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El mago de la lluvia

Publicado en el boletín Beti Aurrera N.º 90

Juan Baigorri Velar, para muchos un perfecto desconocido, fue hace setenta años un personaje que suscitó opiniones opuestas. No era para menos, aseguraba haber inventado una máquina de hacer llover. Tan convencido estaba de la eficacia del método que en reiteradas ocasiones viajó a zonas de Argentina donde la sequía arruinaba y martirizaba las vidas de sus pobladores.

“Soy argentino... mi invento es para beneficiar a la Argentina”. De este modo respondió Baigorri al ingeniero norteamericano que le propuso comprarle el invento. Y no fue la única, las ofertas se sucedieron aunque ninguna consiguió el objetivo.

Pero ¿quién era este argentino a día de hoy ignorado por la mayoría de sus compatriotas? Sin duda, ningún improvisado. Nacido en la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay en el año 1891, hijo de un militar con sólidas amistades en el entramado oligárquico de la nación, cursó sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires, para luego recibirse de ingeniero y graduarse en geofísica en la Universidad de Milán con brillantes calificaciones. Tal era los conocimientos adquiridos que les permitieron diseñar sus propios instrumentos de precisión para detectar la presencia de minerales y las condiciones electromagnéticas de los suelos. Su profesionalidad lo llevó a viajar por medio mundo como técnico de petróleo para distintas compañías.

El regreso a Argentina es motivado por la expresa invitación del ingeniero Enrique Mosconi, aquel que fuera el impulsor en la explotación del petróleo con control estatal. El interés de Mosconi era que Baigorri pasara a formar parte de la naciente empresa Yacimiento Petrolífero Fiscales (YPF) en los comienzos de 1920.Al poco tiempo de regresar a Argentina, Baigorri es protagonista junto a su equipo del descubrimiento del llamado “Mesón de Hierro”, un famoso aerolito caído en el interior profundo del Chaco y el segundo en tamaño hallado en la Tierra. En la vasta experiencia que va adquiriendo a campo abierto, el ingeniero nota que al conectar los aparatos de su invención, estos producen tenues lluvias que por la persistencia le impedían trabajar.

“Me llamó la atención y consideré que estas pequeñas lluvias podrían ser originadas por la congestión electromagnética que la irradiación de mi máquina producía en la atmósfera”, explico Baigorri a los periodistas de Crítica cuando le preguntaron el origen de su invención.

Comprobado en distintas experiencia la eficacia de las ondas electromagnéticas, el ingeniero se entrega a numerosos estudios para perfeccionar el dispositivo y provocar las lluvias a su antojo. Para ello arma en apariencia un sencillo aparato del tamaño de un televisor mediano, una batería eléctrica, combinaciones de reactivos químicos y dos misteriosas antenas adosadas a la parte superior de la caja.

Con estos artilugios, Baigorri se lanza al interior del país realizando numerosas pruebas. La fama del ingeniero no tarda en extenderse unida a la lógica desesperación de muchos por la ausencia de lluvia en zonas castigadas de la Argentina. El gobernador de la provincia de Santiago del Estero, doctor Pío Montenegro lo convoca.

El desafío era hacer llover en la estancia de un funcionario en donde nada de esto ocurría en tres años. Tres días de trabajo le ocupó al ingeniero y 60 mm en dos horas es el resultado. Nuevamente en Santiago del Estero para Navidad. Llovió como jamás se había visto. Lo mismo en Carhué, provincia de Buenos Aires. Acudió Baiogorri con sus aparatos y llovió a punto tal que se desbordó la Laguna de Epecuén, en la cercanía misma de Carhué.

La provincia de San Juan también conoció la capacidad del entrerriano como “hacedor de lluvias”. Ya lo llamaban el Mago de Villa Luro por ser ése el lugar porteño donde residía con su familia.

Pero sabemos que en este mundo, a la par del éxito es frecuente la compañía de las críticas y hasta las burlas, sobre todo en este caso tan ligado a los caprichos de la naturaleza más que a los designios del hombre. Muchas de esas chanzas eran lanzadas desde la dirección del Servicio de Meteorología Nacional.

Foto: auddiegall

Foto: aussiegall.

Probablemente cansado de manifiesto escepticismo de la comunidad científica y de las críticas nacidas en el seno del titular de la Dirección de Meteorología, Alfredo Galmarini, anuncia en el diario Crítica el día 27 de diciembre un desafió sorprendente y que seguramente debería estar registrado como uno de los caso más curioso en la historia de Buenos Aires.

“Como censura a mi procedimiento, regalo una lluvia entre los días 2 y tres de enero de 1939”. Y manda de regalo un paraguas el Director de Meteorología.

La predicción de Baigorri se cumple, llueve entre los días señalados por el ingeniero y la población porteña no salía de su asombro. El titular principal del diario Crítica, en tipografía catástrofe fue el siguiente: “Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió”.

Lo entrevistaron de varios diarios y revistas extranjeras y, como en el tema estamos, bien podemos decir que le “llovieron” ofertas para comprarle la invención. A todas se negó, aduciendo que él era argentino y que los beneficios de la invención “quedaba en el país”. La sobreexposición pública terminó por abrumarlo. Baigorri era una persona de notable perfil bajo y su vida estaba tomando un rumbo ya no manejable por él. Regresó a su antiguo oficio, haciendo relevamiento petrolífero para particulares hasta que a fines de 1951 el gobierno peronista lo convoca para realizar algunas misiones, allí donde la ausencia de lluvia estaba haciendo verdaderos estragos.

Pero poco duran estas actividades, misteriosamente, Baigorri toma la decisión de recluirse en un largo silencio. Las razones se ignoran, pero quizás, una de ella haya sido su negativa de revelar el secreto.

Ya viudo, pasa la mayor parte de los días en el altillo de su casa de Villa Luro. Anciano y solitario, decide vender la casa, lugar de peregrinación de muchos porteños, y se muda a un departamento prestado por un amigo suyo. Juan Baigorri Velar, el “Mago de la lluvia” muere en 1972 a los 81 años. Nadie sabe cuál fue el destino final de sus famosos aparatos y que tanta fama y críticas cosechó con ellos. Y como un dato más para cerrar esta historia; en el día de los funerales del ingeniero, y contra todo pronóstico oficial, llovió sobre Buenos Aires. Lluvia que honró a su comandante.

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