EL ARMA
Como quedó dicho, palos, ramas y piedras fueron las primeras
herramientas que conocieron nuestros antecesores primates para
defenderse, cazar o atrapar las frutas de los árboles.
Su multifuncionalidad a nadie escapa.
A partir de las Notas para un Curso de Antropología del
profesor Francisco de las Barras de Aragón, podemos establecer
una clasificación de las armas de primera generación,
es decir las más simples, con resultados interesantes para
el tema que tratamos. Por ejemplo, las armas de mano se dividen
en armas de esgrima -con punta (lanza), filo (hacha) o con ambas
(espada)-, y de contundencia (maza). El segundo grupo lo componen
las armas arrojadizas, que según la forma de propulsión
subdividiremos en de impulsión muscular directa (lanza)
o con propulsor (honda), por propulsión de aire (cerbatanas)
o por sólido elástico (arco o tirachinas). Finalmente,
entre las armas de defensa se cuenta el bastón, el escudo
y la coraza.
Como se ve por esta clasificación, el simple palo puede
incluirse entre las armas de esgrima, de contundencia, arrojadizas,
de impulsión y hasta de propulsión, amén
de elemento de defensa. Más no se puede pedir.
En una reciente exposición organizada en el Museo de Arqueología
de Alava sobre enfermedades de la prehistoria alavesa, se exhibió
una colección de cúbitos afectados por fracturas
de la diáfisis encontrados en varios yacimientos: tres
piezas en San Juan Ante Portam Latinam, dos en el dolmen del Alto
de la Huesera, uno en el dolmen de Los Llanos y en La Mina, y
un caso más en la cueva sepulcral de Peña del Castillo-2.
Todas las fracturas se recuperaron de forma admirable, hasta el
punto que sería casi imposible percibir la existencia de
una antigua lesión de no ser por el análisis radigráfico.
Pero lo que más nos interesa aquí es lo que dice
en el programa explicativo el excelente paleopatólogo Francisco
Etxeberria Gabilondo, respecto al origen de las fracturas: "El
cúbito se fracturó de forma transversal como consecuencia
de un traumatismo directo, tal y como se produce cuando se recibe
el golpe en la parte central del antebrazo al proteger el rostro
ante el agresor. Este mecanismo de producción de las fracturas
del antebrazo es frecuente en las disputas que se producen en
los pueblos primitivos actuales que emplean palos como única
arma de defensa y ataque".
Con la evolución, aquellos hombres convirtieron las piedras
en lascas afiladas, y de la unión de palos y lascas surgieron
las primeras hachas. Con el descubrimiento de los metales se sustituyeron
las piedras por puntas de metal, naciendo así la famosa
azcona o azkon vasca -por ejemplo-, cuya utilización ha
llegado casi hasta nuestro siglo. En todo caso, lo que nos interesa
subrayar es que el uso del palo como arma de defensa y ataque
se remonta al mismo origen de la especie.
Un proverbio bíblico (XIII, 24) sentencia que "El
que ahorra bastón no ama a su hijo", que acaso constituye
la primera muestra de la concepción pedagógica del
palo, tan antigua como actual (muy recientemente en Inglaterra
se ha derogado el castigo corporal en las escuelas, con el consiguiente
arrinconamiento de la extensa galería de palos al servicio
de tan edificante objetivo). Con idéntico trasfondo, los
ilotas espartanos -hace dos milenios y medio- recibían
una ración de varazos diarios para recordarles su condición
de esclavos.
En el Antiguo Testamento Dios promete castigar al rey con una
"vara de hombre" (Libro II. Reyes, VII, 14), y en el
Nuevo Jesucristo anuncia a los Apóstoles que serían
castigados en las sinagogas a varazos. Pablo y Silas comprobaron
en sus carnes la exactitud de la prédica, el primero de
ellos por tres veces, a pesar de que la Ley Porcia del siglo 195
a. JC. prohibió que los ciudadanos de Roma fueran denigrados
con la pena de varas o jus virgatum (sólo una vez el fundador
de la Iglesia fue eximido). Más tarde los cristianos, romanos
o no, padecieron esta penalidad por contumacia.
Ya anticipamos que los lictores romanos acompañaban a los
magistrados con símbolos de justicia llamados fasces; pero
cuando procedían a una condena a muerte, en su lugar portaban
varas y hachas, instrumentos de suplicio capital: con las primeras
flagelaban al reo antes de darle muerte con las segundas.
Para que no quede duda de lo consuetudinario de varas, férulas
y látigos en la vida de la Roma clásica, añadamos
que todos ellos eran parte del mobiliario escolar y doméstico
para el apaleo de estudiantes y esclavos respectivamente.
Sólo tras la caída del Ancienne Régime, la
Francia revolucionaria de 1789 eliminó la pena de varas.
Nuestros archivos están repletos de querellas por agresiones
a golpe de palo, como esta de Noáin (N) datada de 1653:
"Miguel de Irurzun, vecino de Noáin, contra D. Juan
de Lecumberri, vicario del mismo lugar. Estando peleándose
el demandante con Juanes de Lar, vicario, en vez de poner paz,
le dio de palos y golpes. D. Juan declara que fue y a poner paz
y como Irurzun le faltó al respeto, le dio dos zurriagazos".
Debo al investigador Koldo Lizarralde el hallazgo de un documento
revelador de la común utilidad otrora de palos y chuzos
(palo con una punta metálica en su extremo): se trata de
las Ordenanzas de la villa de Elgoibar (G) establecidas en 1751
-cuyo original está depositado en el Archivo de Protocolos
de Oñate-, en donde se indica expresamente que en caso
de que la población sufriera un ataque de asaltantes, se
haría sonar la campana y todos los varones útiles
de la villa -es decir, los comprendidos entre los 18 y los 60
años- acudirían armados con fusiles, quienes tuvieran,
y "los restantes con chuzos". Palmario es que quien
más y quien menos poseía su propio chuzo como arma
básica de defensa.
Aunque parezca evidente el uso de estos instrumentos por nuestros
antepasados cercanos, tenemos otros datos que no nos resistimos
a pasar por alto.
Ya citamos más arriba al antiguo Fuero de Navarra, para
cuya redacción se utilizó el de Tudela de 1117,
y para éste a su vez el de Sobrarbe. Pues bien, como apuntó
el gran historiador navarro José Yanguas y Miranda, antes
de su tardía impresión -año 1686- se procedió
a adecuar el texto al tiempo y a las costumbres de la época,
eliminándose al efecto una serie de puntos, y entre ellos
el siguiente (que corresponde al libro 5, título 3, capítulo
8):
"Como
debe ser fecha batailla de escudo et de bastón, et donde
debe ser el consemble; et como et quales miembros debe ser mididos.
Batailla de escudo et bastón, si ha á facer algún
labrador del rey, los de Artajona son tenidos de dar el bataillio,
et, trobando el comsemble, deben ambos los comsembles, ser cercenados,
et á la nuit deven vellar en la glesia con lures escudos
fechos de sieto de iguales, et los bastones. Otro sí, et
al otro día débenlos sacar al campo por combater
et deben los fieles parar lures señales et lures moyones;
el que pasáre daqueillas seinales que sea vencido. Et los
fieles, con el seinor, deben vedar que ninguna de las partidas
non lis diga res á los combatidores; et si en todo aqueill
día non se podieren vencer, de sol á sol, debe el
un fiel prender al uno, et el otro fiel al otro; et al otro día
débenlos tornar en aquell logar cada uno do seya, con aquellas
armas que cada uno tenía en aqueill logar, así como
los prisieron; et cuando al medir el reptado debe ser esnuo en
bragas, et los otros eso mesmo que se deben medir con eill, et
debe tenir los pies en una tabla plana, et débenlo mesurar
los fieles, con correya de vaca estrecha, en las espaldas con
los pechos á vuelta, el pescuezo cabo de la cabeza, et
los musclos de los brazos, et en las munecas cabo las manos, en
las ancas, en los musclos de las piernas, en las garras sobre
los tobeillos; et débenlo mesurar dalteza; et después
deben venir los otros peones et uno deillos aséntese sobre
aquella misma tabla, sobíendo delant el qui es reptado;
et deben mesurar como dicho es; et qui mejor iguala con eill,
dalto et en ancho, bataille con él, como dicho es".
En
resumen: dado un pleito entre labradores, si la justicia no podía
probar de qué lado estaba la verdad se entablaba una "batalla
de bastones", desarrollo del principio medieval de la ordalía
o Juicio de Dios, que consideraba que el Altísimo no permitiría
la derrota del justo. Cada pleiteador ponía un luchador
para enfrentarse en los campos de Artajona, con bastones y escudos
exactamente iguales, los segundos confeccionados con ramas. Antes,
se medía a los luchadores para asegurarse que eran -utilizando
el lenguaje boxístico actual- del mismo peso. Si el retado
no presentaba contendiente en el plazo de 30 días se le
daba como perdedor, y era además multado (67 sueldos y
6 dineros). Los combatientes velaban toda la noche con sus escudos
y palos en la iglesia, rogando por su victoria. Al día
siguiente los justicias y testigos los acompañaban al campo,
correctamente amojonado para la ocasión. Iniciada la batalla
nadie podía hablar a los luchadores y si durante todo el
día ninguno de ellos noqueaba al contrario, a la puesta
del sol se paraba hasta la mañana siguiente.
En caso de muerte de uno de los contrincantes, se condenaba al
superviviente a pagar una cantidad en concepto de "homicidio".
Todavía encontramos restos de uno de estos desafíos
en Irún (G) el año 1632: el día de San Pedro
el presbítero D. Bartolomé de Ibaeta salió
a danzar con unas mozas y osó tomar la mano a una de ellas,
lo que ocasionó las iras de un tal Jacobe de Aliazaga.
Se desafiaron a muerte en la plaza, "armados con daga y palo".
El lector se preguntará si existirían, como parece
lógico a primera vista, especialistas e incluso profesionales
en la lucha con palo. Y, en efecto, así era: el luchador
debía combinar fuerza, habilidad y técnica para
asegurar a sus clientes el éxito de su empresa, pese a
que en teoría la causa previa recibiría la sanción
divina.
En apoyo de esta hipótesis viene el testimonio del Padre
Larramendi, quien hacia 1754 escribió en su Corografía
de Gipuzkoa:
"Especialmente
se ha olvidado la esgrima, en que se aprendía a jugar
al palo como la espada, para dar y recibir los golpes, herir
y defenderse, así como de agarrarlo para evitar el golpe
y descargarle al mismo tiempo sobre el enemigo".
La manipulación durante generaciones de palos, makilas
y chuzos como armas defensivas u ofensivas dio lugar a unas técnicas
precisas trasmitidas de padres a hijos. Suponemos que los más
avezados, los maestros, dado el provecho que sus servicios prestaban,
recibirían el reconocimiento público. Pero sobre
este particular volveremos más adelante.
PLEITOS
POR PALAZOS
Antxon Aguirre
Sorondo, miembro de la sección de Antropología de
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