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Cristóbal de Balenciaga. Foto: D.R. |
Se encontraba pasando unos días en el Parador nacional de Jávea (Alicante), pueblo en el que tenía intención de comprar una finca y mandar construir una casa, “porque le recordaba mucho a San Sebastián”, como me confesaba Miguel Cardona, quien fuera chofer y testigo de sus últimos momentos. No pudo ser. La muerte comenzó a darle avisos. El primero, en la habitación del parador. El segundo y último, en la capital del Turia, adonde era trasladado de urgencia la tarde del 23 de marzo del mencionado año.
Nacido en 1895 en la bellísima localidad costera de Getaria, como el célebre Juan Sebastián Elcano, este hijo de marino y costurera demuestra desde temprana edad sus dotes para la profesión: copia magistralmente con 13 años un vestido de la marquesa de Casa Torres, clienta de su madre. En 1915 abre taller en San Sebastián, donde llegará a vestir a las reinas María Cristina y Victoria Eugenia; después en Madrid y Barcelona, para instalarse de modo definitivo en París a comienzos de la fatídica Guerra Civil. Es en la capital del buen gusto, en la ciudad de las luces, donde triunfa, desde su salón del número 10 de la exclusiva avenue George V. Arquitecto de la moda, de carácter reservado, como buen vasco, interesado por los volúmenes (lanzó vestidos-saco, faldas-balón, amplias mangas...), perfeccionista al máximo, tal y como me recordaba con cariño Manuela Balenciaga desde Madrid, la sobrina pequeña de aquel hombre a quien el insigne Christian Dior consideró “el maestro de todos nosotros”.
Una de las creaciones de Balenciaga. Foto: D.R. |
¿Por qué abandonó el mundo de la creación habiendo alcanzado la cumbre? Por no estar dispuesto a plegarse a la dictadura del prêt-à-porter, que irrumpe a finales de la década de los sesenta del pasado siglo. Inconcebible para un hombre como él la fabricación de prendas en serie; realizar un mismo modelo para legión de damas. La alta costura (haute couture, en francés) es algo aparte: la prenda se adapta cuidadosamente al cuerpo, y no a la inversa; es un arte aplicado, horas y horas de trabajo... De ahí sus elevadísimos costes, imposibles para la inmensa mayoría de las mortales.
En las tres últimas décadas, el espectáculo se ha ido adueñando de la moda, y ya sólo interesa el estilismo, como señalaba el propio Yves Saint-Laurent en una entrevista concedida al semanario Paris Match a principios de 2002, coincidiendo con su abandono. Parecen haberse olvidado conceptos como buen gusto, feminidad o chic. Además, muchos confunden, como se apuntó, ser creativo con ser excéntrico. Tiempo ha que las casas de alta costura dejaron de estar en manos de sus creadores: hoy pertenecen a grandes grupos empresariales y sus desfiles son el escaparate ideal para la promoción de productos derivados: prêt-à-porter, complementos, perfumes...
Tomando buena nota del trigésimo quinto aniversario de la desaparición de Cristóbal Balenciaga, el Meadows Museum de Dallas, en Estados Unidos, le rinde tributo hasta finales de mayo, con la muestra Balenciaga y su legado: más de setenta modelos y accesorios creados por él entre los años 1949 y 1968, fecha en la que diría adiós. Su obra, según Emanuel Ungaro, “se conjuga en el presente y no acabaremos nunca de descubrirlo, pues ha trazado una vía real, de una belleza fulminante”.
Al destacar otras sonadas exposiciones, anteriores en este caso, citar la del Metropolitan de Nueva York, en 1973; la que tuvo lugar un año después en el edificio de la Biblioteca Nacional, en Madrid; la que se organizó en el Kursaal donostiarra, Balenciaga. De París a San Sebastián, en 2001, en cuyo catálogo tuve el gran privilegio de colaborar; o la que acogió el Museo de la Moda y el Textil de París, con el título Balenciaga Paris, entre julio de 2006 y enero de este año. Además, desde hace algo más de un lustro existe una exposición permanente en Getaria, que se podrá visitar hasta la apertura del museo.
Meadows Museum de Dallas (USA). Foto: Michael Bodycomb |
No sólo es justo, sino más bien resulta un deber moral y cívico; es hora de que este país se vuelque de lleno en recordar al más grande de todos los creadores de moda del planeta, a quien destacó por su obra —no olvidemos aquella confesión de su colega y amiga Coco Chanel: “Fue el verdadero costurero, capaz de conocer los tejidos, cortarlos, coserlos con sus manos. Los demás sólo son diseñadores”—; a un hombre, en suma, y esto le honra, que pasó por el mundo con la humildad como bandera.
Abraham de Amézaga es periodista. Ha colaborado en los libros-catálogo Balenciaga. De París a San Sebastián (2001) y Carta de amor a Cristóbal Balenciaga (2002).
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