José Ignazio Ansorena Miner (Donostia, 1953)
También conocido por los apodos Mixki, Mirri y Píter. Es un txistulari, payaso y showman guipuzcoano.
Nació en una familia aficionada a la música vasca y tuvo como abuelo, padrino y profesor al famoso maestro txistulari Isidro Ansorena. Con él realizó los estudios de txistu y tamboril, entre otras facetas musicales, en el Conservatorio de Donostia.
Consiguió la licenciatura en Filosofía y Letras en el colegio universitario EUTG de la Universidad de Deusto, en San Sebastián, en la rama de Filología Románica. Durante nueve años fue profesor de Lengua, Literatura y Dramatización en el colegio Manuel de Larramendi, de San Sebastián. Es miembro del famoso trío de payasos Txirri, Mirri eta Triribiton.
Es director de la Banda Municipal de Txistularis de San Sebastián. Ex-catedrático de Txistu del Conservatorio de la misma ciudad. Como txistulari y como payaso es autor de diversas obras. Ha sido premiado en varios aspectos de su faceta musical. También ganó el premio de poesía Felipe Arrese-Beitia, en 1982.
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Mikel ASURMENDI
Es el txistulari inquieto y casquivano de la Parte Vieja donostiarra. El Peter Pan vasco que no ha terminado de crecer del todo. Un payaso y músico muy intuitivo. Un pirata que ha participado en multitud de abordajes. Un gamberro serio.
Usted es donostiarra. Pero decir que es donostiarra, ¿es suficiente para explicar su personalidad?
Siempre me he sentido donostiarra y eso no me ha acarreado ninguna dificultad en la vida. Aunque mi padre era de Hernani y nació y se crió en una familia de allí, siendo muy pequeño vino a San Sebastián y aquí ha pasado casi toda su vida. Mi madre nació en San Sebastián, en la misma casa de la Plaza de la Constitución en la que vive y en la que yo también vine al mundo.
Soy donostiarra porque tengo aquí mi nido, porque Donostia me ha ofrecido un entorno agradable y acogedor para vivir y para crecer (aunque haya crecido poco), pero no porque necesite diferenciarme de nadie. Quiero decir que, si hubiera nacido y me hubiera educado en Albacete, como me ha sucedido en San Sebastián, seguramente me habría sentido muy albaceteño. Amo el lugar en el que nací y creo que ello constituye una buena enseñanza para poder amar otros lugares y personas.
Donostia tiene diferentes barrios que confieren su propia personalidad a sus vecinos. Usted es de la Parte Vieja. ¿Qué clase de donostiarra es usted?
Pequeño y corriente. Pero de la Parte Vieja, por supuesto. Hoy en día también, pero, sobre todo, cuando éramos niños, la Parte Vieja era como un pequeño pueblo. Conocíamos hasta las piedras y las piedras también nos conocían a nosotros. La Parte Vieja es un barrio que nos ha dado la oportunidad de vivir desde críos en la calle, el puerto y el Castillo y nos ha permitido conocer de cerca a las personas del barrio. Es un barrio estupendo para jugar, para hacer travesuras (algunas veces eran algo más que eso) y para divertirse, teniendo siempre el mar y el monte a mano. Pero en estos últimos años, además de todo eso, le han sucedido una serie de calamidades por culpa de la irresponsabilidad de las autoridades municipales (¿solo es irresponsabilidad?) y por el ansia de dinero de algunos hosteleros.
Foto: Judith Fernández.
A los donostiarras se les llama casquivanos. ¿Acepta el calificativo?
Es un calificativo bonito, bromista y humorístico. Y se sitúa en un terreno parecido al de las particularidades de los demás pueblos. Además, yo creo que soy bastante casquivano por naturaleza.
El apodo de ñoñostiarra, por contra, ¿qué le sugiere?
Es un tópico de última hora y una tontería de quien se lo inventó. Pone en evidencia la pérdida del instinto cultural vasco. Bilintx no hubiera creado una palabra tan fea.
¿En qué ambiente social se crió y educó usted?
Nuestra familia y las que nos rodeaban eran pobres. Mi padre era contable y trabajaba todo lo que podía: además de su trabajo de ocho horas, llevaba la contabilidad de otras pequeñas empresas. Sin embargo, siempre encontraba tiempo para practicar su principal afición: la música. Era director de coro cuando éramos niños.
Mi madre, además de ama de casa, también era maestra de costureras y hacía cigarros para venderlos a clientes heredados de la amona Generosa. Esta bisabuela Generosa y la abuela Euxebi también vivían en nuestra casa. Y también mi tía Korito y mi tío José Luis, hasta que se fueron a su propia casa. Los vecinos tampoco eran más ricos que nosotros. Algunos bastante más pobres, como por ejemplo los que vivían en los desvanes. Pero aquella era una pobreza con mucha dignidad y alegría. Todas las cuestiones se compartían más fácilmente que ahora. Poco a poco, como la mayoría de la gente de nuestra época, fuimos a mejor en el sentido estándar de la palabra. Se arreglaban las casas, cada cual vivía más en la suya, se compraban televisiones,...
Por otra parte, la mayoría de los que nos rodeaban eran perdedores de la guerra. Mi padre no fue a la guerra por ser demasiado joven, pero la mayoría de sus amigos anduvieron en las Compañías de Trabajadores. Algunos elementos eran de La Situación, y en casa nos enseñaron a diferenciarlos bien: “Cuidado con lo que decís delante de estos”. En ese aspecto nos criamos en un ambiente de mucho miedo y complicidad.
El euskara no se oía más que entre los baserritarras que se ponían a vender debajo de casa. Aunque nuestras abuelas eran totalmente euskaldunes, no hablaban euskara. Mis padres no sabían euskara. En nuestras conversaciones diarias utilizábamos muchas palabras y expresiones euskaldunes (bertan txulo, abiadura...) pero hablábamos en castellano.
¿Cómo fue su educación en el entorno familiar?
La nuestra era una familia buena en todos los sentidos. A mi padre le correspondía ser estricto, siempre en su justa medida. De alguna manera, era el modelo para la vida social. A mi madre le tocaba, sobre todo, la ternura. Sin embargo, ninguno de los dos en exclusiva, cada uno tenía aspectos del otro, en distinta forma y proporción. Teníamos que ser personas de provecho, ese era el objetivo, sin que la idea de provecho tuviera que ver con nuestro bolsillo. Teníamos que ser provechosos para todos.
La familia era religiosa, pero no muy clerical. Aunque un tío mío fuera capuchino y dos tías monjas, los curas y las monjas no tenían un gran ascendiente entre nosotros. La oración y, sobre todo, el espíritu, en cambio, sí. La nuestra no era una comunidad dada a perder el tiempo en largas oraciones, sino más bien de acciones. Y, sobre todo, tenía el firme propósito de perdonar todo y de ayudar a quienes estuvieran en una situación desfavorecida.
Isidro Ansorena Eleizegi, Hernaniarra, fue txistulari y compositor, y su abuelo y padrino. ¿Qué supuso su abuelo en su vida?
Siendo aún un mocoso le veía desde el balcón de casa todos los domingos por la mañana tocando la alborada con el txistu, y también a mediodía y por la tarde, porque se pasaba casi todo el domingo tocando, y cuando yo bajaba a la plaza a jugar, solía ir a darle un beso. Yo era un pequeñajo, me metía entre las piernas de la gente y me acogía a su lado, sonriendo. Me gustaba ir donde él, porque siempre me recibía bien. Aun estando rodeado de gente, cuando yo me acercaba, lo dejaba todo y me daba importancia. ¡Vaya! Era alguien.
Sin embargo, para nosotros, vivía lejos (¡las distancias de los niños!): en la calle Hernani. Las que vivían a diario conmigo eran la abuela Euxebi y la bisabuela Generosa, por parte de madre. Solíamos ir con frecuencia a casa del abuelo Isidro y la abuela Concha, pero normalmente con mi hermano Javi (Jokin es diez años más joven) y con muchos otros primos. Lo nuestro por entonces era jugar, más que cualquier otra cosa. Por lo tanto, no le hacía mucho caso.
De joven fue cuando empecé a tener más relación con Isidro. Por un lado, cada domingo solíamos ir al monte y por la tarde, al volver de la excursión, íbamos a la plaza a bailar. Y, por otro lado, empecé a tocar el txistu. Al principio a escondidas, por mi cuenta, pero un domingo vino Isidro a comer a casa y, después de comer, mi madre me hizo salir a tocar delante de él (totalmente avergonzado). No hizo ninguna valoración, solo pronunció una frase, sonriendo: “Que venga esta semana al Conservatorio a tomar clases conmigo”. Y así fue como empecé a ser su alumno y pupilo musical.
La abuela Generosa, mi hermano Javi y yo.
Su nombre de pila es José Ignacio, pero sus apodos son Piter, Mirri, Mixki... ¿Me puede explicar el origen o la razón de cada uno de estos motes?
Como mi padre se llamaba Ignacio, siguiendo la costumbre de la época, me metieron en la lista de los joseyalgomás (José María, José Luis, José Javier, José Andrés...). Sin embargo, desde pequeño he tenido muchos apodos. Cuando veo las fotos de la infancia me parece que era bastante feucho, pero siempre tuve muchas fans. Mi madre tenía un taller de costureras y las que acudían allí a aprender costura eran todas tías para mi, tenía mucho éxito entre ellas. Me llamaban Garbancito de la Mancha y a mi me gustaba, porque me daban besos (eso no me gustaba tanto porque siempre he odiado el penetrante olor a colonia) y dulces y me hacían regalitos.
El apodo Píter viene por otro lado. Hasta cumplir los trece años, estudié en nuestro barrio. Como todos los niños de familia pobre del barrio, mi hermano mayor y yo fuimos primero a las Escuelas Nacionales del Castillo (en el monte Urgull). Con siete años salíamos de ahí y nuestros caminos se separaban. Los de familias de aquí íbamos al colegio Los Ángeles, que era de la parroquia y lo dirigían los frailes de La Salle. En cambio, los de origen foráneo casi siempre pasaban a la Escuela Nacional del Ensanche, que estaba al lado. En aquellos tiempos había muchos niños y para entrar en la escuela de frailes había que hacer un cursillo por la mañana en agosto, todas las mañanas, así que en vez de corretear por la calle o el puerto, teníamos que ir a la escuela. Mi hermano mayor ya había empezado a estudiar allí y mi padre y mis tíos también eran ex-alumnos de ese colegio. Es decir, que pertenecía a una familia conocida y aceptada. Pero yo hice algunas travesuras y no me aceptaron. Me hicieron sufrir en agosto y, después de eso, a la calle.
Tampoco fueron unas travesuras de otro mundo. A un fraile gordo le llamé “gordo” y le acaricié la barriga, de buena fe. Pero les pareció una falta de respeto, aunque era verdaderamente gordo. Y, sobre todo, no me perdonaron que a un pederasta llamado Hermano Tomás le rompiera la larguísima caña que usaba para zurrar a los niños. A los más habladores nos ponía en primera fila (a mí desde el primer día) y, casi sin moverse de su mesa, este depravado nos sacudía en la cabezota. Yo estaba hasta la coronilla de esa manía de arrearme zurriagazos y, en una ocasión en que estaba a punto de zumbarme, estaba esperándole, le pillé la caña y se la rompí, cris-cras, delante de toda la clase. Eso les debió parecer una rebelión intolerable y expulsaron a Anxorenita antes de empezar.
En consecuencia, tuve que ir a la escuela de Don Eugenio. Le llamaban Don Eugenio mal genio (un chiste fácil, porque era una persona con gran sentido del humor), había sido fraile y era una persona muy especial. Presidente de Schola Cantorum y, por lo tanto, amigo de mi padre, melómano, una persona muy religiosa, pero nada amigo de la hipocresía, muy euskaltzale y abertzale, un pedagogo de mucha intuición y de carácter insurgente. En su escuela, además de aprender, se hacían otro tipo de cosas: ir a Urgull a jugar tan pronto como comenzaba el buen tiempo, tocar la tamborrada en los viejos pupitres, cantar mucho... Mi padre le pidió que me admitiera en su escuela (no era más que un piso) y este le dijo:
—“Todos los restos que nadie quiere me vienen a mi”— y era cierto.
Mi padre le respondió:
—“Dale duro. No tengas miedo de zurrarle, si es necesario”.
Y no tuvo miedo. El primer día, recibí un buen sopapo. Y más adelante los recibiría con cierta asiduidad. Porque aquella era la situación: un estado de guerra permanente. A nosotros nos tocaba hacer el gamberro y a los maestros poner orden. Aprendí mucho en esa escuela especial, en todos los sentidos: a aprovechar bien el tiempo, a hacer amigos, a preparar y perpetrar diabluras de primera especial, a huir cuando convenía y a estudiar cosas importantes sin perder el tiempo en lo accesorio, a veces hasta en los libros. También aprendí muy bien a jugar, porque jugábamos mucho.
Luego empecé en Mundaiz. De la misma forma que en donde Don Eugenio, a diario me llevaba un buen bocadillo para el almuerzo y a los señoritos de Mundaiz les llamaba la atención el tamaño de este, ya que ellos normalmente a esas horas comían sandwichs, bollos de nata y chucherías. A uno se le ocurrió ponerme el apodo Peter PAN, por el tamaño del bocata, claro. Y enseguida, una vez comido el Pan, me quedé con el Píter. Hoy en día todos los de la cuadrilla, los compañeros y mucha gente me llama así. Está bien.
Cuando estuve de profesor en el colegio Larramendi los alumnos también me pusieron bastantes motes. El más gracioso era, tal vez, el de Topito. Yo era bajito y gordito y usaba unas grandes gafas. Un mote bien puesto. Pero enseguida comenzaron a usar mi primer nombre de payaso, Mixki. A mi me pareció bien, a los alumnos también y nos conformamos con eso. Incluso hoy en día, cuando alguien llama a casa y pregunta por Mixki, los hijos ya saben: “Aita, un ex-alumno”. En cambio, nadie me llama Mirri fuera del escenario, excepto algún niño de vez en cuando.
Seguramente me habrán puesto por detrás algún otro apodo, pero habrá sido en voz baja y no lo he oído.
El Mixki de aquellos años.
Es una persona con personalidades diversas, un showman, por decirlo así. ¿Le va bien esa definición?
Bien pequeño tuve la oportunidad de aparecer en un escenario. Mi padre era director de las corales Schola Cantorum y Euskal Bilera, y siendo niños, nosotros íbamos con frecuencia a sus ensayos. Así se produjo mi primera aparición en un escenario. Hacían falta dos niños para figurar en una actuación y por eso nos sacaron, vestidos de caseros, a mi hermano Javi y a mí, cuando solo teníamos cinco y tres años, en el Teatro Victoria Eugenia. No recuerdo recuerdo qué función era, pero sí que en el mismo espectáculo bailaban Sorgin dantza (baile de las brujas) y que estaba asustadísimo. Ignoro si esta temprana actuación me marcó, ya que mi hermano Javi nunca ha hecho nada de teatro.
Todo eso de actuar y aparecer en televisión nos llegó casi por sorpresa. Por eso no nos sentimos actores, en sentido estricto, como se pueden sentir otros. Por mi carácter revoltoso me ha tocado responder en distintos campos y en determinadas ocasiones y he intentado hacerlo lo mejor posible.
Después de grabar durante cuatro años el programa Don Don Kilikon en Euskal Telebista, decidimos dejar ese mundo, porque estábamos cansados. Y para despedirnos de todos los amigos, después de la última grabación, preparamos una fiesta en el mismo local de reunión de Miramon, una especie de show. Cuando vio eso Mikel Lejarza, que posteriormente llegaría a ser uno de los gurús de la televisión en España, nos rogó que preparáramos un show para Euskal Telebista. Tras varias negativas, por su insistencia, aceptamos y realizamos el programa Funtzioa. Tenemos un gran recuerdo de él. No creo que posteriormente se haya hecho nada parecido, ni de cerca, en Euskal Telebista, lo digo con toda claridad, aunque a alguien le parezca arrogancia. Después de ese programa nos ha tocado muchas veces hacer shows. Pero no diría que somos showmen, sino unos gamberros desvergonzados.
¿De dónde le viene lo de ser txistulari?
Llegué a ser txistulari profesional de pura casualidad. Como era muy salsero, empecé a tocar el txistu y mi abuelo me invitó a su escuela. Para entonces había empezado en el grupo Kresala, de reciente creación, como dantzari. Al pasar el tiempo y como para nuestras actuaciones hacía falta un txistulari y yo estaba ahí, me correspondía a mi tocar. Con las clases del abuelo fui mejorando y, cuando él se retiró, en el Conservatorio se dio una situación muy liosa y su sucesor también lo dejó. Entonces, a la fuerza y junto con otros amigos txistularis, tuvimos que hacer frente a la situación del Conservatorio y, de rebote, después de un largo proceso, terminé como catedrático. Mi padre no nos decía otra cosa en casa: “Si queréis dedicaros a la música, hacedlo como aficionados, pero no seáis profesionales de la música”. Eso era porque él había visto y sufrido muchas miserias a cuenta de los músicos profesionales. La vida me llevó a no obedecerle.
Trabaja o ha trabajado en el Grupo de Txistularis de Donostia y en el Conservatorio de Música. ¿Puede concretar un poco en qué consiste su trabajo y la labor de estas dos instituciones?
A la cátedra hace tiempo que renuncié. Dejé el Conservatorio y ya casi no tengo ninguna relación con él. Sé que han tenido muchos problemas, pero, por desconocimiento, no me atrevo a hablar de ellos. En estos últimos quince años me he dedicado de lleno a la dirección del Grupo de Txistularis de Donostia. Y creo que disfrutamos de buena salud. Nuestro terreno no es la música comercial, no somos ni Berri Txarrak ni La Oreja de Van Gogh. Pero, aunque no aparezca en la radio, la televisión y los medios de comunicación, existe vida musical aparte del top manta, de los 40 principales y demás. Hay mucha gente sencilla en el mundo que disfruta con nuestra música. Y no me parece que eso vaya a acabar pronto.
Nosotros trabajamos en distintos terrenos. Por un lado, cada domingo tocamos la alborada por las calles del centro de Donostia. A veces vamos a otros barrios, en fiestas y con otros motivos, pero habitualmente solemos tocar por la zona centro. Es una actuación con muy buena acogida.
Los domingos a mediodía interpretamos un concierto en la Plaza de la Constitución. Es un concierto de ambiente callejero, pero con buen nivel y el público acude con agrado. Lo notamos en las caras del público y en los aplausos. Los niños suelen andar dando vueltas y saltos a nuestro alrededor. Esto nos proporciona una alegría especial, porque la vitalidad de los niños salta hasta nosotros.
En días señalados solemos ofrecer conciertos extraordinarios, sobre villancicos navideños, bailes de carnaval o con cualquier otro motivo. También organizamos romerías, para hacer bailar a la gente. Un verdadero placer.
El grupo también cumple sus obligaciones heráldicas, es decir, en actos ceremoniales o protocolarios, siguiendo una tradición que viene de antiguo, nos corresponde la tarea de ambientarlos con música. En nuestro pueblo esa tarea nos ha acarreado muchos problemas, porque cualquier majadero ignorante cree que puede decir o hacer lo que le venga en gana siempre que sea en nombre de la política salvadora del pueblo. Sin embargo, sabemos que en la vida popular este aspecto es muy importante y lo cuidamos bien. Con frecuencia, en contra de la voluntad de algunas autoridades municipales.
Además, también estamos al servicio de los diversos Patronatos Municipales. Colaboramos con casi todos: Movilidad, Euskara, Cultura, Fiestas, Zorroaga... Uno organiza un concurso, en la residencia de ancianos de Zorroaga tienen una fiesta,... en cualquier momento y lugar se puede ver y oír a los txistularis de San Sebastián interpretando su música.
Desde el punto de vista más estrictamente musical, también damos otro tipo conciertos, concretamente música de cámara. Actuamos en colaboración con muchos coros de Donostia, también salimos contratados a otras localidades,...
Asimismo solemos colaborar con otras muchas asociaciones y organizaciones: Kantu Jira, fútbol playero, Dantzarien Biltzarra, Federación de Casas Regionales, muchas asociaciones culturales y gastronómicas... Verdaderamente, los txistularis de Donostia trabajamos mucho, pero casi siempre a gusto.
Foto: Diario de Noticias. Iban Aguinaga.
¿Cuál es la actual situación del txistu? ¿Y de los txistularis? ¿Y la suya propia?
Desde el punto de vista musical, los miembros de nuestro grupo son músicos titulados. Txistularis que han completado sus estudios musicales, profesores de la Escuela de Música, que también manejan otros instrumentos (teclado, bajo eléctrico, trompeta, percusión...) y lo cual permite al grupo tener una estructura muy versátil. En ocasiones interpretamos a la manera de los txistularis tradicionales, pero en otras nos convertimos en una orquesta popular y podemos acompañar a cualquier instrumentista, grupo de danzas o cantante. En nuestro repertorio asimismo conviven músicas innovadoras con melodías muy antiguas.
Nuestra actividad exige mucho trabajo, pero ofrece muchas alegrías. Hay que entregarse a ella. Pero también recompensa artística y humanamente.
Un conocido cacique de la música de San Sebastián preguntó una vez a mi abuelo Isidro:
—“Isidro, usted con el sentido musical que tiene y sus dotes, ¿cómo no se ha dedicado al violín o al clarinete? ¡Qué pena haber desperdiciado así sus posibilidades!”—Isidro no le respondió en ese mismo momento. Pero unos días después, cuando se topó otra vez con el estúpido cacique, le dijo lo siguiente:
— “Comenté con mis compañeros de la banda lo que me dijo usted el día pasado”.
— “¿Y qué le respondieron?”
— “Me contestaron: ¿quién es el majadero que te ha dicho eso?”
Yo también podría decir lo mismo. Nunca me he arrepentido de ser txistulari.
¿De dónde le viene lo de ser payaso? ¿Qué ha supuesto la experiencia de Txirri, Mirri eta Txiribiton en su vida?
De la misma forma que txistulari, la vida también me ha hecho payaso. Nosotros, en nuestra juventud, estábamos comprometidos en la Sociedad Kresala con tareas de promoción del euskara, y una de esas tareas era la de organizar festivales: teatros, concursos, juegos, chocolatadas... de todo para promocionar el ambiente euskaldun, ya que, hacia 1970, San Sebastián en ese ámbito parecía un desierto. En ese contexto surgió la idea de crear un grupo de payasos. A Xabier lo elegimos para el papel de listo, seguramente porque era el más elegante. A mí, como era pequeño, torpe y travieso, me tocó ser el primer tonto. Y a Andoni Ezeiza, Pottoki, que era gordito y tranquilo, lo pusimos como segundo tonto. Inmediatamente tuvimos mucho éxito, nos comenzaron a llamar de diferentes lugares y así fue como pasamos trece años con el grupo Kixki, Mixki eta Kaxkamelon. En todos esos años no nos llevamos ni un céntimo al bolsillo. Gratis et amore, cobrábamos lo justo para pagar los gastos. Y, si sobraba algo, lo entregábamos a las necesidades del mundo del euskara de aquella época.
El grupo Txirri, Mirri eta Txiribiton cumplió el año pasado 25 años en Euskal Telebista. ¿Qué balance hace del trabajo realizado en ese medio?
Después de trece años, cuando estábamos en crisis, vino la oferta de Euskal Telebista, ya que por aquel entonces no había ningún otro grupo de payasos. Eso, por un lado, agravó la crisis, y por otro, nos hizo renovar el grupo, ya que Andoni Ezeiza lo dejó y empezó Txema Vitoria con nosotros. Entonces nacieron Txirri, Mirri eta Txiribiton. Para nosotros ha supuesto una experiencia inigualable. Hemos sido colaboradores de primera línea durante muchos años en ese importante proyecto de la cultura vasca que es la televisión en euskara. Lo hemos vivido con intensidad y me atrevería a decir que nuestra creatividad ha tenido cierta influencia en ella. Empezamos con el programa de payasos, pero también hemos hecho muchos otros: Funtzioa, Balinda, Txiskola, Sikofonia... Tenemos nuestro huequecito en la historia de Euskal Telebista.
Trabajar en la televisión vasca también nos ha situado en algunos momentos en el centro del revoltijo conflictivo de este país. Que si éramos del PNV y por eso estábamos ahí, que si éramos unos enchufados... Algunos se han aprovechado bien de esa mentira para atacarnos. Otros no nos han perdonado tener la lengua suelta. ¡Allá cuidados! El hecho de ser payaso te permite mirar todo eso con humor y desde la distancia. Comienzas haciendo el payaso y finalmente te conviertes en payaso. En pocas palabras, ser payaso es una actividad peligrosa. Porque el payaso es rebelde por naturaleza: es revolucionario contra la fanfarronería, burlón frente al revolucionario dogmático, provocador ante el burlón sin miramientos y, sobre todo, azuzador de los poderosos. El payasismo es una droga dura. Y nosotros ya estamos enganchados.
Ahora nuestros hijos también andan por los pueblos actuando. Dicen que son nuestras fotocopias. Si siguen, algún día ellos serán Txirri, Mirri eta Txiribiton (quitando el junior que utilizan ahora) y nosotros pasaremos a ser senior. Es ley de vida. Sin embargo, todavía les falta. Los años acarrean achaques, pero también experiencia. Y nuestros años no han sido en balde.
No sé si el payasismo tendrá futuro entre nosotros. Veo por ahí a muchos hacer el imbécil vestidos de payaso. Pero también hay payasos de categoría entre nosotros. No debemos perder la esperanza.
Foto: Judith Fernández.
Usted conoce, de una u otra manera, el mundo actual de los medios de comunicación. ¿Qué opinión le merecen, en general?
Por desgracia, la mayoría de los medios estándar actuales (periódicos, televisiones, radios...) no son más que la voz de su amo, siervos de los poderosos. La libertad de expresión siempre ha tenido que buscar en ellos pequeños resquicios para colarse y que reluzcan sus rayos. Siempre ha costado encontrar esos resquicios y, cuando se han encontrado, han resultado muy estrechos. Los espíritus libres están acostumbrados y curtidos en esa lucha, ya que nunca ha sido fácil moverse entre quienes tienen hambre de poder. Y más aún últimamente, que estamos en una época de conformismo social apático. Sin embargo, cada vez están cobrando más fuerza los nuevos medios de comunicación, para los cuales aún no han encontrado forma de ejercer el control: blogs, pequeñas revistas que se publican por Internet...
¿Qué es para usted la comunicación?
Comunicarse es, tal vez, una de las tareas más difíciles que tenemos las personas. Comunicar algo a los demás, sea un contenido intelectual, sentimental o emocional... es una tarea compleja. De entrada, comunicarse cada cual consigo mismo, no es una tarea sencilla. Yo mismo suelo encontrar en mi interior mil voces contrapuestas ante cualquier problema. Me sacuden por todas partes las ideas, ocurrencias y sentimientos que me sobrevienen. Con frecuencia me resulta imposible salir del todo de esa confusión. Suelo encontrar el camino pensando y, sobre todo, intentando buscar el equilibrio entre pensamientos y sentimientos. Así es como veo algo de luz para aclararme de por dónde va la cuestión. Casi nunca con total seguridad, pero finalmente suelo intuir la senda que tengo que tomar. Seguir a partir de ahí, sin miedo pero con cuidado, suele ser la forma de tener algo parecido a una prueba de que la primera intuición era correcta.
Llegado a este punto, resulta totalmente imposible explicar a los demás toda esa complejidad. Por lo menos para mi. Intento explicar cuáles son los puntos de partida de mis preocupaciones y los torbellinos en los que me sumerjo. Pero siempre me queda la sensación de que he creado un gran lío y la amargura de comprobar que no he conseguido que nadie entienda casi nada, Espero, al menos, que en mis actos comunicativos los oyentes, los espectadores o los lectores perciban la invitación de un honrado intento. No me da para ofrecer nada más.
Creo que en la comunicación directa es donde más hábilmente me muevo. Delante de la gente, dirigiendo mi actuación a su vista y con la ayuda de todo mi cuerpo, me parece que mis mensajes son más creíbles. Con la voz solo no me desenvuelvo tan bien, ya que tengo una voz baja y torpe. Y por escrito, tal vez, aún peor, ya que no tengo la suficiente destreza como para servir convenientemente en el plato literario lo que se cuece en el puchero de mi cabeza. Cuando escribo algo, muchas veces se lo paso a mis hijos y les pregunto: “¿Se entiende?” Ellos normalmente me dicen que sí, pero me queda la sensación de que lo dicen por compasión hacia mí o para quitarse de encima ese pelmazo de padre que les ha tocado sufrir.
“Soy de la parte vieja, por supuesto. Hoy en día también, pero, sobre todo, cuando éramos niños, la Parte Vieja era como un pequeño pueblo. Conocíamos hasta las piedras y las piedras también nos conocían a nosotros”. “El euskara no se oía más que entre los baserritarras que se ponían a vender debajo de casa. Aunque nuestras abuelas eran totalmente euskaldunes, no hablaban euskara. Mis padres no sabían euskara. En nuestras conversaciones diarias utilizábamos muchas palabras y expresiones euskaldunes (bertan txuko, abiadura...) pero hablábamos en castellano”. “Un domingo vino mi abuelo Isidro a comer a casa y, después de comer, mi madre me hizo salir a tocar delante de él (totalmente avergonzado). No hizo ninguna valoración, solo pronunció una frase, sonriendo: ‘Que venga esta semana al Conservatorio a tomar clases conmigo’. Y así fue como empecé a ser su alumno y pupilo musical”. “Trabajar en la televisión nos ha situado en el punto de mira de la situación de este país. Que si éramos del PNV y por eso estábamos ahí, que si éramos unos enchufados... Algunos bien que han aprovechado esa mentira para ir contra nosotros. Y otros no nos perdonan el tener la lengua suelta. ¡Allá cuidados!”. “Cada vez están cobrando más fuerza los nuevos medios de comunicación, para los cuales aún no han encontrado la forma de controlarlos: blogs, pequeñas revistas que se publican por Internet...”. |
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