La
onomástica es la ciencia que estudia los nombres, y se divide
en dos grandes apartados, la antroponimia (nombres de personas)
y la toponimia (nombres de lugares). Es una disciplina de gran relevancia
en todos los idiomas, pero más aún en el caso del
euskera, puesto que en muchos ámbitos las únicas huellas
que acreditan su presencia son nombres topográficos y apellidos.
Si bien los primeros libros literarios vascos no hacen su aparición
hasta el siglo XVI, los nombres tanto de personas (antropónimos),
como de dioses (teónimos) y lugares (topónimos) -primeros
atestiguantes de nuestra lengua- datan de mucho antes. Se descubren
por vez primera a partir del siglo I, especialmente en la zona aquitana,
y del siglo X en adelante también en documentos de Euskal
Herria, sobre todo en los navarros. Como bien dice el refrán
vasco, izena duenak izana ere badu, que viene a decir que
todo aquello que recibe un nombre, existe. De ahí la importancia
de la onomástica, de los nombres que atestiguan la existencia
de nuestro país.
Hace tiempo que escritores e investigadores tanto de nuestro país
como del extranjero se percataron de la importancia de este aspecto,
tales como Wilhelm von Humbolt, Arturo Campión, Julien Vinson,
Sabino Arana, Henri Gavel, Ramón Menéndez Pidal, Julio
Caro Baroja, Koldo Mitxelena, Joan Coromines, Alfonso Irigoien....
por citar sólo algunos de los autores cuyas obras estudian
la onomástica vasca.
¿Habría que proceder a
regular los nombres?
La onomástica, al igual que otros aspectos lingüísticos
como la gramática, el diccionario o la ortografía,
ha de ser objeto de una regulación que facilite la versión
oficial de los nombres. En el supuesto del euskera, además,
hay evidentes motivos que avalan esta necesidad:
- Dado que el euskera nunca ha tenido
la consideración de lengua oficial en el seno de la Administración,
los escribanos y funcionarios escribían los nombres vascos
en grafía castellana, y, con frecuencia, al desconocer
el euskera, o bien los escribían negligentemente, o bien
los traducían al castellano. Muchos de los nombres que
la gente emplea suelen ser variables abreviadas y desfiguradas.
- Los nombres tienen en nuestras vidas
una presencia cotidiana. De hecho, todos y cada uno de nosotros
tenemos nombre y apellidos, vivimos en un determinado pueblo o
ciudad, en una concreta casa o caserío, o, al menos, en
un piso de determinada calle. ¡A saber cuántos nombres
de personas y lugares mencionamos a lo largo del día!
- Los nombres vascos no los emplean
sólo los euskaldunes. Es evidente que:
- también quienes no saben
euskera los escuchan, leen, escriben o pronuncian.
- gracias a la informática
y a los actuales medios de comunicación, nuestros nombres
de pila están superando fronteras y se extienden cada
vez más, a cualquier punto del globo.
Sin embargo, muchos nombres siguen
utilizándose defectuosamente. Por no extenderme con los ejemplos,
me limitaré a citar unos pocos supuestos. En algunos documentos
oficiales vemos el nombre Itziar como Itciar, Itxiar,
Iciar, Iziar o Ytziar; en lugar de Etxeberria
y Etxenike, Echeverria y Cenique; en los carteles
oficiales de los topónimos, en lugar de Plentzia
y Arraizko bentak, constan Plencia y
Arraitzko bentak; en lo que respecta a las calles, leemos
Nagusi kalea y Lehendakari Aguirre en vez de Kale
Nagusia y Agirre Lehendakaria; en los nombres
de las villas, Artxea o Izal en lugar de Arretxea
e Irazabal...
De todo ello se extrae la necesidad
de proceder a la regulación de las variables oficiales de
los nombres de las localidades, ya que una correcta utilización
de la onomástica redundaría tanto en pos del prestigio
del euskera, como de la identidad de nuestro país. Al igual
que en la gramática, en el diccionario y en la ortografía,
una onomástica deficiente dista mucho de ofrecer una buena
imagen, mientras que su corrección, por contra, es señal
de la buena salud de la lengua. Además, hay que de tener
en cuenta que los nombres vascos que constan en los documentos oficiales
están a la vista de todos, ya sean euskaldunes, castellanos
o extranjeros; de ahí la importancia del correcto uso de
la lengua, y, dentro de ella, de la onomástica.
La Comisión de Onomástica de Euskaltzaindia-Real
Academia de la Lengua Vasca lleva ya tiempo sumida en la mencionada
labor reguladora de nombres, apellidos, topónimos, nombres
de calles, etc., pero esta actividad no garantiza por sí
sola la socialización de las formas oficiales, conque es
necesario que instituciones y poderes públicos se impliquen
en la función normalizadora. Será cuando los nombres
que dan fe de nuestra existencia consten correctamente en los
documentos oficiales, carteles, medios de comunicación, y,
en fin, en todo tipo de formato, cuando se recupere buena parte
de la identidad de nuestro país en términos de dignidad
y prestigio para el euskera.
Andres Iñigo,
académico de Euskaltzaindia |