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Parafraseando a Lope debería decirles que me manda Euskonews hacer no un soneto, sino un pequeño artículo sobre mi tesis doctoral, recientemente publicada por la Fundación Kutxa, bajo el título de “Vida del Duque de Mandas (1832-1917)”.
Asumida esa tarea, debo preguntarme, como lo hago al comienzo de ese libro, ¿por dónde empezar? La respuesta en este caso es sencilla. Hablar de ese libro supone hablar, en muy primer lugar, de cómo ha llegado a convertirse en esa realidad que ustedes podrán ver todavía, aún después de que estas líneas sean escritas, en librerías y bibliotecas. Fue gracias a una de las últimas voluntades de un verdadero maestro de historiadores: José Ignacio Tellechea Idigoras, quien consideró que, al manuscrito de la tesis que le entregué en junio del año 2007, se le debía hacer el abrumador honor –no sé si merecido– de convertirlo, en uno de los libros del Instituto doctor Camino de historia donostiarra que en vida él dirigió con algo más que un notable acierto.
Dichas esas palabras, que estoy obligado a pronunciar siempre que me refiero a este trabajo, no puedo dilatar por más tiempo el momento fatídico. Es decir, ese en el que surge otra pregunta, mucho más difícil de responder, la de “¿y qué puedo decir yo sobre esta “Vida del Duque de Mandas (1832-1917)”, que mereció, nada menos, que un apoyo incondicional del profesor Tellechea Idigoras para convertirse en algo más que una tesis doctoral guardada en un cajón tras su defensa?”.
En principio pensaba hablar un poco de cada uno de los seis capítulos que forman el libro y describen la vida de Fermín Lasala y Collado desde su nacimiento hasta su muerte, ocurrida, más o menos, cuando triunfa la revolución bolchevique en Rusia y poco antes de que acabe la Gran Guerra –la de 1914 a 1918–, acontecimientos ambos que, de eso no hay duda, acabarán con la época victoriana de la que él fue un perfecto representante en este rincón del mundo occidental que llamamos San Sebastián. Como otros lo pudieron ser en París, en Madrid, en Nueva York o en Nueva Delhi. Así, iba a dedicar unas líneas a describirles aquí el capítulo 3 de ese libro, en el que hablo de su papel como político relacionado hasta los más altos niveles de su época, la que verá el fin del sistema foral vasco a manos de su amigo Cánovas del Castillo en 1876. Otra parte de este artículo estaba destinada a hablar del capítulo 2 de “Vida del duque de Mandas (1832-1917)”, donde describo su labor como historiador, tan controvertida casi como su faceta de político. Incluso me hubiera gustado hablarles aquí extensamente de los capítulos 4 y 5, en los que he reconstruido sus misiones diplomáticas, en París y Londres, entre 1892 y 1905, para que supieran algo más sobre el papel jugado por los vascos en la Era del Imperialismo europeo. Uno que no tenía nada que envidiar al de los británicos, por ejemplo, y que podría haber inspirado a un John Le Carré o incluso al Joseph Conrad que escribió “El agente secreto”.
Sin embargo, la inolvidable llegada a nuestras vidas de una segunda Gran Depresión, muy similar a la de 1929 que acabó de destruir buena parte de ese mundo en el que había vivido Fermín Lasala y Collado, me ha llevado, finalmente, a dedicar la mayor parte de este artículo a apenas un par de páginas del primer capítulo de esta “Vida del Duque de Mandas”.
Quizás no sea una decisión muy justa. Quizás, temo, eso es lo que les podrá parecer a los que lean estas líneas. Y es que en esa parte del libro no se habla tanto de Fermín Lasala y Collado, y de su sorprendente y apabullante presencia en el capitalismo de la Revolución Industrial, sino de su tío, Juan Bautista Lasala (alguien a quien ya conocerán los que frecuentan “Euskonews”), pero es que creo que el contenido de las páginas 60 a 64 de la “Vida del duque de Mandas (1832-1917)” es, hoy por hoy, el mejor motivo que puedo poner ante sus ojos para que se animen por lo menos a empezar a leer ese libro.
Dicho esto, hablemos ya de Juan Bautista Lasala. ¿Quién era este hombre, además del tío del protagonista de mi tesis doctoral?
Es poco lo que se puede saber de él. Y no deja de ser algo enteramente lógico –esa oscuridad en la que ha quedado sumida hasta hoy la persona de Juan Bautista Lasala–, puesto que el tío del futuro duque de Mandas se dedicó, toda su vida, a ejercer como hombre de negocios y no a teorizar sobre ellos a través de pesados tomos de erudición económica que han ido pasando de mano en mano hasta nuestros días. Como ocurrió en el caso de importantes contemporáneos suyos como el venerable pastor Malthus o David Ricardo.
Y es una verdadera lástima que Juan Bautista Lasala no se decidiera a dar ese paso, que no confiase bastante en sus cualidades de autor –y doy fe de que las tenía–, o decidiera que merecía la pena el esfuerzo de trasladarlas al formato de un libro, que podría haber impreso nada menos que en la ciudad que empezaba a ser uno de los mayores emporios editoriales del Mundo. Aquella Nueva York en la que, según parece, se instaló como comerciante hacia 1814, se casó con una nativa “anglo” de esa hoy famosa isla, se reprodujo, se enriqueció, murió y, también según todos los indicios, fue enterrado. Después, eso sí, de que un obituario del “New York Times” le rindiera las salvas periodísticas de honor debidas a un eminente hombre de negocios de esa ciudad que ya empezaba a gobernar el planeta entero.
Si así lo hubiera hecho, si se hubiera decidido a escribir algo parecido a los “Principios de economía política y tributación”, quizás hoy no estaríamos sufriendo esta réplica de la Gran Depresión de 1929.
Y no es que yo quiera exagerar la importancia de aquel accionista del “Bank of the United States” y de la compañía de ferrocarriles “Mohawk and Hudson”, que, de hecho, se codeaba con familias como la de los Astor, pero creo que cuando les relate el contenido de algunas de las cartas que envió a su hermano, Fermín Lasala senior, entre agosto de 1838 y diciembre de 1839, seguramente les parecerá una verdadera lástima que muchos economistas de hoy día, los que han ocupado puestos de responsabilidad en el tinglado que ahora parece venirse abajo –con todos nosotros encima–, no se hayan dado cuenta de lo que él ya se percató cuando traficaba con bienes y servicios en los Estados Unidos de la tercera y cuarta década del siglo XIX.
En ellas Juan Bautista Lasala, al mismo tiempo que tranquiliza a su hermano sobre el incierto futuro de sus inversiones en ese “Banco de los Estados Unidos” al que califica de “monstruo” que ha arruinado a ese país, disecciona el funcionamiento de la Economía de esa potencia con un ojo clínico que, como digo, bien podría rivalizar con el de Malthus o el de Ricardo.
Para él la crisis “terrible” que vivían en esos momentos era principalmente responsabilidad de bancos como aquel, que habían puesto en circulación una considerable cantidad de crédito en absoluto garantizada por los fondos de los que en realidad disponían. A eso se añadía, según el tío del futuro duque de Mandas, que la mayoría de los que habían recibido esa clase de créditos eran “Americanos” que no conocían limites para llevar a cabo especulaciones. De esa actitud irresponsable se derivó un aumento en el precio de todas las mercancías en circulación, que así habían alcanzado un valor muy superior a aquel que en realidad tenían. Esos manejos, que a fecha de hoy sin duda les resultarán familiares, demasiado familiares –quizás más de lo que les gustaría–, condujeron a un panorama que Juan Bautista Lasala describe en términos que también sin duda les resultarán familiares: tales proezas de ingeniería financiera desregulada habían dado en tierra, una vez más desde que él se había asentado en Nueva York, con las “instituciones monetarias del pays” y, de rechazo, con la industria y el comercio...
Para Juan Bautista, al fin y al cabo hombre de negocios de aquella época de liberalismo económico rampante, esa situación que guarda tan estrechos paralelismos con la actual, había supuesto un “choque” saludable porque había contribuido a que los hombres de negocios estadounidenses abrieran los ojos a la realidad.
Sin embargo la perspicacia de Juan Bautista Lasala estaba muy por encima de la devoción a un determinado sistema socioeconómico –en este caso el capitalista de libre mercado– como para que cerrase los ojos ante lo que él sabía que acabaría por volver a ocurrir más tarde o más temprano. Así, señalaba a su hermano en otra de sus cartas, ésta fechada en vísperas de la Navidad de 1839, que ahora que “el horizonte” estaba “limpio” tras la debacle producida por esa crisis de especulación, tan sólo quedaban otros cinco o seis años antes de que se repitiera lo que él llamaba “otra scena” como aquella...
Juan Bautista Lasala no quiso ir más allá. Aunque, como vemos, podría haber llegado muy lejos como analista de mercados y tal vez incluso como economista clásico. Sin duda habría hecho un papel mucho mejor que Allan Greenspan, conspicuo humorista y ex–director de la Reserva Federal, que se atrevió a afirmar que las crisis económicas eran imprevisibles cuando asistimos a la meteórica implosión de los mercados producida en el verano del año 2007, producto en gran parte de sus irresponsables políticas de desregulación. Muy similares, por cierto, a las que Juan Bautista Lasala describe en 1839...
Hay muchas otras cosas que quizás les parezcan interesantes –eso espero al menos– en mi “Vida del duque de Mandas (1832-1917)”, pero seguramente, a fecha de hoy, ninguna lo será tanto como las palabras de Juan Bautista Lasala sobre aquel sistema económico en el que, pese a todo, él y su sobrino Fermín supieron prosperar.
A ustedes les toca descubrirlas cuando se atrevan a mirar qué hay tras la foto de ese serio caballero tocado con bombín y cuello almidonado que, en la foto de portada, les mira desde las escalinatas de lo que fue su casa donostiarra de Cristina-Enea, desde un mundo desvanecido hace tiempo, aunque, como bien lo sabemos hoy, por amarga experiencia, no en todos sus aspectos. No desde luego en el modo en el que se maneja un asunto tan serio como la política económica.