Monseñor Nicolás Esandi. Primer Obispo de la Patagonia Argentina (I / II)Escuchar artículo - Artikulua entzun

Susana CANO GARRAMUÑO

José y Nicolás Esandi: Conquistadores de pampas y almas

1. Introducción

José Nicolás Esandi fue un vasco, que tuvo que salir de su tierra. Un vasco que a los 19 años, solo, llegó a la Argentina y luchó por su vida con la garra que caracteriza a los grandes hombres. No se dejó vencer, la vida no pudo con él. La enfrentó con hidalguía y la venció... esta tierra lo tomó como hijo... ¡pero el siguió siendo vasco! Acá tuvo descendencia, y esa descendencia hoy lo quiere reverenciar, y con el a todos aquellos, que por distintos motivos forman parte de la Diáspora vasca.

Monseñor Nicolas Esandi  
Monseñor Nicolas Esandi.
Que no llegaron a disfrutar del Euskadi de hoy del cual se enorgullocerían, pero para eso dejaron a los nietos... a los que los conocimos... que aunque argentinos... ¡Somos de Euskadi!

José Nicolás Esandi, va a ser recordado en este trabajo, junto con su hijo mayor Nicolás.

José por ser el vasco cabeza de una hermosa familia, que durante su vida conquistó las indómitas tierras pampeanas, con el valor y la entereza de los grandes hombres.

Y Nicolás, por ser el conquistador de almas, por haber llegado a ser Obispo de Viedma1. Casi la máxima jerarquía eclesiástica, que fue orgullo de su familia, de su padre, de sus feligreses. Fue el mayor misionero... de la Patagonia. ¡Alabado!

1.1. Contexto histórico-político-socioeconómico de la Argentina2

José Esandi, llegó a nuestro país en el momento que se iniciaba la “modernización” y la Europeización de la Argentina y se concretaba el Objetivo de Sarmiento “abrir la Argentina al mundo”.

En el año 1870 era Presidente de la Argentina Domingo Faustino Sarmiento que nació en San Juan (Provincia cordillerana Argentina), el 15 de febrero de 1811.

Desde un humilde hogar, sostenido económicamente por su madre, Doña Paula Albarracín de Sarmiento, cursó estudios primarios en la Escuela de la Patria, de la ciudad natal, una de las mejores del país, a la sazón; por su inteligencia y contracción al estudio se lo proclama "primer ciudadano" de dicha escuela. Falla dos veces su intento de continuar sus estudios en Buenos Aires. A los 15 años, acompañando a su tío don José de Oro, funda en San Francisco del Monte (San Luis, provincia Argentina), la primer escuela entre las centenares que le deben su nacimiento. Allí concibe la idea de regenerar a la patria por la ilustración pública, idea que es como el eje y la fuerza motriz de toda su vida. Al año siguiente, de retorno en San Juan, trabaja dos años como dependiente en la tienda de una tía suya; en los ratos libres, lee infatigablemente. Toma por modelo a Franklin.

Sin contar con partido propio es elegido Presidente de la Nación (1868-1874) El 12 de octubre de 1868, asume como presidente, cargo desde el que promueve la educación y el desarrollo de las comunicaciones en el país. Como así también realiza una fuerte política de inmigraciones.

Abre la Argentina al mundo.

Ante su tumba Carlos Pellegrini, sintetizó un juicio general “Fue el cerebro más poderoso que haya producido América”.

En esos tiempos la Argentina surgía como país, lo que le traía no pocos inconvenientes, desde el punto de vista económico-social.

Tal como podemos leer en el Diario la Voz del Interior del año 1887, adonde nos hace una precisa descripción de los ranchos: “Conocemos algunos ranchos que a más de los perros, los gatos, las guascas y arreos del carro y de los caballos, guardan en su seno una familia entera que no baja de ocho individuos. Y todo esto en el reducido espacio de un rancho de cuatro varas de frente por ocho escasas de fondo, amén de un techo bajo cubierto con zinc viejo y paja. Las mujeres trabajan a la par del hombre, acarreando arena, algunas lavan ropa, con un pañuelo a la cabeza, arremangadas e inclinadas sobre una batea llena de ropa de la Casa Cuna, de un colegio o de un hotel”. Otra, publicada el 1º de enero de 1927, más allá de asociar esta forma de habitar con el desorden, la mugre, la miseria, el malevaje, el pecado y el vicio, se detiene en la técnica constructiva, expresando que: “Para hacer un rancho lo primero que hace falta es la necesidad. Luego se marca un cuadrado más o menos irregular (a veces lo marca con el índice), en cada esquina se cava un hoyo y en cada hoyo se planta un palo, un horcón. Entre los dos costados más angostos se entierran otros horcones más altos que van a soportar la cumbrera cuando el techo va a ser de dos aguas”. Encima de estos horcones se colocan las otras maderas, que serán el esqueleto, sujetándose con alambres. Luego se pone una urdimbre de varillas de juncos o de yuyos o de fibras, donde se trenza la paja y se la revoca con barro”.

Nikolas en su colegio de Bernal
Nikolas en su colegio de Bernal.

Esta precaria forma de construcción, no ayudaba para nada a la sanidad de la población, siendo así, que por esos años se dio una terrible epidemia de Fiebre amarilla, que comenzó en la zona llamada Barracas, hoy Avellaneda.

Barracas al principio y durante el siglo pasado fue el barrio elegido por las familias más ricas de la Argentina, que habitaban en lujosas casonas y quintas. Las familias de apellido Balcarce, Montes de Oca, Alzaga, entre otros eran sus moradores. Pero la epidemia de la fiebre amarilla, al igual que a los pobladores de San Telmo, los obligó a huir a otros lugares y se transformó totalmente. Empezaron a venir inmigrantes de todo tipo, pero especialmente italianos y se convirtió en un barrio popular de gente trabajadora. Se llenó de cafetines de mala reputación donde se refugiaban los mal vivientes. Sin embargo era un barrio próspero, con fábricas, mercados, autopista. Después de la mitad de este siglo, Barracas empieza a perder su furor; sus fábricas se cierran, se inhabilita su estación de trenes, y la construcción de la autopista hace desaparecer muchos edificios y dos plazas.

Como digo, se dio en esa época una penosa Epidemia de Fiebre Amarilla, esta enfermedad es aguda, infecciosa y es producida por un virus3.

A comienzos de 1870, Buenos Aires es todavía la Gran Aldea. En ella conviven el Gobierno Nacional, el de la Provincia de Buenos Aires y el municipal. El censo de 1869 había registrado en la Ciudad de Buenos Aires 187.000 habitantes. Se inaugura el tranvía de la Recoleta a la Plaza de la Victoria. Se fundan la Compañía de Gas y el Banco Nacional, y el primer bandoneón desembarca en brazos de un marinero alemán. Por cada librería hay cien billares y 150 pulperías. Un dato es preocupante: sobre 19.000 viviendas urbanas, 2.300 son de madera o barro y paja. Hay un incipiente sistema de aguas corrientes, pero el grueso de la población se surte de pozos o directamente del río, por medio de los aguateros. En este último caso, las quejas por la suciedad del agua son constantes. La construcción no acompaña el ritmo del flujo inmigratorio. Comienza el hacinamiento de inmigrantes en los barrios del sur. La higiene urbana deja mucho que desear.

El panorama del país interior es mucho menos tranquilo que el de la futura Reina del Plata. La Guerra del Paraguay finaliza con la destrucción total del país hermano. Su conductor, el Mariscal Francisco Solano López, muere combatiendo. Los montoneros tienen a maltraer al presidente Sarmiento y los malones liderados por el cacique Calfucurá consuman doce invasiones en un año. Una de ellas llega a los suburbios de Rosario; las fronteras interiores retroceden a los límites del siglo XVIII.

La década del Sesenta se aleja con una advertencia: dos brotes de cólera en Buenos Aires, uno en 1867 y el otro en 1868 dejan centenares de víctimas. A fines de 1870 se registran numerosos casos de fiebre amarilla en Asunción del Paraguay. En Corrientes, el primer enfermo se detecta en diciembre de ese año y el último en junio de 1871. De 11.000 habitantes que tenía la ciudad, mueren 2.000.

Con el año nuevo comienzan a llegar los primeros veteranos de la Guerra del Paraguay. El 27 de enero se conocen tres casos de fiebre amarilla en Buenos Aires. A partir de esa fecha se registra un promedio de diez enfermos diarios. Las autoridades parecen desoír a quienes advierten que se está en presencia de un brote epidémico. La polémica crece y gana los diarios. La municipalidad trabaja intensamente preparando los festejos oficiales del carnaval. A fines de febrero el Dr. Eduardo Wilde asegura que se está en presencia de un brote febril. El bullicio carnavalesco ahoga la voz de este solitario aguafiestas. Marzo empieza con 40 muertes diarias. Todas de fiebre. El pánico sucede a la despreocupación. La peste desborda a los conventillos de San Telmo para, sin prejuicios clasistas, comenzar a golpear a las familias acomodadas del Norte. Se prohíben los bailes. Mucha gente decide abandonar la ciudad. La primera semana de marzo cierra con cien fallecimientos diarios provocados por la fiebre. Algunos diarios informan sobre el flagelo con titulares catastróficos, estimulando a la otra peste que empieza a atacar a los que se salvaron de la fiebre: el terror.

Los hospitales generales de Hombres, de Mujeres, el Italiano y la Casa de Expósitos (Casa Cuna) colman su capacidad. Los sesenta médicos que se quedaron, igual que el puñado de enfermeras y sepultureros, no dan abasto. El puerto es puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impiden el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires.

La ciudad tenía solamente 40 coches fúnebres. A fines de marzo, los ataúdes se apilan en las esquinas. Coches con recorrido fijo transportan todos los cajones que encuentran. Pronto se agregan los coches de plaza para cubrir la demanda de vehículos. Las tarifas que cobran los “mateos” es otro de los escándalos que se suma al precio de los escasos medicamentos que existen, y que apenas sirven para aliviar los síntomas. Empiezan a escasear los féretros, los carpinteros también son mortales. Por ésta razón, los cadáveres, cada vez en mayor cantidad, son envueltos en sábanas o simples trapos, y los carros de basura se incorporan a la flota fúnebre. Se inauguran las fosas colectivas. Hay saqueos y asaltos a viviendas a plena luz del día. Los delitos se incrementan velozmente, como los suicidios. Algunos delincuentes operan disfrazados de enfermeros, para acceder fácilmente a las casas en que hay enfermos.

Abril había comenzado con un avance desenfrenado de la fiebre. El día 4 fallecen 400 enfermos. El 15 la municipalidad ordena desalojar los conventillos. La Comisión pide que se los incendie. El cementerio del Sur, el actual Parque Ameghino de la Avenida Caseros al 2300, queda colmado. La municipalidad compra siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales y habilita un nuevo cementerio. El problema es la distancia. El ferrocarril Oeste tiende una línea de emergencia a lo largo de lo que hoy es la Avenida Corrientes, con cabecera en Corrientes y Pueyrredón. Se inaugura una suerte de tren de la muerte, pues el convoy, que realizaba dos viajes diarios pero de ida solamente, transportaba exclusivamente difuntos. Así nació Chacarita.4

Jorge Luis Borges lo recordó con éstas palabras:

Porque la entraña del Cementerio del Sur
fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;
porque los conventillos hondos del sur
mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires
y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte, a paladas te abrieron
en la punta perdida del oeste, detrás de las tormentas de tierra
y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.

Sobre lo que eran los conventillos de la época, hay dos testimonios interesantes; pues se trata de visiones políticas y sociales muy distintas y sin embargo coincidentes en la denuncia de las condiciones de vida de los inquilinos, y en la condena moral del conventillo como negocio. Se trata del escritor católico Santiago Estrada y el dirigente sindical Adrián Patroni, de extracción socialista.

Dice Estrada en su libro Viajes y otras páginas literarias escrito algunos años después de la epidemia: “En aquellas habitaciones no tiene cada persona los 35 metros cúbicos de aire que necesita el hombre para vivir en buenas condiciones higiénicas. Cuando está ocupada la ratonera del conventillo, recuerda las cajas repletas de latas de mariscos. Hombres, mujeres, niños, perros, gatos, gallinas, viven y duermen. No falta negociante que haya ingeniado otros medios de alojamiento para pobres e inmigrantes. Se dice que en ciertos conventillos, se alquila por las noches el piso del patio, dividido en fracciones del tamaño de una sepultura. Algunos posaderos de la muerte arriendan lo que llaman ‘cama caliente’. En la ‘cama caliente’ duermen sucesivamente tres o más personas que esperan a que les llegue el turno sentados en los umbrales. Si a esto se agregan los efectos de una mala alimentación y si al aire viciado y a la mala alimentación, se añaden los efectos de los vestidos inadecuados a las estaciones o sucios, se convendrá en que cada uno de los conventillos de Buenos Aires es un taller de epidemias, el tálamo en el cual la fiebre amarilla y el cólera se recrean”.

Estas eran en general, las condiciones de vida de la masa inmigrante y de muchos criollos. Condiciones que se mantendrían a pesar de los avances técnicos en los años posteriores, cuando la inmigración se convierte en aluvional y los conventillos se multiplican sobre suelo porteño. Ejemplo de ello, es la denuncia hecha en el Congreso Nacional por el diputado socialista Alfredo Palacios en 1905: “En la Boca existen 308 conventillos en que se alojan 14.281 habitantes. El 50% de las defunciones, son niños.”

Pero como el tema específico del conventillo da como mínimo para un libro entero, volvamos a la fiebre amarilla. El 9 de abril fallecen 501 personas. Recordemos que el promedio diario de muertes antes de la epidemia, era de veinte individuos. Entonces las autoridades que todavía quedan, ofrecen pasajes gratis, y vagones del ferrocarril como viviendas de emergencia, en lo que hoy es el Gran Buenos Aires. Dos tercios de la población abandonan la ciudad. La Comisión Popular, independientemente del gobierno, también se dirige a los vecinos y aconseja textualmente: “...abandonen la ciudad. Aléjense de ella lo antes posible”.

El día 10 de abril, los gobiernos Nacional y Provincial decretan feriado hasta fin de mes, legalizándose una situación que ya existía de hecho. Ese día, 563 defunciones acompañan el feriado negro. A la parálisis de la administración pública y el sistema bancario, se suma una ola de quiebras y la caída vertical de la actividad económica. Los diarios cierran uno a uno. Sólo La Nación sigue saliendo en forma normal. La Prensa lo hace con una edición de emergencia.

A partir del 12 de abril, las cifras comienzan a invertirse lentamente. El día 20 los fallecimientos caen a cien. Pero coincidiendo con el regreso de muchos evacuados, a fin de mes se produce un repunte de la enfermedad que provoca una nueva huida en masa. La fiebre parece resurgir con más fuerza, como un ciclo infernal dispuesto a repetirse hasta el infinito. Una profunda depresión se abate sobre los sobrevivientes. La ciudad, que al ser fundada bautizó orgullosamente su puerto con el nombre de Santa María, como invocando un destino superior, parece ahora una pobre aldea apestada, abandonada hasta por el más humilde miembro del santoral.

No obstante, hubo personas que pudiendo abandonar la ciudad, no lo hicieron. Que en vez de tratar de salvarse, murieron llevando auxilio a quienes nunca habían visto. De unos pocos tenemos los nombres, como los doctores Roque Pérez, Manuel Argerich, Francisco Muñiz y otros. La mayoría quedó en el anonimato. Cayeron luchando contra la epidemia: sesenta sacerdotes, doce médicos, cinco farmacéuticos y cuatro miembros de la Comisión Popular.

A lo largo del mes de mayo, la curva descendente se mantiene, hasta que el 2 de junio no se registra ningún caso. Pero cuando empezó lo que podríamos llamar la “remoción de escombros”, una catarata de juicios cayó sobre los tribunales, debido muchas veces a testamentos fraguados. Dice el historiador Miguel A. Scenna: “La furia se debió a que aparecieron infinidad de testamentos sospechosos que suscitaron verdaderas guerras privadas entre la multitud de herederos que dejó la epidemia. Ya durante el transcurso de la misma, una serie de delincuentes había manejado testamenterías en forma fraudulenta, derivando aguas de la fortuna hacia molino propio”.

Durante las horas más difíciles faltaron médicos, enfermeros, auxiliares, voluntarios, pero siempre hubo a mano señores que se ofrecían full time, si de trabajar en testamentos se trataba. Como prueba, Scenna reproduce un aviso aparecido en el diario La Prensa. Dice así: “Escribano público. El que se suscribe se ofrece al público para hacer testamentos, sea o no el testador, enfermo de la epidemia. Se lo encuentra a disposición del solicitante a toda hora del día y de la noche. Marcos Miranda-Chacabuco 296”.

La cifra oficial de víctimas es aún hoy tema de discusión, pero la más verosímil sería la que da la Asociación Médica Bonaerense en su revista aparecida el 8 de junio de 1871: 13.614 muertos. Este dato coincide con el diario personal de Mardoqueo Navarro, un sobreviviente que llevó un cuaderno de apuntes durante toda la epidemia, y a quien Scenna reivindica como una importante fuente de información. Según el doctor Penna, siempre citando a nuestras fuentes, en lo que hoy es el apacible Parque Ameghino, habrían sido sepultadas nada menos que 11.000 personas. Del resto, algunos fueron llevados a Recoleta y los demás tuvieron el discutible honor de inaugurar Chacarita.

El agente transmisor de la peste fue el mosquito aegyptis aedes; el que inoculaba la enfermedad mediante la picadura. Recordemos que la microbiología estaba recién dando sus primeros pasos, y los médicos atribuían la causa de ésta y otras epidemias, a misteriosas “miasmas” que invisibles flotaban en el ambiente. Cabe destacar que dicha especie de insecto en la actualidad y en los meses cálidos, prolifera por millones en el Conurbano Bonaerense. Ni hablar de la contaminación del Riachuelo y la zona del Dock Sur, que, una vez más, poco interesa a las autoridades.

Cuando la fiebre amarilla atacaba en Buenos Aires, la ciudad gestaba su nuevo ritmo musical que la representaría: el tango.5

No quiero dejar de mencionar, que a este negro panorama de país llegaron los inmigrantes de todas partes del mundo, incentivados, por la fuerte Política inmigratoria, propuesta por Sarmiento, desde la Presidencia.

Fue en este tiempo, que allende los mares, llegó José Esandi a la Argentina.

2. Llegada a Quilmes, trabajos

José llegó a Buenos Aires, pero para asentarse, cerca de esta ciudad, adonde ya vivía su hermano mayor, y trabajaba, construyendo casas, o lo que fuera necesario, dicha ciudad es Quilmes. Es así que José, se inserta en esa vida laboral, en un Quilmes6, con ranchos de adobe y paja, que constituían, los primitivos hogares, muy diferentes a la casa de Jaurrieta, que el conocía. Pero a lo que supo adaptarse, no sin dificultades.

En un párrafo de sus memorias dice José, eso que llamaban casa, eran ranchos de adobe y paja, por donde pasaba el frío, el calor, y por sus techos insectos, de todo tipo.

Así vivió José sus primeros años, en la nueva tierra, pero siempre trabajando en la construcción, que era su oficio. Y ese oficio le llevó a conocer gente, vascos, que habitaban ya la Argentina, sobre todo, y como el relata, en Barracas. Este lugar se llama hoy Avellaneda, en esos años, hubo una epidemia de fiebre amarilla.

Cuenta José que muchos fallecieron víctimas de la epidemia, pero esta no llegó a Quilmes, donde el residía, allí solo murieron dos personas, que habían llegado portando la enfermedad.

José trabajó en la ciudad que lo acogió, siempre como constructor, para ese entonces, se iniciaban las obras del Ferrocarril, y dice José textualmente: “A los pocos días de mi llegada, yo no estaba satisfecho del oficio de peón de albañil, deseaba otro oficio mejor. Por lo que obligué a mi hermano Bernabé a hacer dos viajes de a pie desde Quilmes a Buenos Aires. Ocho leguas de ida y vuelta y además caminar sin descanso en la ciudad, buscando colocación, cosa que no hallé a mi gusto. Por esta razón vi el comienzo del ferrocarril de la Plaza 9 de julio, que durante mi estadía en Quilmes llegó hasta la Ensenada. Esto dio margen a muchas construcciones. En abril de 1873 me tocó salir a trabajar al Partido de San Vicente. Cruzamos con carretas los campos entre Quilmes y San Vicente, entonces fue donde pude darme cuenta del porqué de tanta carreta. Pasamos leguas y leguas de camino andando entre maizales. Nos aproximamos al lugar designado para la construcción, situado en un bosque tupido de cardos y lleno de vizcachas. En Junio del mismo año, regresamos dando por concluida la obra.

Durante la construcción los carreteros nos llevaban muchos zapallos, yo diré que los traían sin pedir permiso a los dueños, lo que me escandalizaba. Vaya, quien roba un zapallo en mi tierra natal, merece la cárcel.

Llegado a Quilmes, ya nuestro patrón, D Santiago Laornaga, nos tenía preparada una nueva construcción, en un paraje que en aquel entonces llamaban, si mal no recuerdo “La Atalaya”. Durante un día y una noche, caminaron las carretas para llegar al nuevo destino. Conservo en memoria una de las aventuras de aquel día. Día 23 de junio, otro compañero y yo íbamos dentro de la carreta con toldo sentados o tirados sobre las herramientas del oficio (aquello no era coche de Ferro Carril) so pena de andar entre los barrizales y hete aquí que en un momento tumba la carreta, sin dar aviso ni pedir permiso a los pasajeros. Vi que las herramientas se movían y yo quedé prisionero entre ellas. Poco me cuidé de mi compañero. Quiso Dios que saliéramos ilesos del peligro, pero no sin recibir chichones en la cabeza y algún golpe en el cuerpo, pero de poca consideración. Por la tarde llegamos a destino. Hallamos un rancho de paja. Descargamos los carros, se retiran las carretas y mis compañeros se fueron a Quilmes. Me quedé yo en el rancho, en calidad de guardián.

Por la tardecita tuve tiempo de ir a una casa de negocio a la orilla del camino real por donde pasaban las tropas de vacunos en dirección a las saladerías de La Ensenada.

Vi uno que llamaban Gallego. También había un joven que dijo ser italiano. Estábamos nosotros en la mayor tranquilidad, de pronto cae una comisión de los que juntaban “contingente”.

Yo los conocía a ellos de antemano y ellos a mí.

Piden la papeleta al italiano, y no la tenía. Ni tampoco yo la tenía.

Empezó la discusión y yo fingiendo tranquilidad me escurrí por la puerta y corrí al rancho.

Las comisiones que acabo de mencionar, andaban juntando jóvenes para el ejército. El que caía tenia que marchar adonde lo llevaran. Al que hallaban sin resguardo, lo llevaban a las fronteras.

No bien calmado de mi susto, me acosté y dormí algo.

Siento gritos lejanos, me levanto y veo resplandores de fuego.

Dije para mí, se quema alguna casa.

Salgo afuera y veo varias fogatas, fogatas de San Juan cosa que yo ignoraba.

Persuadido de que no había novedad vuelvo a mi catre y me duermo.

Siento lastimeras voces y escucho que los gritos salían de cerca del camino. Temí hubiera ocurrido algún asesinato, el lugar se prestaba para ello.

La noche aquella, la más larga del año, bien larga fue para mí, al día siguiente ni bien abrió la casa de negocio, fui hasta allí, deseaba saber algo de los gritos de la noche anterior, el de los lamentos había sido el Gallego de la víspera, se embriagó y al querer regresar a su domicilio, cayó en el camino en medio de los barrizales, quedando atascado en el barro y sin caballo.

La noche era fría, tan fría que no se prestaba para estar al descampado y mojado.

Alguien acudiría a él y lo sacarían, esto no lo tengo presente.

A poca distancia de allí se hallaban los montes de Clark. A la sazón eran montes de mucho renombre, refugio de bandidos y criminales.

Esto yo lo sabia, por lo que se explica mi susto en cuanto me he referido al Gallego. Temí fuera algún herido.

Y mi rancho que era casa abandonada se prestaba para refugio de gente mala.

En ese entonces conocí al Sr. Clark, o viejo Clark como lo llamaban.

Contaban que este señor llegó allí cuando joven en compañía de un hermano; ambos trabajaban en las chacras, plantaron muchos montes, y falleció uno de los hermanos. El que sobre vivió, quedó con los bienes del difunto. Transcurrieron los años, las propiedades tomaron valor y se hizo rico.

Digo conocí al viejo Clark, en circunstancias en que en una casa de negocio le decía a la dueña- “la religión de los curas, no tiene cincuenta años más de vida, ya se acaba”.

El fue quien se acabó y no la Religión Cristiana.

Releyendo la vívida descripción de la vida de José y sus primeros años, de adolescente, que crece a la fuerza, por necesidad, que trabaja, que vive solo con sus pensamientos, se me ocurre pensar, que fuerte educación en la vida cristiana, le habían marcado a fuego sus mayores. Que ética posee, la misma que con el correr del tiempo, él le podría transmitir a sus hijos.

El próximo trabajo de José fue también, con su antiguo patrón, D Santiago Laornaga, le tocó construir un galpón en las cercanías del futuro tranvía de Quilmes.

Cuenta que; “en tanto colocaron la vía y dejaron una zorra (carro) a nuestro alcance.

En las horas de retirada y cuando creíamos estar seguros de que nadie nos veía, olvidándonos del cansancio, la subíamos entre dos a lo alto de la barranca. Luego la soltábamos en la pendiente; como era natural corría veloz en ocasiones iba lejos, esto poco nos importaba, en otras ocasiones descarrilaba. Suerte fue que no la rompimos”.

De nuevo nos muestra un alma pura, no le preocupaba lastimarse, pero sí romper la zorra.

2.1. Un paseo a la estancia de Pereyra

“Trabajaba en aquella estancia un tal Andrés Barrenese, hijo del mismo pueblo en que yo nací. Este le dio noticias a mi hermano Bernardo, de los adelantos que había y estaban haciendo. En un día de fiesta o domingo, fuimos a visitar al amigo y este a su vez nos mostró los galpones y planteles de animales.

Fue la primera vez que yo vi los planteles de animales finos y la forma de cuidarlos. Vimos grandes plantaciones de árboles, aquellas manadas de vacas tan gordas, casi todas de un mismo pelo, las majadas ya refinadas, aquellos campos con tanto pasto y tantos animales.

¡Qué belleza y qué riqueza!, fue uno de los buenos paseos que pudimos hacer”.

“Durante mi permanencia en Quilmes alcancé a conocer las costumbres subsistentes de la época de Rozas7, y a algunos compinches de éste, pues aún vivían muchas personas de dicha época.

Observé también como vestían los gauchos, y como cambiaban su vestimenta en tiempos de fiesta.

Los ancianos lucían chiripá y calzoncillo blanco con flecos. Se le llama chiripá a una especie de una simple falda sujeta a la cintura, que da vuelta y media al cuerpo (simple por detrás y doble por delante) cayendo hasta la media pierna, y también, en la otra forma, es decir, la más apta para la montar a caballo: un rectángulo pasado entre las piernas y sujetas sus cuatro puntas a la cintura, al modo de un pañal o bragas.

El traje de gala se completaba con chaleco y saco negro. Integraban el traje un buen sombrero, botas largas y un ancho tirador en la cintura, cargado de monedas de plata en generalidad, y de oro también, los colocaban en forma de botones, llamándolos botones de tirador.

Pero ya a mi salida de Quilmes, se notaba el cambio de la vestimenta. Comenzó por esos tiempos el fomento de la agricultura y con ella el aumento de la población.

Durante mi estadía en Quilmes, mis hermanos Bernardo y María Ramona, formaron cada uno su hogar. Mi cuñado Gregorio Nicolao, trabajó en nuestra compañía por algún tiempo, más tarde cambió de oficio. Mi hermano y yo fuimos constantes en el oficio y con el mismo patrón, como dice el refrán “el ejercicio hace al maestro”, nos ejercitamos y aprendimos el oficio alcanzando a trabajar en buenas obras”.

2.2. La buena educación

“Honra a tu padre y a tu madre” dice el cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Tengo la satisfacción de haber tenido padres cristianos y por lo tanto supieron darnos buena educación cristiana.

Perdí a mi madre el día 21 de febrero de 1866 y a mi padre el día 4 de Septiembre de 1867. Ambos pasaron a vida mejor, dándonos buen ejemplo en vida y en muerte.

Bernardo, el hermano mayor, por breve tiempo encabezó la familia. Luego dispuso venir a América y vino. Pero no sin antes dejarnos custodio.

Casó nuestra hermana con Juan Simón de Andrés, estos fueron superiores y reemplazaron a mis padres.

En cierto modo yo sabía que había malas compañías, pero afortunadamente pocas conocía. Llegue a Quilmes, y nos juntamos con gente de distinta condición. Suerte mía que vine sabiendo que había malas compañías, pues las hallé.

No me detendré en detalles. Procuré en conservar lo bueno que aprendí y no me pesa”.

Creo que a esta altura del relato se pueden observar diferentes cuestiones, cómo José valora la buena influencia paterna, que aunque corta, logró calar muy hondo en su corazón. Marcando su vida futura para siempre, y asimismo él, se lo transmitió mas tarde a sus hijos.

Y lo otro es la importancia que tiene Quilmes en la vida de los Esandi, tanto José, que allí descubrió la Argentina, y sus costumbres, como en un futuro no muy lejano, para Nicolás, quien será el hijo mayor de José y que hiciera su Seminario en Quilmes. Por ello creo que Dios, como dice José, le tenía marcado un sendero a los Esandi, un sendero que uniría dos vidas, un destino que con el correr del tiempo, hace honor al título de este trabajo.

3. Viaje a Bahía Blanca

Sigue José viviendo y trabajando, en Quilmes, hasta que a su hermano, ya casado, le ofrecen partir a Bahía Blanca, y a su vez, José decide partir con él, para desafiar aún más las indómitas tierras sureñas.

Como podemos leer a pie de página, Bahía Blanca8, era una nueva frontera, abierta a malones de indios, que poblaban desde siempre, estas tierras.

3.1. Cómo y porqué del viaje a Bahía Blanca

José viajó con su hermano y su cuñado hacia Bahía Blanca, en el barco “La Pampita” saliendo de Quilmes el día 1 de octubre. Aunque lento, era la forma segura de evitar los malones de indios que por esa época habitaban esas tierra.

Por eso los bravos, que se animaban a vivir allí tenían un mérito diferente a aquellos que se quedaban en Buenos Aires.

Cuenta José, “En los años anteriores a mi venida a América, muchos jóvenes salían de allí para las Américas. Entre estos vino un vecino nuestro de nombre Antonio Zabala, compañero de mi hermano Bernardo. Llegó a Buenos Aires, y trabajó cómo y adonde pudo. Este era de constitución fuerte y de genio notablemente vivo, rayando casi en lo excesivo. Trabajaba de estibador. No faltó quien lo buscara para igual oficio en el Paraguay. Diciéndole que allí podía ganar más, siendo como era fuerte y ágil. Don Antonio aceptó y marchó al Paraguay.

Pero el clima no le sentó, por su calor y los insoportables mosquitos.

Enfermó con altas fiebres, y un médico le indicó que el necesitaba un clima sano, en lugar adonde la fruta no críe gusanos. Don Antonio jamás había oído tal cosa, y le pregunta al Dr. Dígame cual puede ser la región que acaba de indicarme? Y le contesta el Dr: Bahía Blanca. Por este dato, es que viajamos allí”.

El viaje hacia Bahía fue penoso para José y su cuñada, ya que durante toda la travesía estuvieron descompuestos, por el oleaje, mareados y sin poder siquiera comer.

Recién a los ocho días avistaron Monte Hermoso9.

Recién diez días después de salir de Quilmes, arribaron a Bahía Blanca, donde fueron recibidos por familias vascas, que ya habitaban el lugar, y que se encargaron, con amor fraternal, de sus primeras necesidades, fundamentalmente comida, casa. En esos tiempos, no había hoteles, ni fondas, por lo que la ayuda fue muy bien recibida.

La primera anécdota que describe José, a su llegada a Bahía Blanca, fue su ida a comprar pan. Cuenta, “el día 10 salí por la mañana, en busca de pan, galleta o lo que hallare. A la primera persona que pude hablarle, le pregunté por la panadería y me indico la de Santiago Lafaille, algo distante, pero di con ella. Entré en la casa y la primera persona que se me presentó fue el mismo Don Santiago, después del saludo de practica, le comente el motivo de mi viaje, ¿tiene pan o galleta para vender?, me contesto, pan no, galleta si, le digo ¿a cuanto?,pero que sea buena, me dice a tanto y es buena, le digo deme una arroba (11 kilos), creí en la palabra del hombre, que la galleta era buena. Cargo con la bolsa de galleta, después de pagar, y llego a casa, no sin aliviar mi carga en el camino, comí alguna. Vi que era morena, bien dice el refrán que para el hambre, no hay pan duro, pues tenia buena disposición para comer y el ser morena, pensé que no fuera motivo para ser mala, fue felicidad la mía.

Llegué ufano a la casa con mi arroba de galleta. Mi cuñada nos sirvió café moreno. Esta echa mano a la galleta, la mira y me dice, ¿Qué galleta es esta que has traído? La prueba y se la da a probar al marido, y los dos me dicen a un tiempo, “esto no se puede comer”. Tenían razón.

Era galleta que hacían todo lo peor y barato posible, para venderla a los indios y boleadores. Boleadores se entendía gentes de oficio que de la caza vivían, siendo el avestruz10 su caza predilecta.

Por ello tomamos el café solo, yo herido en mi amor propio, viéndome burlado del panadero, en forma tan vil. Otro día salía a buscar pan y mi hermano me dice, espera vamos los dos, esta fue otra notificación para mi, entendí, que el hermano no tenía confianza en mi. En esa época el trigo, no se conseguía con facilidad, fundamentalmente, aquel, bueno para moler, y así hacer buen pan”.

Dice José, en Bahía en esa época había dos Tahonas11, una en las márgenes del Naposta12, cerca de la actual estación de Puerto Belgrano. Y la otra en Sauce grande.

“Con frecuencia faltaba trigo para moler. Debido a lo poco que se sembraba, tenía que ser entre los dos arroyos, en la isla que formaban estos, a saber, el Napostá y el Maldonado, a la sazón en este arroyo corría el agua.

Los comerciantes traían la galleta desde Buenos Aires, y los pobres se surtían del almacén. También tenía horno la casa que ocupábamos nosotros, sita en lo que es hoy la calle San Martín.

También nosotros aprendimos a hacer pan, los vecinos nos lo enseñaron, y seguimos haciéndolo durante doce años, hasta que cambió la situación.

Claro está que este pan, realizado con nuestras propias manos, no era aquel, primero que me vendiera el deshonesto comerciante, con el que me topé”.

“Al tercer día de nuestra llegada a ésta, nuestro connacional Don Agustín Erro nos dio trabajo, que fue en la construcción de una hornalla de ladrillos. Dándonos un indio de peón para nuestra ayuda. El indio no poseía el castellano y era necesario trabajar. Y ¿qué hacer con él si no había otro? Don Bernabé Conget nos acompañaba, pero no era suficiente, era necesario tener mas hombres para el trabajo”.

“Empezamos el trabajo y era necesario entendernos por señas. Don Agustín conocedor de las costumbres de los indios nos dio las instrucciones necesarias para entendernos con el indio, Don Agustín poseía la lengua araucana, de este señor aprendí la primera palabra de esta lengua, “chapaz capalne”: tráeme barro. Traducido literalmente, barro tráeme. Fue la introducción mía a la lengua araucana”.

Creo que es válido repensar, a esta altura del relato, lo que imagino, ya el lector va intuyendo, castellano, euskara, araucano, y en el centro una sola persona, José.

La transculturalidad a la que se vio influida el inmigrante vasco de esa época. Que necesitaba para desempeñarse en esta tierra. Pero que obviamente acrecentó los saberes que traía de la tierra lejana y que le sirviera a futuro, para seguir creciendo como hombre de bien.

Sería sin duda apasionante para un joven europeo, conocer indios que hablaban otra lengua, que tenían diferentes costumbres, pero con los cuales se podía convivir, si se los trataba bien. Como todo ser humano desea.

Qué emocionante la vida de José, cuánta historia para contar a los nietos, tanto que desde 1870 a nuestros días sigue vigente, y resulta tan interesante conocer.

3.2. La población y sus habitantes

Sigue relatando José: “En aquella fecha, recuerdo que la población se calculaba, mas o menos en mil quinientas almas. Los blancos se calculaban en setecientas almas. Los negros alrededor de un centenar, de estos ex esclavos africanos y sus descendientes.

Eran de los que Rozas, libertó de la esclavitud y los mandó a esta, en carácter de libertos. El Gobierno les pasaba la ración diaria y servían a la patria. Se les daba el nombre de Guardia Nacional.

El resto de la población eran indígenas sometidos con distintos ex caciques.13

Estos se llamaban, Linares, Ancalao, Guayquifil y otros Gozaban de la ración igual que los negros. La ración de la familia consistía en un animal para cada ocho días y algunas libras de galleta, de azúcar y de yerba.14

Había varios individuos de diversas nacionalidades, unos con familia y otros sin ella que habían venido con el nombre de colonos. De estas familias, una buena parte se dedicaban a la agricultura. Era gente fuerte y muchas conservaban las tradiciones cristianas.

Otra parte de los habitantes, diré, la esencia de la sociedad, la constituía las familias de abolengo y algún fundador de Bahía Blanca.

Entre estos debo mencionar a Don José María Araujo, ejemplar padre de familia, Don Sixto Laspiur y otros”.

4. La Parroquia

Antes de continuar con el interesante relato de José, deseo señalar, como de entre todos los subtítulos, éste marca parte importante de su historia de vida. Es la Parroquia en la vida de este vasco, así como la religión, su norte, el hilo conductor de sus quehaceres. Toda su vida estuvo unida a la religión, a la religiosidad, al culto de ese Tata Dios, que no dejaba de alabar, día tras día.

Tanto él, como la gran familia que supo formar. Y que aún en nuestros días, son los Esandi en Bahía Blanca de Misa de domingo y de Rosario de vísperas.

Ahora continúa nuestro ya querido José:

“Al frente de la Parroquia estaba el R.P. Giovanni Rossi, de feliz memoria. La parte civil, estaba sujeta al comando civil de Don Ángel Marcos, la guardia se dividía en cuatro cantones. Cada cantón tenía su capitán”.

“Nos dieron fusil y bayoneta con varios cartuchos con balas. Yo que jamás había manejado armas, me consideraba orgulloso en tenerlas. Por esos días nos llama nuestro capitán Don Isidro Anzuategui, y nos dice “Vamos al comandante a recibir órdenes”. Nuestro buen D. Ángel, nos esperaba y nos dijo, “tengo aviso de que los indios están por darnos un golpe. Estamos en gran peligro de ser copados por ellos, y vigilen el pueblo para que no nos sorprendan”.

A esto contestó el capitán “si alguien va a atropellarnos ¿qué hacemos? Contesta D. Ángel, hay que decirle por tres veces ¡quién vive! Y si no es favorable la contestación, fuego a él”.

Con tales ordenes salimos a rondar.

En una noche tan oscura, que más negra no recuerdo haberla visto.

Como yo no conocía el sitio, por donde andábamos, ni veía con facilidad a mis compañeros, excuso decir lo a gusto que estaría. Andábamos con todo el silencio posible, para no hacer ruido.

En uno de los momentos menos esperado, gritó nuestro Capitán ¡Alto, quién vive!

En aquel momento me pareció oír una voz turbada, la que sin acertar a contestar quería dar a conocer que era el Capitán de la otra patrulla. Pero no fue poco el susto que nos dio”.

Deseo en este momento mencionar que la patrulla de José estaba formada, casi en su totalidad, por vascos.

Qué destino unió sus vidas en tierras lejanas, quién hizo que en la dificultad se encontraran, quién manejó los finos hilos de las casualidades-causalidades, quién sino Dios. Ningún otro lo hubiera hecho mejor. Al menos eso es lo que creo yo.

Y esto me recuerda una canción de por acá que dice: “Pobrecito Tata Dios / siempre solito y ausente / se moriría de aburrido / si no fuera por la gente. / Pobrecito Tata Dios / administrando perjuicios / pobreza, muerte y olvido / la pucha15 con el oficio.”

5. Tata-Dios

“En enero de 1872 si mal no recuerdo hubo un levantamiento de un tal “Tata-Dios, que reunió un grupo considerable de gente, mas o menos de la talla y condiciones de él, con el fin de asesinar a todo “gringo”, es decir a todo extranjero. Su obra devastadora empezó en el Tandil, en el establecimiento de Chapar.

Atropellaron el establecimiento con tal saña que dieron muerte a cuantos pudieron.

Entre esos muertos se encuentra una joven paisana mía. La que por suerte conocí en Buenos Aires a su llegada, no recuerdo su nombre, si el apellido Gaztambide”.

Deseo aclarar que este grupo estaba formado por gauchos-paisanos del lugar, y después de atacar ferozmente Tandil, llegaron huyendo hasta Bahía Blanca.

José y todos los honrados habitantes debieron casi convivir con los bandidos, y observar sus costumbres poco civilizadas.

Claro está que esto no favoreció el crecimiento de Bahía Blanca, ni tampoco ayudó a su sanidad, dado que los criminales adoradores del dios Baco, como nos cuenta José, después de beber hasta hartarse, dormían sin preocuparse de cuidar sus perros, que sin comida vagaban hambrientos y casi salvajes, por el pueblo.

Pienso que a esta altura al relato de José debo agregar los hechos históricos, tal y como sucedieron y fueran descriptos en el libro16.

La noche de los facones largos.

“Faltaba poco para el amanecer aquel primero de enero de 1872 en Tandil, entonces una pequeña ciudad de la Provincia de Buenos Aires. Los festejos por el Año Nuevo habían terminado no hacía mucho, pero ya el silencio era total. La gente dormía profundamente; con seguridad muchos soñaban y quizá algunos se removían inquietos en sus lechos; ninguna pesadilla, sin embargo, podía asemejarse a la tragedia que estaban por desencadenarse.

Un estruendo de cascos irrumpió en la noche y se concentró en la calle del juzgado. Una docena de gauchos ingresó en el edificio, violentando sus puertas. Buscaban armas, que no encontraron. El lugar no estaba deshabitado: el indio Nicolás, que había pasado la fiesta en soledad, era el único preso del pueblo. Para su sorpresa, fue liberado por los gauchos, que volvieron a sus caballos y siguieron recorriendo las calles, hasta que encontraron a un organillero italiano, que arrastraba penosamente su instrumento de trabajo, quizá de regreso de alguna fiesta lejana. Al grito de “¡muerte a los extranjeros!” y vivas a la religión, los hombres rodearon al italiano y lo golpearon sin piedad, salvajemente. Cuando partieron, dejaban atrás un organillo roto y un hombre muerto.

La partida continuó su cabalgata siniestra en dirección a las afueras. Buscaban una caravana de carretas en las que dormían unos comerciantes vascos, que tenían pensado ingresar al pueblo con las primeras luces del día. Ahora el grito fue: “¡mueran los gringos y los vascos!”.

Salieron a relucir los cuchillos y alguna lanza. Jacinto, un gaucho de mirada recelosa y extraviada, dirigió el degüello hasta que nueve cadáveres unieron su silencio al de la pampa sin límites. Alguien, sin embargo, había conseguido sobrevivir, oculto en el fondo de su carreta, bajo una pila de cueros.

La marcha mortal siguió hasta el almacén de otro vasco, quien fue asesinado sin miramiento. Aunque perdonaron a su mujer, porque era Argentina, no pasó lo mismo con el joven peón, hijo de italianos, que fue descubierto en su escondite y también degollado en el acto.

La partida buscó después un almacén de ramos generales propiedad de un estanciero inglés. Mister Thompson no sobrevivió más que unos segundos, al igual que sus dependientes, un joven matrimonio.

La primera claridad del amanecer los sorprendió galopando como jinetes fantasmas y en la punta de las lanzas podía verse la divisa punzó. Más tarde, un testigo dijo que escuchó vivas a la Confederación.

Los asesinos volvieron a detenerse en la casa de Juan Chapar, extranjero que había progresado mucho desde su llegada a Tandil. Un pequeño de sólo cinco meses de vida fue arrancado de los brazos de su madre y degollado de inmediato, mientras la mujer, ganada por la locura, reía y aullaba. Una segunda hija, Paula, de cinco años, murió al recibir varias cuchilladas que entraron entre sus costillas.

Una adolescente corrió la misma suerte, aunque antes fue violada por varios de los criollos enloquecidos, entre insultos a los extranjeros y a los masones y vivas a la religión católica.

Cuando la partida se alejó del lugar, dejó atrás un tendal de muertos y a un joven agricultor herido, atado de pies y manos a la rueda de una carreta para que se desangrara. Nuevamente en las afueras del pueblo, los asesinos descansaron de su macabra faena a orillas del río.

Con el amanecer la noticia de la espantosa matanza recorrió rápidamente toda la ciudad. Mientras algunos lloraban a sus familiares o amigos masacrados, muchos se prepararon para enfrentar la locura, sobre todo, los extranjeros, quienes se organizaron como cuerpo armado, tomando a su cargo la vigilancia en las calles y desplazando a la policía de la provincia, porque se sospechaba que algunos de sus integrantes habían participado en las matanzas.

Algunos de los asesinos fueron capturados cuando volvían a sus viviendas, pero muchos lograron huir luego del sangriento, incomprensible raid.

Cuando una patrulla policial al mando del comandante Ramón Gómez -también integrada por vecinos- se topó con los criminales, el uniformado los increpó:

-¿Por qué andan asesinando?

-Andamos matando gringos y masones porque nos quieren pisar, sacrificándonos y perjudicándonos- fue la respuesta.

Nadie atinaba a dar una explicación que permitiera entender los motivos de tan salvajes asesinatos. Durante el juicio fue posible precisar que habían intervenido en las matanzas unas cincuenta personas, paisanos que hasta las vísperas se reunían pacíficamente en las pulperías y a veces asistían a reuniones en el rancho de un conocido mano santa, al que llamaban Tata Dios. Muchos eran padres de familia y, en general, se trataba de gente sin antecedentes violentos que explicaran la orgía de sangre en la que habían participado, matando a diecisiete personas.

Cuando se realizó el proceso judicial a los acusados tampoco pudieron ofrecer explicaciones atinadas. La Justicia determinó que se estaba frente a asesinos contumaces e irrecuperables, trastornados por afecciones psicológicas que escapaban al entendimiento de los jueces.

El abogado defensor, por su parte, quien nunca llegó a hablar con sus defendidos, intentó explicar lo ocurrido de esta manera: “Los llamados asesinos de Tandil, en su funesto extravío, han creído consumar una obra meritoria... Este profundo, pero inexplicable extravío de su raza inculta permitió a seres inofensivos hasta entonces, creer que harían obra grata a los ojos de Dios, derramando la sangre de los que designaban como sus enemigos”.

Cuando debieron enfrentar el rechazo y la espantada condena de los habitantes de su propia ciudad, algunos de los asesinos adquirieron conciencia de la monstruosidad de los crímenes cometidos y se mostraron abrumados y arrepentidos.

“He cometido un crimen como para que me maten. Degüéllenme”, pedía uno de los detenidos.

Pero otro de ellos, próximo a su ajusticiamiento, declaró:

“Yo, señor, lo único que pido es que me de su palabra de honor de que no ha de permitir a ningún italiano que toque mi cadáver, quiero ser enterrado por hijos del país y no quiero que ningún italiano me toque, ni aún el chiripá”.

Conviene insistir en que, en todos los casos, se trataba de vecinos que hasta el día anterior habían mostrado una vida normal y honesta, sin que nada pudiera hacer prever que en algún momento irían a protagonizar hechos semejantes.

Estos hechos ocurrieron luego de que la Argentina experimentara vertiginosos cambios que dejaron atrás las reglas de juego que habían regido las relaciones económicas y sociales. La desaparición de las viejas formas de trabajo afectó también a las redes sociales de contención, como las que exigía José Hernández desde su periódico El Río de la Plata, cuando reclamaba el cese del reclutamiento forzoso, la organización laboral en las estancias o el voto directo para elegir a los Jueces de Paz.

El temor al extranjero era alentado muchas veces por los grupos sociales dominantes, quienes veían a los inmigrantes como gente necesaria para el comercio y la producción, pero a quienes no debía alentarse para que progresaran en la escala social. Probablemente estas prédicas, “ennoblecidas” por el alcohol, crearon las condiciones culturales propicias para la matanza de extranjeros.

El propio Hernández documenta este sentimiento xenófobo y racista en más de un pasaje de su obra maestra.

Es que conviene tener en cuenta que en nuestro país, presentado no pocas veces en el pasado y hoy mismo como un “crisol de razas”, la discriminación por motivos raciales o presuntamente raciales ha estado presente a lo largo de su historia, a pesar del impulso a la inmigración masiva, principalmente de españoles e italianos, dado a fines del siglo pasado y comienzos de éste por los gobiernos conservadores, con la consigna de poblar y producir.

Los inmigrantes, y sobre todos sus hijos, tuvieron que pelear para conseguir el derecho al voto y la posibilidad de ocupar cargos en los gobiernos locales y en el gobierno nacional. Se vieron obligados a disputarle el poder político a la oligarquía tradicional. Lucharon contra la discriminación”.

6. Adiós a la vida de soltero

Y continúa José con su relato: “Deseo dejar escrito alguna página sobre mi viaje a Buenos Aires con motivo de mi adiós a la vida de soltero.

Había quien vivía muy distante de aquí, y yo no estaba conforme de que existiera tal distancia. Era necesario que tal distancia dejara de existir. Cosas que la edad trae consigo. Comuniqué a mi hermano el asunto, y este muy gustoso me aconsejó que tomara viaje de regreso a Buenos Aires, y decidí tomar viaje.

“El día 19 de diciembre de 1875 salí en la galera conducida por un tal Calderón, en compañía de otros tres pasajeros y provisto de manutención para tres días.

Apenas salimos me llama la atención la gran cantidad de caza que se veía. El desierto estaba tan bello de pasto que en la lontananza casi todo parecía sembrado”.

Deseo recordar que las tierras por donde viaja José a Buenos Aires, pertenecen a lo que en estos días llamamos Provincia de Buenos Aires, se dice que sus tierras son las más fértiles de tan inmenso país, debido esto a la cercanía de arroyos, que bañan sus campos, y un importante índice de lluvias por año. Por eso sus tierras se ven tan verdes.

Continua José: “Todos íbamos bien armados, temerosos de caer en poder de los indios. El día 21 salimos temprano, cruzamos campos, viendo cuando podíamos (la langosta nos molestaba) aquellas llanuras cubiertas de hacienda caballar y vacuna, era un encanto el ver tanta riqueza.

Por la tarde comenzaron a aparecer los trigales, parte en parvas y parte sin cortar, también aparecieron las majadas de ovejas, luego quintas y finalmente el pueblo de Azul.

El día 22 la pasé paseando, visité lo que pude durante el día. Hallé muchos vascongados, con lo que me pareció corto el día.

El día 23 tomamos la galera de Marcos Mora, para irnos a Las Flores, estaba ya hecho el terraplén de la vía entre Las Flores y el Azul17, pero sin tender los rieles.

En Las Flores, pude tomar el tren que finalmente, me llevaría a Buenos Aires.

De ahí a Quilmes, a unirme con mi hermana Maria Ramona y su esposo Gregorio Nicolao, y mis futuros cuñados Juan Pablo y Mariano Nicolao. En Quilmes estaba mi prometida.

En santa paz y armonía, se hicieron los preparativos para el matrimonio. Bendijo nuestra unión el teniente Cura de la iglesia de Quilmes, el día 26 de enero de 1876”.

Y así comenzó José su vida acompañado de quien sería la madre de sus once hijos Doña María Dolores Nicolao.

Claro está que los conflictos ahora se multiplicaban, por que había que cuidar no sólo de la propia vida, sino de la vida de aquella mujer, que José tanto amara y que eligió, para siempre.

Con ella tuvo once hijos, como ya dijera en párrafo anterior, pero como siempre es el primer hijo el que se lleva los desvelos más intensos en padres noveles.

Hay que buscar buenas escuelas, aquellas que no solo enseñen las primeras letras, sino que lo sigan guiando, por los senderos de la Religión Católica, religión que como ya vimos abrazó José, desde su infancia.

Pero no fue fácil esta tarea, en una Bahía Blanca, que surgía a la vida civilizada, sin indios, que atacaran, sin malones, ni gauchos mal vivientes.

José y María Dolores tuvieron su primer hijo el día 6 de diciembre de 1876, le pusieron por nombre Nicolás.

Bibliografía

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1 Viedma, Capital de la Provincia de Río Negro. Distante 1000 km de Buenos Aires, Capital del País.

2 Historia de la Nación Argentina- Ricardo Levene-Editorial El Ateneo- Buenos Aires-año 1947. Academia Nacional de Historia.

3 El hombre contrae la infección como consecuencia de la picadura de un mosquito infectado, el cual pertenece al género Aedes aegypti. Los virus son inyectados a nivel del celular subcutáneo y, luego de reproducirse localmente, se disemina por todo el organismo al alcanzar el sistema circulatorio.

4 Chacarita: Este cementerio fue creado el 14 de abril de 1871, en las afueras de la ciudad, de Buenos Aires. En este año la ciudad soportaba el terrible flagelo de la gran Epidemia de Fiebre Amarilla. Como consecuencia de la cantidad de fallecimientos, los cementerios existentes no alcanzaban (cabe acotar que el Cementerio del Norte, actual Recoleta, dispuso la prohibición de inhumar en ese cementerio, a toda persona que su causa de muerte fuera la Fiebre Amarilla, lo que agravó la situación y obligó a la creación de otro cementerio.

5 http://www.elportaldeltango.com Hay discrepancias sobre el origen de la palabra tango, ya que tiene variadas interpretaciones. La palabra tango es anterior al estilo de baile. En la edición de 1803 del Diccionario de la Real Academia Española, aparece como una variante de tángano, el hueso o piedra que se utiliza en el juego de ese nombre. En la edición de 1889, la primera acepción vuelve a remitir a tángano, mientras que la segunda define al tango como "fiesta y baile de negros y de gente de pueblo en América". Recién en la edición de 1984 del citado diccionario, y en su segunda acepción, la Real Academia define al tango como "baile argentino de pareja enlazada, forma musical binaria y compás de dos por cuatro, difundido internacionalmente".

6 http://www.quilmesvirtual.gov.ar los Valles Tucumanos sirvieron de albergue a un pueblo que, pese al paso del tiempo, sobrevivió con el nombre de "Quilmes". Su espíritu
guerrero, dicen, les impidió mantener una convivencia pacífica con sus grupos vecinos... Hoy toda su historia quedó grabada en una porción de naturaleza tucumana que trascendió las fronteras provinciales y alcanzó el sur de Buenos Aires.
Para mediados del siglo XIX el pueblo contaba con iglesia y cementerio contiguo a la misma, una casa de altos frente a ella (esquina Mitre y Rivadavia), otras doce casas de aspecto común y algunos ranchos de caña y paja. Recién a partir de 1856 con la preocupación e intervención de los municipales y otros hechos que se irán sucediendo, se comenzarán a ver los adelantos.
En 1872 llega a Quilmes el ferrocarril de Buenos aires a Ensenada, sus vías corren casi paralelas al viejo Camino de la Arena o de la Media Luna por donde circulaban las carretas y las diligencias, este elemento nuevo en el paisaje urbano definirá el límite o borde entre el pueblo y el campo, permitirá la llegada de nuevos pobladores oriundos de Buenos Aires que huyen de las epidemias de cólera y fiebre amarilla, facilitará también la llegada de visitantes a nuestra costa, quienes junto con el tranvía a caballo recorrerán las calles para llegar a nuestra ribera para luego elegir a este pueblo como lugar de reposo y veraneo construyendo posteriormente sus quintas de fin de semana.

7 Enciclopedia Ilustrada de la lengua castellana. Editorial Sopena-Mayo 1948.Juan Manuel de Rosas (Rozas),nació en Buenos Aires en 1793. Fue Gobernador de Buenos Aires y emprendió, la lucha contra los indios. Marcando las primeras fronteras. La mayoría de los historiadores, juzgan a este período, el de la Gobernación, como de máxima crueldad. Asimismo le reconocen, haber favorecido la unidad nacional, y tener una posición fuerte en los conflictos con el extranjero.

8 La denominación de "Bahía Blanca", dada a la profunda y angosta entrada de mar en el continente, se debió a las eflorescencias blancas, salinas, que cubrían y cubren aún sus bajas orillas, cuando la marea se retira y quedan al descubierto los cangrejales y el sol evapora la humedad.
No se sabe exactamente quien le diera el nombre, pero tal vez fueran los indígenas, grandes observadores de los accidentes geográficos, quienes la bautizaran con el hermoso nombre o su equivalente. Luego, los cazadores de focas y lobos marinos quizás tradujeron a sus idiomas esa denominación tan descriptiva del lugar.
Esta bahía era bien conocida por los veleros que desde Europa y Norteamérica venían a cargar sus bodegas con aceite de foca, cazando en el espacio comprendido entre nuestra bahía y Bahía Anegada o de los Bajos Fondos, actualmente Bahía San Blas.

9 Enciclopedia Ilustrada de la lengua Castellana. Editorial Sopena . Buenos Aires Mayo de 1948. Monte Hermoso- Sus antecedentes se remontan al siglo XVI, cuando Juan de Garay realizó una expedición por la costa atlántica a la que llamó "muy galana costa" por las características del paisaje. En el siglo XVII aparecen nuevas referencias puesto que el nombre de Monte Hermoso figura en la portada de un mapa del litoral bonaerense. Darwin lo mencionó en un trabajo efectuado a principios del siglo XIX. También el paleontólogo Florentino Ameghino visitó el balneario a fines del siglo pasado y publicó un libro titulado "Monte Hermoso".

10 Diccionario de la Lengua. Editorial El Ateneo Buenos aires Años 1959 Avestruz-Ave corredora de hasta 2,5 mts de altura, de cuello desnudo muy largo y patas largas y robustas, con solo dos dedos, corre a gran velocidad, aunque no puede volar, su plumaje suelto y flexible, es de color negro en el macho y gris parduzco en la hembra; habita en las llanuras de África y Arabia, los avestruces son las aves vivientes de mayor tamaño. En América se llama Ñandú.

11 Tahonas: Molino de harina cuya rueda se mueve con caballería.

12 Napostá: arroyo cercano a la ciudad de Bahía Blanca. El arroyo Napostá, nace en Sierra de la Ventana, a 120 Km. de la ciudad. En el momento de la fundación sirvió para el aprovechamiento de agua potable y como elemento defensivo contra los aborígenes; más tarde sus aguas sirvieron para regar las quintas de los primeros agricultores.
El arroyo Napostá recorre el parque y sigue su curso hacia la bahía; en la intersección de Av. Urquiza y Casanova comienza el entubado que finaliza en la Terminal de Ómnibus San Francisco de Asís.

13 http://es.wikipedia.org/wiki/cacique Caciques: palabra de etimología taina (parcialidad de la etnia arawak) pasó a ser un concepto aplicado por los españoles a ciertas personalidades de las culturas originarias sudamericanas con esto se refería a las personas que tenían poder. Los españoles, al conocerla en esos pueblos, la empleó equívocamente a los hombres que tenían mayor poder económico (animales, áreas de cultivo, etc) y más esposas.

14 La yerba mate es el resultado de un exigente proceso de elaboración que tiene como materia prima la hoja de un árbol, de características similares al laurel, con su tronco gris claro, de hasta 50 cm. de diámetro y un promedio de 5 a 6 m. de alto, cuyas hojas, apenas alcanzan los 10 cm. de largo y poseen el borde dentado. La planta crece en zonas boscosas y templadas, como los bosques subtropicales de la provincia de Misiones, allí además tiene el riego de la lluvia, parejo durante todo el año.
La Yerba Mate es una planta rica en vitaminas, además estimula la actividad muscular y pulmonar y es capaz de intervenir en la regulación de los latidos cardíacos, aumentándolos y disminuyendo así la presión arterial. Produce una sensación de bienestar, vigor y lucidez intelectual, basado en la presencia del alcaloide mateína. Es diurética, digestiva y optimiza la absorción nutricional del organismo regulando en general todas sus funciones de asimilación. Por si sola puede satisfacer las cantidades mínimas que necesita el organismo de vitamina C.

15 ¡Pucha! (interjección) (América del sur) Denota enfado, contrariedad, sorpresa.

16 “Racismo y discriminación en Argentina” Editorial Catálogos. Buenos Aires. Año 2000.

17 Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, que fueron primera línea de frontera sur, contra los malones de indios.

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