Comienzo haciendo alusión a una reflexión de Dolores Juliano sobre el arte del “bordado”. Esta antropóloga comenta en un momento de su libro “El juego de las astucias” (Juliano, 1992:164) que si visitamos cualquier “Museo del vestido” podremos observar maravillas de bordados y encajes, de alto valor estético y que son el resultado de acumular muchas horas de trabajo altamente especializado. Sin embargo, asegura Juliano, estos bordados se consideran sólo como un arte menor, un hecho para el que la autora encuentra explicación en su ligazón histórica con un colectivo de mujeres desvalorizado. No es, concluye Juliano, que las mujeres hagamos cosas poco importantes, sino que formamos parte de una sociedad que cataloga como poco importante casi cualquier cosa que hagan las mujeres.
La teoría feminista lleva décadas de análisis y reflexión encaminadas a entender el porqué de esta devaluación sistemática de todo lo proveniente del mundo de las mujeres. Un trabajo que ha servido para sacar a la luz la existencia de un sofisticado sistema de desigualdad social como es el sistema de género imbricado perfectamente en la propia estructura social, que actúa local y globalmente y en circunstancias históricas concretas, construyendo diferencias sociales; o, aún más, transformando diferencias en desigualdades.
Aunque esta es una reflexión que puede aplicarse a ámbitos muy diversos, en este momento, me interesa fijar la atención en dos nociones clave como son la de ciudadanía por una parte y la de participación por otra. Y hablo de ciudadanía y participación porque considero que la revisión y redefinición de ambos conceptos alberga un importante potencial capaz de contribuir también a la transformación de nuestras ciudades. Así lo entendieron al menos un grupo de mujeres que tomó parte en el primer Congreso de Mujeres de Barcelona (1997) cuando elaboró una de las ponencias marco en las que se planteaba la necesidad de promover un nuevo modelo de ciudad desde la consideración a la aportación e implicación de las mujeres, desde la reivindicación del valor de su participación. De este tipo de propuestas emerge la duda sobre el carácter abierto y multifacético que teóricamente se reconoce a la vida en la urbe: ¿pertenece la ciudad también a las mujeres? ¿Son las mujeres representantes de la ciudad en la que habitan?
Los estudios e investigaciones feministas que vienen realizándose en torno a la ciudad están contribuyendo a desvelar el carácter androcéntrico del espacio urbano. Gracias a este tipo de trabajos, hoy podemos afirmar que desde el punto de vista de la movilidad, la seguridad, la gestión de los servicios urbanos o el ocio, la ciudad no ha integrado las vivencias, experiencias y necesidades de las mujeres.1 Las ciudades se han diseñado y planificado al margen de las mujeres y, en consecuencia hoy, en gran medida, tenemos ciudades sin ciudadanas.
Ciudadanía
La noción de ciudadanía es utilizada en una creciente variedad de contextos y circunstancias y no podemos olvidar ni obviar que este término constituye uno de los conceptos fundamentales de la teoría política y que ha dado origen a múltiples discursos teóricos sobre la democracia, los derechos, etc. Por ello, era de esperar, que una visión crítica de la sociedad, como es la generada por el feminismo terminase alcanzando también a las formulaciones forjadas en torno al ideal de ciudadanía. De hecho, según Cristina Sánchez Muñoz (Sánchez, 2000:3), este es uno de los ejes principales de la discusión feminista desde sus orígenes y, en ese sentido,
“(...) debemos sentirnos herederas de un legado que nos sigue empujando a preguntarnos –como lo hicieran las ilustradas, y tras estas, las sufragistas, y tras estas una larga cadena de mujeres, algunas conocidas, otras olvidadas– por nuestra participación en la comunidad.”
En teoría durante el siglo XX se produce el reconocimiento de los derechos de las mujeres como sujetos activos de la ciudadanía. Sin embargo, ello no es suficiente para asegurar la igualdad y la atención a las demandas de las mujeres. ¿Por qué? La respuesta desde la crítica feminista es clara: el concepto de ciudadanía no es neutro, su misma articulación está viciada de desigualdad. Chiara Saraceno (Saraceno, 2004) afirma que la perspectiva de género ha permitido ver cómo se han construido teorías y prácticas sobre la ciudadanía alrededor de suposiciones que tienen que ver con la división del trabajo y las capacidades y atributos de género asignadas a cada uno de los sexos.
Como consecuencia nos encontramos que, por un lado, debido a las responsabilidades de género históricamente atribuidas a las mujeres, éstas han visto limitadas sus capacidades como ciudadanas y su participación completa en la vida social y política. Por otro lado, y este es un aspecto fundamental, se constata que los discursos y las prácticas de la ciudadanía han ignorado las necesidades del cuidado y las relaciones de dependencia e interdependencia. Por todo ello, la propia Saraceno llama a extender y dilatar las bases de la ciudadanía, acomodando en ellas un mayor conjunto de necesidades (y capacidades) a la vez que se descongela la rígida división por géneros del trabajo y las responsabilidades.
En línea con la reivindicación de una apertura del concepto de ciudadanía y una mayor aproximación a la realidad y la experiencia vital de las personas encontramos un creciente número de autores y autoras que demandan la inclusión de los cuidados al elenco de elementos que participan de la definición de ciudadanía. Fruto de ello distintas voces reclaman hoy la sustitución de la idea de ciudadanía por la de cuidadanía. Hablar de cuidadanía supone poner la vida en el centro de la organización socioeconómica, haciendo responsable a la sociedad en su conjunto de su mantenimiento, y destronando a la hoy dominante lógica del beneficio. Así, las necesidades de las personas, los cuidados a las personas, pasan a constituir un nuevo eje colectivo que define los derechos y deberes de las personas.
Participación
La participación es hoy un tema de gran actualidad y una cuestión que causa preocupación en determinadas esferas. Preocupa al hilo del descenso del grado de implicación ciudadana, el debilitamiento del asociacionismo o el desinterés que la ciudadanía –sobre todo en occidente– muestra ante los asuntos públicos, y la política en general.
No obstante, el problema sigue siendo –entiendo– el poder llegar a definir y conceptualizar qué es y en qué consiste la participación desde la visión y la experiencia de las propias mujeres. Para ello resulta necesario tomar conciencia de la importancia de llevar a cabo una doble labor de cuestionamiento y visibilización. Esto es, interrogarnos e interrogar a cerca de la validez de las definiciones que tienen como objetivo concretar lo que por participación entendemos, al tiempo que indagamos en torno a la propia vida de las mujeres y su forma de entender y poner en práctica su ciudadanía. Un tipo de visiones y prácticas sobre lo que significa tomar parte e implicarse en el entorno que tal vez, por no coincidir con las definiciones hegemónicas hayan quedado en el anonimato, o, incluso, permanezcan ocultas, veladas.
Por ello resulta fundamental sacar a la luz experiencias como la analizada por un grupo de investigadores e investigadoras de la Universidad Autónoma de Barcelona2 que en el año 2005 dieron a conocer los resultados de su estudio sobre la participación de las mujeres en el movimiento social originado a raíz de la movilización contra el Plan Hidrológico Nacional del año 2000.
En su estudio de caso este grupo de investigación descubre como el movimiento social objeto de estudio –materializado en la Plataforma en Defensa del Ebro– termina reproduciendo en su interior la división sexual del trabajo dominante en nuestras sociedades: la cara invisible del movimiento, la organización interna, lo privado... es representada en mayor grado por las mujeres. Mientras, la cara visible, la acción y enunciación política, es protagonizada por los hombres.
En cualquier caso, a pesar de los obstáculos y las trabas de todo tipo que puedan surgir, los autores y autoras de la investigación subrayan la implicación de las mujeres (con perfiles tremendamente heterogéneos) en el devenir de la Plataforma. Su presencia –aseguran– no puede ser considerada en ningún caso como anecdótica o insignificante, sin embargo –concluyen– es claro que, la forma cómo estamos definiendo en que consiste participar en movimientos sociales contribuye a invisibilizar los aportes de las mujeres. De ahí la importancia de insistir en la necesidad de promover una nueva mirada sobre la participación (sus diferentes expresiones, manifestaciones y contextos) que fije la atención sobre aquellas realidades que la participación convencional no ha sabido o no ha querido nombrar.
Por ello, cierro mi reflexión aludiendo nuevamente a la propuesta que las mujeres de Barcelona lanzaban en la celebración de su primer congreso. En ella definían la participación como cualquier actividad, actuación y toma de decisión que incide e influye en la construcción de nuestra sociedad, en este caso, en la construcción de la ciudad de Barcelona.
De hecho, afirmaba este grupo de activistas, aunque las mujeres participamos de forma masiva y transversal, no somos consideradas como punta de lanza. Y esto es así, fundamentalmente, porque las mujeres nos negamos a entender la participación solamente como la delegación de la representación. Por el contrario, tendemos a imaginar la sociedad como una esponja empapada de la presencia de las mujeres y de la que surgen formas de relación, convivencia; redes informales, comunicativas que mantienen la sociedad, que construyen ciudad y cultura y que convierten a las mujeres en sujeto colectivo.
No obstante, mientras no intentemos ir más allá de las definiciones convencionales, seguiremos iluminando lo que de por si ya tiene luz propia e invisibilizando lo que históricamente ha venido permaneciendo en la sombra. De este modo ciudadanía y participación seguirán siendo dos retos fundamentales para las mujeres, no tanto porque ellas no se sientan ciudadanas o rehúsen implicarse en su entorno, sino porque, en muchos casos, su forma de hacer y sentir la ciudadanía y la participación carece de conceptos que las nombren.
Bibliografía:
ALFAMA, Eva; MIRO, Neus; MARTÍ, Marc; GIMÉNEZ, Laura; OBRADORS, Anna; GONZÁLEZ, Robert, “Género y movimientos sociales: la participación de las mujeres en la Plataforma en Defensa del Ebro”. Comunicación presentada en el VII Congreso Español de Ciencia Política y de la Administración: Democracia y buen gobierno, 2005.
ALFAMA, Eva; MIRO, Neus (coord.), Dones en moviment. Una anàlisi de gènere de la lluita en defensa de l’Ebre, Tarragona: Cossetània Edicions, 2005.
AA.VV, “Transformem la ciutat donant valor a la participació de les dones”. Ponencia presentada en el I Congrés de Dones de Barcelona, 1997.
JULIANO, Dolores. El Juego de las astucias, Madrid: Horas y Horas, 1992.
SANCHEZ MUÑOZ, Cristina. “La difícil alianza entre ciudadanía y género”. En PEREZ CANTO, Pilar. También somos ciudadanas, Madrid: Instituto Universitario de Estudios de la Mujer. Universidad Autónoma de Madrid, 2000; pp.3-25.
SARACENO, Chiara. “¿Qué derechos y obligaciones, qué tipo de recursos? Visiones de la ciudadanía a través del prisma de género”. Ponencia presentada en el Congreso Internacional SARE 2004 “¿Hacia que modelo de ciudadanía?” Bilbao, 10 y 11 de Noviembre de 2004.
1 Del mismo modo hay que reconocer la marginación a la que se han visto sometidos otros colectivos como la infancia y la juventud, las personas mayores, las personas con discapacidades, etc.
2 Este grupo de investigadores/as estaría englobado en el conocido como “Institut de Govern i Polítiques Públiques” (IGOP), un centro de investigación perteneciente a la Universitat Autònoma de Barcelona.
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