Envejecimiento y actividad físicaEscuchar artículo - Artikulua entzun

José Manuel GONZÁLEZ ARAMENDI, Doctor en Medicina y especialista en Medicina del Deporte. Fundación Oreki

Introducción

La población mayor representa en los países desarrollados cerca del 20% de la población, y en pocos años supondrá el 25%. A nivel mundial, la conquista social derivada del hecho de que muchos millones de personas lleguen a edades muy avanzadas obliga a las administraciones públicas de todos los países a adecuar los recursos destinados a los mayores, rediseñando programas y prestaciones, y poniéndolos en marcha con eficacia.

En el año 2025 habrá en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa más de medio millón de personas mayores de 65 años, la mayor parte de ellas serán pensionistas. Necesitarán mayores cuidados de los recibidos en edades más jóvenes, ya que muchas de ellas padecerán alguna enfermedad y/o una o varias situaciones de incapacidad que, a su vez, mermarán su capacidad funcional y su independencia. Su calidad de vida se verá empobrecida, mientras la dependencia familiar y del sistema socio-sanitario será mayor, lo que exigirá una adecuación de los sistemas públicos de protección social.

Además, y como es bien sabido, la pirámide poblacional se está modificando, debido a ese aumento de la esperanza de vida y a la bajos índices de natalidad que sufre nuestro país desde el final de los años ochenta. La consecuencia más preocupante de esta baja natalidad es la falta de jóvenes de entre 20 y 25 años para incorporarse al mercado laboral, un serio problema para el mantenimiento del sistema económico y de pensiones.

El sistema sanitario padece también las consecuencias del envejecimiento de la población. A esto hay que sumar una mayor demanda de servicios, una inmigración creciente, algunas insuficiencias estructurales y organizativas de la propia red asistencial, y también una plantilla de médicos y sanitarios que está envejeciendo y pide un recambio para el que quizás no haya suficientes candidatos.

El auto-cuidado, clave

El estilo de vida acelerado que mantenemos muchos de nosotros nos fuerza también a buscar soluciones rápidas cuando las dolencias y achaques alteran nuestra rutina diaria. Creemos que hay una pastilla para cada situación molesta y exigimos soluciones rápidas, muchas veces desviando indebidamente hacia nosotros las atenciones que precisan otros. Esperamos que nuestro sistema sanitario garantice nuestra salud; pero esto es algo que no es posible más que en una pequeña, aunque significativa, proporción.

Nuestra salud, y la falta de salud que podamos sufrir, dependen, en gran medida, de nosotros mismos. Disponemos, como individuos, de un potencial genético determinado que indudablemente va a determinar la eficacia con que nuestro organismo haga frente a las agresiones externas. Pero las investigaciones han demostrado que los estilos de vida sanos tienen más influencia que los factores genéticos para ayudar a la gente adulta a evitar el deterioro asociado con la edad. Quienes mantienen conductas sanas reducen sensiblemente el riesgo de padecer enfermedades crónicas y discapacidad. Es por esto que cada uno de nosotros debe tomar conciencia de que es el “accionista principal” de su propia salud. Y de que el auto-cuidado, llevar un estilo de vida saludable, activo y equilibrado, es una responsabilidad y un deber para con nosotros mismos, para con nuestra familia y para con la sociedad en la que vivimos.

La actividad física regular, elemento de salud y bienestar

En nuestro entorno, las enfermedades crónicas no transmisibles son la principal causa de mortalidad, morbilidad e incapacidad. Y prácticamente todas ellas comparten unos pocos y prevenibles factores de riesgo: las dietas insanas, el tabaco y demás tóxicos, y el sedentarismo. La inactividad física es un importante factor de riesgo de muchas enfermedades crónicas no transmisibles (cardiovasculares, diabetes, cáncer, osteoporosis, EPOC, artritis), y para muchos es la principal causa de pérdida de funcionalidad.

La OMS y otras muchas organizaciones médicas de prestigio vinculan la actividad física regular (de tiempo libre, en el transporte, en el trabajo y en casa) con importantes beneficios de orden físico, mental y social. La actividad física regular ayuda a prevenir y controlar las enfermedades crónicas no transmisibles, el estrés, la ansiedad y la depresión moderada; ayuda a controlar el peso y a mejorar la forma física, lo que en muchas personas se traduce en un aumento de la autoestima; y, además, la adhesión al ejercicio físico regular se vincula habitualmente a la adquisición de otros hábitos saludables como la mejor alimentación y la disminución del consumo de tabaco, alcohol y drogas sociales. En las personas mayores, practicar actividades físicas regulares ayuda a evitar caídas, a prolongar el grado de autonomía e independencia, y a facilitar así las relaciones familiares y sociales.

El costo económico de la inactividad y el ahorro por mantenerse en forma

Los estudios realizados en diversos países indican que los gastos médicos debidos a la inactividad física son crecientes: el 2.4% del total de los gastos sanitarios en Holanda (sin contar con los gastos derivados de las drogas), el 6% en Canadá y el 9.4% en los EE.UU. (incluyendo aquí los gastos derivados de la obesidad). Al mismo tiempo, las estimaciones realizadas arrojan algunos datos interesantes sobre el ahorro económico derivado de la práctica regular de actividades físicas. En Australia, el beneficio neto anual calculado en 1989 si sólo un 10% de la población inactiva se tornara activa fue de 590.2 millones de dólares. En Canadá, el Canadian Fitness and Lifestyle Research Institute calculó en 1995 que podrían ahorrarse alrededor de 24.000 millones de dólares canadienses en costes sanitarios si el 40 % de los canadienses inactivos se volvieran activos. Igualmente, los Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de los EE.UU. estimaron en el año 2.000 que si todos los adultos americanos (excluyendo a los físicamente limitados) se tornaran físicamente activos (considerando para este cálculo sólo 30 minutos de actividad moderada, 3 veces por semana) el ahorro potencial podría ser de entre 76.600 y 98.500 millones de dólares americanos.

Si los adultos mayores se mantienen en buena forma, serán capaces de cuidarse a sí mismos durante más tiempo. Mantenerse en forma no sólo mejora la calidad de vida personal y familiar, también hace que disminuyan los altos costes de los cuidados institucionales. De acuerdo con Roy J. Shephard, pionero en la investigación médica de la actividad física, la puesta en práctica de programas de educación para la salud supondría, sólo en cuidados institucionales geriátricos, un ahorro de alrededor del 30%. Se estima que por cada dólar invertido en los EE.UU. en programas preventivos el ahorro en cuidados médicos es de 3.2 dólares. En Canadá, por cada dólar invertido para aumentar la proporción de población activa en un 25%, se estima una ganancia en productividad de entre 2 y 5 dólares.

Considerando estas cifras, podríamos (deberíamos) realizar nuestras propias estimaciones. Sirva como acicate un rápido ejercicio de traslado de las estimaciones apuntadas por los canadienses a la CAPV, que proyectaría un ahorro cercano a los 1.200 millones de euros, mucho dinero para poder reinvertir en sanidad y en proyectos sociales.

Promoción

A pesar de los relevantes beneficios de índole personal y social que puede aportar la práctica de actividades físicas, la población es mayoritariamente inactiva. El informe sobre actividad física de diciembre de 2003 publicado por la Comisión Europea indica que en el grupo de población de entre 45 y 64 años de edad, realiza suficiente actividad física en el trabajo sólo el 20%, en el transporte el 14.5%, en casa el 27.9 % y en su tiempo libre el 11.2%; de entre las personas de más de 65 años de edad, son lo suficientemente activas en estas área el 2.7%, 11.1%, 24.0% y 6.1%, respectivamente. La encuesta de salud 2002 publicada por el Eustat refleja que en la CAPV sólo el 19.4 % de los varones de 45 a 64 años de edad y el 23.7 % de los de más de 65 años se considera activo o muy activo; entre las mujeres, sólo el 16.8% de las de 45 a 64 años de edad y el 11.6 % de las de más de 65 años se considera activa o muy activa.

En el documento Health Promotion - Active Living - Evidence (1999), la OMS concluye que la actividad física regular es una buena inversión en salud pública, una intervención altamente efectiva en relación al costo. E insta a los estados miembros a que “elaboren, apliquen y evalúen políticas y programas que promuevan un envejecimiento activo y saludable”. En muchos países, poblacional es considerado como uno de los mayores intereses sanitarios. En los Estados Unidos, el ejercicio físico regular se incluye entre los 10 indicadores prioritarios de salud -Healthy People 2010-, lo que implica una evaluación continuada de los programas de actividad física poblacional.

La actividad física es beneficiosa para el individuo y la sociedad, y es crucial para envejecer con salud. Invertir de forma decidida en la promoción de un estilo de vida saludable y activo, desde la infancia, es una apuesta segura y rentable.

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