La regulación jurídica de los OMG: un espacio necesitado de entendimientoEscuchar artículo - Artikulua entzun

Leire ESCAJEDO SAN EPIFANIO, Profesora de Derecho Constitucional, UPV/EHU. Investigadora de la Cátedra de Derecho y Genoma Humano (UPV/EHU - UD)

Ha pasado ya una década desde los primeros cultivos comerciales de transgénicos y hasta cierto punto parece haber comenzado a descender el clima de tensión que viene rodeándolos desde entonces. Los esfuerzos de los países y de los organismos internacionales por proporcionar un marco regulador en el que la biotecnología avanzase de forma saludable y ambientalmente sostenible son, sin duda, uno de los factores que ha contribuido a esta mejora.

En su acepción tradicional la Biotecnología se define como “el uso y la manipulación tanto de organismos vivos como de las substancias obtenidas de éstos” y tiene como finalidad la de obtener productos útiles para el ser humano. En esencia poco tiene esto de novedoso, por cuanto que llevamos más de cien siglos practicando este arte de adaptar las demás especies al fin de mejorar la satisfacción de las necesidades humanas. Pero es innegable que en la moderna Biotecnología hay algo de novedoso.

Los retos que plantea la moderna Biotecnología

La moderna Biotecnología parece habernos invadido y gobiernos y legisladores de todo el mundo se ven urgidos ante el reto de ubicarla en nuestros sistemas sociopolíticos y económicos. La Agenda 21, en cuya conformación partiparon 177 países, mostró su convencimiento de que la humanidad no puede menos que extraer toda clase de beneficios de la Biotecnología, pero nos advirtió también de la complejidad de conjugarla con intereses y valores tan relevantes como la salud y el medio ambiente. Para ello hace falta un buen marco regulador.

Entre los principales obstáculos a la hora de establecer dicho marco regulador, aparece la amplia proyección social e individual que tiene esta tecnología. Al vincularse a la satisfacción de prácticamente todas las necesidades básicas, afecta de pleno a ámbitos sociales tan determinantes como la agricultura, la producción alimentaria o la sanidad, con todos los agentes sociales y políticos implicados en cada uno de ellos.

Otro conjunto de dificultades se refiere a los riesgos asociados a la moderna biotecnología, que es sin duda a lo que más atención se viene prestando. Ya en 1975, reunidos en Asilomar, los científicos implicados en las investigaciones del ADNr hicieron una propuesta de autorregulación en este sentido.

Nadie duda de la necesidad de implementar medidas destinadas a la prevención, eliminación o disminución de los riesgos asociados a los OMG, en la medida en que éstos pudieran afectar a la vida y la salud humana y animal o al medio ambiente. El problema reside en que, al igual que sucede con muchos otros riesgos ambientales, hay un margen de incertidumbre que no sabemos cómo despejar.

La dificultad para legislar en esta materia

En la actualidad son más de cincuenta los instrumentos internacionales, algunos de ellos vinculantes, que abordan la cuestión de la bioseguridad. Por su parte, los países que han seguido esta estela, son ya más de setenta. Esto no quiere decir que los transgénicos sean ni más ni menos peligrosos que los organismos convencionales. De hecho a día de hoy no hay evidencia científica de que existan peligros EXCLUSIVOS asociados a las técnicas de ADNr o a la transferencia de genes entre organismos no relacionados. ¿Y por qué se insiste entonces en la seguridad? Muchas autoridades reconocen que las medidas de seguridad se han implementado sobre todo para vencer las desconfianzas y recelos y contribuir así al impulso de la biotecnología.

En el diseño de las políticas y las leyes, también llama la atención que de los tránsgénicos no sólo nos preocupan ellos y sus riesgos, sino que se han proyectado en su polémica multitud de demandas sociales. La insatisfacción que nos genera el preocupante estado del medio ambiente, la desconfianza por sonadas crisis alimentarias, como la de las vacas locas, y el genocidio silencioso que genera el injusto orden socioeconómico mundial se proyectan en la Biotecnología. Es como si la hubiéramos erigido en el chivo expiatorio de todos los males del mundo, a pesar de que aún no ha protagonizado ningún escándalo significativo.

Así, a veces se pretende una regulación que ya en sí misma es utópica. Buscamos un espacio jurídicamente estable para la investigación, de modo que la biotecnología encuentre espacio para avanzar; ansiamos una adecuada preservación de los derechos de los consumidores y el medio ambiente; y, por si eso fuera poco, pretendemos incluso que se garantice que toda la Humanidad, sin distinción, pueda acceder a sus beneficios.

Como era de esperar, la concreción de todas esas demandas en un marco regulador y la armonización internacional de los distintos marcos está siendo muy difícil. Porque la tarea se plantea además en un contexto dominado: de una parte, por la pluralidad de concepciones éticas, sociales y culturales; de otra, por las distintas percepciones e intereses económicos, tanto de los actores privados como de los Estados, que compiten en una economía global.

Este fracaso, entre comillas, era en cierta medida previsible. Porque la Biotecnología es una herramienta para gestionar el patrimonio natural, y muchos de los problemas que con ella se pretenden solucionar no son de carácter natural, sino sociopolíticos y económicos. Históricamente y a pesar de los esfuerzos no hemos sido capaces de crear marcos reguladores que se ocupen, de encauzar bien la libertad de investigación, de capacitar y proteger a los consumidores, de preservar el medio ambiente y no digamos ya de solucionar el vergonzoso problema del hambre. Difícilmente un avance científico, por muy espectacular que sea nos evitará tener que seguir trabajando en todos esos frentes.

Las regulaciones adoptadas: panorama mundial

En este contexto de contradicciones y dificultades al que nos hemos referido, es comprensible que las autoridades tengan actitudes ambiguas, zigzagueantes, y aún empleando la misma información científica de partida, encontramos posturas nacionales que van desde la promoción desmedida de la biotecnología hasta un abierto rechazo a la misma, pasando por posturas de más o menos permisividad o restricción.

En ese pulso los consumidores y agricultores desconfían, los investigadores se sienten inseguros, y todo esto hace que se haya puesto un altavoz a cualquier información, demanda social o denuncia asociada a la biotecnología, llevándola en ocasiones a una problematización excesiva e injusta.

En cualquier caso, el camino recorrido ha proporcionado una experiencia interesante en muchos sentidos. La moderna Biotecnología sigue ilusionando a la Humanidad con cada nuevo avance que se da a conocer, y aunque estemos recelosos ante ella, se mantiene el convencimiento de que debemos extraer de ella todos sus beneficios.

Sabedores de la dificultad, y conscientes de los aciertos y desatinos pasados, los organismos internacionales y muchas autoridades nacionales siguen depositando en ella la esperanza, y por tanto el compromiso, de un mundo más solidario y digno del ser humano. Es más, ahora que algunos ven en la Biotecnología una vía de solución, se ha reconocido más abiertamente que hay hambre, estructuras comerciales injustas, dejadez ambiental, y falta de democracia. Y esto es todo un logro, si tenemos en cuenta que hasta hace unos años ninguna declaración oficial reconoció jamás que el hambre se debiera, entre otras cosas, a un injusto reparto de la riqueza.

Mirando al futuro

Aunque el tiempo nos revelará si las iniciativas desplegadas para garantizar la seguridad de la biotecnología fueron o no las acertadas, se puede hablar de éxito relativo en los esfuerzos por conformar y armonizar marcos reguladores. Han acertado al asumir con responsabilidad la necesidad de abrir caminos para que la Biotecnología efectivamente avance. Se han comprometido abiertamente con una adecuada protección de la salud humana y el medio ambiente, para que ese avance de la Biotecnología sea saludable y sostenible y, además, han abierto nuevas vías de cooperación entre los países, para que los frutos de esos avances se distribuyan equitativamente.

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