En su obra artística, Juan Aizpitarte no se dedica sólo a mostrar su sentido estético, sino también el ético. Por lo cual, el crítico de arte ha de sentirse crítico total para iluminar respecto al debate planteado por Juan.
2 de las fotos recogen esculturas de Juan, bien en lugares bien diferenciados. Eso ya es una muestra clara del carácter inquieto de Aizpitarte.
Y algo que le caracteriza es su sentido del humor. Se ve reflejado en ese seto enmarcado por la barandilla de la Concha desconchalizada (quería decir descontextualizada, pero no he podido evitar el chiste), un cartel aclarando que algún Aguirre vive, una casa de madera prefabricada de lo más inestable (y que recuerda a un bunker para aves del paraíso), un auténtico castellet hecho con 3 niveles de dólmenes, una obra que te remite a Henry Moore pero con huecos llenos (por lo cual le da una organicidad si cabe más plena, y lo aleja de la escultura), el foco de una cámara geométrica. Además, de obras que hacen dudar de la perseverancia de todo aquel que duda (reflejado con ayuda de un cartel NUNCA que presumiblemente va a surcar los cielos merced a los globos de helio que están prendidos en él), un gusano gigante, una estela vascona con un soporte que recuerda a una máquina para cobrar la sempiterna OTA (sobre todo en Donostia), y una esquina que sobresale de una conjunción de paredes en forma de escultura pop.
Juan es imaginativo, es recurrente, está bien informado, está bien formado como artista, es oportuno, tiene sentido del humor, y crea debate.
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