractilidad cardiaca y mejora la utilización del oxígeno por el miocardio. Como nuestros antepasados paleolíticos mantenían un elevado nivel de actividad física para poder sobrevivir, ellos deberían de presentar hipertrofia ventricular izquierda fisiológica y elevadas reservas cardiacas. Es decir, esta situación es la normalidad en nuestro diseño evolutivo. En lugar de considerar a la hipertrofia cardiaca fisiológica como una adaptación al ejercicio, es más exacto considerar al corazón no hipertrofiado como un descondicionamiento cardiaco debido al sedentarismo. El verdadero grupo control sería el corazón paleolítico, físicamente activo.
Desde el punto de vista de la medicina darviniana las células humanas no están adaptadas a una forma de vida inactiva. La evolución ha favorecido determinados genes que proporcionan un fenotipo que nos confiere una gran flexibilidad en los flujos metabólicos para permitir una eficaz contracción muscular incluso bajo las peores condiciones nutricionales. Nuestra vida sedentaria actual, junto a la constante provisión de alimentos de elevada densidad calórica ocasiona una discordancia en las interacciones de nuestros genes con el entorno actual. Se predispone así a que el genoma paleolítico (el que actualmente portamos) mal exprese sus genes en diversos órganos y tejidos y origine las enfermedades de la opulencia.
Conclusiones
Como consecuencia de las necesarias adaptaciones de nuestros ancestros a los periodos de abundancia y de escasez de alimentos y a los cambios en el tipo de alimentos, que sucedieron a lo largo de millones de años de evolución, hemos heredado una particular constitución genética, que incluye un grupo de genes programados para activarse por el ejercicio físico habitual.
Hace apenas unos cien años, con la revolución industrial, nuestras condiciones de vida cambiaron drásticamente y nos alejamos definitivamente de nuestro diseño evolutivo: comenzamos a ingerir una alimentación muy rica en calorías, hiperproteica, abundante en grasas saturadas y en hidratos de carbono de absorción rápida, de elevado índice glucémico. Además, el desarrollo de máquinas que facilitaban todas nuestras labores y de los vehículos que nos transportaban diariamente sin esfuerzo, redujo nuestro nivel de actividad física, dejó de costarnos esfuerzo conseguir nuestros alimentos. En estas condiciones nuestros genes paleolíticos, al someterse a unas condiciones muy alejadas del diseño para el que se desarrollaron, se convirtieron en promotores de enfermedad.
Según la Medicina Darviniana, nuestros genes y nuestras formas de vida ya no están en armonía y una de las consecuencias de esta discrepancia son las enfermedades de la opulencia. La prevención y el tratamiento, según los preceptos de la medicina darviniana, pasarían por adaptar nuestra alimentación y nuestro estilo de vida, dentro de lo posible, a las condiciones en la que prosperaron nuestros antecesores. Poner en paz nuestros genes paleolíticos con nuestra forma de vida de la era espacial.
Respecto al tipo de alimentación acorde con nuestro diseño evolutivo, pueden consultarse en “Los menús darvinianos” a los que se accede a través de la página web que se señala abajo. Respecto a la actividad física, deberíamos mantener un balance entre la energía ingerida mediante los alimentos y el precio muscular por a pagar por conseguirla. Ya que no cazamos, pescamos o recolectamos nosotros mismos nuestros alimentos deberíamos de adaptar la intensidad y duración de la actividad física o deporte recreacional que practiquemos a las calorías diarias ingeridas.
Bibliografía
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José Enrique Campillo Álvarez. campillo@unex.es
La iconografía comentada de este artículo
se encuentra en:
http://mono_obeso.typepad.com/photos/sedentarismo_evolucin_y_p/index.html
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