Navidades en MontevideoEscuchar artículo - Artikulua entzun

Danilo MAYTIA ROMERO
Renée FERNÁNDEZ

Los niños estaban formados en círculo, sentados indistintamente en largos bancos que compartían cinco o seis, en sillas con respaldo o banquetas individuales; habían llegado algo somnolientos esa mañana de sábado que los dispensaba de sus obligaciones escolares, pero ahora estaban atentos, expectantes. Tal como se les había anunciado y como muchos de ellos ya lo habían hecho el año precedente, e incluso el anterior, escucharían historias, cuentos y leyendas vascas, principalmente con relación a las navidades.

Los pies habían quedado quietos, algunos colgando sin tocar el suelo; las manos descansaban sobre las piernas o apenas apoyadas en la propia silla y alguna sosteniendo levemente la mejilla, quietos todos para que nada perturbase la atención al cuento que estaba siendo contado. Todas las caritas enfocaban a Maite, los ojos bien abiertos para captar sus ademanes, escuchando atentamente cómo el segundo hermano volvía con su mesa al hombro luego de haber trabajado un año entero, y pensaba en la cena de Navidad que compartiría con su familia gracias a la comida que les proporcionaría la mesa mágica regalada por su patrón. Contenían el aliento tras la inflexión de la voz que la tornaba urgente y fuerte mientras narraba la maldad del posadero que nuevamente se apropiaba del regalo ajeno.

Olentzero 2006
Olentzero 2006 (Montevideo) .

Llevaban ya un cuarto de hora escuchando la expresiva voz que les narraba de forma clara y emotiva, la historia, el cuento y la leyenda seleccionadas para 2007. Permanecerían otros tantos minutos más y luego, dispuestas las mesas con los útiles necesarios, comenzarían a dibujar las tarjetas navideñas que el Centro vasco Haize Hegoa enviaría a sus amistades a lo ancho del mundo; tarjetas que han llevado y llevarán lejos sus “olentzeros”, o la interpretación de sus “troncos de navidad” o “las lamias” con su largas cabelleras y peines dorados, tal vez algún “Martintxiki”, quizá el pan de navidad tirado al mar o, como este año, alguno de los tres hermanos cargado con el regalo de su patrón.

Más allá del calendario, las fiestas de navidad y fin de año nos van abarcando, apoderándose de nosotros en medio de nuestra labor cotidiana. Casi sin darnos cuenta estamos sumergidos en su alegría, en ese extraño contexto cargado de optimismo, de confraternidad, en esa apuesta a que el año siguiente será mejor.

Es el calor del verano quien las aproxima, los días que se alargan, los árboles que bordean las calles que se cubren de follaje, su sombra que nos cobija, el canto de los pájaros que se intensifica, la ropa liviana, las mesas de los bares invadiendo las aceras que permiten se prolonguen las conversaciones después de la jornada de trabajo, el fin de las clases, los días que acercan las vacaciones, las largas vacaciones de verano.

Noviembre le brinda a los comercios la posibilidad de engalanarse con los colores navideños, dorados y plateados contrastando con el rojo y verde ya identificados con estas fiestas y exponen sus productos enmarcados con globos, guirnaldas, luces y figuras ya distintivas. La presencia del pesebre y de los Reyes Magos de hace años, ha dado paso paulatinamente a la imagen característica del árbol de Navidad y del Papá Noel gordo y bonachón, con su traje rojo y barba blanca, impuesto desde la publicidad de un refresco de fama internacional.

Olentzero2006. Participantes y responsables
Olentzero2006. Participantes y responsables.

Es así que nuestros “txikis” entrelazan sus costumbres a las costumbres vascas que se les trasmiten desde su euskal etxea y, a veces, en las tarjetas aparecen sus corpulentos olentzeros con sus caras tiznadas con carbón o enrojecidas por la cantidad de vino aceptado, ora con trajes o gorro rojos o, aún con boina ladeada, algún detalle especial, específico del Papá Noel absorbido en su contexto general; aunando así el concepto que más puede entusiasmarlos de ambas figuras: el reparto de obsequios. De igual manera el tronco de navidad se convierte en sus dibujos muchas veces en un pino verde que incorpora inclusive las borlas y estrellas que adornan los escaparates de la ciudad y semeja el árbol que año a año preside las fiestas en sus hogares.

Al pasar los días se intensifica la oferta de turrones, frutas secas y glaseadas, panes dulces y budines tipo inglés, tan característicos en nuestra infancia, dueños en las mesas familiares. El mismo entusiasmo permanece hoy día, aunque se ha tendido hacia las comidas más frescas y livianas, colmadas de postres helados más acorde con las temperaturas de nuestras navidades y aunque es imposible soslayar el llamado de esos dulces se ha disminuido su ingesta, aunque siguen adornando muchas mesas como un símbolo característico de estas fiestas.

Son tiempos pantagruélicos, a qué negar. Cada encuentro justifica un festejo, un brindis para el año entrante, un sello a la ilusión que los días vendrán cargados de bonanza y alegría. Los grupos se encuentran y salen a festejar y se colman los bares y restaurantes y en la sencillez de un vaso de cerveza se refleja la felicidad de todos. En las últimas semanas de diciembre se atiborran las mesas muchas veces reservadas con antelación, las voces levantan vuelo y hacen eco en las fachadas, hay cantos y risas y mucha camaradería.

Son tiempos de excesos, y sin duda los días de explosión son el 24 y el 31 de diciembre al mediodía, cuando los oficinistas de la Ciudad Vieja se vuelcan a los restaurantes cercanos y al Mercado del Puerto. El encuentro en éste es hoy costumbre que atrae a jóvenes de toda la ciudad que se unen en una estruendosa algarabía cuando sucumben al frenesí de los tamboriles y la efervescencia de la sidra y del característico “medio y medio” (champagne y vino) e inmersos en el tumulto bailan plenos de entusiasmo hasta que el sopor del calor y el alcohol los agota.

Son tiempos de fuegos artificiales. Los comercios afines, ya sean céntricos o barriales, exponen su mercadería puertas afuera, en mesas improvisadas donde los niños, jóvenes y adultos se entusiasman ya sea con bengalas unos y petardos y cañitas voladoras de múltiples opciones los otros. La Fiesta de las Luces, organizada principalmente por dos empresas privadas y realizada la noche de un sábado previo a Navidad, es sin duda la máxima expresión en cuanto a calidad y cantidad de fuegos artificiales, así como de concurrencia masiva de público que se reúne a lo largo de la rambla montevideana para apreciar el juego continuado de luces y colores. Pero Montevideo ruge a las 0 horas del 25 y 31 de diciembre y su noche estalla en cascadas de estrellas multicolores, cuando las familias entusiasmadas lanzan al aire múltiples cañitas voladoras que se entrecruzan e iluminan la oscuridad mientras los ojos de los niños se asombran y los adultos se deleitan, desde las calles, desde las ventanas, desde las azoteas.

Son tiempos de regalos. Más allá de los presentes intercambiados en el seno de las familias, hoy se está convirtiendo costumbre el recibir un regalo del “amigo invisible” entre compañeros de oficina o grupos de amigos. Una expresión más de encuentro en estas fiestas, que permite compartir un paréntesis de humor y distensión en las largas horas de trabajo acumuladas a lo largo del año.

Son tiempos de paréntesis también en el Centro Haize Hegoa. Por un instante se dejan de lado las responsabilidades de administración; de intensas horas de ensayos de danzas, tanto de “txikis” como de adultos; de la enseñanza y aprendizaje del euskara; de la investigación sobre Euskal Herria: de sus costumbres, de su historia; de la presencia vasca en Uruguay. Entonces, un día de fin de semana cercano a Navidad se dedica en pleno al tiempo de festejos pantagruélicos, de excesos, de luces y fuegos, de regalos.

Como tantas noches, las largas mesas nos reúnen, pero, si cabe, en un estado aun más festivo. Sobre el clásico mantel a cuadros se disponen los platos con tartas, pizzas, sándwiches, trozos de carne con piperrada, pinchos de tortilla o chorizos, según hayan llevado los comensales, las botellas de vino e incluso a veces alguna de sidra y si bien llevó su tiempo cortar las porciones y preparar los platos, resulta efímero el tiempo durante el cual se vacían. El encuentro, las fiestas, el momento de confraternidad y el vino, también el vino, levanta los ánimos y también Haize Hegoa en pleno levanta las voces al vuelo y hacen eco en las fachadas del barrio, ya acostumbradas a esta alegría vasca y hay cantos y risas y mucha camaradería. Uno tras otro va alzando su vaso al estribillo de “...y con su copa llena de vino la beban hasta el final” o “...y a mi me gusta el vin, pirivin pimpim de la bota empinar...”; y uno tras otro surgen los cantos de humor que se repiten hasta la llegada del Olentzero, descomunal con su blusa negra y cara tiznada, quien con la inflada bolsa de regalos comienza el reparto como un gran “amigo invisible” y todos festejamos hasta el final de su acto.

Luego, vestidos sin trajes especiales, sólo con un pañuelo de hierbas al cuello y así de entonados, brota el dantzari que cada uno lleva dentro y se suceden los muxikoak, branlea, jotas, fandangos, arin arin, ingurutxoak, bailes de carnaval... No importa entonces si uno conoce bien los pasos o sólo lo ha visto danzar alguna vez, importa sólo la música, sólo la danza, sólo la suma de unos y otros: son tiempos de camaradería, de festejos, de estar cerca de aquellos que un día vinieron y motivaron esta, nuestra razón de ser.

Las horas se suceden y pasan hasta que comienzan a sentirse los distintos énfasis de los ZORIONAK ETA URTE BERRI ON!

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