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Juan Iturrioz, la veta artística que no termina

Fabio Javier ECHARRI

1. De Irun y Kamenka a la pampa argentina

Saturnino Iturrioz nació en Irun, Gipuzkoa, Euskadi, en 1883. Fue hijo de Antonio Iturrioz Lecuona (1853-1919) y Feliza Arróspide Estomba (1856-1924), y hermano de Juana (1887-1966), María (1897-1977) y Luisa (1900-1983).

Irun se ubica en el extremo Este de la provincia de Gipuzkoa, a unos 23 kilómetros de su capital, Donostia-San Sebastián, y en el límite con la frontera de Francia, separada por el río Bidasoa de la localidad de Hendaia. Existen versiones sobre la presencia aquí de fenicios y cartagineses, pero los testimonios arqueológicos revelan en forma fehaciente la presencia romana en el poblado. Hasta el 1200 perteneció al Reino de Navarra, pero luego fue incorporado a Castilla. Se documenta que en 1203, el rey Alfonso VIII otorga la Carta Puebla a Fuenterrabía, de la cual se independiza en 1766 por Real Cédula del rey Carlos III. Su estratégica posición hizo que en muchas oportunidades la ciudad fuera atacada y sus habitantes debieran defenderla, siendo partícipe de muchos combates a lo largo de su historia.

El padre de Juan, Saturnino, vino a Argentina a los 18 años, al principiar el siglo XX, y directamente al entonces Territorio Nacional de La Pampa. Más precisamente, a la estancia ‘La Delia’, de la cual fue llamado por unos paisanos que trabajaban allí y necesitaban gente para distintas tareas rurales. Entre otras cosas, se criaban animales vacunos para producción de carne y leche, de tal forma que él se desempeñó en la cremería, de la cual fue el encargado. Sin embargo, su verdadero oficio fue el de carpintero y herrero, tal como lo fuera su padre Antonio, así que además de la cremería debía ocuparse en la estancia del cuidado y reparación de la maquinaria y elementos de labranza. Y luego, cuando por razones laborales debía trasladarse a otro pueblo, ponía su taller para sumar otro ingreso a la economía familiar.

Después, cuando las líneas férreas se extendían de sur a norte y de este a oeste del país, Saturnino tuvo la oportunidad de trabajar en la construcción de galpones, de tal forma que viajó por distintos pueblos de la región pampeana. En uno de estos viajes conoció a quién sería su esposa: Amalia Bayer Froschauer, y se casaron en 1924.

Juan Iturrioz con dos de sus hermanos en Rolón, La Pampa

Juan Iturrioz con dos de sus hermanos en Rolón, La Pampa.

Amalia nació el 29 de diciembre de 1896 en Kamenka, una comunidad de alemanes del Volga situada a unos 700 kilómetros al sur de Moscú. Estos alemanes comenzaron a llegar a esta región de Rusia en 1764, en un plan colonizador de la región emprendido por la zarina Catalina II, quién les otorgó ciertos beneficios y privilegios, como el respeto de su lengua, religión, costumbres, exención del servicio militar, etc. En un siglo muchos se habían convertido en grandes terratenientes y el progreso era constante en sus ciudades. Sin embargo, a fines del siglo XIX se les quitaron muchos de sus privilegios, y comenzó la emigración hacia Estados Unidos, Canadá, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina. Quienes se quedaron allí, sufrirían persecución y prisión durante la etapa soviética.

Amalia, junto con sus padres —José Bayer y Ana Froschauer— y hermanas, lograron llegar a Hamburgo, Alemania, y se embarcaron rumbo a Buenos Aires en 1906. Primero vino su padre y se instaló en Coronel Suárez y trabajó en tareas rurales. Luego vinieron su esposa y las tres hijas.

2. Juan Iturrioz. De La Pampa a Resistencia

Del matrimonio Saturnino Iturrioz y Amelia Bayer nacieron cinco hijos. Y todos en diferentes pueblos en razón del trabajo itinerante del padre: María Felisa, llamada Mafely, en Villa Masa —Buenos Aires—, José Antonio —Cacho— en Tres Arroyos —Buenos Aires—, Juan —Tito— y Lucas —fallecido al nacer— en Rolón —La Pampa—, y Héctor Fermín —Lucho— en Rivera —La Pampa—.

Juan Iturrioz nació el 27 de marzo de 1929 en la localidad de Rolón, ubicada a unos 150 kilómetros al sudoeste de Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, Argentina.

Comenzó sus estudios primarios en su pueblo natal, Rolón. Allí hizo los dos primeros años, y guarda gratos recuerdos de su paso por allí. Pero la vida, viajando de pueblo en pueblo, se complicaba para una familia numerosa y con pequeños, de tal forma que decidieron probar suerte en la ciudad de Buenos Aires, porque además era necesario que los niños estudiaran. Vivieron en el barrio porteño de Palermo.

La madre se preocupaba porque los hijos aprendieran la doctrina cristiana, por ello los enviaron a al colegio San Carlos en Almagro donde aprendían carpintería. El secundario lo hicieron en un politécnico llamado ‘Norberto Piñeiro’, por la noche, en el cual se formaban en dibujo y pintura, y les permitía trabajar durante del día.

Juan terminó el secundario en el Colegio Nacional Sarmiento, y luego ingresó en la Facultad de Arquitectura, trabajando para mantenerse, ayudar a la familia y pagar sus estudios.

Dada su formación cristiana, formó parte de la agrupación Acción Católica. Un día, en la parroquia Sagrada Eucaristía de Palermo, enfrente de Plaza Italia, conoció a quién sería su esposa: Nélida Beatriz Sosio, hija de un matrimonio de inmigrantes italianos.

Se casaron el 6 de febrero de 1960, sin que Juan terminara sus estudios universitarios. Tuvieron dos hijos: Ignacio —1960—, y Martín —1964—.

Juan con su esposa Nelly el día de su casamiento

Juan con su esposa Nelly el día de su casamiento.

Luego de recibirse de arquitecto, Juan ingresó a trabajar al Banco Hipotecario Nacional, donde hizo carrera y llegó al cargo de Asesor Técnico. Le ofrecieron mejores posibilidades laborales dentro de la institución en el interior del país, y sus alternativas eran Resistencia, Mar del Plata y Mendoza. Optaron por la primera, ciudad que él conocía de algún viaje anterior y le había gustado. Fue así que, junto con su mujer y sus hijos, vino a vivir a esta ciudad en Mayo de 1968.
Se le presentó la posibilidad de ser docente en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Nordeste. Trabajó primero en el Departamento de Planeamiento Urbano, y luego llegó a ser Profesor Titular de la cátedra de ‘Organización y Práctica profesional’, que se relacionaba con su desempeño en el banco y tenía experiencia. También fue profesor de Historia del Arte en la Academia de Bellas Artes de la ciudad de Resistencia.

Sobre su vida aquí, él dice: ‘Yo siempre me pregunto qué hago acá en Chaco, y cómo vine a parar acá, pero con el tiempo uno va encontrando las respuestas. Estamos inmensamente felices de haber venido, a pesar del calor, de los mosquitos... A veces nos preguntamos qué hubiera sido de nosotros si nos hubiéramos quedado en Buenos Aires, pero en este momento es muy jodido vivir en Buenos Aires. Creo que es el destino’.

Su personalidad es la característica de un vasco. Y para resumirla, no encontramos mejores palabras que las expresadas por Roberto Termine, su amigo de juventud, poco antes de fallecer en 2005: ‘...es de espíritu práctico, cuidadoso de su tiempo y del de los demás. Simplificador. Voluntarioso. Pocas palabras para expresarse, breve en su locución. Además, un toque de timidez en su persona que lo acompañaba. Tal vez decaído en algún momento. Todo esto, tenía como contrapartida un declarado coraje para enfrentar la vida.’

3. El camino del arte

Desde niño su vida estuvo ligada al mundo artístico. Viviendo en Buenos Aires, trabajó de decorador en la tienda Harrod’s, y allí tuvo la oportunidad de contactarse con artistas argentinos de renombre, tales como Raúl Soldi y Luis Martignoni, entre otros.

El ser arquitecto lo vincula implícitamente a la creación, que se vería incentivada con viajes a Europa y Estados Unidos y la visita a los museos y galerías para ver las más grandes obras de arte de la humanidad. Sin embargo, su trabajo cotidiano le impidió dedicarse de lleno a la pintura, algo que siempre soñó lograr. Aquí, en Resistencia, también ejerció.

Juan Iturrioz, su esposa  Nelly y sus hijos Ignacio y Martín en Bariloche, a principios de la década de  1970

Juan Iturrioz, su esposa Nelly y sus hijos Ignacio y Martín en Bariloche, a principios de la década de 1970.

Su mujer, Nelly, que había comenzado su actividad como titiritera en 1954 en Buenos Aires, continuó aquí con el Teatro de Títeres ‘Tibi’, que luego se convertiría en el Museo de Títeres, y que involucraría a toda la familia. Sus hijos Martín e Ignacio, su nuera Judith, y sus nietas Macarena y Candelaria, serían continuadores de esta actividad artística. Y de la cual Juan participaría en forma activa, colaborando con la escenografía de las obras, diseño de puesta y exhibición, organización de funciones, etc.

Sin embargo, cuando se jubiló en el Banco Hipotecario, se le presentó la oportunidad que verdaderamente él siempre estuvo esperando. Él nos cuenta: ‘...yo veía en mi barrio a los jubilados yendo al almacén con sus esposas, cargando las bolsas de las compras y esas cosas. Entonces pensé que si ese era mi futuro, yo me moría. Algo tenía que hacer; algo distinto. En casa mi mujer y mi hijo tenían los títeres, daban funciones... pero a mí no me dejaban tocarlos porque decían que no tenía talento para eso. No me iba a quedar sólo para atender el teléfono y cobrar la entrada’. Entonces, a principios de la década de 1990 comenzó a estudiar —y lo haría por varios años—, en el Taller de Artes Visuales de la Universidad Nacional del Nordeste, con maestros locales como Susana Geraldi, Oscar Sánchez, Eddi Torre y Rodolfo Schenone.

Su primera exposición, titulada ‘Motivos vascos’, la llevó a cabo en diciembre de 1996 en el Centro Cultural ‘Leopoldo Marechal’ de la ciudad de Resistencia, en coincidencia con la creación del Centro Vasco del Chaco ‘Kotoiaren Lurra’. A partir de entonces, sus muestras pictóricas se sucederían en forma ininterrumpida, y serían tanto individuales como colectivas, y en distintas ciudades y provincias argentinas —Corrientes, Buenos Aires, Bariloche, La Pampa, Santa Fe—. Pero también fueron apreciadas en el exterior: Porto Alegre, Brasil —2002 y 2005—, y en París, Francia —2004—.

Incursionó en el óleo y la acuarela, y finalmente se inclinó por esta última. Él nos dice: ‘Vendo mis obras... no me voy a hacer rico pero las vendo. Y la mayor satisfacción es saber que lo que hago, le gusta a la gente’.

Juan siguió día a día su derrotero creativo. En los últimos años, cada vez que inauguraba una exposición, él decía que era la última. Pero no lo era... él volvía. Encontraba una nueva veta, la estudiaba y se sumergía en ella. La trabajaba y luego la exhibía. Y la gente estaba allí, para verla. Siguió ese camino mientras pudo, hasta que su corazón lo llevó a pintar otros paisajes el 6 de enero de 2017. Y lo siguió con la misma fuerza que tuvo su padre para dejar su Irun natal y adentrarse en la pampa argentina. Con la misma fuerza que tuvo su madre para dejar Rusia en la búsqueda de nuevos horizontes.

Ellos, Saturnino y Amelia, tenían que hacer lo que hicieron. Para unir en Juan la sangre vasca con la alemana del Volga.

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