El escultor azkoitiarra Xebas Larrañaga Odriozola tiene una completa formación clásica, es decir, domina tanto la talla, como la escultura, o la realización de monumentos; y además se atreve con obras más vanguardistas. Pero eso no es algo que deba sorprender, ya que la vanguardia es una consecuencia del conocimiento de lo clásico (nunca al revés) y la creación artística no es tan sólo fruto de unas capacidades determinadas, sino también de una actitud que impele a crear algo nuevo, a sacar algo de uno mismo. Así, se puede intentar entender algunas de las motivaciones que pueda tener el azkoitiarra para no dedicarse tan sólo a las obras de imposta clásica, y a su necesidad de expresarse de otra manera, y con otra actitud respecto al tiempo en el que le ha tocado vivir y no centrarse en la estética que ya domina dada su formación, sino avanzar y avanzar...
Y avanza como Diego García avanzaba en su carrera, entre su pueblo y el vecino Azpeitia, o viceversa, hasta que alguna esquirla en su pleura segara la vida, abatiéndole fulminado a mitad de carrera, de un hombre tan acostumbrado a correr la media, y la completa Marathon, y cayó fulminado como Filípides, pero con su identificativa cinta en lugar de yelmo.
Y en la escultura en bronce a tamaño natural (ubicada en el lugar donde cayo sin aliento), aparece en su expresión algo más de angustia y fatiga que la que en él era habitual. Y Larrañaga representa muy bien la fibrosa y espigada anatomía del fondista azkoitiarra entregado a su público.
En un lateral del Frontón Atano III de Donostia-San Sebastián hay un busto en bronce del campeonísimo pelotari azkoitiarra, con aire solemne y la txapela calada de lado, como si de un pintor se tratara; pero como un pintor que adaptaba su anatomía al albur de las disparidades del juego, con sus ágiles reflejos y potente pegada.
Y si hablamos de seriedad un buen ejemplo lo tenemos en la escultura de 2 metros con 5 centímetros de Sabino Arana y Goiri en los Jardines de Albia de Bilbao (junto a Sabin Etxea y la Iglesia de San Vicente) erguido, y con traje, en conmemoración del Centenario de su fallecimiento en 1903.
Y aunque no esté en este Artaretoa, y ya que hay esculturas de egregios representantes de la cultura vasca en toda su amplitud, es de justicia mencionar la escultura que dedicó al Conde de Peñaflorida, fundador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País o “Caballeritos de Azcoitia” para Pío Baroja, en el siglo XIX.
Y evidentemente, también es de justicia citar el busto de bronce que encargó el Ayuntamiento de Azpeitia dedicado a San Ignacio de Loyola, para recordarle en la que se supone era su alcoba en el caserío natal del santo guerrero y fundador de la Compañía de Jesús, junto al cual se erigió la Basílica barroca del mismo nombre.
Una de las esculturas más impresionantes de Larrañaga es “Amatasuna” que esculpió en mármol de Carrara. Es una obra de gran volumetría, y en la que una madre prodiga con maternal arrobo cuidados a su retoño, sentada en un banco del parque. La concepción de la escultura es deudora de la estética de Moore, escultor inglés de gran éxito en los años 30 y 40 del siglo XX, quien dio nueva vida al concepto de escultura en general, y escultura al aire libre en particular.
Tiene una escultura en piedra de la cantera de piedra caliza de Lastur en la que experimenta con la materia y su ausencia, o sea , con el hueco- vacío. Es algo que dice mucho de él, ya que intenta no limitarse a lo que ya domina, es decir, a la técnica clásica, sino que intenta vivir como escultor en su tiempo.
Como de su tiempo es hacer esculturas de manzano “Sustraiak” y castaño “Ekaitza”, árboles no tan utilizados para tallar, pero apropiados ya que del primero hay muchos ejemplares, y el segundo alcanza un gran grosor, como “el abuelo” al sudeste de Ávila.
Xebas Larrañaga Odriozola es un escultor con todas las letras y bien se merecería en un futuro no muy lejano una retrospectiva amplia organizada por alguna institución cultural o no, pública o privada de la geografía vasca.
Ramuntcho Robles Quevedo
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