Koldo NUÑEZ BETELU, geólogo y miembro de Elhuyar
Traducción: Koro GARMENDIA IARTZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz
El mirar a través de mi ventana veo las hermosas montañas, peñas, acantilados y pendientes que se alzan ante mí. Imperturbables y quietas, como siempre. Nunca presentan cambios. Al caminar sobre ellas me siento seguro. En el mar, en cambio, todo está en constante movimiento; nada se mantiene firme. Es la gran diferencia que existe entre la tierra y el océano.
Pero hay ocasiones en las que, aunque sólo sea por un momento, la situación se altera por completo. Lo que de ningún modo parecía poder cambiar se llena de repente de olas, y la tierra se ve afectada por las ondas de un terremoto. En muchos países, como por ejemplo Japón, California o Turquía, los terremotos son un fenómeno habitual, aunque por lo general suelen tener escasa intensidad, pero hay veces en las que cobran tal fuerza que ocasionan graves desperfectos. Es entonces cuando la noticia trasciende a los medios de comunicación. Y es que la mayoría de las veces, mientras no se produzcan daños, el suceso no pasa a ser noticia.
Con frecuencia la televisión nos suele ofrecer imágenes de brutales terremotos que azotan a países como Afganistán, Sudamérica o Alaska. Sin embargo, no todos los terremotos se producen en tierra firme; los hay que surgen en el mar, y que de llegar a ser fuertes se expanden a través de las aguas en pequeñas pero rapidísimas olas que aunque en medio del océano no superen el medio metro de altura, alcanzan una velocidad de mil kilómetros por hora, motivo por el cual resultan imperceptibles para los barcos. No obstante, cuando estas olitas o tsunamis provocadas por los terremotos llegan al litoral, se convierten en descomunales y devastadores embates que en las costas llanas se adentran varios kilómetros al interior, ocasionando importantes pérdidas y destrozos.
El célebre Darwin presenció una de estas olas en las proximidades de la localidad chilena de Concepción, cuando daba la vuelta al mundo a bordo del Beagle. Mientras el barco permanecía anclado a bastante distancia de la costa, Darwin, como todos los días, se dirigió hacia las montañas con la intención de explorar los bosques y sus inmediaciones. En un momento dado se produjo un fuerte terremoto que, como el propio Darwin describiría, hizo que los árboles se agitaran con vehemencia. Rápidamente, decidió volver al pueblo. A su regreso se encontró con que el temblor había causado bastantes destrozos, ya que varias casas habían sufrido desperfectos, y los barcos del puerto habían sido despedazados y arrastrados lejos de la costa. Dado que él no pudo ver lo sucedido, los lugareños le explicaron que las aguas del mar se abrieron, sacando a la luz lo que hasta entonces había permanecido oculto, y que un momento después una enorme ola que arrastraba cuanto encontraba en su camino llegó hasta la costa. La gente ya había oído hablar de este tipo de fenómenos, por lo que en cuanto vieron que el agua del mar se retiraba más de lo habitual y a una velocidad inusitada, corrió hacia las montañas, huyendo de los posibles tsunamis que podrían surgir.
Otro caso, más lejano en el tiempo pero muy familiar, sería el suceso descrito en la Biblia, y que, en opinión de varios investigadores, podría tener este mismo origen. Cuando los judíos, guiados por Moisés, tras haber caminado durante largo tiempo a través del desierto, llegaron al Mar Rojo, las aguas se les abrieron de par y par y cruzaron el territorio a pie. Según relata la Biblia, cuando la armada egipcia que venía persiguiendo a los judíos se propuso hacer lo mismo, el mar se les echó encima y todos perecieron ahogados. Algunos geólogos han asociado el incidente bíblico del Mar Rojo con la fuerte erupción volcánica que destruyó la civilización micena de la isla griega de Santorini.
Se diría que los terremotos, así vistos, son apocalípticos fenómenos que tienen lugar en el extranjero. Pero no siempre es así. También se suelen producir en la Península Ibérica, y en Euskal Herria, desde luego, pero dado que la mayoría de estos temblores suelen ser de poca intensidad, nadie se da cuenta. Ni las aguas del mar arremeten, ni las montañas se parten en dos; los terremotos que surgen en nuestra región no son más que tímidos temblores. Pero hay ocasiones en las que las sacudidas adquieren mayor envergadura que la habitual, causando en un primer momento perplejidad, y luego temor. En Navarra, por ejemplo, en las inmediaciones de Irurtzun y Sakana, la tierra ha vibrado varias veces a lo largo de este invierno y primavera, como si tiritara de frío. El origen de estos temblores se encuentra en un punto llamado epicentro, que es desde donde se desprenden las ondas, y que se encarga de demostrarnos que la tierra permanece viva.
Y es que la superficie terrestre parece ser rígida. Todos sabemos lo duras que son las rocas y lo pesadas que son las montañas, conque nos parece prácticamente imposible que las rocas sean susceptibles de doblarse y romperse. Sin embargo, los pliegues y roturas que podemos observar en muchos acantilados no hacen sino demostrarnos lo equivocados que estamos con respecto a la rigidez de la Tierra. La superficie terrestre, eso que los geólogos llamamos Corteza Terrestre, se encuentra dividida en varias capas. Se trata de una especie de puzzle cuyas piezas se encuentran tanto bajo el mar como en la superficie. Así, África y buena parte del Atlántico forman una sola pieza, Norteamérica y el resto del Atlántico forman otra, etc. Hay piezas grandes y pequeñas, y una de las menores es la Península Ibérica.
Tal como acabo de mencionar, la Corteza Terrestre es una especie de puzzle formado por distintas piezas, una rígida y fina capa de pocos kilómetros de espesor. Si comparáramos la Tierra con un aguacate esférico, diríamos que la Corteza Terrestre es lo equivalente a su piel, que la Tierra tiene en su interior, en la zona metálica, un duro hueso, y que entre el hueso y la superficie se encuentra la pulpa o el manto, que se mantiene a altas temperaturas y en constante movimiento, como un puré hirviendo, que a través de su movimiento mueve toda materia flotante de un lado a otro.
Así, las piezas o placas de la Corteza Terrestre se mueven debido al manto, a veces con más rapidez, otras con menos. A medida que las placas del medio del Atlántico van alejándose entre sí, el manto subyacente está saliendo al exterior, y, por otra parte, el acercamiento de las placas de las cordilleras hace que las montañas sigan creciendo.
En lo que a nosotros se refiere, la Península Ibérica forma una de las piezas o, mejor dicho, placas de la Corteza Terrestre. África se encuentra en otra placa y la mayor parte de Europa en otra. Mientras la placa africana se está desplazando hacia el norte a bastante velocidad, la europea permanece más bien quieta. En consecuencia, la placa ibérica, atrapada entre las dos, no deja de sentirse presionada por la parte africana, razón por la cual al sur de la península, en Andalucía, y en el norte de África, las montañas de Sierra Nevada y de Rift respectivamente hayan aumentado su altura. Entre estas dos cordilleras los terremotos se producen casi a diario. Al igual que en el sur de la Península Ibérica, también en el norte se producen colisiones que provocan el crecimiento de los Pirineos.
África no cesa de empujar; sigue empeñada en desplazarse hacia el norte, mientras que Europa permanece inflexible y firme. De tal forma, la península ibérica se encuentra atrapada entre ambas fuerzas, aguantando como bien puede la lucha entre los dos grandes. Euskal Herria se encuentra en la zona de colisión de las placas ibéricas y europeas; de ahí que sea tan montañosa. Como consecuencia de esta pugna surgen las fallas, los desgarrones de la superficie, y es el movimiento que llega hasta ellas lo que provoca los terremotos.
Una de las fallas que atraviesan Euskal Herria es la de Pamplona, que desde el sur de Baja Navarra se introduce en el Baztan, baja hasta Lekunberri e Irurtzun, y de ahí pasa a la Sakana. Es precisamente en estas fallas donde se localiza el origen los terremotos que se han dejado sentir durante este invierno y primavera. Se trata de una falla muy importante que se ha movido varias veces a lo largo de la historia, y en la que prácticamente todos los meses se producen pequeños terremotos, por lo que no tardaremos en volver a sentir temblores en las regiones que estas fallas atraviesan, es decir, en Navarra y en las zonas montañosas de Zuberoa. En cualquier caso, no hay por qué alarmarse, ya que los terremotos que tienen lugar en Euskal Herria suelen ser minúsculos, nada peligrosos, y no conocemos ningún motivo que nos induzca a pensar lo contrario. Los terremotos seguirán teniendo lugar, pero no ocasionarán grandes daños. Simplemente, nos harán recordar que la Tierra sigue viva.
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