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Xaho y Taine sobre los Pirineos; la salvaje historia de Pés de Puyanne

Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN

“...el viaje de Xaho a Navarra es una obra romántica, y como tal hay que juzgarla. Sus afirmaciones han de ser calibradas, pues, desde esta perspectiva. Su máximo valor, no obstante, estriba en la perspicacia de su interpretación desde un prisma netamente vasco.”1

“Todas aquellas gentes..., evocan el recuerdo de la Edad Media, cuya sombra se cierne sobre el país vasco todavía. Y, sobre todo, hablan de la muerte...”2

Cuando leemos las páginas algo espantadas, algo cínicas, que el gran escritor francés3 dedica en su “Viaje a los Pirineos” a la dramática historia de los acontecimientos en Baiona en el año de 1.341, nos resulta casi una necesidad contrastarlas con otra versión sobre el mismo tema, pero varios años anterior, la escrita por Xaho en su obra “Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos”. Para la época de la cual hablamos, el trabajo de Xaho es el primero que pone en negro sobre blanco con una interpretación vasquista la historia/leyenda que desde mucho tiempo atrás corría por Baiona en torno a lo ocurrido en aquellos años y es a partir de él que el relato se difunde más allá de las tierras vascas. Inclusive no sería imposible que Taine hubiera tenido acceso al libro de este último, dada la fecha de la primera edición de Xaho. Es indudable que, en cuanto haya tenido de cierto, en cuanto se revistiera de los ropajes de la exageración, aquel crudelísimo episodio de los conflictos entre la ciudad y las tierras circundantes, o, en otros términos, entre el pueblo vasco aferrado a sus pautas usuales de vida campesina y a la consuetudo, y los ciudadanos “cosmopolitas” abiertos ya a la incipiente modernización y a las características usuales de una ciudad portuaria, todo en el marco de la dominación inglesa sobre la herencia aquitana, marcó un hito en el imaginario lapurtarra, desde el momento en que todos los viajeros algo interesados se topaban de una u otra forma con la terrible historia que seguía rezumando literaria sangre pese a los siglos transcurridos. Más aún, el efecto que ejercía en sus ánimos era lo suficientemente fuerte como para hacerlos volcarlo en sus escritos, más allá de las consideraciones que sobre el hecho, las costumbres y las formas de vida de la baja Edad Media podían extraer de la “materia puyánica”4, parafraseando con este nombre a otros temas más novelescos. Podemos por ejemplo al azar de entre tantos visitantes famosos de la ciudad, citar las palabras de Gustave Flaubert, llegado a Baiona joven de diecinueve años en 1840, a quien tampoco le resulta desconocida, aunque sin duda algo confusa como podemos deducir de lo que dice, la truculenta historia de Pés de Puyanne: “Pienso en el castillo en el cual murió Pés de Puyanne, en la sangre filtrándose a través de los suelos. La vista de las mujeres de la guardarropía no es la más adecuada para disolver esos cuadros novelescos, son viejas hechiceras con pañuelos obscuros en sus cabezas, hadas malignas que tal vez aprovechen la ocasión para coser en los bordes de mis ropas un pelo blanco, conjuro que atraiga la desgracia.”5

En fin de cuentas debemos sumarle a lo que venimos diciendo, que el siglo XIX se caracterizaría por la tendencia literaria romántica, para la cual todo lo medieval ejercía un particular atractivo, que se reforzaba además mientras más obscura resultara la temática, más sombríos los personajes, más dramáticos los acontecimientos. Y la historia de los hechos del terrible personaje que llegaría a ser burgomaestre de Baiona no carecía de ninguno de esos atractivos, menos aún si se la deformaba para hacerla todavía más dura y novelesca de lo que en realidad fue.

Como señalábamos, Joseph Augustin Xaho nos habla de la historia de la lucha entre Pés de Puyanne y los lapurtarras en el “Voyage en Navarre pendant l’insurrection des basques (1830-1835)”, que vería la primera luz en París en 1836, cuando todavía no se habían aplacado los humos de la primera Guerra Carlista. En esta obra, uno de los primeros frutos de su actividad literaria y en la cual se puede ya sin duda alguna reconocer las líneas que el tan particular publicista desarrollaría a lo largo de su vida, la narración acerca de ese episodio del pasado baionatarra es prácticamente un accesorio, un agregado al verdadero motivo del escrito que es, naturalmente, la exaltación de la figura de Tomás de Zumalakarregi, un modélico hijo de Aitor, y de los que él juzga, no carente de razón a nuestro juicio personal, verdaderos motivos del masivo movimiento del pueblo vasco en favor del “Pretendiente”. Pero sin embargo merece ser leída, y por más de un motivo. Es claro que Xaho, alumno que fue de Nodier, no era refractario a las ideas generales del romanticismo que ya estaba profusamente difundido en los medios intelectuales europeos mucho antes de que Víctor Hugo publicara el “Preface” de “Cromwell” en 1.827, pero a partir de ese momento el impulso del movimiento habría de arrastrar a una ingente cantidad de entusiastas y la enfermedad romántica no se detendría por mucho tiempo. La condición para el renacimiento de la vieja historia de la guerra a muerte entre Baiona y su hinterland estaba dada.

Joseph Augustin Chaho

Joseph Augustin Chaho.

Ya desde las primeras impresiones se puede percibir que el mismo autor toma una posición definida en cuanto a por quién han de decantarse sus simpatías. En efecto, para Xaho tiene Baiona por su aire la desgracia de asemejarse demasiado a una ciudad española y solamente la presencia de los vascos de las cercanías (“las aldeas vecinas”), le permite al viajero reconciliarse y comprender que, con todo, pese a ubicarse Baiona “...en la frontera...”, se encuentra recorriendo el territorio del viejo solar vasco.

Son naturalmente los vascos de los alrededores de Baiona, los antepasados de los que le permiten a Xaho pensar que no todo está tan mal, los protagonistas de la lucha contra la imposición de Puyanne y su grupo, por lo cual y en cierta forma el autor encuentra así un sentido muy contemporáneo a la narración que se dispone a hacernos conocer. Inclusive esa pequeña escena de su viaje, en la cual un oficial de la guarnición ciudadana requiebra a una aldeana ante la furia de su novio, indica lo que Xaho opina: “...la villa de Bayona protegía al sensible hombre de tropa mucho mejor que su sable-puñal.” Baiona es una personalidad bien definida y por desgracia tal vez hasta para ella misma, una personalidad no vasca. Eso se ve reforzado por la posterior historia que nos narra del contrabandista vasco burlado por los habitantes de la villa. El ambiente ya está expuesto, y con un pequeño barniz histórico y algo cínico en torno de la leyenda del obispo san León y su martirio, halla Xaho la ocasión para adentrarse en la historia que da nombre a estas notas, puesto que el altar del santo fue testigo del principio de la paz que desde el año de 1357 puso fin al largo y cruento pleito entre ciudad y campo del cual en realidad, los acontecimientos que señala el gobierno de Puyanne no fueron más que una parte.

No debemos olvidar que, para la época en que Xaho trae a colación la leyenda de Pés de Puyanne, todavía no se habían realizado esfuerzos modernos serios para investigar qué había de cierto y qué de exagerado en lo que se venía narrando para a la vez solaz y espanto de los visitantes decimonónicos. Todavía aguardaba la ciudad los estudios profundos y pioneros de Balasque, Delaurens, Ducéré y tantos otros. Así, lo que el imaginativo zuberotarra nos cuenta es una versión, sin duda especialmente atractiva, de lo que por ese entonces era materia de conocimiento o creencia común de los habitantes de la ciudad de san León.

Naturalmente, aún para las características propias de los defensores de la costumbre antigua resulta exagerada la situación de resistencia que se desata ante las pretensiones de los administradores de la villa, en la forma tan desprovista de contexto en que nos la presentan los relatos de Xaho y Taine, por exceso de generalización el primero, por desconocimiento el segundo, ya que para Xaho el conflicto es por cierto la diferencia entre vascos y extraños, para Taine en cambio, un problema meramente feudal propio del obscurantismo de una época dominada por la Iglesia como institución y señores bárbaros, eclesiásticos y laicos, avezados en derramar sangre por motivos fútiles. Para comprender la situación y ubicarnos en la realidad de los sucesos, es necesario decir que las matanzas en gran escala iniciadas por la gente del alcalde Puyanne y seguidas con gran entusiasmo por la contraparte lapurtarra fueron solamente resultado casi diríamos lógico de una pugna extendida y en último extremo relacionada sí, con el drama de unas tierras que, en virtud de costumbres feudales que poco tenían que ver con su entidad original, estaban integradas en esa complicada herencia de Leonor de Aquitania que desataría casi contemporáneamente la guerra de los Cien Años. En efecto, los acontecimientos que vemos se enmarcan en la época de inicio de ese conflicto, datada generalmente en el año de 1.337. Pes de Puyanne con las naves de Baiona había integrado la flota vencedora en Sluys en 1340, como sabemos, y su cargo al frente de la ciudad estaba relacionado con ese éxito naval.

En los hechos, ciudad y entorno vivían tiempos especialmente agitados, en los cuales cada uno de los intereses enfrentados buscaba llevar agua a su molino aprovechando los problemas del momento y sin pararse a considerar las implicaciones finales de la pugna.

El “recuerdo histórico”, como Xaho mismo lo llama, es el núcleo de la leyenda: “Hay que saber que los montañeses, apretados por las armas carlovingias en sus antiguos límites de Zuberoa, Benabarre y Laburdi, habían conservado entre los gascones la más alta estimación y privilegios honorables, resto de su glorioso dominio en esa comarcas. Los vascos suletinos disfrutaban de entera libertad para el transporte de sus mercaderías y productos hasta Tolosa y en todo el radio de las provincias tan valientemente defendidas por nuestros antepasados. Los laburdinos reclamaban las mismas franquicias para sus mercancías a las entradas y salidas de Bayona. Este privilegio, ejercido imperiosamente por los montañeses desde hacía cinco siglos, disgustaba singularmente al consejo municipal de la ciudad, habiendo contestado hasta entonces con frecuentes oposiciones; pero los vascos hicieron triunfar en todos estos pleitos su derecho por las armas. Cierto gentilhombre landés llamado Pierre de Puyanne, era el enemigo más acérrimo de los privilegios vascos. Había mandado una flotilla inglesa en el célebre combate de la Esclusa, y sus hazañas contra los franceses le conquistaron el favor del rey Eduardo. Su reputación de bravo y hábil marino, y sobre todo el odio que sentía hacia los vascos le valieron el año 1.341 la dignidad de alcalde. El primer acto de su administración fue hacer abolir por los cien pares de Bayona la franquicia de los laburdinos, Hizo más: informado de que sus mercancías se transportaban libremente en Laburdi por el puente de Villafranca sobre el Nive, colocó allí guardias e hizo exigir un peaje inusitado, en virtud, según él, de los antiguos títulos de la villa, que hacían ascender su jurisdicción sobre este río hasta el punto de la más alta marea. A esta noticia, los vascos corrieron al puente de Villafranca, invadido por los satélites del alcalde, y mataron a unos o cazaron a otros diciendo con ironía que acudían a constatar amigablemente si la marea del océano subía tanto como pretendían el alcalde y la corporación de Bayona [...] algunos de sus mercaderes que se dirigían a España fueron muertos en Laburdi y pilladas sus mercaderías. Una carta amenazadora de Eduardo III no consiguió que las autoridades de Laburdi trataran con rigor a los autores de tales venganzas públicas. En carta siguiente, el monarca inglés autorizó al alcalde y a los cien pares para entender en los hechos de muerte, dado que los vascos, a pesar de las advertencias que se les hizo, no querían renunciar a sus viejas costumbres.

San Bartolomé, fiesta patronal de Villafranca, se acercaba. Los vascos acudían allí en masa cada año para entregarse a juegos y ejercicios en que sobresalían todos los pueblos vecinos. Puyanne, que había jurado saciar su odio, se informó por un espía de que la muchedumbre de vascos y cinco de sus principales caballeros pasarían la noche en el castillo de Miotz, que hoy no es sino un montón de escombros. Por la noche los vascos, después de las diversiones fatigantes del día, a las cuales se habían entregado con la pasión y coquetería de costumbre, reposaban en el castillo hospitalario con la profunda seguridad que inspiran los regocijos públicos en país amigo. Secretamente llegado de Bayona con una turba de bandidos, Puyanne cercó el castillo de Miotz. A la señal convenida las puertas saltaron y se invadió el castillo. Los vascos, sorprendidos en lo mejor de su sueño, desnudos, sin armas, fueron asesinados y los cinco caballeros6 reservados para una venganza más refinada del alcalde. Les hizo ahorcar bajo su vista y ser arrastrados hasta el puente de Villafranca, donde se les ató a los arcos del puente. Mientras la marea ascendiente les batía con sus olas, dispuesta a tragarlos, el gascón gozaba en su odio y decía con tranquila derrisión que vino, a su vez, a constatar amistosamente si la marea del océano subía efectivamente tanto como el alcalde y la corporación de Bayona pretendían. La traición de Puyanne se convirtió en señal de guerra. Mucha sangre fue vertida, según el cronista, hombre contra hombre y bando contra bando. Al fin los bayoneses, amenazados de exterminio, propusieron a los laburdinos la elección de un árbitro para dirimir la querella en la persona de Bernardo Ezy, señor de Albret. Los vascos lo aceptaron sin vacilar. El árbitro condenó a la villa de Bayona a pagar a Laburdi como reparación la suma de mil quinientos escudos de oro nuevos y a fundar diez prebendas en honor de los caballeros muertos y para reposo de sus almas. Los bayoneses reclamaron de esta sentencia ante el rey de Inglaterra, cuyo favor poseían, pero este monarca cedió sus poderes al príncipe de Gales, su representante en Guyena. Un fallo definitivo dado en Burdeos el 11 de Abril de 1357 redujo a quinientos escudos de oro la multa de los bayoneses y a seis el número de prebendas por fundar. Confirmó la sentencia del señor de Albret en todo el resto de su contenido. Los laburdinos, conforme a los términos del documento, fueron a jurar sobre el altar de san León que concertaban para el porvenir la paz con la villa (con este nombre designan los montañeses a Bayona). Pero excluyeron nominalmente del pacto de paz a los dos hijos de Puyanne, reservándose el derecho de matarles allí donde pudieran encontrarles. En cuanto al padre, había perecido miserablemente en las matanzas precedentes.”

Hasta aquí Xaho.7 Un relato desprovisto de demasiadas complicaciones, pero que además de obviar algunos aspectos de lo sucedido, presenta las cosas como fruto prácticamente único del humor anti vasco de Pés de Puyanne. En este aspecto sin embargo, Xaho ha permanecido más cerca de la postura del historiador que de la del poeta, si seguimos la definición que al respecto indica Sarkissian: “La precisión es una categoría racional y como tal, es el mayor enemigo de la literatura, por lo tanto, no hace falta confundir las direcciones: a la historia se le exige valores científicos, y a la literatura, únicamente valores artísticos. El historiador está limitado en sus posibilidades, porque debe reflejar una realidad objetiva, mientras el poeta crea su propia realidad.”8 Tal vez se deba a que, como ya hemos mencionado, la referencia a la historia de Pés de Puyanne y los lapurtarras no es más que accesoria en el “Viaje...”, pero puede muy bien ser enmarcada en la postura ideológica general de Xaho para toda la obra.

“Il n’y au monde qu’ une oeuvre digne d’un homme, l’ enfantement d’une vérité à laquelle on se livre et à laquelle on croit.”9

Algo distinto sucede en el relato de Taine, cuyos motivos de visita a las tierras vascas son bastante diferentes. Como muy bien lo señala López Antón10, “La ancestral tierra de los vascos continúa ejerciendo su papel de musa de los polifacéticos intelectuales procedentes de las orillas del Sena, llegados a la mítica Euskal Herria para encontrar las ilusiones del tiempo perdido en una civilización sin prisas, extasiada en su propio pasado, inmutable al tiempo”. En verdad, Taine había visitado tierras vascas en 1.85511 con motivo de una toma de aguas12, pero sin duda alguna le cabían las generales de la ley en cuanto a los miembros de su grupo social que nota López Antón.

Sobre el mismo material seguirá dicho autor creando su versión de la leyenda, “...una hermosa historia que alegra el corazón, una pastoral de la Edad Media”. Por supuesto, el personaje principal es asimismo Puyanne. En la visión de Taine, es la misma rudeza demostrada por Puyanne durante su actividad marinera contra normandos y franceses la que lleva a las gentes de la ciudad a elegirlo como alcalde. Y a dar con éllo inicio a la pugna entre los vascos que se negaban a abonar los impuestos sobre la sidra adquirida en los mercados de la villa. Según Taine, un tal Pedró Cambó fue brutalmente torturado y amputado en la plaza del mercado frente a San León, por haber infringido las leyes al efecto. Sigamos al autor, dado que su exposición adquiere el valor literario del cual carece el relato anterior de Xaho: “De inmediato, habiendo convocado a los cien del concejo en la alcaldía, Pé de Puyane les demostró que los vascos eran traidores y rebeldes contra el señorío de la ciudad, por lo cual no se les debía seguir contemplando las franquicias que les habían sido acordadas; dado que el señorío de Baiona tenía jurisdicción soberana sobre el mar, por ese mismo motivo tenía que hacer pagar impuestos sobre todas las partes hasta donde el mar alcanzara, del mismo modo que lo hacía en su puerto. Y que por lo tanto y de allí en más los vascos para pasar a la jurisdicción de Bayona en Villefranque sobre la Nive deberían pagar derechos de peaje. Todos sostuvieron a una que la medida era justa y buena y de tal manera Pé de Puyane se la comunicó a los vascos quienes, empero, se rieron de ella diciendo que no eran perros de marineros como los del alcalde. Luego, llegados a las manos, derrotaron a las gentes de la ciudad en el puente, dejando a tres por muertos. No dijo nada Pé, puesto que era parco en palabras, pero hizo crujir los dientes mirando en su derredor con tal aspecto que nadie se atrevió a preguntarle qué haría, ni a exhortarlo, ni tan siquiera a suspirar una palabra. Desde el primer sábado de abril hasta mediados de agosto murieron varios hombres de ambos bandos sin que mediara declaración de guerra y cuando se lo mencionaba al alcalde, éste simulaba ignorarlo. El vigésimo cuarto día de agosto varios nobles de entre los vascos y numerosos jóvenes, buenos atletas y bailarines, se reunieron en el castillo de Miot para celebrar San Bartolomé, festejando y desfilando durante todo el día. Los jóvenes, que saltaban el palo con sus fajas rojas y camisas blancas, eran hermosos de ver. Por la tarde un hombre fue a hablar con el alcalde y a aquel, que de ordinario tenía un gesto grave y serio, se le iluminó de pronto la mirada como a un doncel que ve aproximarse a su desposada. Bajó a grandes trancos la escalera llevando tras de sí un grupo de antiguos marineros que habían arribado de uno en uno y se encontraban reunidos en la sala inferior y partió, ya cerrada la noche, con varios de los jurados, habiendo clausurado antes las puertas de la villa ante el temor de que cualquier traidor de los cuales abundaban, no le ganara de mano. Llegados al castillo, encontraron bajado el puente y abierta la poterna, tanto confiaban los vascos sin sospechar el riesgo, e ingresaron hasta el gran salón con sus grandes cuchillos de cocina y las picas por delante. Allí asesinaron a siete jóvenes que se habían amparado tras de una barricada de tablas e intentaron defenderse con sus puñales; aunque las alabardas aguzadas pronto los derrotaron. Los demás, habiendo cerrado las puertas desde adentro, pensaron que podrían defenderse o tal vez escapar. Pero los marinos bayoneses con sus hachas de combate abatieron las defensas y luego las cabezas que encontraron. El alcalde, viendo tronchar a los vascos a la altura de sus fajas rojas, dijo (porque en el momento de la batalla se volvía humorista): ‘ensartadme a estos galantes señoritos a través de su envoltura de carne’ Y de hecho los ensartaron, ya que todos resultaron perforados y abiertos, algunos de parte a parte, y tan bien que podría haberse visto la luz del día a través de sus cuerpos. El salón, una media hora después del inicio de la lucha, estaba colmado de cuerpos ensangrentados, muchos atravesados en los bancos, otros en los rincones algunos con las narices pegadas a las mesas como ebrios, de tal modo que un bayonés al observarlos dijo: ‘he aquí el mercado de los terneros’. Algunos otros, con las picas por detrás, fueron obligados a saltar por las ventanas y se los encontró por la mañana en los fosos con la cabeza abierta o la columna rota. No quedaron con vida más que cinco gentilhombres, dos de Urtubi, dos de Saint Pé [sic] y uno de Lahet, que el alcalde decidió conservar como un don precioso; después, habiendo enviado uno para que abriera las puertas de Baiona y convocara al pueblo, ordenó que se pusiera fuego al castillo. Y fue una bella visión porque el mismo ardió desde la medianoche hasta la mañana, mientras el pueblo gritaba de alegría ante la vista de cada parte que se derrumbaba [...] de manera que un jurista, abogado y letrado escribió lo que sigue: ‘Una hermosa fiesta para las gentes bayonesas, para los vascos, asado de cerdo’. Quemado el castillo, el alcalde dijo a los cinco gentilhombres que quería entablar con ellos una buena amistad y que ellos mismos serían los encargados de juzgar si la marea llegaba o no hasta el puente. Luego los hizo atar de a dos en los arcos esperando la marea y asegurándoles que se hallaban en el mejor lugar para verla. Todo el pueblo, sobre el puente y en las orillas observaba el ascenso de las aguas. Poco a poco el flujo fue alcanzando sus cuellos con lo cual se vieron obligados a alzar la boca para respirar, mientras el pueblo reía con fuerza, diciéndoles que era llegada la hora de beber, como los monjes en maitines y que tendrían bastante para el resto de sus vidas. Luego el agua invadió bocas y narices de los tres atados más abajo y el pueblo aplaudía mientras ellos se sofocaban, diciendo que bebían demasiado rápido y se ahogarían por sus excesos. Ya no quedaban más que dos hombres de Urtubi atados al arco maestro, padre e hijo, el segundo algo más abajo. Cuando el padre vio ahogarse a su hijo, tensó de tal modo los brazos que rompió una de las cuerdas, pero eso fue todo [...] Los de arriba, viendo que los ojos del muchacho se daban vuelta y que las venas de su frente se engrosaban y azulaban y que el agua a su alrededor se sacudía con el anhelo de su respiración, le llamaban bebé y preguntaban por qué se sacudía y si no vendría su nodriza a acostarlo. El padre, gritando como un lobo, comenzó en ese momento a insultarlos, cosa a la que correspondieron arrojándole piedras hasta que su cabeza blanca se cambió en roja y su ojo derecho resultó arrancado. Esto no fue más que el menor de los males, dado que poco después era cubierto por las aguas. Cuando la marea volvió a bajar, el alcalde ordenó que se dejara allí los cinco cuerpos fláccidos, para testimonio ante los vascos de que el agua de Baiona llegaba hasta el puente y de que el peaje era justo. Regresando, fue aclamado por el pueblo, alegre de tener un alcalde tan bueno, hombre entendido, gran justiciero, presto para las empresas inteligentes y que cristianamente daba a cada cual lo suyo. El alcalde dejó al partir sesenta hombres en la entrada del puente, en la torre del peaje, advirtiendo a su comandante que se guardara porque los vascos intentarían vengarse muy rápido. Pero aquellos supusieron disponer de por lo menos una noche que dedicaron a sus diversiones. Hacia la medianoche, que era de luna nueva, llegaron doscientos vascos; ellos son alertas como las gamuzas, y sus corredores habían despertado por la mañana a más de veinte pueblos de Zuberoa informándoles del incendio y el ahogamiento. Al momento los más jóvenes, guiados por algunos hombres experimentados, partieron por sendas extraviadas, los pies desnudos para no hacer ruido y armados con fuertes cuchillas, ganchos y escalas de cuerda fina, deslizándose como los zorros hasta debajo de la torre del lado del naciente, donde caía a pico hacia el río y donde, por esa misma razón, no había guardia. Además el ruido del agua en los guijarros del río disimulaba el de su acercamiento. Fijando sus ganchos en las hendiduras de las piedras, poco a poco, Juan Amatxo, hombre de Behobia buen cazador de animales de la montaña, trepó sobre el primer muro y luego apoyando otro en una ventana de la torre, dejó dos escalas que los demás utilizaron a su turno, hasta llegar a ser unos cincuenta, mientras otros seguían llegando, tantos cuantos podían soportar las escalas [...] Amatxo hizo una señal a los dos hombres más cercanos a él y todos al mismo tiempo dieron un solo salto tan preciso que sus tres cuchillos se envainaron a la vez en las gargantas de los bayoneses que cayeron a tierra sin un grito. Entonces entró el resto de los vascos hasta el borde de la gran escalera que daba acceso a la sala baja donde estaban los bayoneses, durmiendo unos, dándose un banquete otros. Uno de estos, al sentir mojados sus cabellos, levantó la vista viendo finos hilos rojos que se escurrían entre las maderas del techo y se puso a reír, diciendo que sus camaradas de arriba no pudiendo sostenerse más, derramaban el buen vino, lo cual era un gran pecado. Pero notando demasiado denso el ‘vino’, lo puso en su dedo, en su lengua más tarde, y vino a descubrir que se trataba de sangre. Dando éste la novedad a voz en cuello, los bayoneses se pusieron de pie y empuñaron sus picas corriendo hacia la escalera. Los vascos, que habían oído y se sabían poco numerosos, quisieron aprovechar la ocasión y se lanzaron al combate, pero los primeros sintieron el golpe de las picas y se vieron levantados como sacos de heno con las horcas en un granero. En ese momento los bayoneses, firmes y llevando al frente un erizo de picas, empezaron a subir los escalones. En el mismo instante un valiente vasco, Andoni Xaho, y otros dos con él, se deslizaron como lagartos a lo largo del muro, cubriéndose con los cuerpos muertos y entre las gruesas piernas de los marinos bayoneses, comenzando a jugar de cuchillo en sus corvejones, de tal suerte que los bayoneses, firmes en la escalera y embarazados por los hombres y las picas que caían atravesadas, no pudieron ni avanzar ni hacer buen uso de sus armas. Aguardando el instante apropiado, Amatxo y otros jóvenes vascos saltaron más de veinte pies hasta el centro de la sala en un lugar donde tenían espacio libre de peligros y comenzaron con gran rapidez a cortar gargantas, luego, de rodillas, a abrir vientres y mataron tantos sin ser muertos porque eran ágiles y estaban protegidos por ropas de lana gruesa y cuero, mientras que sus puñales estaban guarnecidos de cuerdas para que no se les deslizaran de entre las manos. En tanto, los vascos de arriba, ahora más de cien, rodaron bajando la escalera como cabras, otros llegaban a cada minuto y en todos los rincones de la sala comenzó la lucha, hombre contra hombre. Allí murió Juan Amatxo [...] Pero los bayoneses, siendo menos numerosos y hábiles, no pudieron sostenerse y al cabo de una media hora no quedaba más de una docena, arrinconados hacia el fondo, cerca de una pequeña bodega para jarras y botellas. Para acelerar el final, los vascos juntaron las picas y comenzaron a utilizarlas y los bayoneses, al sentirse heridos, retrocedieron rodando a la vez hacia la bodega. En ese momento se apagaron las antorchas y los vascos, para no herirse entre sí, alinearon todas las picas y arponearon ciegamente la bodega por más de un cuarto de hora, para asegurarse de que no quedara ningún bayonés con vida. De tal modo que una vez que todo quedó tranquilo y se volvió a encender las antorchas, vieron que la bodega parecía más bien una carnicería, con cuerpos rotos en veinte pedazos, separados de sus cabezas y los miembros mezclados unos con otros en tal forma que con solamente disponer de sal se hubiera podido hacer un saladero. [...] Al levantarse el sol, sacando los cinco ahogados de los arcos, arrojaron al agua a todos los bayoneses, diciendo que podrían así descender hasta su mar y que esa carretada de carne muerta era el peaje que pagarían los vascos. Las heridas congeladas se abrieron por el efecto del agua y fue una hermosa vista, porque, por la sangre que corría, el río se volvió tan bermejo como el cielo de oriente.

Tras esto, los vascos y las gentes de Baiona combatieron todavía muchos años, hombre contra hombre, banda contra banda y murieron muchos valientes de ambas partes. Finalmente, todos acordaron someterse al arbitraje de Bernard Ezi, señor de Albret. El señor de Albret dijo que los bayoneses eran culpables del primer ataque y estaban por tanto en falta; ordenó entonces que los vascos no pagaran ninguna redención sino que por el contrario la ciudad debía abonar 1.500 escudos de oro nuevos, estableciendo diez prebendas presbiteriales de 4.000 escudos viejos del primer cuño de Francia para el reposo de las almas de los cinco gentilhombres ahogados sin confesión, quienes podrían hallarse en el purgatorio y en necesidad de muchas misas para redimirse. Pero los vascos no aceptaron que Pé de Puyane, el alcalde, se viera comprendido en estas paces, ni él ni tempoco sus hijos, y se reservaron el derecho de perseguirlos hasta haber tomado venganza en su carne y en su raza. El alcalde se retiró a Burdeos, en la casa del príncipe de Gales, donde fue considerado gran amigo y buen servidor y durante dos años no salió de la villa sino tres o cuatro veces, bien armado y con una escolta militar. Pero un día, yendo a visitar una viña que había adquirido, se separó un poco de su tropa para enderezar una gran cepa negra que bajaba hacia una zanja; un momento más tarde sus hombres oyeron un débil grito como el de un tordo atrapado y habiendo corrido vieron a Pé de Puyane muerto con un cuchillo del largo de un brazo clavado en la axila donde no lo cubría la coraza. Su hijo mayor, Sebastián, que había huido a Tolosa, fue muerto por Agustín de Lahet, sobrino del ahogado; el otro, Hugo, sobrevivió y tuvo descendencia, porque ido por mar a Inglaterra, permaneció allí recibiendo un feudo de caballero del rey Eduardo. Pero ni él ni sus hijos volvieron jamás a Gascuña. Procedieron sabiamente, porque hubieran encontrado alli a sus matadores.”

Hasta aquí Taine.13

Más allá de la creación romántica, los hechos, tal y como los conocemos hoy, no dejan de resultar además de atractivos, instructivos. Podríamos, como es muy posible que pensaran Xaho y más adelante el mismo Sabino de Arana, establecer un fácil paralelismo en las posiciones de la Baiona del siglo XIV y la Bilbo del XIX, como ciudades enajenadas de su entorno, pero eso sería seguramente demasiado fácil y lineal y la historia no lo es. Lo cierto es que el problema que suministró materia a los autores que venimos citando, es largo y complejo y en ese sentido la explosión durante el gobierno de Pés de Puyanne ya estaba preparada desde tiempo atrás y el desgraciado alcalde solamente acercó la chispa que la detonaría, y eso además ni siquiera actuando exclusivamente per se, sino como juguete de manejos de intereses mucho más serios que su accionar de espada sin cabeza.

En efecto, ¿quién era y a qué intereses respondía Pés de Puyanne?

Sin ser de estirpe vasca, puesto que su origen se encontraba las Landas14, la familia de Puyanne se encontraba arraigada en Baiona por generaciones, a lo largo de las cuales había alcanzado un puesto notable15 dentro de su burguesía comerciante que, según la situación política, conservaba profundas relaciones con Inglaterra, hasta el punto que se los ha calificado como integrantes del partido “marítimo”. A esto se sumaba el goce del favor del poderoso cardenal Guillaume Goudin16, bayonés de nación Sus hechos personales los hemos visto relatados por nuestros autores a lo largo de la historia de los sucesos de Miotz. El condicionante principal dentro del cual se enmarca la acción de Pés es sin duda la Guerra de los Cien Años. En ese marco adquiere otro sentido la impolítica forma de actuar del alcalde, cuando tenemos en cuenta que su valedor, Oliver d’Ingham, quien sería desplazado de su cargo conjuntamente con Arnaud Durfort a raíz del pandemonium desatado por Puyanne, era desde 1.331 senescal de Gascuña por el rey inglés y por lo tanto el encargado de la defensa militar del territorio, defensa muy coartada por su total dependencia de los recursos locales desde el momento en que nada llegaba de las Islas.17 Y precisamente los principales recursos del ducado eran los diversos impuestos sobre el tráfico, en especial el fluvial. De ese modo la atrevida acción de nuestro personaje, además de basarse en el odio, fuera a los vascos, fuera a sus privilegios, cosa con la cual no hacía más que encarnar el pensamiento de la mayor parte de la burguesía bayonesa, tenía motivaciones mucho más serias, enmarcadas en el problema geoestratégico de la corona inglesa en el continente. Es indudable que más de un Puyanne debe haber habido en los mismos espacios y época, más allá del drama de Proudines, ese sí seguramente privativo de la belicosa personalidad del alcalde. Además, Pés de Puyanne jugaba otro papel subordinado dentro de la estrategia del sedicente bailío de Lapurdi de quien tantos malos hechos se narran, Arnaud de Durfort, cuyo padre había sido nombrado tal y vizconde en 1.338 como premio a sus servicios a Inglaterra. El contrafuero de Eduardo III a los lapurtarras y las resistencias que motivara llevaron a la revocación de su cargo por parte de éste en 1.341. Desde ese momento en adelante y hasta su deposición, Durfort llevaría una verdadera guerra de desgaste contra quienes se le oponían, aliado a Pés de Puyanne.18 El mismo nombramiento de este último, otro serio contrafuero cohonestado empero por el rey de Inglaterra en función de los destacados servicios de Puyanne en la marina y abonado con gran número de concesiones al poder de la ciudad para hacerlo así más aceptable19, tampoco serviría para hacerlo más agradable a todo el entorno que debió gobernar. Tras el fracaso de su gestión, se hace inseguro conocer el fin del alcalde bayonés, más allá de la descripción tal vez fantástica de Taine, lo constatable es que aquellos mismos que le habían encumbrado le dejaron de la mano20 y debió huir como su camarada de correrías, Durfort.21 Puyanne, seguramente merced a sus viejos contactos, buscó refugio en Raymond d’Andouins, obispo de Lescar, pero aparentemente murió antes de haberlo obtenido. El odio lapurtarra hacia el apellido se expresó en la firma de las paces con la ciudad, de cuyo tratado quedaban excluídos los parientes directos de Pés de Puyanne.22

En suma, un rimero de muertes y asesinatos favorecidos por la lucha de intereses de dos potencias que de hecho muy poco tenían que ver con la tierra que ensangrentaron en sus pugnas feudales, aprovechando ambas el problema que tan bien exponía Guilbert al decir: “La querella ente Baiona y los Vascos ofrece un interés muy grande; el drama se confunde, sobrecogedor y terrible. Pueblo independiente y valiente, los vascos, como ya hemos dicho, no habían reconocido nunca a Baiona como su capital, como el centro en torno al cual debían ellos agrupar sus simpatías y sus intereses. Del otro lado, los bayoneses siempre habían considerado con rabia las tendencias independientes de estos pueblos...”23

Nihil novum sub solem, como podemos comprobar.

1 Kintana, Xabier: Prólogo a: Xaho, Joseph Augustin, “Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos” Donostia, 2006. p. 17.

2 Loti, Pierre: “Ramuncho”, Buenos Aires, 1.954, p. 46.

3 Hyppolyte Adolphe Taine (Vouziers, dans les Ardennes 1828 - Paris 1893).

4 Edwin “Asa” Dix, en su “Bayonne, the invincible”, tercer capítulo del “A midsummer drive through the Pyrenees”, del año 1890, recuerda y extrae el texto de Taine al respecto, pero hace además ciertas consideraciones finales acordes con su postura espiritual: “Uno se pregunta dónde quedaron las precedentes edades de civilización. ¿Dónde la influencia de Babilonia y Egipto, de Atenas y Roma? Aquí, en el corazón de Europa, cerca de dos mil años después de Sócrates y en el segundo milenio esmaltado por la blanca luz del cristianismo, los hombres seguían siendo como lobos, o aún peores, presas unos de otros y no movidos a éllo por el castigo del hambre sino por la pura ferocidad.” [trad. d. a.] Tal vez nos resulte un poco curioso y quizás hipócrita que un habitante del país que no mucho años atrás se había desangrado en una guerra civil atroz con más de un millón de bajas, midiera con tanta ligereza los hechos de hacía más de medio milenio, pero la costumbre de ver la paja en el ojo ajeno es tan antigua como la humanidad misma.

5 Gustave Flaubert: “Pyrennées & Corse” – (22 Aout – 1er novembre 1840) “Par les champs et par les greves”, [trad. d. a.] Aún cuando Flaubert señale que en su escrito no se permitirá “...más que seis veces por página la palabra pintoresco y una docena de veces la de admirable...”, resulta claro al leer lo que cita sobre el caso de Puyanne,que el instinto romántico supera en él el declamado objetivo estético de no dejarse absorber por las impresiones.

6 Estos cinco caballeros eran los cuñados, Santxo de Lahet y Guillaume-Arnaud III de Saint Pée, y los señores lapurtarras Martin d’Urtubie, G. Arnaud de Sault (Zaldun) y su hijo Auger, bailío de Lapurdi.

7 Utilizamos la traducción de “Martín de Anguiozar” (Ramón Berraondo), sobre la segunda edición de Xaho, publicada por Lespés en Baiona en 1.865. En realidad, Xaho sigue casi ad pedem litterae a Baylac que había editado su “Crónica...” 9 años antes.

8 Con todo esta es una reminiscencia en exceso rankeana para las corrientes actuales que han llegado a dilucidar muy bien la inevitable presencia de lo subjetivo en cualquier investigación científica.

9 Taine, Hyppolyte Adolphe: “Histoire de la littérature anglaise”, Paris, Hachette, 1.864, T. IV, p. 483

10 López Antón, José Javier: “Arturo Campión entre la historia y la cultura”, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, Iruña, 1.998, p 266.

11 Como él mismo nos cuenta, acudió a la biblioteca, que encontraría cerrada, para evitar el aburrimiento. De todas maneras, el reciente bibliotecario y futuro gran historiador de la ciudad le facilitó el acceso al material de la misma y a la historia que tanta impresión hubo de causarle. “La biblioteca se abrió por primera vez el uno de marzo de 1.851. Pero el sabio bibliotecario [M. Genestet de Chairac], que había comenzado la empresa, murió cuatro años más tarde. M. Jules Labat, alcalde de Baiona, le dio un sucesor en la persona de M. Dulaurens, el 5 de diciembre de 1.854. El nuevo archivista y bibliotecario, nacido en Baiona el 29 de noviembre de 1.804. prosiguió su trabajo hasta el momento de su muerte el ocho de febrero de 1.880” (d’Aranatz, J. B.: “Édouard Ducéré”, RIEV, pp. 502/32.

12 Il a un peu moins de trente ans lorsqu’il publie en 1855, à la Librairie de L. Hachette & Cie (rue Sarrazin, n° 14), un Voyage aux Eaux des Pyrénées, en quatorze chapitres (274 pages, in - 12°), illustré de 65 vignettes sur bois (en réalité 64 ! ) gravées par Gustave Doré (1832 - 1883). La première édition de cet ouvrage fait semble-t’il, l’objet de plusieurs tirages. Trois ans plus tard (1858) le texte est remanié et paraît, comme deuxième édition, sous le titre définitif de Voyage aux Pyrénées, en quatre grandes parties : La Côte, La Vallée d’Ossau, La Vallée de Luz, Bagnères et Luchon. (350 pages, in - 12°), sans illustration. Sur plus de soixante-dix ans l’ouvrage est régulièrement réédité par Hachette (22 ème édition en 1930, et même une 23 ème édition, s - d). Enfin en 1860, comme troisième édition, le Voyage aux Pyrénées paraît, cette fois in - 8° (536 pages), avec des illustrations de Gustave Doré : 341 bois (48 à pleine page) dont 335 sont en premier tirage (44 à pleine page), sauf les soixante-quatre de l’édition de 1855. Le livre est en reliure éditeur, demi-chagrin rouge, dos à nerfs, caissons décorés, plats de percaline rouge, tranches dorées. Cette édition in - 8°, connaîtra elle-même plusieurs rééditions.Cette troisième édition a fait l’objet d’un fac-similé Slatkine, en 1973 ; et d’un fac-similé par les Éditions de la Tour, à Lyon, en 1989.

13 Utilizamos en este caso la edición francesa de Taine mencionada en la nota anterior, con traducción nuestra.

14 Según Ducéré (Dictionnaire historique de Bayonne, 2 vols, Bayonne, 1911-1915), siguiendo a Baylac, Pés había nacido en Chalosse. En Baiona, la torre familiar, siguiendo al mismo autor, se levantaba en la esquina de las calles Lagréou y de Gosse, en uno de los más antiguos barrios de la ciudad. Había una alta torre que formaba el cuadrado y que llevó durante mucho tiempo el nombre de torre de Naguile, y que estaba unida a otra más pequeña que se llamaba Poyane. El hotel había sido edificado entre las dos.

15 Namat/Namar de Puyanne figura entre los redactores de las “viejas costumbres” de la ciudad en 1.273.

16 Duceré en su “Histoire de la marine militaire de Bayonne”, Bulletin de la Societé des Sciences et Arts de Bayonne, Baiona, Lamaignére, 1893, aporta interesantes datos sobre las profundas relaciones entre la familia de los Puyanne y la iglesia mediante la intercesión de Goudin.

17 d’Ingham moriría en 1.344.

18 Véase al respecto el artículo de Idoia Estornés Zubizarreta en Ahuñamendi Eusko Entziklopedia, Lapurdi, Historia, Eusko Ikaskuntzaren Euskomedia Fundazioa 2002-2009.

19 En efecto, Pés de Puyanne ya había gozado del cargo en 1.337 y no habiendo pasado 3 años volvía a ser nombrado por los Cien para ejercerlo, pese a la oposición del mismo senescal de Gascuña.

20 “La lucha entre los vascos y los bayoneses fue corta , pero presenta ese arrebato exaltado que caracteriza a ambos pueblos. No era un odio de raza, es decir ese odio que fermenta y no se extingue nunca, era una cólera terrible, un fuego rápido pero destructor. [Este aserto de Morelresulta especialmente interesante] La ejecución del puente de Proudines* le dio un renombre triste que los habitantes de Baiona para quienes él por largo tiempo había sido un héroe, se vieron ellos mismos forzados a silenciar su memoria tan arruinada”. Morel, F.: “Bayonne, vues historiques et descriptives”, Baiona, Lamaignére 1836, pp. 34-5. Con todo, durante las investigaciones llevadas a cabo por la justicia real, los bayoneses fueron lo suficientemente hábiles como para derivar la mayoría de la responsabilidad sobre el aventurero Durfort antes que sobre su propio consejo o el mismo Puyanne.

21 Por lo demás, la posición de Durfort frente a la corona de Francia es algo ambigua,como era común entre muchos de los personajes de la Guerra de Cien Años, ya que por ejemplo, el arrasamiento de su castillo de Pépinès ordenado por el rey francés, nunca se llevó a cabo y solamente el tiempo fue el causante de su destrucción.

22 “El rey inglés ordenó asimismo a Rodolphe de Strafford, su senescal de Gascuña el 7 de abril de 1345, proteger y hacer proteger contra toda injuria y violencia a Géralde, viuda de Pées de Puyanne, antiguo alcalde de Baiona y a sus hijos y restituirlos en la posesión de sus bienes muebles e inmuebles si se hallaban bajo la mano del rey. Pero no caben dudas de que los labortanos intentaron oponerse a tales medidas, porque recién el 22 de septiembre de 1363, más de seis años después de la sentencia pronunciada por el príncipe de Gales es que se les ve aparecer en las actas bayonesas, Miquen de Puyanne, uno de los hijos de Pées, llegó a ser alcalde de la ciudad en 1371 [...] En la sentencia final del príncipe de Gales se obvia toda mención a los hijos de Pées de Puyanne”.(Jaurgain, Jean de: “Les baillis du pays de Labourd”, pp. 117-129, Societé de Sciences, Lettres et Artes de Bayonne, Bulletin Trimestriel Nrs 1 et 2 année 1917, Foltzer, Baiona, 1917)

23 Guilbert, Aristide, e.a.: “Histoire des villes de France”, T. II, Fourne, Paris, 1853, pp. 440-1.

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