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Sebastián FUENTEALBA
Todo estaba programado en el Cerro Castillo de Valparaíso el 11 de marzo para la ceremonia del paso del poder político gubernamental, de manos de la Presidenta cesante Michelle Bachelet, al nuevo Presidente electo Sebastián Piñera. Mientras, ambos vivían lo que les tocaba rodeados de los entornos que les eran propios. Todo se cumplió con una cierta austeridad por la situación traumática del país y no dejó de moverse la tierra dándose por invitada también en este acto, así que hubo transferencia de la Banda Presidencial entre un sismo y otro, como si fueran parte integrante de la realidad.
En el exterior del Palacio de La Moneda de la ciudad de Santiago, innumerables personas se agolpaban como por oleadas para despedir a Michelle Bachelet, antes de salir hacia Valparaiso. ¿Era una despedida? Más bien parecía un acto de reconocimiento a su capacidad gobernativa. Salir por la puerta grande era un sentir general que incluía a la propia Presidenta. Parecía una fiesta. Se hizo presente la alegría política expresada por ciudadanas y ciudadanos emocionados. Las lágrimas aparecían en muchos rostros, sobre todo de mujer. Es la primera presidenta que ha tenido Chile. Innumerables pañuelos blancos se agitaban al viento, alcanzaron a regalarle uno y ella lo agitaba también uniéndose sin ningún esfuerzo a aquel regazo emocionado y afectivo que le ofrecían, como sintiéndose una más dentro de la gran familia chilena.
No habíamos visto nunca una Presidenta en estas, se va del poder con el 84% de adhesiones a su persona ¡impresionante! Un auténtico fenómeno político con nombre de mujer. Y es que su natural personalidad resulta ser atractiva por la cercanía que transmite y la indiscutible honestidad. Estaba radiante, feliz, como quien ha cumplido su misión. De su boca salían puros agradecimientos al equipo de gobierno y todo el país porque en realidad somos “una gran familia chilena” según su repetida expresión.
Foto: Policy Network.
Hija de Ángela Jeira (arqueóloga) y Alberto Bachelet (Brigadier General de las fuerzas Aéreas) miembro del gobierno de la Unidad Popular bajo la presidencia de Salvador Allende, que detenido por el gobierno militar murió en prisión. Miembro del partido socialista, vivió la clandestinidad y el exilio, regresando al país en el 1979. Fue nombrada en el 2000 durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos, ministra de salud (es doctora) y ministra de defensa en el 2002. Salud y protección de la propia casa bien ejercidas hasta el punto de hacerse querer durante su ejercicio ministerial por la mayoría reconocida de este país. Ha sabido durante su mandato, 11/03/2006-11/03/2010, colocarse en la mitad-mitad de la estrategia política con características conciliadoras acompañadas de prácticas que la explicitan, con una dignidad y profesionalidad ejemplares. Símbolo de una práctica democrática radical, con autoridad y sabiduría, nos ha dejado un sabor de madre en la política de este país. Familiar entre los suyos, respondiendo a ese sentimiento materno tan ponderado que albergan estas tierras de América del sur. Así la hemos sentido. Nunca esta sensación había sido explicitada tan claramente desde el ejercicio de un gobierno y tampoco por la emoción ciudadana en la persona que lo integra desde la Presidencia de un país.
No la consideramos maternal sino sencillamente mujer y madre, colocando estas dos condiciones en la categoría profesional con la que ha ejercido desde la responsabilidad política, el servicio al país que la eligió. Su liderazgo es real, se siente y se ve. Salió del Palacio de la Moneda con un grupo de niños y niñas, los mismos que le acompañaron a su entrada en el. Ha favorecido ámbitos femeninos, infantiles, y desfavorecidos. La hemos visto profundamente conmovida en tierras donde el terremoto ha hecho estragos. Sabe abrazar, acariciar, hablar con respeto y ternura. Fundamenta sus explicaciones con un lenguaje asequible para todos y todas. Ha tenido muchas dificultades que superar durante su gobierno, pero ha entregado un país con una economía saneada, en tiempos de una crisis económica mundial.
Se queda entre nosotros y nosotras como ciudadana. Verla es comenzar a creer en las políticas que nos hacen falta. Saber que es posible la honestidad. Reconocer que el servicio al país es fundamental y nos dignifica como personas. Nos resulta más evidente que nunca que hay liderazgos que necesitan ser cuidados y acompañados para no dejar que las fisuras estructurales den cabida a actitudes y comportamientos no propios de una buena gestión. La familia política chilena tiene ya un referente de mujer que favorece el proceso histórico del país, no hay marcha atrás. Ha sido necesario vivirlo y experimentarlo para evitar dudas de cualquier especie. Hombres y mujeres, de ahora en adelante, tienen mucho que aportar al bien común en la política chilena. Esperamos que así sea.
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