Fabio Javier ECHARRI
Escrito basado en entrevista personal.
Ángeles de Dios Altuna nació en Comodoro Rivadavia, provincia del Chubut, el 24 de marzo de 1938. Esta ciudad, que se ubica en el extremo sudoeste de la provincia, en plena Patagonia argentina sobre el océano Atlántico, ya contaba con pobladores galeses a fines del siglo XIX, pero fue luego del descubrimiento de petróleo en la región, ocurrido en 1907, cuando se convirtió en un centro de producción nacional, incrementando su actividad industrial y su población como consecuencia de ello.
Su padre, Pedro Alonso de Dios López, nació en 1908 en Lucainena de las Torres, un poblado de origen árabe de la provincia de Almería, sur de España. Vino a la Argentina en 1920 junto con sus padres, Pedro Alonso de Dios Marcos y María de los Ángeles López García —y su única hermana— María de los Ángeles, en búsqueda de trabajo y mejores perspectivas para sus vidas. Tenía entonces apenas 12 años, pero tuvo que mentir en cuanto a la edad y sumarse otros dos, para poder trabajar. Estuvieron unos años en Buenos Aires pero la suerte les fue esquiva: allí murió su madre a los 40 años, y su padre tenía dificultades para trabajar por serios problemas pulmonares, producto de años de desempeño laboral en minas de hierro.
Manuel Altuna con su esposa Manuela Echeverría y sus hijos.
Luego se les presentó la oportunidad de viajar a Comodoro Rivadavia, donde se empleaba gente en la industria petrolera. Y fue aquí, en esta ciudad, donde Alonso conoció a quien sería su esposa: Catalina Altuna. Se casaron en 1937 y al año siguiente nació Ángeles, pero lamentablemente tres años más tarde se separaron, quedando la niña al cuidado de su padre que decidió volver a vivir a Buenos Aires.
Fueron tiempos difíciles para un hombre solo al cuidado de una hija, con jornadas laborales en Yacimientos Petrolíferos Fiscales que le demandaban todo el día. Estuvieron allí hasta que la niña terminó el primer grado. Entonces pidió un traslado a la ciudad de Santa Fe, y Ángeles continuó sus estudios en el colegio ‘Sagrado Corazón de Jesús’ de esa ciudad, en el cual estuvo pupila durante un año. Esta nueva separación familiar le ocasiono problemas de salud y un difícil proceso de adaptación, por lo que su padre decidió retirarla del colegio. Finalizó los estudios primarios en la Escuela Nº 12 ‘Luis Pasteur’ de dicha ciudad. Él volvió a casarse, y de este nuevo matrimonio nació su hijo Oscar Mario, con quien Ángeles se crió y a quién le tuvo un enorme afecto.
Cursó el secundario en el Colegio ‘San José’ de las Hermanas Adoratrices, del cual egresó con el título de maestra normal nacional en 1955. De inmediato comenzó a trabajar, cubriendo distintas suplencias y escuelas primarias de la ciudad de Santa Fe. Simultáneamente estudio servicio social y se recibió de asistente social en diciembre 1959. Esta profesión cambiaría, sin dudas, el rumbo de su vida.
Llegó a la ciudad de Resistencia en febrero de 1960, enterada de la ejecución de un programa que demandaba asistentes sociales. Se trataba del Programa Integral de Salud ejecutado por el gobierno provincial, el nacional y la Organización Mundial de la Salud. Se presentó en el Ministerio de Salud Pública del Chaco, y luego de entrevistarse con sus autoridades, fue designada de inmediato. Sin embargo, tenía la idea de que este trabajo y esta provincia, serían temporarios.
Más adelante concursó para trabajar como Promotora del Hogar Rural, en un programa que ejecutaba el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria —INTA—, porque vio la oportunidad de ingresar en una institución nacional que le permitiría trasladarse a diferentes destinos del país. Pero ocurrió lo inesperado: se puso de novia con Ernesto Antonio Martina y en 1962, se casaron. Un año más tarde nació su primera hija, María de los Ángeles, luego Pablo Ernesto en 1964, y finalmente Inés Gabriela en 1969. Su vida y derrotero ya estará para siempre ligados a esta provincia del Norte argentino.
Aquí también trabajó como voluntaria en un programa del Servicio Social Internacional de Naciones Unidas, que se ocupaba de localizar personas perdidas y desplazadas por las guerras. Esta actividad, iniciada desde sus tiempos de estudiante de servicio social en Santa Fe, la continuó en el Chaco durante más de diez años. Le demandaba muchas horas de trabajo, salidas de casa, etc., pero cuando había logros, el esfuerzo era gratificante.
Su trabajo en Salud Púbica de la provincia del Chaco se vio interrumpido porque renunció: no quiso aceptar presiones de sus superiores en entregas de alimentos y elementos varios a gente que no correspondía y por razones políticas más que humanitarias. Sin embargo, conseguir un nuevo trabajo no le fue difícil: ingresó a los pocos meses al Poder Judicial a donde le fue encomendada la organización de la Oficina del Servicio Social, haciendo carrera en la institución, ocupando el cargo de supervisora y jubilándose en el mismo.
En 1980 se desempeñó durante un año, en el Programa de Refugiados Indochinos del ACNUR de Naciones Unidas, en oportunidad del asentamiento de laosianos y camboyanos en las provincias del Chaco, Misiones, San Juan, Entre Ríos y Santa Fe, y a cuyo cargo estuvieron las familias refugiadas. Regresó al Poder Judicial porque este trabajo le requería mucha dedicación y la alejaba de la familia. A los 40 años ingresó a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNNE donde se graduó como procuradora nacional.
Ángeles, mientras trabajaba en su profesión de asistente social, se convirtió en investigadora y escritora. Publicó ‘Vascos en el Chaco. Historias de Vida’; ‘Mujeres Inmigrantes. Historias de Vida’; ‘Mario Chapo Bortagaray. Un visionario de la medicina’; ‘Andrea Moch. Andanzas de una artista’; ‘Juan Ramón Lestani. Periodista. Crónicas de Estampa Chaqueña (1930-1940)’; ‘Nélida Sosio de Iturrioz. Vida y arte de una titiritera’; ‘Carmen de Burgos Seguí. Réplica a sus Impresiones de la Argentina’, recientemente editado por la Universidad de Almería, España.
Sus trabajos de investigación histórica alcanzaron, primero, renombre y reconocimiento local, obteniendo el Premio Provincia del Chaco ‘Ramón de las Mercedes Tissera’ en 2002, y luego tuvo relevancia internacional, siendo merecedora del premio ‘Andrés de Irujo’ del Gobierno Vasco en 2003 por su obra ‘Santiago Ibarra. Historia de un inmigrante. Euskal etorkin baten historia’, y la Mención Especial al Premio Regional de la Secretaria de Cultura de la Nación en 2006 por ‘Vascos en el Chaco. Historias de Vida’. En virtud de ello, fue incorporada a la Junta de Estudios Históricos del Chaco como Miembro de Número en 2007, ocupando en esta institución el cargo de Secretaria durante varios años. Es también, colaboradora de medios periodísticos y revistas de investigación locales e internacionales, tales como revista de la Fundación Sancho el Sabio de Vitoria-Gasteiz, Euskonews del País Vasco, Enciclopedia Bernardo Estornés Lasa y en la Sociedad de Estudios Vascos de San Sebastián, Diario Norte de Resistencia y Revista Criterio de Buenos Aires.
Su último galardón se lo dio la Universidad de Almería, al editar la obra antes mencionada ‘Carmen de Burgos Seguí. Réplica a sus Impresiones de Argentina’, un libro que aborda distintos temas que hacen a la historia de nuestro país —entre ellos la inmigración española—, y constituye una discrepancia en torno al Centenario respecto de la visión expresada por escritores y periodistas visitantes en esos años. Ella considera que este trabajo es un verdadero homenaje que hizo a su padre y abuelos andaluces, que fueron parte de una importante inmigración que desde allí buscó como destino este país sudamericano.
Ángeles y sus padres: Pedro Alonso de Dios y Catalina Altuna.
Para Ángeles, durante su infancia y adolescencia, su madre había muerto. Esa era la versión que ella tenía. Esa era la versión que le contaba su padre, reacio a hablar del tema y recordar momentos pasados. Se limitaba a hacer comentarios sobre Comodoro Rivadavia en general, por sus muchos amigos y el encanto que representaba para él aquella población. Y en alguna que otra oportunidad, le hacía saber que su segundo apellido era Altuna, y hablaba respecto de los vascos que trabajaban en esa zona del sur argentino, en la cual había una importante comunidad de euskaldunes.
Aunque ella dudaba acerca del fallecimiento de su madre, ante la parquedad de su padre respecto de este tema, emprendió personalmente su búsqueda por distintos medios. La certeza de que estaba viva la tuvo cuando, a los 14 años, encontró en forma fortuita la libreta de casamiento de sus padres y comprobó que allí no se mencionaba el fallecimiento del cónyuge.
Ángeles nos cuenta: ‘Luego, cuando tenía 19 años, paseando un día por la ciudad de Santa Fe, encuentro en un comercio un prendedor que representaba el escudo de Euskadi, siendo aun mi idea bastante difusa de lo que significaba lo vasco. No supe bien el por qué, pero tuve un impulso extraño, lo compré y me lo puse en el pecho. Llegué a casa, mi padre lo observó, me miró y no dijo nada. En ese momento percibí que tenía una identidad vasca y que en algún momento la asumiría cabalmente mediante el conocimiento de la verdad.’
La decisión de emprender la búsqueda de su madre le demandaría varios años. Por su propia partida de nacimiento sabía que se llamaba Catalina Altuna, que había nacido en 1915, que su madrina era una hermana de ella, Manuela. Supo que sus tías y primos vivían aun en Comodoro Rivadavia, su ciudad natal que aun tenía pendiente conocer. Se vinculó primero epistolarmente con su madrina, y un día, decidió viajar, siempre alentada por su esposo y sus hijos. Allí fue muy bien recibida por todos: visitó los sitios que de alguna forma se vinculaban a su historia personal, como el Hospital Regional Militar donde nació, la iglesia Santa Lucia donde fue bautizada y el antiguo campo de los abuelos en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz.
A mediados de la década de 1980, Ángeles tomó la importante decisión de buscar a su madre. Decisión que se había postergado por años pero que ya era necesario afrontar. Indagó en padrones electorales, en registros del PAMI y entrevistó a distintas personas que le brindaron su ayuda. Supo así de su nueva existencia, de otra realidad familiar. El primer encuentro se produjo en 1988, y gracias a los buenos oficios de la médica de cabecera de su madre, quien facilitó su consultorio para el encuentro pudo verla después de casi cincuenta años.
Luego de este emotivo momento, volvieron a reunirse en solo cinco oportunidades más. Un año más tarde, cumpliendo quizás el designio que una amiga de ella solía hacerle: ‘Antes de morir, vas a volver a ver a tu hija’, la madre de Ángeles, falleció en junio de 1989.
Hoy, a la distancia, ella comprende situaciones que antes no podía hacer o resultaban difíciles. Sabe que en otras épocas los matrimonios se unían más por presiones familiares y conveniencias que por amor, que la gente no hablaba determinados temas, que se ocultaban verdades, que había que seguir ciertas imposiciones sociales que hoy nos parecen ridículas pero que antes eran la norma. Entiende que un padre o una madre, muchas veces no hacen lo que quieren, sino lo que pueden. Ella pudo hacerlo porque tuvo posibilidades de educación y formación que le brindó su padre; estudios y afectos que le permitieron afrontar la vida y formar una hermosa familia. Y con la comprensión llega, por suerte también, el perdón y la superación.
En esta historia, Ángeles cumplió con el mandato de una hija. Buscó y encontró a su madre, estableció contacto con ella y el resto de sus familiares.
Luego del fallecimiento de Catalina Altuna, aun restaba a Ángeles conocer sus raíces vascas que conforman una parte importante de su identidad. Y en esto tuvo mucho que ver la creación del Centro Vasco del Chaco ‘Kotoiaren Lurra’, ocurrida en diciembre de 1996.
Ella se acercó a la colectividad vasca chaqueña, sin saber mucho del tema pero con una enorme curiosidad. Primero se interesó por la cultura y la historia vasca, y luego se apasionó. Estudió una Especialización en Estudios Vascos, investigó, y publicó un primer libro sobre historias de vida de chaqueños de origen vasco. Y luego siguieron otros sobre distintas personalidades destacadas de esta colectividad, tanto a nivel local como nacional e internacional.
Y por supuesto, no pudo dejar de investigar sus orígenes y contactarse con su familia en Euskadi. Recorrió archivos, hizo trabajo de campo, escribió cartas. Y así supo que su abuelo, Manuel Altuna se casó con Manuela Echeverría, una vecina de su caserío en Elgoibar, una localidad gipuzkoana situada a unos 40 kilómetros al suroeste de Donostia-San Sebastián, la capital provincial.
Angelita comenta sobre su viaje y el contacto familiar: ‘...estuve en los caseríos donde ellos nacieron, vi las herramientas de labranza conservadas como legados de numerosas generaciones... visité iglesias, cementerios, museos, y mantuve charlas de historias familiares’.
Sus abuelos llegaron a la Argentina antes de 1907, y vivieron unos meses en Cañuelas, provincia de Buenos Aires. Luego, gracias a las facilidades en la adquisición de tierras que otorgaba el gobierno nacional, pudieron comprar un campo en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, cerca de Comodoro Rivadavia. Ellos llegaron a este país hablando solamente euskera, el único idioma que se aprendía entonces en los pequeños pueblos, pero pudo desenvolverse con el castellano gracias a un peón chileno que tenía y lo ayudaba.
En el campo se dedicó a la cría de ovejas, y junto con Manuela tuvieron 6 hijos: Emilia, Agustina, Catalina, Manuel, Manuela y Anita.
Pero la fortuna le jugó una mala pasada y su mujer murió muy joven, a los 35 años, de fiebre puerperal después del nacimiento de Anita. Entonces él, sin encontrar alternativa, tomó un carro e hizo el viaje hasta Rawson, capital del Chubut para dejar a las niñas en Colegio María Auxiliadora de esa ciudad. Al año siguiente volvió a casarse con otra compatriota, Nieves Muguruza, y trajo a los niños a vivir con ellos. De este nuevo matrimonio, nació otro varón al que llamaron Juan Marcelo.
Ángeles de Dios Altuna tuvo en su infancia una vida difícil, como es la de cualquier niño que pierde a su madre a los 3 años. Sin embargo, su esfuerzo y ganas de superación la llevaron a encontrar un camino que hoy la destacan entre la colectividad vasco-chaqueña. No sólo formó una familia y saldó una deuda con su propia historia. Llevó lo vasco local a un nivel internacional, y esto lo reconoce todo el colectivo vasco-argentino. Ángeles representa, para muchos, un ejemplo de cómo es posible afrontar las adversidades y continuar en la búsqueda de la verdad y de la reconciliación.
Representa un paradigma de lucha y de trabajo, de esfuerzo por conocer su propia historia y de reafirmación de su identidad.
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