Liturgias de hace unos 60 añosEscuchar artículo - Artikulua entzun

Alberto GARATE GOÑI

Este es el último trabajo que nos dejó Alberto Gárate
antes de su fallecimiento el pasado mes de julio.

El Ayuntamiento de Beasain acudía los domingos a la Misa mayor en corporación, como se decía, es decir, con txistularis, el pendón municipal y alcalde y concejales, seguidos por el jefe de los aguaciles, en filas. Como es sabido la Misa se celebraba en latín, de espaldas a los fieles y durante casi toda la ceremonia tronaba frecuentemente el predicador, rezaba el rosario etc., solo interrumpido en la consagración durante la cual Iguarán, el organista, tocaba la Marcha Real con fuerza. Comulgaban muy pocos hombres situados en bancos en la parte delantera de la parroquia y no recuerdo que lo hiciera el alcalde Cerrajería, antiguo lerrouxista. No era infrecuente que los hombres que oían la Misa, de pie, en la parte trasera del templo, saliesen al pórtico a fumar un pitillo.

Todos los años el clero recordaba que la Bula de la Santa Cruzada se tomaba, que no se compraba. Pagada la bula, excepto por los pobres, servía para poder comer carne los viernes, filetes los que podían, y para colocarlos sobre los muertos antes del entierro. Recuerdo, ya en los años 50, un sermón del integrista párroco Axpe sobre la “¡Querella de las Investiduras!”. Parece que se quejaba de la insuficiente Alianza del Trono, sin Rey, y del Altar, queja no infrecuente ya que incluso el siguiente párroco, Dorronsoro, más social según la vox populi, amenazó con la Guardia Civil a aquellos que propagaban ideas protestantes en el Goiherri.

También los niños de las escuelas acudíamos en filas a la catequesis. Allí, con más voluntad que dotes pedagógicas, se nos trataba de explicar, entre otras cosas, los misterios de la Fe incluso con representación semi-teatral del misterio de la Santísima Trinidad. Se insistía mucho sobre el examen de conciencia antes de la confesión, pues Dios todo lo ve. Sin embargo, Munárriz, el profesor de Falange y de Gimnasia, enfatizaba diciendo que el pensamiento no delinquía y aceptaba una posición subordinada.

Pero para terror las Misiones en el pueblo. Los míos no acudían a las penitencias matutinas, al igual que no iban ni a rosarios ni a novenas. Yo si fui espectador de los sermones terroríficos sobre el pecado y el infierno que los misioneros impartieron desde el kiosco de la música de la Plaza. En muchas empresas se permitía a los productores y a los oficinistas salir del recinto de trabajo media hora antes que sonase el cuerno. Al hambre y a la represión, sobre todo sobres los rojos (sinónimo de los vencidos, no separatistas), se añadía el terror, algo que requiere la petición de perdón por parte de la Iglesia triunfante, algo que parecen haberse olvidado los Rouco, Cañizares, etc.

La vida seguía y durante las fiestas se debían engalanar ventanas y balcones. Las diferencias sociales se notaban: las casas más menesterosas, las que tenían apupilos y habitaciones alquiladas con derecho a cocina, se engalanaban con colchas e incluso con mantones de Manila. Aunque la mayoría de las banderas eran rojo y gualda, pero sin escudo, se traslucían también diferencias políticas. Había casas de nacionalistas vascos con la bandera del Vaticano, blanca y amarilla, y casas de carlistas con banderas con escudos de águilas bicéfalas.

El lunes de fiestas se iba a la Basílica de San Martín de Loinaz. La procesión cívico-religiosa iba por la carretera, la N-1, y la popular, con cazuelas y alimentos, iba por la ancha acera de la Avenida de Navarra, así llamada por haber entrado por ella, en julio de 1936, las tropas nacionales. Mientras duraba la Misa se pescaban cangrejos, se refrescaban las bebidas, se preparaba el fuego, etc. y se cantaban muchas jotas navarras, pues Beasain había acogido a muchos represaliados de la Ribera al sur de Tierra Estella, sobro todo de familias de la UGT, que se colocaron como peones. Años más tarde llegarían nuevos peones de Navarra, esta vez de la zona media, teóricos vencedores de la Guerra Civil, bastantes de ellos euskaldunes.

Una de las liturgias más comentada en la segunda mitad de los años 40, fue la boda de mi tía Elena con Karl Stöklin, un suizo al que, junto con otros, la Brown Boveri envió como técnico a la fábrica grande, la Compañía Auxiliar de Ferrocarriles. Mi tío Karl, protestante, se había casado por lo civil y posteriormente divorciado, con una católica suiza. Este matrimonio no era válido para la Iglesia católica y, tras un largo expediente en el Obispado de Vitoria, pudo celebrarse en la Iglesia la boda de Karl y Elena. Se corrió la voz entre la gente que, al ser mi tío protestante, él se casaría dándole la espalda a la virgen de la Asunción, patrona de la parroquia. Acudieron muchos curiosos, pero las expectativas no se cumplieron.

En 1947 se aplicó el Referéndum para sancionar la Ley de sucesión a la Jefatura del Estado. Años después quedaban jirones de propaganda en los que aparecía, dentro de una urna, un hombre en posición fetal. El día del referéndum se constituyó una pequeña comisión de constatación de los que acudían a votar, constituida por dos republicanos (mi tía abuela Rosario y el comerciante Cortés), así como por un relojero nacionalista vasco creo que apellidado Aizpeolea. Votaron bastantes vencidos, temerosos. También votó mi abuela Asunción, made de Elena, necesitada de un pasaporte para poder ir a Suiza, aunque para llegar al colegio electoral tuvo que dar un rodeo para evitar ser observada.

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2008 / 08-29 / 09-08