La conciliación de la vida laboral y la vida personalEscuchar artículo - Artikulua entzun

Carmen DIEZ MINTEGUI, Profesora de Antropología Social y Cultural de la UPV/EHU

Desde hace algún tiempo, tanto en instituciones o ámbitos específicos de estudio sobre problemáticas laborales, como en los medios de comunicación de masas, un nuevo tema ha saltado la palestra: la necesidad de buscar medidas para “conciliar” la vida profesional y la vida familiar. Conciliar, según el Diccionario de María Moliner, significa “poner de acuerdo o en paz a los que estaban en desacuerdo o en lucha”, definición que lleva a plantear algunas preguntas: ¿Qué es lo que está en lucha?, ¿Cuál es el acuerdo que hay que alcanzar?, ¿A quién afecta este problema?

Empecemos por la última. El problema de la conciliación afecta básicamente a las mujeres que tienen un empleo o una carrera profesional y que tienen personas dependientes a su cargo; también, y es de suponer que cada vez más, a los hombres que se implican en el cuidado. Según el Instituto Nacional de Estadística, cada año 380.000 mujeres trabajadoras dejan su empleo por razones familiares, frente a 14.500 varones. Por otro lado, se sabe que las mujeres destinan más de 7 horas diarias al trabajo doméstico mientras que los hombres le dedican 3 horas. Por supuesto, hay diferentes situaciones entre las mujeres en función de su estatus económico, de las ayudas y redes sociales de las que puede disponer y de otras muchas variables, pero de una forma generalizada, el nudo gordiano de la conciliación está en el excesivo número de horas al que muchas mujeres tienen que hacer frente cada día, y que impide encontrar un equilibrio entre el tiempo que se dedica al trabajo remunerado, al mundo familiar y al personal, es decir, la necesidad que toda persona tiene de un tiempo propio; las consecuencias que ese exceso de responsabilidades tiene tanto en el desarrollo personal de las mujeres como en su salud psíquica y física son importantes.

El origen de este conflicto está en la forma en que se organizó, tanto ideal como realmente, la organización de la producción y la reproducción de la vida humana y social en la sociedad industrial, de la que aun permanecen muchos aspectos. En esa estructura, que se consolidó en la segunda mitad del siglo XIX, los hombres asumieron el papel de “gana pan”, es decir, de suministradores del valor de su trabajo remunerado para sostener la unidad familiar; las mujeres se responsabilizaron de las tareas relacionadas con el cuidado doméstico y la reproducción de la vida humana, que no tenían compensación ni valor económico.

Esa organización y división sexual del trabajo respondía a una percepción de las relaciones de género que dividía a los seres humanos en dos tipos de personas, los hombres y las mujeres, a los que se asignaban identidades, sentimientos y aptitudes diferentes y complementarias, sobre la base de que cada uno de esos dos colectivos estaba mejor preparado para dedicarse a las actividades que se le encomendaba. La dedicación de las mujeres a la reproducción se planteó como algo natural, ligado a sus predisposiciones físicas y psíquicas.

A pesar de que la realidad ha puesto siempre en entredicho esa forma ideal de organización social, ya que las mujeres, especialmente las de las clases más bajas, han tenido que realizar todo tipo de tareas fuera del ámbito doméstico para atender carencias materiales de su grupo doméstico, es un hecho que el mundo laboral se constituyó y continúa estructurado, en nuestro ámbito cultural, sobre el esquema de un “trabajador tipo” cuya única dedicación es su profesión y que no tiene que atender al cuidado de personas dependientes (niñ@s, ancian@s o personas con discapacidades).

Durante las últimas décadas, la perspectiva crítica feminista y de género en las ciencias sociales ha desmantelado las bases esencialistas en las que se asentaban esos presupuestos y la realidad actual muestra la incorporación de las mujeres a prácticamente todos los ámbitos públicos, aunque todavía sea de forma minoritaria y con carencias que hay que seguir denunciando y transformando.

En relación al conflicto entre la actividad profesional o laboral y el cuidado o atención a personas dependientes, hay que decir que se ha profundizado y se han analizado muchos aspectos relacionados con las obligaciones de la maternidad, pero que no sucede lo mismo con el cuidado de personas dependientes y sobre todo con lo referente al cuidado de las personas mayores, un aspecto nuevo que se ha agravado por el aumento de la esperanza de vida y la aparición de enfermedades como el Alzheimer, que demandan mucha atención durante muchos años. Dado que en nuestra sociedad, con respecto a otras del área europea o norteamericana, la incorporación de las mujeres con cargas familiares a la profesión y al mercado laboral ha sido tardía, sucede que en los grupos de edad superiores a los cincuenta años hay todavía un número importante de población femenina que no está en el mercado laboral y que puede atender a las personas mayores de su entorno familiar; sin embargo, las dificultades comienzan ya a plantearse y ello obligará a profundizar en los problemas que afectan a las mujeres de esas edades y en las estrategias que se están desarrollando para compatibilizar esa doble carga.

En cuanto a las obligaciones de la maternidad, hay diferentes cuestiones a tener en cuenta. Por un lado, las cifras muestran que a pesar de que la incorporación femenina sigue en aumento desde los años setenta del pasado siglo, en el grupo de edad entre los treinta y los cuarenta y cinco años, es decir, en el momento del ciclo de vida en que se suelen tener hijas/os pequeños, la tasa de empleo femenino desciende porque muchas mujeres deciden abandonar temporal o de forma permanente su actividad laboral, lo que suele ser visto como “normal” en su entorno sociofamiliar -a no ser que tenga una profesión prestigiada-, algo muy diferente de si esa decisión de abandono laboral la toma un hombre. Por otro, las que continúan, se enfrentan a lo que en algunos estudios han denominado “los puntos negros de la conciliación”:

Muchas tensiones se derivan de estas deficiencias; además de cuestiones de salud, está comprobado que el itinerario profesional y laboral de las mujeres sufre un parón e incluso un retroceso, porque no pueden aceptar puestos de mayor responsabilidad, ni acudir a cursos de formación o perfeccionamiento. Además, como esas deficiencias no se ven como tal, sino que se consideran, por parte de la patronal y también por la opinión pública, como algo lógico derivado de la opción libre de la maternidad, constituyen un freno, una especie de barrera no visible pero real, para todas las mujeres jóvenes que son vistas como “madres potenciales” que tendrán que solventar problemas derivados de su maternidad, en detrimento de su entrega laboral.

Las soluciones a esta situación tienen que ser de distinta índole, pero deben confluir y ser adoptadas con el convencimiento de que son importantes tanto para la salud y la autonomía de las mujeres como para la sociedad en su conjunto que no puede perder el valor social que supone el aporte femenino en lo profesional y laboral. Cuatro son los ámbitos que deben cambiar para que lo personal, lo familiar y lo laboral no sean espacios en lucha:

1)El reparto de tareas, cuando la maternidad es compartida con una pareja; también tener en cuenta que muchas mujeres se enfrentan en solitario a ella y deben tener ayudas especiales de la comunidad.

2)La transformación del mercado laboral y su adecuación a una realidad que ha cambiado y que demanda nuevas formas de organización del trabajo; cada vez son y serán más los hombres que reclaman su derecho a cuidar.

3)La creación, por parte de las instituciones, de servicios colectivos públicos de acuerdo a la realidad actual; el derecho y el deseo de la maternidad no puede ocasionar en cada mujer incertidumbre y desasosiego por no saber como solucionará el cuidado de su hija o hijo si ella desarrolla una actividad profesional o laboral.

4)Aunque de índole más general o abstracto, subrayar la necesidad de que se haga un esfuerzo general y especial para ubicar los cuidados en el centro de la sociedad, como DERECHO y DEBER de todas las personas.

 

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