Disfrutando con Antonio Machado
Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA
Traducción: BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA
Jatorrizko bertsioa euskaraz
“Conocí” a Antonio Machado en el curso 1966-67, en el Instituto de Vitoria-Gasteiz. El descubrimiento se lo debo a José María Vaz de Soto, entonces profesor de literatura en la capital alavesa. Aquel curso se cumplían 60 años desde la llegada de Machado a Soria y, para celebrar la efeméride, la red educativa española decidió homenajear al poeta andaluz. Debo reconocer que Vaz de Soto acertó de pleno, puesto que realizó un magnífico trabajo a lo largo de aquellos nueve meses y, cuando nos presentamos en Valladolid -con motivo de los exámenes de Preu- tuvimos que analizar varios poemas de Antonio Machado.
Por aquel entonces, Joan Manuel Serrat aún no había grabado su “Dedicado a Antonio Machado” -que data de 1969- y, por tanto mi admiración por el poeta surgió en mí a través de la palabra escrita, si bien los poemas musicados intensificaron ese sentimiento. Debo reconocer que nuestra generación le debe mucho a Serrat en ese sentido, ya que fue él quien, por primera vez, se esforzó por socializar la poesía machadiana. Sobre Machado ya se ha dicho casi todo. En opinión de muchos, se trata del mayor poeta de la literatura española. En realidad, no me importa demasiado si es así o no, pero debo reconocer que a menudo abro alguno de sus libros, y su reposada lectura me suele descubrir algún resquicio por el que llegar hasta el espíritu del poeta.
Machado era una persona que amó al ser humano; un poeta que anteponía la persona a todo lo demás. Por ello, tuvo que exiliarse de España en 1939 para no caer en manos fascistas. Aquel exilio, sin embargo, no duraría mucho, puesto que tres semanas después fallecería en Collioure (Francia), preso de la nostalgia. Este año, Soria ha elaborado un programa de reconocimiento con motivo del centenario de la llegada del poeta sevillano a aquella capital. Desgraciadamente, yo no podré asistir. Desearía, por lo tanto, que estas líneas fueran mi pequeña contribución personal, en agradecimiento por estos cuarenta años durante los cuales he tenido el placer de disfrutar de su obra.
Me
voy a permitir incluir aquí una pequeñísima selección
de sus poemas, como este bello ejemplo extraído de sus “Soledades”:
He andado muchos caminos
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra.
Y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio
preguntan a donde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja.
Y no conocen la prisa
ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino,
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
Estos
otros versos del poeta humanista provienen de su “Del camino”:
“Tenue rumor de túnicas que pasan
sobre la infértil tierra!...
¡Y lágrimas sonoras
de las campanas viejas!
Las ascuas mortecinas
del horizonte humean...
Blancos fantasmas lares
van encendiendo estrellas.
Abre el balcón. La hora
de una ilusión se acerca...
La tarde se ha dormido,
y las campanas sueñan.
Para finalizar, quisiera citar la última estrofa del maravilloso “Retrato” de “Campos de Castilla”. Treinta años separan estos versos de la muerte del poeta, pero bien pareciera que estuvieran describiéndola. Con ellos os dejo:
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
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