La guerra hiere, empobrece y separa a las personas. En la lucha por sobrevivir, cualquier destino es apropiado si logra salvar de las fauces de la muerte. Sin tiempo para meditar sobre las consecuencias de una despedida –simplemente, porque no había un segundo para perder y nada podía ser peor que la situación que se vivía-, padres desesperados enviaron a sus niños lejos, no importaba el lugar exacto, sólo que estuviera libre de los embates del terror y las fatigas del hambre.
Esto fue lo que ocurrió con una familia entre tantas que debieron dividirse para hacer frente a las circunstancias. Esto fue lo que sufrió una madre al ver partir a tres de sus hijos, ni siquiera sabiendo si la embarcación a la que subió lograría eludir los peligros del océano. Esto fue lo que experimentaron tres hermanos que se alejaron del regazo materno, temeroso e ignorantes de los alcances de aquel adiós.
La correspondencia constituyó el único intercomunicador entre estos seres retenidos en diferentes puntos de la geografía, el único signo vital que calmaba, levemente, las angustias de la distancia. Un lazo que, inconstante y siempre a punto de cortarse, mantuvo en ebullición la esperanza del “algún día”.
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En Moscú, Maria Victoria, Claudio y su hijo, junto a sus hermanos Francisco y Miguel. |
Miles de niños asilados en hogares provisorios intentaron contactar a sus parientes mediante el alivio de correos, pero gran parte de éstos eran interceptados y retenidos. Cientos de padres golpearon una puerta tras otra en busca de información sobre el paradero de sus pequeños. Los protagonistas de este caso específico fueron afortunados: por una audaz idea de alguien, lograron desviar el trayecto de sus cartas hacia el sur y así esquivar los muros infranqueables.
Gracias a la conversación de aquellas cartas que cruzaron tierras y mares es que hoy se puede contar esta historia –particular en sus pormenores pero común en sus circunstancias- sobre tres niños en Moscú, una madre y sus otros hijos en Bilbao, y unos jóvenes vascos residentes en Valparaíso.
El 12 de junio de 1937, más de cuatro mil personas se embarcaron en el Habana, la multitud estaba conformada por 2.855 trabajadores que se dirigían a Francia, y 1495 niños, 72 educadores, y auxiliares, y 2 médicos cuyo destino era la Unión Soviética. A cada infante se le había prendido una tarjeta de identificación en la ropa y subido, rápidamente, a la nave.
Santurce fue el puerto de las despedidas, desde allí zarparon el día 13 para fondear el 15 en Burdeos, de donde la jornada siguiente partiría el buque Sontay rumbo a Leningrado.
Entre los pasajeros iban Francisco, de nueve años; María Victoria, de siete; y Miguel, de cinco. En el muelle había quedado la madre, María del Pilar Cuevas García, viuda de Eduardo Angulo Mateo, y los hermanos Teófilo Luis, Pilar, Teresa y María de la Concepción, el menor de ellos, llamado Eduardo, había fallecido el año anterior.
Así los menores se dirigían hacia lo desconocido, en tanto el resto de la familia huía de Bilbao hacia Santander y de ahí al poblado francés de Ligron, en donde permaneció un corto tiempo, debido a la orden de evacuación que dispusieron las autoridades.
Francisco, María Victoria y Miguel habían llegado el 22 de junio de 1937 a Leningrado y en agosto de aquel años ya enviaban la primera carta a su madre. Desde un Sanatorio de Niños Españoles, ubicado en la Estación de Obinscoe, Ferrocarril Moscú Kiev, con dificultad, el mayor escribía las siguientes palabras:
A esta carta le sucedió otra en que los pequeños seguían solicitando a la madre que les dijera sus edades; también les hablaba de sus progresos, de lo bien que estaban en ese mundo que parecía ser una burbuja en medio del tenso ambiente que se vivía en Europa.
El 13 de diciembre 1941, llegó a manos de la señora María del Pilar Cuevas la primera carta vía Valparaíso. Ha quedado establecido que la intercesión de los jóvenes vascos que se avecinaban en la región habría comenzado después de la Segunda Guerra Mundial, por lo cual, es un misterio cómo ese correo pudo hacer dicho recorrido. Ciriaco había arribado a Chile mucho antes del 40, Ángel lo hizo aquel mismo año y Boni, recién en 1943... ¿pudo ser gracias a la gestión de alguno de los primeros?
Éstos son los hermanos Martínez, bilbaínos cuya familia se trasladó a Chile de a poco. Durante la década del treinta, el éxodo se inició con Ciriaco, seguido por su homónimo padre; luego siguió Ángel; en 1941, Trinidad, la madre, y sus hijos Ángeles Sotera y juan; y finalmente, Bonifacio.
Boni, como es llamado por todos, había sido amigo de la infancia con los niños Angulo. Ya grande, con el mayor de ellos, Teófilo Luis, estuvo vinculado al mundo del cine y la distribución de películas, a través de la compañía Cifesa.
Aquella carta triangulada del 13 de diciembre sería la última de aquel período de preguerra, con el ataque alemán a la Unión Soviética, el 22 de diciembre de 1941, fue interrumpida la correspondencia. Francisco, María y Miguel no habían recibido contestación a ésta ni a las anteriores.
El contacto recién fue retomado el 26 de noviembre de 1945, los niños se encontraban en Eupatoria ya que las casas de acogida en Obinscoe habían sido evacuadas durante la invasión nazi a Moscú.
Redactadas por María, las noticias decían que:
Seis meses después, el 20 de mayo de 1946, Luis Angulo recibió la primera carta de Ángel Martínez, en la que éste le ofrecía la posibilidad de remitir los correos a través de su dirección en Valparaíso. Brevemente, Boni enviaba “saludos a toda la Patrulla”.
Es aquí donde se iniciaron un intenso intercambio de cartas a través de los Martínez, especialmente, de Ángel. ¿Cómo surgió esta posibilidad?, el contenido de las cartas no lo revela y los que sobreviven para contarlo no recuerdan los detalles. Lo concreto es que a los escritos se sumaron fotografías y dibujos, en Bilbao recién pudieron contestar las demandas de Pachi, María y Miguel, y éstos al fin constataron que sus líneas serían leídas.
El 17 de junio del 46, la novedad era que Francisco quería estudiar medicina, y en las cartas siguientes continuaban los relatos sobre sus avances en los estudios y la vida diaria. Los niños habían ido creciendo y ya estaban convertidos en adolescentes que empezaban a definir sus futuros.
En tanto, los hermanos Martínez se adaptaron al ambiente de Valparaíso. Al parecer, Boni con más dificultad que los otros. El 8 de octubre de 1946 le confidenciaba a su amigo Luis que:
Durante este tiempo había comenzado a surgir una inquietud entre Francisco, María, Victoria y Miguel. En las fotos que les enviaba la madre no aparecía Teresita, tampoco un saludo o referencia a ella. Después de mucho insistir, los jóvenes recibieron la confirmación a sus presentimientos: Teresita estaba muerta.
Lo cierto es que el deceso de la niña había ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, a causa de una meningitis, y Luis, quien escribía las cartas en nombre de la familia, evitó comunicarles antes el destino sufrido por la hermana que tanto recordaban.
En 1 de diciembre de 1946, María Victoria se encontraba en Moscú con Miguel. Ella era Técnico de Comunicaciones Ferroviarias y Miguelín, como le decían, cursaba tercer año de bachillerato. Francisco, por su parte, estaba en el norte, estudiando en una escuela de marina mercante.
El 26 de diciembre de 1946, en una carta de los jóvenes a su familia, Ángel adjunta para Luis los siguientes comentarios:
En estas líneas, Ángel compartía sus ilusiones sobre lo que sería un hito importante para la colectividad vasca de la Quinta Región de Chile. Las cartas entre Moscú y Bilbao, a través de Valparaíso, se siguieron sucediendo, en ese transcurso los jóvenes en la URSS continuaron aprovechando al máximo las posibilidades de estudio.
El 10 de junio de 1947, Mary le contaba a su madre:
Durante los años de estadía en la URSS, Pachi, Mary y Miguelín habían disfrutado de una rica vida cultural: teatros, museos, libros y estudios rodearon el mundo en que se formaron intelectualmente. También habían podido gozar de una tranquila existencia, provista de servicios y cuidados de primera clase. Pero nada aminoraba la nostalgia por los cariños arrancados a tan temprana edad.
Llegado 1948, el mayor de los hermanos Angulo, Luis, contrajo matrimonio con Bienvenida Pinedo, en Bilbao. En la abundante correspondencia a lo largo de los meses precedentes, había repetidas referencias a su novia y el casamiento. Así como éste, los grandes acontecimientos en las vidas de los integrantes de esta familia sólo pudieron ser compartidos mediante cartas.
El nuevo estado civil de Luis fue uno de los últimos temas que amenizaron la correspondencia entre Bilbao, Valparaíso y Moscú. La triangulación de correos, gracias a la cual se logró unir a seres distanciados por la guerra, tendría que llegar a su fin. En una carta del 10 de julio de 1948, Ángel le anunciaba a Luis que ya no estaría en sus posibilidades ayudarlo, la causa era el rompimiento del Gobierno Chileno, liderado por Gabriel González Videla, con la Unión Soviética y el no reconocimiento de la legalidad del Partido Comunista en el país.
A partir de este momento, Ángel y Boni perdieron todo contacto con su amigo de Bilbao y no supieron más sobre “los niños de Moscú”.
El año 2004, Eduardo Angulo, hijo de Luis y Bienvenida, se dedicó a recopilar las cartas y traspasarlas a computador. En uno de los correos, Ángel hablaba sobre la intención de formar una Eusko Etxea para Valparaíso y, casi 60 años después, Eduardo encontraba la página de la institución en Internet. Inmediatamente, el impulso fue intentar localizar a estos viejos amigos de su padre.
Ángel había fallecido el año anterior y Boni aún vivía, en Viña del Mar. Lógicamente, ambos hicieron sus vidas: se establecieron en sus trabajos y formaron sus propias familias. Mientras el primero logró cumplir su propósito de formar un Centro Vasco en la Quinta Región, el segundo terminó por acostumbrarse a la comida chilena.
Felizmente, las que se enviaron a través de Valparaíso no fueron las únicas cartas. Otra amiga asumió la misión de intermediaria, ella era Milagros, quien estuvo exiliada en Perpignan, Francia.
En Moscú, Francisco se tituló de médico y se casó con Josefina Rivero, hija de Milagros; María Victoria se perfeccionó como técnico de comunicaciones ferroviarias y contrajo matrimonio con Claudio Caballero, junto a quien tuvo dos hijos, Arturito y Fernando, el primero de los cuales murió al poco tiempo de nacer, y Miguel terminó sus estudios para convertirse en maestro mecánico de máquinas de industrias pesadas.
El reencuentro con la madre y sus hermanos ocurrió recién en 1956. Aquél año, el buque Crimea salió desde el puerto de Odessa en cuatro expediciones con repatriados. En la primera partieron Miguel y Victoria junto a su marido e hijo, en la cuarta, Francisco y Josefina, la que iba embarazada y tendría a su hija, Rosario Esperanza, en pleno viaje.
En Bilbao, al correr de los años, Miguel se casó con otra “niña de la guerra”, fue padre de Larita y trabajó con los astilleros Euskalduna hasta su cierre. Además de Fernando, María Victoria tuvo una pequeña a la que llamó Tatiana; su marido, Claudio, laboró en la misma industria que el cuñado y se convirtió en un líder sindicalista que luchó contra Franco y llegó a ser conocido por el apodo de Moscú. Josefina y Francisco le dieron tres hermanos a Rosario, estos fueron Paco, Liliana y Anuska; el padre de ellos llegó a ser un prestigioso médico que atendió a los deportistas del Atheletic de Bilbao.
Hoy, sólo Josefina y Miguel son los lazos vivientes con esta historia reconstruida carta a carta por Eduardo, el sobrino de ellos, quien decidió rescatar y ordenar aquellos documentos, movido por un único objetivo: “no olvidar”.
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