La
falta de una definición aceptada con cierta ecuanimidad
no ya a nivel mundial, sino incluso europeo de lo que se entiende
como artesanía, dificulta y hasta puede decirse que impide
abordar con rigor la economía de los trabajadores especializados
en esta actividad: los artesanos. Pero en cualquier caso, pueden
tener interés algunas reflexiones.
Si partimos de la genérica
definición de considerar como artesanos a los que producen
bienes con su sello personal, para lo que utilizan fundamentalmente
sus manos, reducida participación de maquinaria y
que pueden emplear a escaso número de trabajadores, es
evidente la dificultad para conocer a los que actividades como
los peluqueros que son considerados como artesanales en algún
país europeo entre nosotros difícilmente se les
concede esta condición o que no lo sean los jóvenes
que en nuestras calles o plazas venden artículos de adorno
general personal.
Estamos pues ante un conjunto de
trabajadores dispersos geográficamente que utilizan tecnologías
muy variadas y que tienen también economías diferentes.
Además se trata de un colectivo de edad media comparativamente
avanzada y sin que a pesar de los esfuerzos de diversas instituciones
de nuestro país existan enseñanzas específicas
regladas o no, que garanticen en alguna medida, su continuidad.
En economía siempre hay dos
cuestiones clave, que hay que responder: ¿qué es lo que
hay que fabricar y a quién lo vendemos?. La primera de
las cuestiones, parece resuelta, al menos no se plantean especiales
problemas. Nuestros artesanos saben fabricar los bienes de su
especialidad y lo hacen bien como se pone de manifiesto en las
distintas ferias que regularmente se celebran. Las ineficacias,
si las hubiera, deberían trasladarse al precio, quen en
artesanía y dentro de unos límites los satisface
el comprador, ya que la comparación entre artículos
es más difícil que en los productos fabricados en
serie.
La cuestión clave en la economía
de los artesanos es la venta. Casi sin canales de comercialización
especializados en la artesanía de nuestro país,
el fabricante de estos bienes se encuentra sin opciones para dar
a conocer su oferta, y bastante indefenso ante el cliente
a la hora de fijar el precio, aunque existen excepciones de alguna
importancia.
Las ferias y exposiciones y las
ayudas económicas que se conceden a los asistentes son
valiosas y contribuyen al sostenimiento de los artesanos, pero
no dejan de ser una especie de auxilios a la supervivencia.
Una política más activa
de nuestras instituciones que debería abarcar a corto plazo,
sobre todo la comercialización, requiere el conocimiento
detallado de lo que se está haciendo o s ha hecho en otros
lugares para tratar de adaptarlo a nuestra situación, pero
condición previa es la unión de los principales
afectados, los artesanos, para establecer, junto con la administración,
las medidas (y no solo las ayudas fiscales) que aseguren un futuro
al sector.
Lo cierto es que una parte importante
de nuestros artesanos, son jubilados que completan sus ingresos
económicos, trabajando en el oficio "de toda la vida"
o aplicando las tecnologías que dominan a otras fabricaciones.
No faltan tampoco los dedicados a actividades artesanales como
un medio de vida o los que lo hacen como "hobby", completando
otras actividades.
Pero
lo que es preocupante, es la falta de jóvenes, aunque también
hay excepciones, que se inicien en la fabricación de productos
artesanales y la carencia de escuelas o de centros de formación,
sean reglados o no. Es cierto que es muy difícil competir
con las opciones que hoy ofrece nuestra economía a los
jóvenes, pero sin ellos los nuevos artesanos, el futuro
es como mínimo oscuro. Carmelo Urdangarin, Jose Mª
Izaga
Fotografías: De la página web "Gipuzkoako Artisauen
Azoka" |