Simón Mario Elizondo y su sueño de volarEscuchar artículo - Artikulua entzun

Magdalena MIGNABURU BERHÓ, Dir. Diáspora Vasco Argentina

“Cortos en palabras y en hechos largos”, esta frase es una de las que mejor define a los vascos, específicamente en Argentina.

Sin ser un grupo cuantitativamente importante, dentro de los que llegaron en los sucesivos contingentes inmigratorios a la República Argentina, sí lo han sido desde lo cualitativo. Encontramos su presencia a cada paso, en la historia nacional, provincial, municipal, en la toponimia, en las costumbres, etc.

Cuando se recorre la provincia de Buenos Aires, territorio donde se asentaron la mayoría de los vascos, no se hace más que tropezar a cada paso con su impronta. Ello forma precisamente la esencia de estas líneas, porque si bien existieron grandes hombres de nuestra historia de estirpe vasca, el prestigio de nuestra comunidad en Argentina se debe a unos y a otros, a los que participaron en gestas históricas, pero también a aquellos que en su vida cotidiana fueron claro ejemplo de tenacidad, honestidad y laboriosidad. Estas virtudes que simbolizan a “lo vasco”, son fruto del trabajo silencioso de hombres anónimos, vistos por su entorno como claro ejemplo de lo anteriormente expuesto; precisamente, con respecto a uno de ellos es que me referiré a continuación, para recordarlo a través de este pequeño homenaje y, recordar a muchos de nuestros vascos, los que no aparecen en los libros de historia o en el bronce, pero que viven en el alma de los que compartieron su vida y sus sueños, como es el caso que nos ocupa.

Simón Elizondo
Simón Elizondo en el hangar del Aeroclub de Quilmes momentos antes de pilotear el avión.

En Argentina el apellido Elizondo se ha hecho famoso a partir del último mundial de fútbol, por la destacadísima actuación de Horacio Elizondo, árbitro del mencionado campeonato, a pesar de esto, en la ciudad de Quilmes ese apellido hace años que es reconocido por pertenecer a un hombre que cumplió, después de más de sesenta años, su sueño de volar. Aquello que para otros podría haber quedado en la categoría de utopía irrealizable, para Simón Mario Elizondo, significó la concreción de un anhelo largamente acariciado. A continuación, relataré brevemente su vida, una vida que transitó como todo vasco, trabajando tenazmente, siendo una persona ejemplar, formando y protegiendo a su familia.

¿Qué significo para este entrañable vasco el sueño de volar? ¿Cómo logró concretarlo? Estas preguntas que surgen son las que intentaré responder a continuación.

Simón Mario Elizondo nació el 12 de febrero de 1920 en la ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa, República Argentina; hijo de Simón Elizondo, nacido en Pamplona y de María Esparza, catalana, oriunda de Lérida.

A los cuatro años, quedó fascinado a partir de la imagen de un aeroplano publicado en una revista y que su hermano Ramón le había mostrado. Poco tiempo después, aterrizarían en la zona varias de estas aeronaves, cada una de los cuales comenzaría a desarrollar en ese niño una profunda curiosidad por ese tipo de aviones.

Construyendo el avión
Construyendo el avión con la estructura era de madera.

En el año 1933, cuando finaliza sus estudios primarios, contaba con conocimientos de aeronáutica, aprendidos a partir del libro “El Avión”, que su hermano Ramón le había regalado. Es a partir de estos primeros conocimientos que dibuja, proyecta y construye su primer avión, realizado en papel, al que prende fuego al no poder volarlo. Este es el momento donde el sueño de volar se instala definitivamente en su alma.

Un año después comienza a cursar la escuela secundaria, buen alumno; con una curiosidad y habilidad innata para la mecánica, realiza cursos de electricidad, radiotelefonía, mecánica, dibujo lineal, siempre dispuesto a aprender comenta: “... nada deja de tener valor para aprender, aunque sea barrer y limpiar, cosas que por cierto considero muy importantes para desempeñarse en la interminable, pero apasionante “carrera de la vida”...”1.

Cuando en el año 1935 comienza a estudiar en la Escuela Normal de Quilmes, conoce el aeródromo de esa ciudad y se pregunta : ¿Llegará el momento en que cuente con los medios para hacer el curso de piloto?2.

Comienza a trabajar de maestro, aunque fiel a su sueño, en forma paralela inicia el dibujo de los planos de su biplano, al que bautiza Piquillin. Se asocia al aeroclub de la ciudad de Quilmes , pero la vida lo lleva por otros caminos que lo alejan de los aviones. Trabaja como maestro en la provincia patagónica de Santa Cruz, posteriormente en la empresa Ducilo de Berazategui, donde por medio de su amistad con uno de sus jefes descubre Le Poude Ciel -La pulga del cielo- y un libro donde explicaba cómo construir el pequeño aeroplano.

El sueño de Volar
Dibujo que figura en su libro “El sueño de Volar”.

Sus habilidades y el amor por sus hijos lo llevaron a construir como regalo de Reyes un velero de regatas para cada hijo varón -Alberto y Mario-, con el cual navegaban los niños en la Laguna de Chascomús. También un automóvil biplaza, ambos inolvidables para esos niños, hoy hombres, que compartieron esos momentos imborrables con un padre inquieto, adorable, fundamentalmente dedicado a su familia; a tal punto llega su creatividad y su habilidad que en 1954 construye un crucero a motor para navegar juntos -ARACUAN- con el que recorren el Delta, Carmelo y el Paraná Mini.

Entre los años 1957 y 1974, diagrama y fabrica ferrocarriles eléctricos, repara radios, escribe libros técnicos con gran éxito, además proyecta y construye una lancha islera, típica embarcación náutica de la zona del Delta del río Paraná.

Después de muchos años llegaría la etapa que para muchos significa el descanso y hasta el decaimiento vital, pero Simón Elizondo, fiel a la tenacidad vasca, es cuando a partir de su jubilación en 1985, con renovada vitalidad e ilusiones logrará su más antiguo y hermoso sueño: “El Sueño de Volar”.

Fueron años de mucho trabajo, planos, prototipos, estudios de materiales, pruebas, y hasta el desafío de obtener, con más de sesenta años, el título de piloto aviador privado en 1989. Hizo todo lo necesario para que un San Fermín de 1991, en el aeródromo de Quilmes, con su “Piquillin”, poder alzarse hacia el cielo, ese cielo que desde niño lo esperaba, demostrando que los sueños pueden ser posibles.

Ya no está físicamente entre nosotros, pero permanece como un ejemplo para todos aquellos que, a pesar de todo, seguimos soñando...

Bibliografía:
Elizondo, Simón Mario, El sueño de volar, Quilmes, 2001.
Entrevista a Alberto Elizondo, diciembre de 2006.
Fotografías pertenecientes a la familia Elizondo.

1 Elizondo, Simón Mario, El sueño de volar, Quilmes, 2001. p. 16.

2 Ibidem.

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