José Ignacio Tellechea Idigoras, in memorianEscuchar artículo - Artikulua entzun

Rosa AYERBE, Profesora Titular de Historia del Derecho de la UPV/EHU

El 8 de marzo pasado, a punto de cumplir los 80 años, se apagó la vida de uno de los grandes hombres de la cultura vasca contemporánea. Nacido en San Sebastián el 13 de marzo de 1928, vivió, sin embargo, largas temporadas en el pueblo navarro de Ituren, donde hoy reposa junto a sus padres.

  José Ignacio Tellechea Idígoras
José Ignacio Tellechea Idígoras.
Se ordenó sacerdote en la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián el 29 de junio de 1951, tras concluir sus estudios eclesiásticos en los Seminarios de Vergara (1940) y Vitoria (1941-1951), gracias a la Beca concedida por la Diputación guipuzcoana, surgiendo en Vitoria su vocación histórica como asistente de su Biblioteca de Filosofía, pudiendo, ya ordenado, doctorarse en la Universidad Gregoriana de Roma, en la Facultad de Teología y licenciarse también en ella en Historia de la Iglesia.

Y va a ser la doble faceta docente e investigadora, en el campo de la Historia, la que va a caracterizar la vida de José Ignacio. Profesor reconocido en los Seminarios de San Sebastián (1956-1970, donde llegó a ser rector) e Hispanoamericano de Madrid (1957-1966), y en las Facultades de Teología de Vitoria (1969-1993) y en la de la Universidad de Salamanca (como catedrático desde 1966 hasta su jubilación en 1998), dejó siempre una honda impronta en unos alumnos que le recuerdan con respeto por su profundos conocimientos, su claridad expositiva y su cercano trato.

Pero es su faceta investigadora la más generalmente reconocida, tal es el número y calidad de su obra escrita. Especialista en el mundo Moderno, no rehuyó adentrarse en el medioevo hispano ni aún en la época Contemporánea. Sus más de 100 libros y centenares de artículos son el resultado de su afán por dar a conocer lo que su contacto directo con las fuentes le fue descubriendo en los más importantes archivos e insospechados fondos.

Sus numerosas estancias en Roma consultando sus Bibliotecas (Vallicelliana, Casanatense, Vaticana) y Archivos (Vaticano o Secreto del Santo Oficio), en Salamanca (el Archivo de Unamuno), o en Madrid (Real Academia de la Historia, Archivo Histórico Nacional o Biblioteca Nacional), y su paso por Simancas (Archivo General) camino a Salamanca, o por París (Archivo y Biblioteca Nacionales), le permitió afrontar temas de gran calado y siempre inéditos que le darían la proyección internacional de que gozaba.

En ese afán de recuperar el pasado han sido muchos los personajes y temas que José Ignacio fue dando a luz a lo largo de los años, ayudado de su gran capacidad por trasladarse a otras épocas y revivir en persona los acontecimientos narrados. Bartolomé de Carranza, Miguel de Molinos, Juan de Valdés, Teodoro de Ameyden, Manuel de Larramendi, Catalina de Erauso, San Francisco Javier y, sobre todo, su Ignacio de Loyola (“solo y a pie”), traducido a más de 7 idiomas, proyectando la figura del Santo vasco en todo el mundo... son sólo algunos ejemplos, pero muy significativos, de la capacidad intelectual y buena pluma de José Ignacio.

El tema epistolar (de Echegaray, Peñaflorida, Basterra, Grandmontagne, Salaverría, Rogoyos, Zuloaga, Unamuno o el Cardenal Reginaldo Pole) y vasco (Anclas de Hernani, La otra cara de la Invencible, Corsarios guipuzcoanos en Terranova, Santiaguistas guipuzcoanos, etc.), su participación en homenajes a diversas personalidades propias (Caro Baroja, Padre Donostia, Justo Gárate, Oreiza, Zubiri...) y foráneas (Vincke, Jedin, Bataillon, De Luca, Rogger...), y, últimamente, las relaciones de Felipe II con el Papado, desde Roma y Simancas, ocuparon asimismo gran parte de su vida.

José Ignacio Tellechea Idígoras  
José Ignacio Tellechea Idígoras.
Conferenciante exquisito, en un tiempo no siempre proclive a temas históricos, tanto en suelo patrio como en Europa e Hispanoamérica, supo dedicar aún así buena parte de su tiempo a la creación, impulso y desarrollo de instituciones culturales de gran calado en nuestro entorno. Así, fue perito del Episcopado Español para el Concilio Vaticano II; miembro de la Comisión de Gobierno y Reforma de la Universidad de Salamanca (nombrado por Roma en 1970); formó parte activa del Patronato de la Fundación Universitaria Española (FUE), siendo hasta su muerte Director de su Seminario de Teología “Suárez” y, por ello, responsable directo de la Colección Espirituales Españoles; fundó en la Universidad de Salamanca la Fundación Pía no autónoma destinada a estudiar la figura de Carranza con la publicación de la Colección “Tiempos Recios”, y fue también Director de su Revista “Salmanticensis”; fue miembro fundador y Director, asimismo hasta su muerte, del Grupo Doctor Camino de Historia Donostiarra, impulsando la publicado de numerosas monografías y 41 números de un Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián; y, finalmente, fue miembro muy querido de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, de cuyo Consejo Rector formó parte durante muchos años y cuyo “Boletín” dirigió los últimos años de su vida.

Varias han sido las Instituciones que han reconocido su trayectoria profesional y humana. Académico correspondiente más antiguo de la Real Academia de la Historia en Guipúzcoa (desde 1982), Premio “Manuel Lecuona” de Eusko Ikaskuntza (en 2001), “Medalla de Oro” de Andoain (por el redescubrimiento del padre Larramendi), e “Hijo Adoptivo” de Miranda de Arga (cuna del Arzobispo Carranza), “Socio de Honor” del Orfeón Donostiarra..., su libertad de acción y pensamiento, sin embargo, le han privado, sin duda, de otros premios y reconocimientos para los que tenía más que suficientes merecimientos.

Superada una muy grave enfermedad en 1980, su sentida muerte ha generado hoy muchas muestras de dolor reconociendo la “simpatía y buen humor” de su persona, “la calidad y rigor” de su obra, y, en suma, “el privilegio de haber sido su amigo”.

Pero si algo queremos destacar de José Ignacio es, sobre todo, su calidad humana. En ese sentido, José Ignacio, que “prefirió vivir entre muertos ilustres que entre vivos vulgares” (en palabras del Arzobispo de Valencia, Monseñor Olaechea), fue ante todo un Hombre Bueno. No es de extrañar que gozara de la especial amistad del Papa blanco Juan XXIII y del Papa negro Pedro de Arrupe. Sus visitas sorpresivas y siempre amenas, su apoyo personal y espiritual en “tiempos recios”, su amor..., en suma, fue regalo generoso de su mano que acompañó a muchos en el camino incierto que es la vida..., y alentó e impulsó a más de un joven historiador a romper con el miedo de ver su nombre por primera vez en letra impresa...

No es de extrañar, pues, que hoy goce de especial recuerdo y cariño de quienes le conocimos. La creación de la Fundación “José Ignacio Tellechea” que hoy se impulsa, dirigida por su discípulo Xoan Manuel Neira, con objeto de buscar la verdad a través de las fuentes documentales, la indagación de la historia y la reflexión profunda, mantendrá, sin duda, viva su memoria.

Goian Bego

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