La aventura de Terranova, con sus grandezas y mitos, miserias y desgracias, hay que inscribirla dentro de la dinámica empresarial que hacía posibles las expediciones. Este sentido práctico que subyace a los intentos de buscar negocios allende el Atlántico en modo alguno está reñido con la aventura que corrían los marineros que se alistaban para tales viajes. Pero esta aventura no buscaba ni la notoriedad ni la fama, aunque la expresión del historiador francés Michelet de “aquellos locos vascos” más que reproche destilaba admiración. Los vascos se exponían a peligros que otros no se atrevían a afrontar: el conocimiento del mar, la calidad de sus barcos, la experiencia atlántica, tornaba en razonable aquella presunta locura. No en vano la sociedad vasca de la época sustenta figuras de la talla de Elkano, Urdaneta o Legazpi.
Las pesquerías transatlánticas aparecen, a principios del siglo XVI, como la lógica materialización de un logro que se iba buscando en el gradual descubrimiento del mundo atlántico. Las pesquerías de Irlanda, las incursiones comerciales con Europa del Norte, las nuevas rutas americanas, colocaron en el apropiado disparadero las aproximaciones al frío Atlántico Norte. Además, Terranova se desveló como el destino deseado por unos cazadores de ballenas ya avezados en el Cantábrico, aunque en principio se acercaran atraídos por sus riquísimos bancos de bacalao.
Contamos con muy poca documentación sobre la primera época. No se sabe a ciencia cierta cuándo empezaron a visitar con asiduidad aquella zona frigidísima que Cartier bautizó como “tierra de Caín”, sinónimo de tierra de castigo y expiación, que los vascos la convirtieron en tierra de promisión, para dejarla más tarde, muy a su pesar, en manos de Francia e Inglaterra.
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Antiguo mapa de Terranova. |
Un documento de 1531 sitúa a los vascos de Hegoalde en Terranova en fechas sorprendentemente tempranas. El contrato, escrito el 14 de enero, versa sobre la nao La Trinidad, propiedad de Joan Ochoa de Berriatua, “mercadero” de Mutriku. La expedición saldría a fines de febrero para ir “con la ayuda de Dios para la pesca de Tierranueva”, donde permanecería hasta fin de agosto. Esto indica que se toman las oportunas precauciones para garantizar el viaje de vuelta ante posibles heladas y tormentas. Especialmente curiosas resultan las órdenes que recibe el maestre: “que así fecha la dicha pesca, el dicho maestre sea obligado de vuelta viniendo de la dicha Tierranueva, de llegar aviendo tienpo con la dicha su nao en algund puerto de Yrlanda, antes que en otro puerto ninguno para saber ende si hay paz o guerra entre los reyes cristianos y para que así, sabido de la paz o guerra en el tal puerto de Yrlanda, el dicho Pero Ruiz le asigne para qué puerto de los que de yuso serán nombrados irán ha faser su derecha descarga de la dicha pesca”. Estas normas resultan extraordinariamente significativas. Ciertamente no podían ser improvisadas con vistas a preparar un viaje primerizo, sino que denotaban experiencia en otros anteriores. Irlanda era plaza conocida y de confianza, y allí podían recabar información sobre las posibles guerras entre Carlos V y alguno de sus competidores en Europa. En resumen, un contrato de estas características remite a una experiencia en dichas pesquerías que nos coloca en los años 20. Que no conozcamos contratos semejantes de fechas anteriores no implica que no existan, aunque cabe sospechar que tales expediciones no figuraran en la documentación.
Terranova forma parte de un escenario por una parte fantástico e imponente, por otra tenebroso; lejano a la vez que familiar, nuestros pescadores la denominaban Provincia, como si se tratase de una extensión del territorio vasco, una patria extraña pero a la vez entrañable donde transcurrió la mayor parte de la vida adulta de muchos de aquellos marineros. Resulta llamativo que, en tales circunstancias y con episodios tan trágicos como la muerte de más de 300 marineros vascos en la invernada de 1576, la memoria histórica no se haya traducido en una literatura próxima a las sagas y las leyendas. Las noticias que se nos transmiten, ajenas a los mitos y al romanticismo, versan sobre los negocios promocionados por los empresarios que no arriesgaban más que su dinero.
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Pecio de un ballenero vasco hallado en Balea Baya (Red Bay), en Terranova, por el equipo de arqueólogos de Parcs Canadá, en 1978. Se trata probablemente del "San Juan", propiedad de Ramos de Borda, de Pasaia, hundido en 1565. |
Pero llegó un momento en el que ni los empresarios quisieron, o pudieron, invertir en Terranova. El monarca castellano quería controlar la flota vasca, mediante embargos masivos, para imponerse, con una política suicida, en Europa y América. Aquí se prefigura un auténtico choque de mentalidades, pues la sociedad vasca se mostraba mucho más interesada en Terranova que en Sudamérica.
En el período de esplendor, sobre todo los años 60 y 70 del siglo XVI, el negocio funcionó, y la distribución del saín o grasa de ballena en Europa y en la Península disponía de una infraestructura que implicaba a buena parte de la sociedad costera y a los sistemas de transporte. Para el mercado local y castellano, las poblaciones de la costa disponían de lonjas con grandes tinajas donde se almacenaba la grasa a la espera de que los mercaderes dispusieran su traslado, a lomos de mula, hacia los pueblos de la Provincia y hacia Gasteiz. Esta ciudad, cuyos mercaderes también invertían en Terranova, actuó como polo de distribución de la grasa destinada a Castilla. A lo largo de la costa se disponía de las lonjas que albergaban enormes tinajas donde se guardaba la grasa, a la espera de que los arrieros la acarrearan hacia el interior. Donostia como puerto marítimo, y Altzola como puerto fluvial, se convirtieron en los puntos más destacados de esta dinámica comercial.
Un detalle del espíritu de empresa y de rentabilidad que presidía el fenómeno de Terranova lo muestra la versatilidad a la que se sometían las pesquerías. A finales del siglo XVI los franceses se interesan por las barbas de ballena, material utilizado para corsés, sombrillas y otros productos. Atentos a las demandas del mercado, muchos capitanes mudan de propósito y muestran más interés en arrancar las barbas que en conseguir grasa. Se trataba, ciertamente, de una empresa que buscaba beneficios, y actuaban así aun a riesgo de suscitar las quejas de los marineros quienes, según sus contratos, no entraban en el reparto de las mencionadas barbas.
La empresa vasca de Terranova: Entre el mito y la realidad, José Antonio Azpiazu
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