Según la antropología, el origen de nuestra sociedad se encuentra en la capacidad que demostraron las comunidades totémicas para desenvolverse en la dura sociedad primitiva. Aquellos grupos se caracterizaban por construir unos vistosos símbolos llamados Tótem, a través de los cuales, los grupos entraban en contacto unos con otros, superando las diferencias idiomáticas y culturales. Al igual que en el pasado, nuestro presente global se caracteriza por estar lleno de peligros que no podemos solucionar sin unirnos con otras comunidades. La complejidad traída por la globalización y la evolución de un individuo altamente impredecible, parece poner en duda todos los principios en los que se basaba nuestra vida hasta fechas muy recientes. Por ello, nos preguntamos si en este ahora de incertidumbre, podríamos necesitar de la presencia de Nuevos Tótem de la sociedad global.
Volviendo al pasado, debemos destacar que el Tótem era un símbolo destinado a causar admiración, y que promovía la emoción de integridad grupal. La comunidad totémica se esmeraba particularmente en la construcción de una forma que servía para llamar la atención de los otros grupos, con la intención de producir un impacto visual en aquellos que se aproximasen a nuestra comunidad. El Tótem establecía de ese modo, un código primordial que anunciaba lo que para el otro sería un enigma inicial: el enigma de saber a quién se estaba aproximando, y si era adecuado establecer contacto con aquella gente, de una forma amigable y mutuamente enriquecedora. El Tótem permitía un código básico de interacción entre colectivos, en torno a dos pilares básicos de supervivencia: la necesidad de alimentarse sin arriesgar el futuro de los recursos de otros colectivos, y la necesidad de casarse con miembros de una comunidad diferente a la nuestra.
Foto: Ministerio de Educación. |
Pero lo más importante del efecto totémico, se producía de puertas para adentro. El diseño y mantenimiento del Tótem, precisaba de un consenso en torno a la impactante forma que definiría nuestro grupo. Para mantener el consenso, junto al Tótem, se llevaban a cabo rituales periódicos que unían a todos los miembros de la comunidad, en una celebración que no entendía de diferencias entre individuos. En dicho ritual, las desigualdades sociales se desvanecían por unos instantes. Todos los pertenecientes a la comunidad, se reunían y convivían. Actuando de forma diferente a lo que era habitual, el ritual nos permitía trascender de nuestras diferencias internas. Faltar al ritual totémico suponía reconocerse fuera de la comunidad. Dicho ritual, en el que se repartían los símbolos que nos acreditaban como legítimos pertenecientes a un grupo, servía como forma primitiva de institucionalización de nuestra identidad. Con cada ritual en torno al Tótem, nuestra comunidad se afianzaba en el futuro, se regeneraba, reformulándose nuestro sentir e identidad colectiva. El Tótem, guía emocional, era un símbolo de esperanza con el que avanzábamos en unión, hacia el futuro.
Actualmente cuando la sociedad parece bloquear lo que sabemos del mundo debido a su complejidad y a la ambivalencia y fragmentación que parece adquirir la vida, la emoción emerge como guía básica de contacto con la sociedad global.
Como saben los politólogos, actualmente la emoción es clave para explicar las tendencias del voto. La emoción está en el origen de la energía oculta que permite a las campañas de marketing alcanzar sus objetivos. Para los sociólogos, la emoción de seguridad está promoviendo una sociedad global que parece encoger las comunidades del pasado, en un intento de conseguir mayores cotas de sensación de tranquilidad. Sin embargo, esta búsqueda de tranquilidad contrasta con la necesidad de solucionar problemas de una magnitud sin parangón en la historia de la humanidad.
Es por ello que traemos la hipótesis de la necesidad de dotarnos de unos nuevos símbolos o Tótem que guíen emocionalmente a nuestra comunidad en la interacción con su entorno. Necesitamos nuevos símbolos que expresen a los demás lo que pueden esperar de nosotros, que anuncien aquello que podemos aportar para solucionar los problemas compartidos. La experiencia de nuestro pasado es clave. Por ello, adelantamos que el museo Guggenheim cumpliría su contenido de Nuevo Tótem.
El museo Guggenheim, al igual que los Tótem ancestrales, es un símbolo que expresaría la hibridación de la sociedad vasca con un nuevo entorno globalizado. El museo Guggenheim atrae la mirada de millones de personas de todo el mundo. Podremos condenarlo o alabarlo, podemos, como han dicho algunos antropólogos vascos, dejarnos seducir por sus formas, o verlo como han dicho otros, como una nueva forma de imperialismo cultural.
Sin embargo, la enigmática figura obtenida magistralmente por Frank Gehry, no deja de sorprendernos. En torno a sus puertas, cada día nos fusionamos con los turistas que se acercan a ese polo de atracción de prestigio global. Cada día, por unas horas podemos asomarnos al balcón de la globalización desde una posición aventajada que causa admiración, respeto, por la capacidad de una sociedad para adaptarse a los nuevos tiempos. Finalmente, las divisas nos ayudarán a sobrevivir en la dura economía global.
Pero el enigma del museo no es su sinuosa figura. Como en el pasado, el enigma reside en la energía interna en la comunidad, en la energía que ha sido necesaria para posibilitar un proyecto de tal magnitud. Finalmente, esa energía se une a los nuevos flujos económicos que surcan el planeta, materializando un punto, que introduce la globalización en nuestra vida cotidiana, y a Bilbao en la vida cotidiana de la cultura global.
Ejemplos de ese contenido totémico que podemos conferir al museo Guggenheim, los encontramos en las declaraciones de su autor, Frank Gehry. El catorce de octubre de este año, anunciaba en la prensa la necesidad de ampliar la pinacoteca. En la misma noticia revelaba su deseo de vivir en el País Vasco. En cierto modo, Gehry ha realizado ya la ampliación, con la bodega en Elciego, denominada la Ciudad del Vino. En la inauguración de dicho recinto se produjo un momento maravilloso, en el que encontramos al lehendakari Ibarretxe, a la monarquía, al propio Gehry, a los representantes de la fundación Guggenheim, arropados por un número ingente de autoridades de todos los rincones y todas las tendencias ideológicas. En plena convulsión política, en torno al ritual del vino, por unas horas se produjo un espacio de convivencia.
Otro ejemplo anterior, sería la obra Adosados, realizada por Maider López en las inmediaciones del Guggenheim. El siete de octubre la artista guipuzcoana decidió aumentar simbólicamente el museo, ayudada por cientos de personas, en un ritual que unía el espectáculo con la apropiación que la sociedad vasca hizo de la pinacoteca.
Totémico también fue sin duda la celebración de los diez años del museo, que de nuevo congregó a miles de bilbaínos e inauguró la obra del artista francés Daniel Buren que engalana el puente de La Salve. Totémica fue sin duda la magistral decisión del director del museo, de mantener la obra polémica del fotógrafo Clemente Bernard, para que el museo integre todas las facetas y visiones de la sociedad vasca.
Podíamos relatar más ejemplos de esta arquitectura totémica. En dicha arquitectura no son tan importante los arquitectos estrella, las grandes corporaciones, como la actitud de la sociedad en la que se alzan los nuevos símbolos. Puede ser que el símbolo pertenezca a una nueva cultura global que parece amenazante. Sin embargo, la clave de su éxito reside en la reapropiación o adaptación que la comunidad haga del símbolo. Por ello, destacamos que el éxito del museo ha residido en su enigmática capacidad Totémica. Capacidad ésta de hibridación con lo global, de reformulación identitaria. Capacidad en definitiva, de reconocernos dentro de una realidad cambiante, que facilite la pervivencia de nuestra comunidad. En cómo adaptemos el nuevo icono a nuestra vida, a nuestro entorno, y lo incorporemos a nuestra cotidianeidad, estará la clave de apertura a la globalización. Por ello, la teoría de los nuevos Tótems pretende trascender categorías basadas en posiciones estáticas de sujetos alienados. Es decir, la teoría de los nuevos Tótems habla de que somos sujetos activos forjando, activamente, nuestro presente. Debemos explorar las posibilidades creativas de los nuevos espacios y de los rituales que nos permiten reescribir nuestra historia. Si lo conseguimos, el discurso arquitectónico global, será nuestro discurso. Necesitamos símbolos que garanticen la estabilidad de la representación de la realidad que vivimos, la estabilidad de nuestro mundo cercano y lejano. Y esa función que cumplían en el pasado los Tótems, lo cumple hoy el museo Guggenheim.
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