Presumiblemente Raquel tiene un buen compañero, un cuaderno de viaje. Y me aventuro a afirmar algo así, ya que hasta ahora no he viajado con ella, dada la muestra de fecunda imaginación que muestra en sus dibujos, recogidos posiblemente en un primer momento de inspiración, para ser trabajados luego como una alquimista de la ilustración, en la cálida apacibilidad de su estudio.
Ojos grandes, espacios al aire libre, colores suaves, sugieren calor humano, calor de inventiva tan personal como privada. Animan al viaje introspectivo en una suerte de “Una vez que cruzas la puerta ya estás en camino” (Bilbo Bolsón) pero corporeizado como sedosas caracterizaciones de un mundo que no por no conocido es menos real (y que seda de la desmesura de hoy en día).
Raquel nos conduce a imaginar, creando un mundo paralelo e intenso, como buena compañera de toda buena narración onírica y como está está imbricada con los trazos y rasgos de Raquel.
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